20


El halo de suspenso había terminado cuando vieron a los miembros de aquella colmena que había sido establecida en el Jockey Club de Buenos Aires. Una estatua de Diana de Falguière se hallaba justo delante de la entrada, la cual fue abierta por una llave. Un gran salón, muy similar a un comedor, deslumbró a cada uno del grupo, a excepción de Federico, quien ya conocía el lugar. Leo vislumbró con asombro toda la habitación. Sus miembros se hallaban sentados en unos sillones de lana que habían colocado junto a la mesa del centro. Una mujer jugaba con un grupo de niños en una de las esquinas, en el centro de la habitación se hallaban cinco hombres bebiendo Stella Artois mientras hablaban. Uno estaba fumando un Marlboro. En otra esquina, junto a una pequeña mesa de madera de roble, se hallaban dos hombres con tres señoras; todos con trajes. Uno, el cual tenía un bigote, se levantó de la mesa central, y se acercó a los invitados.

—Sean bienvenidos al Jockey Club —dijo—; espero que disfruten su estadía, y que no se los coma las arañas en el camino. —agregó en un tono algo jocoso.

—Seguro que a mí no, éste asunto no me dio tiempo de ducharme en todo el día, así que seguro que el olor las espantará. —supuso Federico entre risas.

—Me llamo Rodolfo Wagner —Se presentó el hombre—; ¡encantado de conocerlos!

El hombre llevaba un bigote del estilo del hombre del estilo hombre del monopoly, y su traje hacía juego con el mismo. Llevaba un sombrero, pero aquellos que usan los hombres mayores, sin embargo, aparentaba unos cincuenta y cinco años. Leo logró distinguir que era un hombre de clase alta, su aroma era a colonia Polo rojo importado, con cierta suavidad.

—Encantado, me llamo Leo.

Wagner comenzó a darle la mano a todos los que habían llegado, mientras ellos se presentaban uno a uno.

—Sergio.

—Melanie, encantada.

—Es lamentable lo que ha ocurrido —dijo Rodolfo—, pero no hay mucho que se pueda hacer, solamente sonreír porque estamos vivos. El humor siempre ayudará a que todo problema sea más pasable —agregó. Federico asintió, y el resto del grupo solamente se quedó mirando con un ademán neutral. Leo se sentía muy cansado, mientras que Sergio no había visto a su familia en casi dos días. Melanie sentía ansiedad, y su rostro expresaba desganas.

—Bien —dijo Federico—, creo que nos vendría de maravilla que nos enseñes el lugar dónde decidieron realizar su colmena. —recomendó.

—Es un lugar bastante grande —dijo Rodolfo—; normalmente solía ser exclusivo, pero en la situación actual lo usamos de refugio.

—Ya me di cuenta. —dijo Sergio.

Rodolfo levantó la mano y señaló el ascensor que se hallaba a la izquierda de la habitación.

—¿Quieren subir a los otros pisos? —inquirió—, Hay cuatro pisos en los cuales podrán distraerse un rato en éstos tiempos; todos lo necesitamos en algún momento. En el tercer piso se encuentra una sala dedicada al ajedrez. ¿Alguien sabe jugar?

—Yo —repuso Leo—, yo fui a campeonatos.

En el rostro de Rodolfo se dibujó una sonrisa de lado a lado. Parecía que estaba entusiasmado por la sorpresa de encontrar a otro jugador del mismo. Su aroma a perfume se vio sobrepasado por el olor a cerveza que provenía del bar de la planta baja. Leo no era muy fanático de las bebidas alcohólicas, pero Sergio en su juventud solía consumirlas muy a menudo. Melanie se consideraba a sí misma abstemia; los recuerdos de su padre alcohólico rondaban por su mente como un tren subterráneo en la ciudad. El rencor hacía que relacione dichas latas con él, y las aborreciera. Ella había rechazado a todos los chicos que se le habían declarado, debido a que cada uno de ellos habrían estado ebrios. Aquel olor le desagradaba totalmente.

—Suban al ascensor. —dijo Rodolfo.

—Aquí voy —dijo Sergio—, espero no desmayarme en el proceso. —agregó tambaleándose, hasta que llegó al ascensor. Rodolfo tocó el botón para subir y las puertas del ascensor se cerraron, entonces comenzó a subir. El grupo sintió la clásica presión ambiental que suele ocurrir cuando la inercia hace su trabajo, y se estabilizaron en el proceso hasta que llegaron al segundo piso. Una gran mesa de billar se hallaba en uno de los lados, en el otro había una cantidad de juegos de mesa, y recreativos. El olor a café se podía sentir, mientras que veían una cantidad considerable de miembros usar el lugar.

—¿Quiere que nos sentemos acá? —inquirió Rodolfo.

—Me parece bien —replicó Leo— ¿tienen acaso tazas de café en éste sitio?

—Servimos —repuso Rodolfo— ¿usted quiere?

—Me encantaría.

—¿Le parece un nescafé express? —preguntó Rodolfo con aire de total elegancia.

—Me gusta.

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