Capítulo 10

Adele abrió lentamente sus ojos. Su cerebro no empezó a procesar la situación hasta que estuvo completamente erguida sobre la silla. Adormilada examinó todo a su alrededor, buscando con la vista a Shanks, pero el pirata ya no estaba presente.

Se había quedado dormida sobre un libro la noche anterior, mientras le daba clases al pelirrojo. Posiblemente en algún momento que él estuviera repasando las notas que le había hecho, Adele había reclinado su cabeza sobre la mesa y ahí mismo había perecido.

La protagonista se talló dulcemente los ojos y suspiró. Solo en ese instante se percató que tenía sobre sus hombros la capa de Shanks. Tan cálida. La noche había pasado bastante frío debido a sus cabellos mojados por la tormenta —que no tuvieron el suficiente tiempo para secarse hasta esa mañana—, posiblemente el pelirrojo se había fijado en eso.

Adele apretó la tela entre sus manos y por alguna razón su corazón se agitó ligeramente. Solo de imaginarse a Shanks colocarla sobre sus hombros con una dulce sonrisa se le ponía el rostro rojo y las orejas calientes.

Se puso en pie bruscamente, negando con la cabeza. Descartaba aquel raro sentimientos para comenzar a caminar hacia el exterior.

Le sacó una sonrisa que, al abrir la puerta, toda la tripulación estuviera con su ánimo habitual. A pesar de haber sido el anterior un día difícil, ellos parecían tan felices y energéticos que los recuerdos de la tormenta se desvanecían lentamente.

Adele comenzaba a acostumbrarse a ese ambiente tan alegre.

El simple hecho de poner un pie fuera de la sala de mapas provocó que la atención de casi todos se volcara sobre ella. El primero en acercarse fue Yassop, dispuesto a felicitarla por sus acciones. Seguido de él vino casi toda la tripulación.

De un momento a otro, la castaña se vio rodeada de sonrisas y alabanzas. Algunos bromeaban entre ellos y se peleaban con empujones por ver quién llegaría a lo joven. Otros parecían preocupados por ella. Los de más atrás gritaban con todas sus fuerzas el nombre de la dama.

Un cálido sentimiento envolvió a Adele, en algún momento dejó de escuchar. Todo pasó lentamente para ella, el tiempo no corría. Solo podía ver aquellas sonrisas agradecidas. Elevó las comisuras de sus labios ligeramente, contagiada. Jamás se había sentido tan bien consigo misma.

Servir bien el té no se compraba con salvar una vida.

De repente llegó Edward, implantando orden. Se apoyó en la cara de dos piratas para impulsarse y llegar donde la protagonista. La ocultó en su espalda y se volteó con dirección a toda la tripulación.

—No atosiguen a mi paciente. Necesita descansar —espetó el médico, cruzándose de brazos mientras le dedicaba una mirada amenazante a cada ser a la redonda.

—Pero... —intetó replicar uno.

Edward le lanzó ágilmente una bota en la dirección de la que provenía la voz.

Tras aquello nadie más fue capaz de hablar. Lentamente se fueron dispersando para regresar a sus tareas, no sin mirar a Adele, algunos no podían dejar de verla ni desde sus puesto de trabajo.

—Gracias, Ed... —dijo ella, tomando la capa de Shanks entre sus manos. Esbozó una sonrisa sincera hacia el doctor.

El aludido se puso rojo como un tomate. De sus oídos escapó aire y, completamente avergonzado, se acomodó los lentes para ocultar los ojos de la chica. Miró al suelo constantemente, sin apartar su mano del rostro, y jugueteó con sus pies.

—¿Ed? —cuestionó, siendo ese tierno apodo la razón de su reacción.

—¿No te gusta? —preguntó Adele, como si nada, sin ser capaz de ver en el estado en el que había sumergido al pobre hombre. Era demasiado inocente.

—Claro que me gusta, es solo que...

Adele lo escuchaba con una sonrisa, esperando su respuesta, hasta que pudo ver por encima del hombro del médico a Shanks. Esto captó por completo su atención y, en algún momento, dejó de oír los balbuceos de Edward.

—Lo siento, Ed. ¿Podemos hablar más tarde? —inquirió, completamente hechizada por la figura del pelirrojo mirando al mar.

Adele no escuchó la respuesta de Edward ni se quedó para hacerlo. Le colocó una mano sobre el hombro, mientras que con la otra sostenía la capa de Shanks, y pasó por su lado, con una sonrisa. A medida que sus pasos la iban acercando al capitán, su sonrisa se iba ensanchando.

