#45 Home

SANGI¡!
family ────── san está obsesionado con su princesa mingki, por lo que hará todo lo que él le pida, y lo que no, también.

🚨 ָ࣪ advertencias: secuestro, violencia, abuso explícito, uso de sustancias ilícitas, síndrome de Estocolmo, romantización de hechos violentos.

Song Mingi era el hijo mayor de una familia prestigiosa, por lo que el día de su desaparición, el pueblo entero participó en su búsqueda. Pocos meses después, las esperanzas de encontrarlo con vida eran bajísimas. Él era un chico tranquilo, amable, algo distraído y muy juguetón con sus amigos, por lo que su ausencia fue impactante para la sociedad.

Algunas personas avistaron un auto negro estacionado cerca de la estancia Song unos días antes de su desaparición, pero nadie pudo especificar el modelo del mismo o divisar al presunto sospechoso.

Dieciocho meses después, un oficial de la policía encontró ropa ensangrentada que correspondía con el ADN de Mingi en un desagüe, por lo que la familia desistió de su búsqueda y se mudó al extranjero. El caso por desaparición pasó a ser uno de homicidio, y el departamento de homicidios de la ciudad no se detuvo jamás.

Choi San había sido cuidadoso, se había llevado a Mingi el dieciséis de enero a las tres y media de la madrugada, cuando una fuerte tormenta había hecho que el muchacho se despertara para atender a su mascota asustada por los truenos.

Las primeras semanas de cautiverio, Mingi había estado encerrado en un cuarto oscuro donde sólo recibía dos comidas diarias y no tenía ningún tipo de contacto con su secuestrador. No sabía dónde estaba, ni cuánto tiempo seguiría con vida.

No fue hasta la quinta semana, que Choi San se presentó como su novio y comenzó a cuidarlo como si se trarara de un paciente infantil en estado terminal. La habitación comenzó a iluminarse de apoco y ser decorada de rosa y dorado, se instaló una televisión, una ventana falsa, una pequeña nevera con postres, y todo lo que Mingi le pidiera, San se lo daba.

Todas sus películas favoritas, ropa bonita, medicinas, comida deliciosa, San le daba todo. Excepto libertad, la primera vez que Mingi mencionó aquello, fue azotado hasta perder la consciencia y jamás volvió a tocar el tema. Decir cosas que podrían ofender a San de alguna manera tampoco era viable, por lo que Mingi fue amaestrado hasta que sólo decía y hacía lo que San quería.

Poco a poco, Mingi pudo empatizar con San mejor de lo que hubiera imaginado. Eran amigos, y hasta más que eso. San lo amaba, lo cuidaba. Mingi comenzó a quererlo también, a sentir que San era indispensable.

Mingi no necesitaba a nadie más, así como nadie lo necesitaba a él. San se lo hizo entender. Le hizo ver que su familia se había olvidado de él, que nadie lo buscaba, ahora le pertenecía a San y San era la única persona que lo amaba.

Pasaron muchos años, donde fueron sólo ellos dos, en un sótano pintado de rosa y disfraces de princesas.

―Llegaste ―susurró Mingi viendo a San ingresar a la habitación.

―Buenas tardes, bebé.

San se acercó a su princesa y besó su nariz, tomándolo del mentón.

―¿Por qué no juntaste tus cosas, corazón? ―preguntó San al ver los juguetes esparcidos por el suelo.

San odiaba el desorden.

―Iba a hacerlo ―dijo Mingi rápidamente, abrazando a su peluche de oso―. Pero Ppoppo me distrajo, comenzó a contarme una historia y... me olvidé...

San observó al afelpado y asintió, incapaz de enojarse con su bebé el día de hoy.

―Está bien ―canturreó tranquilo, agachándose para comenzar a juntar peluches y bloques―. Te ayudaré a hacerlo. Ven aquí, princesa.

Mingi obedientemente se levantó de su cama y se acercó a San, planchando su vestido de Cenicienta con una de sus manos mientras aún cargaba a Ppoppo.

San acercó la caja del tesoro, abriéndola, para poder meter todos los juguetes de Mingi dentro, viendo cómo este con sus manitos temblorosas trataba de abarcar la mayor cantidad de juguetes posibles, inquieto ante la idea de molestar a San.

―Hoy nos mudaremos a la granja, así que no debes olvidar nada. ¿Me entiendes? ―dijo con autoridad.

