22
Todos los que se encontraban en aquella habitación se dirigieron hacia la planta baja corriendo por la escalera, así evitaban tener que esperar el ascensor para ver aquello. Un hombre vestido con una bata blanca se hallaba sentado en una silla, bebiendo agua mientras le colocaban vendaje. Se mecía de lado a lado mientras que su cara expresaba el temor de un soldado de guerra; aunque sin dudarlo, Leo supuso que era un científico. Sus rasgos eran asiáticos, pero sus ojos estaban más abiertos que un hospital. Estaba tan pálido como la nieve, y a su vez sudaba cómo una cascada. Leo bajó los últimos escalones, seguido del resto del grupo. Un hombre de la colmena del Jockey Club de Buenos Aires estaba asistiendo al hombre chino herido.
—Gr-glacias —dijo el hombre, en una forma de hablar un tanto torpe—; gla-gracias por la ayuda. —corrigió.
—¿Así qué sabes qué fue lo que ocurrió? —dijo el hombre que atendía al asiático, al que Leo llamó Hombre formal.
—S-sí —contestó el hombre asiático—; soy parte de... científicos... chinos. —dijo, hizo una pausa, y continuó—. Todos mueltos. —agregó.
Leo se acercó un poco más, observó sobre el hombro del hombre formal.
—¿De dónde venís? —interrogó el hombre formal.
—El laboratorio, barrio Múgica, Zona portuaria... —dijo el hombre asiático.
El salón se quedó en silencio. El hombre formal le dio una pitada al cigarrillo y golpeó sus manos contra el muro tras el hombre asiático, quien miraba con una expresión de temor.
—¿Sabes algo acerca de lo que está sucediendo? —inquirió el hombre formal.
—¡SÍ! —refunfuñó el hombre asiático, con total desesperación.
—Dimos con el culpable —declaró el hombre formal, y después se dirigió hacia el hombre asiático— ¿Qué sabes sobre ello? —interrogó.
El hombre asiático temblaba mientras el grupo lo observaba.
—Experimento A-05 —dijo el hombre chino—, del gobierno contra los Estados Unidos.
La cara del hombre chino se volvió pálida repentinamente, cuándo sus ojos se pusieron en blanco. De su boca comenzó a brotar espuma mientras su cuerpo temblaba en el suelo. El rostro de la gente a su alrededor pasó de seriedad a desesperación en unos segundos, el ambiente se volvió tétrico de forma abrupta.
El hombre formal retrocedió, entonces otros dos hombres se acercaron a la escena. Uno se acercó a tomarle el pulso al hombre, pero éste no tenía. Lo informaron al resto del grupo con la mayor calma que podían tener ante semejante tragedia.
—¡Se suicidó! —gritó el hombre formal.
«Múgica, Zona portuaria. —pensó Leo». Leo volteó hacia Sergio y Melanie, quienes miraban conmocionados. Les tocó el hombro, dando a entender que necesitaba que lo sigan.
—Vengan. —dijo Leo.
Ambos caminaron junto a Leo por un pasillo hacia otra zona un poco alejada de la escena, y se detuvieron en ese lugar.
—Nos dio una pista. —dijo Leo.
—¿Te refieres a la dirección? —preguntó Sergio.
Leo suspiró, por poco creía estar soñando, pero no, era totalmente en serio; otro hombre había muerto frente a sus ojos, y él presenció la agonía que había sufrido, pero dio una información importante, y al parecer tanto Sergio como Melanie lo habían oído. Leo recordó que Mel había buscado en Google Maps los posibles caminos para llegar a un refugio, poco antes de encontrar a las colmenas; si el internet siguiese funcionando era buena idea buscar dónde quedaba la zona portuaria.
—Mel —llamó Leo—, busca Zona Portuaria, Barrio Mugica.
—Bueno... hay un problema —musitó Melanie—. No tengo más internet,
—¡Mierda! —exclamó Leo— Bien, entonces no se me ocurre nada más que preguntar.
En ese momento, los tres sintieron una presencia por detrás. Era Rodolfo, quien se había escabullido tras ellos.
—Yo sé dónde queda —dijo— Si les sirve la información, es un barrio pequeño, casi una villa, que se encuentra bajo una ruta que lleva hasta el Sheraton y Puerto Madero al seguirla.
—¿Cerca de Puerto Madero? —preguntó Sergio—, Yo solía ir ahí con mi familia, y una vez me fui a la costanera.
—¿La costanera? Ese es un buen lugar —vociferó Leo.
Leo regresó la vista hacia el pasillo, dónde estaba la puerta principal, y se encontró con Federico, quien se acercaba lentamente a él.
—¿Van a ir a la costanera?
—Sí —repuso Leo—, vamos a ir para allá.
—Yo los puedo guiar.
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