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Continuaron su camino rumbo al norte, caminando por la calle Libertad con la intención de alejarse del obelisco, el cual era casi un nido de esas arañas. Cruzaron en frente de un edificio grande con las vidrieras rotas y en su puerta había tres cadáveres humanos. Ya en la situación en la que estaban no les extrañaba ver algunos por el camino, y quizás es algo de lo que debían de estar preparados. El edificio tenía escrito encima del portal «HOTEL LAS AMÉRICAS». Leo quitó la vista de esa escena, y al parecer fue imitado por el resto. Esa calle parecía llevar nuevamente al Jockey Club, pero la intención era girar hacia alguna de las calles que llevaba a la nueve de julio, y así llegar a Retiro. Se detuvieron en la avenida Santa Fe, y ahí se dirigieron hacia el este.

En el camino se toparon con la Sociedad Científica Argentina, era un edificio mediano, en el cual Leo había ido una vez de excursión con sus compañeros de secundaria.

—¿Allá no se reúnen los del Mensa? —inquirió Leo.

—¿Qué es el Mensa? —preguntó Melanie.

—Es como un club de gente inteligente —explicó Leo—, para entrar necesitas tener un alto coeficiente intelectual.

—Y es por eso que nunca me aceptarían —bromeó Melanie.

El grupo llegó hasta la plaza Provincia de Tucumán, la intersección entre la avenida Santa Fe, y Avenida 9 de julio. En ese momento Leo escuchó a lo lejos una versión acústica de «Lamento Boliviano» de Enanitos verdes, anteriormente llamada Alcohol Etílico.

—¿Escuchan eso? —preguntó Melanie— esa canción es muy reconocida incluso fuera de la Argentina.

—De eso estoy seguro —convino Leo—, vayamos a ver quién la está cantando.

Caminaron hacia la plaza, y se encontraron a un hombre con barba de días, tocando la canción en una guitarra criolla.

—Hola, ¿por qué tan solo en ese lugar? —preguntó Leo.

—Me cansé de vivir —dijo el hombre—, pensaba que no había nadie más. ¿De dónde vienen?

—Somos parte de un grupo de supervivientes —explicó Leo—, estamos de expedición, nos vamos hasta Zona Portuaria para intentar solucionar todo este embrollo.

—¿Crees que el origen del problema está ahí?

—Es una larga historia —dijo Leo—, si querés vení, y te la cuento en el camino. También sos bienvenido a nuestro grupo de supervivientes, al cual llamamos colmena.

—Está bien —asintió el hombre, tomó un estuche y guardó su guitarra ahí dentro para luego colgárselo encima.

—¿Cómo te llamás? —preguntó.

—Me llamo José Ricci. —repuso.

—Un gusto.

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