Mingi asintió sin levantar la cabeza y se sentó en el suelo una vez que acabó de guardar todo. Miró a San y sonrió mostrando sus prolijos dientes.

San no estaba del todo seguro acerca de cómo, pero Mingi había adoptado esta actitud luego de que lo golpeó en la cabeza cinco veces con una lámpara. Mingi había tratado de huir y San no pudo resistir la idea de que se alejara de su lado, por lo que en un acto impulsivo y de cólera, casi asesinó a su pequeño bebé. De no ser porque San había sido un gran doctor (ahora sin licencia), quizás Mingi hubiera muerto.

Mingi se había hecho más cariñoso y receptivo luego de aquello, sin embargo. Y San no volvió a golpearlo nunca más.

―Guardé todo. ―Mingi sentó a Ppoppo delante se él.

―Ya vi, corazón. Lo hiciste muy bien. ―San peinó el cabello de Mingi con sus manos, sonriendo, dejó un beso más profundo en los labios gruesos y se hincó hacia él.

―¿Podemos tener mascotas en la granja? ―preguntó Mingi entre besos más cortos―. Quiero pecesitos, gatitos, tortuguitas, una gallinita, un gansito... También quiero un cerdito. ―Contó usando sus dedos de su mano libre.

San hizo una anotación mental acerca de todas las mascotas que su princesa quería.

―Sannie hará todo lo que pueda ―susurró el mayor.

San haría todo lo que pudiera para que su relación funcionara. A veces incluso se preguntaba si amaba lo suficiente a Mingi como para dejarlo ir, pero la sola idea de que este ya no estuviera en casa esperándolo, le rompía el corazón. Mingi había cambiado, ya no era el mismo chico de antes, ya no era apto para vivir en la sociedad como una persona normal. Había corrompido y destrozado a Mingi por completo, tanto que ya no servía sin San.

San lo había configurado para él. Mingi obedecía y San no lo lastimaba, así era como funcionaba.

―Pero sabes que deberé pedir algo a cambio, ¿verdad? ―preguntó San en tono ronco, chupando la piel del cuello de Mingi con lentitud, escuchando sus gemidos bajitos.

―¿Qué va a pedir? ―ladeó la cabeza haciéndose el desentendido.

―¿Qué es lo que papi Sannie quiere siempre? ―preguntó alzando una ceja, acomodándose entre las piernas de Mingi.

Después de ocho años de encierro, Mingi ya no era capaz de sentir atracción sexual, por lo que era difícil para él excitarse. San había abusado tanto de él que Mingi había dejado de sentir, bloqueándose por completo.

―No quiero estar solo ―susurró Mingi en una queja, torciendo los labios tratando de hacerle entender al mayor cuánto necesitaba alguna mascota―. Sannie siempre se va en la mañana y me aburro. Ppoppo siempre cuenta las mismas historias, Ppoppo es tonto.

San torció el gesto con una mirada de molestia.

―No quieres que me enfade contigo, Mingi. ―San masajeó los glúteos de Mingi y rodeó su propia cintura con las piernas ajenas, alzando el vestido celeste hasta su ombligo.

El abdomen plano de Mingi era delicado, aunque estaba lleno de cicatrices. San las acarició, siempre arrepentido de haberlas hecho.

―Está bien, Mingki acepta. ―La voz del menor tembló, reteniendo la respiración cuando las manos suaves de San comenzaron a acariciar su vientre.

Todo era más fácil cuando Mingi cedía, San no tenía que amordarzarlo, lastimarlo, ni darle éxtasis.

San sonrió y comenzó a besar la mandíbula de Mingi, bajando por su cuello, masajeando sus pechos y su vientre con suavidad. Las manos callosas de San eran más suaves cuando Mingi hacía lo que él quería.

―¿Cuáles son los principios básicos de nuestra relación, princesa? ―Inquirió sobre la piel ajena.

Mingi abrió los ojos y miró las orbes oscuras de San.

―Reciprocidad... Comunicación... ―Mingi comenzó a enumerar, desviando la vista hacia el techo cuando se sintió despojado de su vestido.

―Tú me das, y yo te doy. Así es como funciona esto, Min. Creí que ya lo tenías claro. ―San se separó unos centímetros de Mingi y observó su cuerpo desnudo con adoración―. No me gusta lastimarte, bebé. Sufro cuando lo hago, ¿hace cuánto que no te lastimo? Te has portado muy bien. No hagas que las cosas cambien ahora.

