14

Una vez fuera, Leo cerró con llave la puerta de la cafetería —el resto de la colmena también tenía una—. Sergio observó de lado a lado el local; tenía una deslumbrante decoración de color dorado en toda la vidriera. Los tres tenían cuchillos en mano, así aún si no pudiesen matar a las arañas, podían aprovechar para defenderse y huir.

—¿Vamos? —inquirió Leo.

—¡Vamos! —dijeron al unísono tanto Sergio como Melanie. Leo se unió a sus compañeros, y todos caminaron por la vereda hacia la esquina. Una vez llegaron, Leo observó hacia ambos lados esperando que aparezca algún bicho, pero el lugar parecía despejado. Se podía ver una serie de joyerías cerradas en toda la calle. ¿Dónde estarán los bichos? Pensó Leo.

—¡No hay moros en la costa! —dijo Sergio.

—Exactamente —afirmó Leo con un ademán anonadado, preguntándose si acaso la luz del día espanta a los bichos—, todas las calles se encuentran vacías. —agregó con un aire de seriedad y algo deprimido; como solía hablar.

—Me pregunto a dónde se fueron —dijo Melanie—. Y no es que las quiera llamar; solamente espero que no vengan otra vez.

—Espero lo mismo —replicó Leo.

—Tendremos que averiguar por insumos. —dijo Sergio.

Leo asintió con la cabeza, y tanto él como Melanie lo siguieron. Caminaron hasta la calle Libertad, a dos cuadras de la cafetería dónde se hallaba su colmena. Se hallaban a una calle de la Avenida nueve de julio. Sergio giró hacia la izquierda, dirigiéndose nuevamente hacia dónde se hallaba el teatro Broadway. En el camino, Leo observó hacía un lado esperando ver si el perro muerto seguía ahí; pero ya no estaba. Todos siguieron caminando hasta la calle Lavalle, dónde se detuvieron. El viento les golpeaba el rostro mientras contemplaban un edificio bastante elegante, el cual parecía cerrado.

Petit colón —dijo Sergio—. Antes de lo sucedido, yo venía acá de vez en cuando con mi esposa y mis dos mellizos; espero que se encuentren bien.

El edificio tenía una puerta que parecía abrirse con un empujón, pero estaba trabada con llave y una gran cortina metálica.

—tranquilo; estarán bien —replicó Leo—. Éste lugar lo conocía pero nunca entré.

En ese preciso instante escucharon un ruido dentro de la puerta, y al siguiente acto, la misma se abrió. Un hombre con barba y una nariz picudas salió de adentro. Leo se sorprendió al verlo, ¿Acaso era otra colmena de las doce que había repartidas por la zona? Le daba curiosidad saber más acerca de lo que había dentro, o si acaso saber acerca de los insumos que necesitaban. El hombre cerró con llave la puerta metálica nuevamente, y volteó a ver al trío.

—Hola —dijo el hombre—; ¿Quiénes son ustedes?

Leo parecía anonadado, tanto Sergio como Melanie se veían pálidos de la sorpresa.

—Somos parte de la colmena dentro del café de Marco.

El hombre, al oír eso, cambió su rostro. Una sonrisa se dibujó en su rostro de oreja a oreja, y sus ojos brillaron como el sol en esa mañana.

—¡Los conozco! —exclamó el hombre con cierto entusiasmo— ¿Vienen de parte de Juan? —inquirió.

—Somos un grupo expedicionario en busca de insumos —alegó Leo—. Estamos en busca de cosas que nos ayuden a sobrevivir. ¿Acaso ustedes tienen algo ahí dentro que les sobre y podamos usar?

—Hoy en día no creo que a ninguna colmena le sobre nada —dijo el hombre—. También soy parte de un grupo expedicionario, así que estoy en busca de recursos. ¿Qué les parece investigar por allá al fondo? —agregó, señalando una calle tras el parque que se hallaba frente a ellos—. Allá, a unas calles, hay un Coto; creo que podemos ir a averiguar si hay algo de utilidad en ese supermercado, después de todo, no creo que en esta situación alguien nos diga algo si sacamos cosas de allá.

—Me parece que la gente ahora mismo tiene problemas mejores de los que preocuparse que de eso —contestó Leo de forma algo sarcástica, observando hacia los lados para asegurarse de que ningún bicho estaba al acecho... 

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