Edward la observó con el ceño fruncido. Bastante extrañado por la actitud de la dama.

La protagonista detuvo su paso a excesos centímetros de Shanks, mirando su espalda. Por alguna razón tuvo la necesidad de acomodarse los cabellos, pero no pudo hacerlo antes de que él se volteara.

—Así que viniste tú sola —comentó, recargándose sobre el barandal con su codo. Alzó una ceja con una sonrisa—. Hoy sí no te librarás.

Adele comprendió rápidamente a qué se refería, eso logro espantar su expresión de felicidad. Había tenido suerte el día anterior, pero posiblemente Shanks no pensaba tener piedad con ella hoy.

—Esto... —susurró la castaña, mirando la capa en sus manos. Se mordió el labio inferior y la extendió con dirección al capitán—. Muchas gracias.

Shanks se acomodó recto, tomó su capa y se la colocó con facilidad pese a solo tener una sola mano.

Adele guardó silencio observándolo. Supo, por un gesto con la barbilla que le había hecho el pelirrojo que él deseaba que lo siguiera. Así que, inquieta, hizo lo que se le pidió, hasta que llegaron a la proa. Tragó en seco al verlo sacar su espada de la baina y extendérsela.

—¿Qué se supone que debo hacer? —inquiriró esperanzada de optener una respuesta distinta a la que pensaba.

—Estoy bastante seguro de que lo sabes —dijo juguetón el hombre, sarandeando la espada.

Adele dejó escapar un sonoro suspiro. Completamente resignada tomó el arma entre sus diminutas manos y se aferró a ella. Pese a verse liviana, la espada de Shanks era algo para respetar, bueno, todas las espadas en realidad lo eran.

Shanks se llevó una mano a la barbilla, examinando la posición de su discípula. Adele parecía emplear mucha fuerza en tratar de mantener la espada en el aire.

—Tal vez la espada sea demasiado pesada para tí —lanzó al aire el capitán, arrebatándole el arma.

La joven pestañeó consecutivas veces, todavía con las manos juntas, cómo si tuviera la espada entre ellas. Rápidamente se acomodó e inclinó su rostro en forma de duda a las afirmaciones hechas por el pirata.

—Eres muy débil, tal vez la espada sea demasiado para tí —explicó Shanks, guardando lenta y profesionalmente el arma en la baina. El filo provocó un sonido satisfactorio. Al terminar alzó la vista con dirección a Adele y ensanchó su sonrisa.

La joven vislumbraba a Shanks agacharse y rebuscar algo en una de sus botas. La sorprendió ver cómo sacaba una pequeña y elegante daga. Comenzaba a entender a qué se refería el pelirrojo con todo ese discurso.

Se le cortó la respiración al sentir como Shanks se acomodaba detrás de ella. Trató de contener los latidos de su agitado corazón, pero jamás había estado tan cerca de un hombre, no de esa manera.

El pirata se llevó la daga a la boca para sostenerla con sus dientes. Con su mano, guio los brazos de Adele hacia el lugar perfecto para la posición que se debe emplear cuando se usa ese tipo de arma. Usando uno de sus pies, le dio pequeños empujones a las piernas de la chica para que quedaran abiertas. Luego le colocó la daga entre las manos y comenzó a moverlas en la dirección del viento.

—Esto es más ligero y fácil de controlar —comenzó, cerca del oído de la chica.

Adele sintió el cálido aliento de Shanks contra su piel y se erizó por completo. Supo que su rostro ardía y agradecía eternamente que el hombre estuviera en sus espalda para que no pudiera verla.

—Lo más importante es que seas amiga de tu arma —comentó, tratando de contener las risas. Podía sentir lo temblorosa y nerviosa que estaba Adele con solo tocarla.

—¿Amiga de mi arma?

—Sí —contestó Shanks, dándole la vuelta para quedar al frente nuevamente—. Tú y la espada no son amigas, no combinan. Es un arma muy llamativa y grande para tí. Esta daga es perfecta.

La joven protagonista miró el objeto entre sus manos con determinación. ¿Sería muy raro que ella comenzara a entender a qué se refería Shanks?

—Estoy lista —dijo, con los ojos brillando como dos faros.

Akagami estaba tomando clases para aprender a leer y escribir. Él estaba impulsando sus límites. Ella sería igual. Si podía aprender a defenderse para no ser una carga sería perfecto. Quería que Shanks pudiera darse la vuelta confiando en que estaría bien.