Mingi asintió varias veces y sonrió, emocionado porque San tenía razón. Su relación había mejorado desde que había aceptado que no había nada más allá afuera esperando por él, sólo tenía a San y así sería hasta que muriera. Solo San y él.

―Yo amo a Sannie ―susurró Mingi, acariciando la mejilla contraria.

Mingi no tenía fuerza, sus huesos eran tan débiles que no podría defenderse contra San aunque este fuera más pequeño que él. San solía inyectarle un suero cada semana que provocaba que estuviera adormecido, pero Mingi se sentía bien, tan liviano.

―Y yo amo a la princesa Mingki ―susurró San besando sus labios, al mismo tiempo que separaba sus piernas.

Esa misma noche partieron hacia la granja, siendo esta la primera vez en casi una década que Mingi pasaba tanto tiempo fuera. Ver las estrellas había sido como si apenas recordara lo inmenso que era el mundo, y cuán pequeño le hacía sentir. Cuán insignificante era su existencia, y al mismo tiempo, cuán importante era para San.

Permaneció callado todo el trayecto, abrazando a Ppoppo con miedo a la oscuridad, la camioneta se movía de lado a lado debido al desnivel en el camino, lo cual no le permitía dormir agusto.

Cuando llegaron a dicha granja, la que sería su casa de ahora en más, ya había amanecido. Estaba apartada de todo, rodeada por un muro de alta tensión, del que Mingi ya había sido advertido. Se perdió en la inmensidad de la casa y esperó a que San bajara primero para que él pudiera hacerlo.

San bajó, abrió la puerta para Mingi y le sacó las esposas para que pudiera bajar. El más alto sujetó con fuerza a Ppoppo, San le tomó por la cintura para ayudarle a caminar hasta la silla de ruedas y ambos ingresaron a la casa.

―¿Te gusta? ―preguntó San con emoción, una vez que ambos estaban sentados en la mesa.

―Me gusta mucho ―susurró Mingi, bostezando―. Aunque hace algo de frío, Sannie. Deberías dormir conmigo.

San sonrió aún más grande y asintió.

―Apenas encendí la caldera, hasta que toda la casa se caliente tomará algo de tiempo.

―Mmm ―asintió, bostezando de nuevo―. ¿Para qué es esto, Sannie? ―Mingi levantó su muñeca donde un brazalete brillaba.

San miró el brazalete, temeroso de que este le causara mucho dolor a su bebé. Pero no quería arriesgarse a que Mingi se fuera.

―Si te alejas demasiado de mí, esa cosa te hará daño y me avisará dónde te encuentras. Y si te acercas mucho a las limitaciones de la casa, la descarga eléctrica causará que te desmayes. ―Explicó San, acariciando la mano de Mingi―. No quiero que te haga daño, así que no hagas eso.

Mingi asintió nuevamente, mirando aquel brazalete. Solo San podía quitárselo, así que le restó importancia. Usarlo significaba que definitivamente podía salir de la casa cuando quisiera, ya no habría más encierro total, y esa era la mejor noticia que Mingi hubiera recibido.

Luego de la cena, Mingi y San se dirigieron a la habitación para poder descansar. El más alto sujetó a Ppoppo de un lado de la cama y San le abrazó del otro lado, apretándolo contra su cuerpo.
Mingi no pudo dormir enseguida, se encontraba demasiado emocionado viendo hacia la ventana, donde se podían ver las estrellas y la luna; sintió el agarre de San hacerse más fuerte en su cintura y pegó un saltito.

Al día siguiente de la primera noche, San le prometió que podían salir a recorrer la granja por la tarde.

―¿Te gustó el almuerzo? ―preguntó besando la mano de su princesa.

―Sí, me gusta la carne con patatas ―murmuró Mingi dando saltitos, sus huesos más fuertes desde que vivían allí.

―Comerás carne todos los fines de semana si te portas bien.

Mingi asintió, deteniéndose en un pequeño estanque.

―¿Hay pecesitos? ―inquirió arrastrando a San hasta allí para poder mirar.

―Probablemente no. Pero Sannie te prometió que te lo daría todo, sólo espera un poco.

Mingi dio otro saltito de emoción y besó la mejilla de San, ocasionando que este sonriera y apretara la mano ajena con cariño.

Mingi y San vivieron por dos años más en ese lugar.

