3
Habían pasado un par de horas desde el incidente, la madre del niño supuestamente había espabilado, y se encontraba dormida en una de las sillas del tren. De vez en cuando se podían oír algunos sonidos en el techo, y también visualizar algún movimiento en el medio de las penumbras tras las ventanas. Melanie se negó a seguir observando en ellas, incluso si su mente le dirigía la mirada ahí para curiosear, mientras que Sergio se había tumbado en la silla, y Leo tocaba la pantalla de su Samsung Galaxy A30, buscando señales de algún refugio en la aplicación de Google Maps que solía usar en viajes laborales, mientras maldecía el desconocido motivo por el cual esas criaturas habían llegado a aparecer en el planeta. Nadie en el mundo sale de su casa con la idea de que en la noche aparecerían bichos gigantes, y le quitarían la oportunidad de regresar, pensó, como mucho en este país pensás por costumbre que quizás durante el día te apuñalen; pero no esto. El peor pensamiento que a los tres les llegó por igual, sería el hecho de tener que salir en algún momento, o matarse entre ellos. No sabían cuál era la mejor opción, y saliendo había probabilidad que sea un caso aislado en esa línea subterránea, aunque tampoco sabían si las arañas se hallaban de igual forma en la superficie atacando a la gente. Nadie podía confirmarlo hasta averiguarlo, pero tampoco negarlo.
—¿Encontraste algo? —preguntó Sergio.
—Todavía no —replicó Leo—, pero estoy esforzándome en encontrar algún lugar que sea bueno para refugiarnos.
Los túneles del lado del frente llevaban a Avenida Corrientes, pero del lado opuesto se dirigía hacia Avenida Córdoba. Cerca de la salida hallaba varios restaurantes que se encontraban abiertos en ese momento, y quizás eran buenos para poder esconderse de aquellos monstruos que se encontraban por ahí; si es que había más.
—La verdad es que esto nunca me lo esperaría —se quejó Leo—. De este país imaginé todo, pero nunca llegue a pensar en que terminaría encerrado en un tren con un montón de arañas raras intentando alcanzarnos. —refunfuñó.
—Yo pensé que moriría de hambre o Coronavirus. —dijo Sergio.
—Al menos ahora tenemos posibilidades, aunque pocas—dijo Leo, y siguió buscando en su celular. Melanie aprovechó para sacar el suyo, un Motorola E6. Ella había comprado días antes en una tienda digital llena de luces LEDs del centro un auricular genérico deportivo, el cual usaba para escuchar For a pessimist, I'm pretty optimistic de Paramore. Ella amaba el rock alternativo, lo que le daba preferencias hacia ese tipo de música. Sergio, pensando en música, recordó qué tenía una colección de discos de Soda Stereo en una vieja estantería de madera de roble, debajo de otra de libros de Stephen King que compró junto a diarios de La Nación el año 2014, quienes habían hecho trato con una editorial para ponerlos en venta; y nada de eso era algo que quizás vuelva a ver nuevamente, o al menos, había una incertidumbre latente que llegaba a intervalos.
—¿Tenés familia? —preguntó Sergio a Leo.
—Yo no —repuso Leo—. De hecho, tuve una prometida, pero nos separamos. Prácticamente tuvimos que hacer trámites porque al gobierno se le ocurrió que era buena idea obligar a las personas que vivan juntas por varios años a firmar un contrato de concubinato.
—Entiendo —dijo Sergio—. Es una mierda eso que te pasó. Si puedo saber, ¿Por qué se separaron? —preguntó.
—Ella era una acumuladora —dijo Leo—; llenó el departamento que yo alquilaba con latas de Coca-Cola y Pepsi.
—¿No era una colección de latas especiales? —inquirió Sergio.
—Eran todas iguales —repuso Leo—, ninguna era diferente a la otra. Solamente agarraba las latas que compraba y después de tomar el liquido las tiraba debajo de la cama. Ya me estaba ahogando.
En ese momento Sergio asintió, después de procesar todo en su mente. En ese instante llega una persona corriendo, era el hombre de las Doritos.
—¡Necesito que vengan! —exclamó—, ¡Es urgente!
—¿Qué pasó? —preguntó Leo.
—¡Vení! —repitió el hombre, sin dar explicación alguna. Leo asintió y ambos corrieron hasta el vagón donde el chico había movido a la madre del niño, el cual su cuerpo se hallaba escondido bajo un asiento dos vagones atrás. Ambos se pararon sobre junto al fuelle que unía las conexiones entre ellos, y mirando hacia la silla del lado derecho. La mujer estaba despierta, y quizás por los nervios, Leo observó que se mecía de un lado hacia el otro.
—¿Qué le pasó? —dijo Leo.
—Tuvo una pesadilla —replicó el hombre de las Doritos.
—Eso es normal —repuso Leo—; después de lo que vivió.
—¡Escucha lo que ella soñó!
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