—Entonces atácame —ordenó el capitán, esbozando una sonrisa de lado mientras se llevaba su mano a la cintura.

—¿Y tú espada? —preguntó con el ceño fruncido Adele, sin comprender con exactitud por qué la había embainado.

—Hoy haremos algo diferente —resumió él, despreocupado. Lo sorprendió bastante ver la expresión de negación que hizo la castaña—. ¿Qué sucede?

—No pienso atacarte si no tienes un arma para cubrirte —tajó ella, erguiéndose. Había abandonado su posición de batalla, esa que había adoptado con la ayuda de Shanks.

—No vas a herirme, puedes estar tranquila —sinceró el pelirrojo, tratando de llevarlo a alguna especie de broma con una sonrisa.

—Me niego —siseó Adele, apartando la vista.

—Adele...

Iba a amenazarla con el tema de la comida, cómo había hecho hacía dos días cuando todavía estaban en tierra firme. Ella fue capaz de leer eso.

—Prefiero morir de hambre antes que hacerte daño —escupió, sin procesar sus palabras.

Automáticamente se llevó una mano a la boca y abrió sus ojos de par en par. No había sido una mentira, y precisamente por eso lo había dicho. Ella adoraba decir la verdad, tanto que a veces se le iba de las manos.

Tenía miedo de que eso se convirtiera en alguna especie de burla por parte de Shanks, quien solía tomar todo lo que salía de la boca de la dama como algo jocoso.

En cambio, vislumbró como el capitán dibujaba una sonrisa sincera tras escuchar aquello, sin matices de bromas o futuros comentarios burlescos.

—Atácame, no vas a tocarme. Todavía eres muy inexperta. No voy a usar mi arma porque parte de lo que quiero enseñarte hoy es la importancia de los reflejos —explicó, descansando su mano sobre su espada.

Adele se mordió el labio. Confiaba en las palabras de Shanks, él nunca le había mentido y, sinceramente tenía total y absoluta razón. Ella jamás podría llegar a darle un golpe, lo había logrado la última vez solo usando una jugada que él no se esperaba.

—¿Estás seguro?

—¿Sabes qué son los reflejos? —cuestionó en respuesta el pelirrojo.

—Por supuesto que sé. Es parte de lo que te hace infinitamente superior a mí. Siempre sabes por dónde irá mi estocada, y no es que puedas ver el futuro. Es que exprimes tus reflejos al máximo haciendo que parezca que de verdad ves el futuro —respondió Adele, segura de sí misma, sin vacilar un instante.

Shanks giró ligeramente su rostro, con una ceja alzada y una sonrisa de lado. Sabía que ella era inteligente, pero lograba sorprenderlo de mil maneras positivas. Pocas personas en el mundo había sabido ver a través de la verdad de su estilo de combate, y para ello habían requerido de mucho tiempo en batalla juntos. Era la primera vez que alguien desnudaba sus técnicas de forma tan sublime, certera y rápida.

Nunca pensó que existía alguien así, y mucho menos que ese alguien sería una mujer.

—¿Qué? —inquirió ella, encogiéndose ligeramente por la intensa mirada del pelirrojo sobre ella. Esbozó una sonrisa tímida y sintió sus mejillas sonrojarse nuevamente.

—Nada  —dijo, dando un paso al frente. Él, a diferencia de Adele, si era mentiroso—. Sí, exactamente eso son los reflejos. En tan solo un segundo trazo todas las posibles trayectorias de tus movimientos y los esquivo.

—Entonces debo ser menos predecible —concluyó por sí sola la protagonista, en voz baja. De repente todo su cuerpo sintió un exceso de adrenalina y la inminente necesidad de poner eso a prueba.

Shanks sonrió viendo el entusiasmo que había adoptado de repente Adele y cerró sus ojos, esperando que ella comenzara a atacar.

Entonces comenzó la clase de defensa del día. Solo terminaría hasta que Adele pudiera sorprender de algún modo a Shanks o, lograra esquivar cuando él intervenía para quitarle la daga. Cualquiera de las dos opciones la coronaría cómo ganadora y sería liberada.

Para mala suerte de la dama, estaba entrenando con el hombre más buscado de los siete mares. Hacer o, estar mínimamente cerca de lograr alguna de las condiciones, era increíblemente difícil. Injusto por dónde se viera, pero ella sabía que discutir al respecto solo era perdida de tiempo.

Shanks le había dicho que debía sacarse la palabra imposible de la boca.