Era el cumpleaños número veintinueve de Mingi, llevaba diez años y seis meses viviendo bajo el control de San. Desde que se habían mudado a la granja, Mingi se sentía mejor anímicamente. San no le inyectaba tantas drogas porque la casa le hacía sentir más seguro acerca de dónde estaba el menor todo el tiempo, además, temía que Mingi enfermara en algún momento por el abuso de estas.

Mingi se colocó su corona de princesa y se sentó en la mesa abrazando a Ppoppo, enfrente del pastel que San había hecho para él.

San prendió las velas y cantó la canción de feliz cumpleaños, alentándolo a que pidiera un deseo.

―Vamos, bebé, ¡pide un deseo!

Mingi asintió y cerró los ojos, con una sonrisa en sus gruesos labios.

―Mingki quiere tener un bebé ―susurró bajito, soplando la llama.

San parpadeó confundido y cruzó sus brazos sin comprender, aunque claramente oyó el deseo del menor. Cuando Mingi volvió a abrir los ojos, San sonrió y se sentó en la silla junto a él para poder cortar el pastel.

―Te daré un trozo generoso ―canturreó San, sirviéndole al menor.

―Gracias, Sannie ―murmuró emocionado, haciendo un puchero para que el mayor le diera un beso.

―Tu deseo de cumpleaños... ―comenzó San, abanicando su plato con el tenedor en un gesto de duda―. ¿Quieres tener un bebé? ¿Uno real, de carne y hueso?

Mingi apoyó el mentón en la cabeza de Ppoppo y terminó de masticar, antes de poder hablar.

―Sí ―alargó achicando los ojos―. Un bebé de Sannie y Mingki...

―Pero, ¿no te basta con Ppoppo? Ambos toman el biberón todavía.

San no sabía qué decir al respecto. Un niño sería la cosa más problemática del mundo, y tampoco es como si pudiera ir y adoptar uno debido a sus antecedentes penales, Mingi tampoco era el más apto para ello. Sin mencionar que estaba aquí en contra de su voluntad, su capacidad mental no le hacía competente para cuidar de alguien más, mucho menos un bebé.

―Pero Ppoppo no es real ―dijo frunciendo las cejas, dejando ver un pequeño berrinche―. Ppoppo es de algodón.

San abrió los ojos con sorpresa.

―Estás viendo demasiada televisión. ¿Quieres que vuelva a censurar tus películas? ―preguntó San con molestia―. No podemos tener una familia, Mingi. ¿Qué te hace pensar que eso es viable para nosotros?

Mingi tembló sintiendo terror al ver que el mayor se levantó de su silla. Hace mucho que San no le gritaba.

―S... S... Sería más... Sería más feliz... ―tartamudeó Mingi, abrazando a su peluche mientras agachaba la cabeza―. No me pegues, por favor...

San chasqueó la lengua y apretó sus puños, golpeándolos contra la mesa.

―No te quiero lastimar, bebé ―murmuró tratando de calmarse―. No te voy a pegar...

Estiró la mano y acarició el cabello del menor, dando suaves toques.

―Lo pensaré, ¿está bien? No es un no. Pensaré cómo tener un bebé.

San quería complacer a Mingi en todo lo que pudiera.

―Pero tendrás que ser el niño más bueno que jamás has sido.

Mingi asintió varias veces, sonriendo. Sus labios todavía temblaban.

San lavó la loza y se dirigió a la habitación donde ya se hallaba el menor, jugando con su gatito. Había pensado en cómo conseguir un niño, y la opción más fácil era encontrar a una mujer.

San no podía ir al pueblo y ligar con alguien a la espera de formar una relación, no le gustaba llamar la atención. Debía encontrar a una mujer fértil o bien, a una embarazada.

―Mañana te traeré unos libros.

Mingi miró la repisa llena de libros y frunció el ceño.

―Libros para papás primerizos.

Mingi abrió la boca en grande y se abalanzó sobre San, llenando su cara de besos.

Para la mañana siguiente, San ya había pensado en cómo obtener un niño, y cómo matarlo cuando este creciera.

⸼𖧧 ָ࣪ mié., 06 de Enero 2021

Primera parte, like para parte dos 💝

¿Les gusta? Me tuve que abstener un poco, no quería hacerlo tan turbio. Aunque sí es muy fuerte... ah

Primera actualización del 2021🥺👏

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