Estuvieron alrededor de tres horas. De vez en cuando fluía algún que otro comentario brulezco por parte del pelirrojo, otras veces se tornaba serio para darle algún que otro consejo. Tampoco era un monstruo. Estaba ahí para ayudarla.

Adele en cambio no decía ni una palabra, estaba total y absolutamente absorta en la situación que requería todos sus esfuerzos. Había decidido no rendirse, porque pensar en cosas negativas y en un paisaje donde no estuviera pasando eso también era una perdida de tiempo.

De un momento a otro, la chica intentó lanzar una estocada. Estaba tan centrada en la daga que olvidó su situación física. Su largo vestido que casi arrastraba en el piso, hizo que las telas se enrollaran en su pie dominante y la llevó a tropezar.

Ni siquiera tuvo tiempo de pensar que se estrallaría en el suelo cuando ya había caído contra el pecho de Shanks, quien estaba frente a ella. Si hubiera sido un ataque el pirata lo hubiera esquivado, pero esperó por Adele.

La chica se apoyó en el pecho de Shanks, todavía con la daga en la mano. Al ver que era casi como un mástil, alzó la vista. Él estaba sonriendo divertido, mirando la mano cerrada como puño de Adele que sostenía el arma.

—¿Intentas atraparme de nuevo con el mismo truco?

Pese a que pudiera pensar eso, Shanks no se había movido ni la dejó caer al suelo. Edward tenía razón, él no era esa especie de hombre. Eso provocó que Adele tuviera que tragar en seco, temerosa de que él pelirrojo pudiera llegar a escuchar sus latidos.

En silencio y con una sonrisa en el rostro, Shanks tomó con la punta de sus dedos por el extremo superior a la daga. Lentamente, y sin dejar de observar a Adele —que hacía exactamente lo mismo sin decir una palabra—la llevó hacia el lado y la dejó caer a la cubierta. Luego envolvió la cintura de la protagonista con su fuerte y cálida mano, acercándola más a sí.

Adele quería hablar, pero no le salían las palabras. Estaba perdida en aquella profunda y grisácea mirada que parecía escarparle el alma.

—Shanks necesito que me prestes a... —las voz de Nicolás se fue debilitando a medida que fue subiendo las escaleras y se fue acercando a la pareja. Ya completamente cerca frunció el ceño y se cruzó de brazos—... Adele.

Lo último provocó que la aludida se separara bruscamente y recogiera su daga del suelo, solo para darle la espalda a Shanks. El capitán miró a su navegante con una sonrisa, bastante divertido por la exagerada respuesta de Adele a que los hayan encontrado así. Las dama de alta sociedad tenían los perjuicios muy subidos.

—¿Es total y absolutamente necesario? —cuestionó el pelirrojo, rompiendo el silencio.

—Sabes que no te lo pediría de no ser el caso —respondió Nico, poniendo los ojos en blanco, tan apático cómo siempre.

Tras escuchar aquello, Adele miró a Shanks, buscando su aprobación para abandonar la cárcel. Dejó escapar un pequeño jadeo de felicidad cuando él asintió con los ojos en el cielo.

Se apresuró en abandonar el lugar e ir casi que corriendo hacia la sala de mapas. A Nicolás le costó seguirle el paso, pero al llegar la encontró peinándose una y otra vez el mismo mechón de cabello mientras miraba la daga que había colocado previamente sobre la mesa.

—Necesito que me ayudes a medir distancias —dijo Nico, luego de un carraspido para llamar la atención de la chica—. Voy a por los mapas, tú por los materiales.

Adele siguió las indicaciones a la perfección. Primeramente recogió su daga y la colocó sobre una de las sillas que estaban acomodadas en la esquina de la habitación, porque a esa hora del día, en la mesa, solo estorbaban. Minutos más tarde estaba regresando con el compás, el lápiz, el sextante y la brújula.

Los colocó en una esquina y ayudó a Nicolás a abrir el gran mapa sobre la madera. Con sus manos fue aplanando la hoja, buscando que quedara un poco mejor.

Su amigo la observó en todo momento, sin hacer nada. Entonces no pudo contenerse más.

—Adele, ¿estás ligando con el capitán? —preguntó, apoyándose sobre la mesa. Revisó los utensilios que había traído ella mientras esperaba una respuesta.

—¿Ligando?

Nicolás no podía creer que hasta ahí llegara la inocencia.

—Coqueteando —corrigió. Chasqueó la lengua al ver que faltaba un lugar donde anotar.

—¿Coqueteando? —inquirió nuevamente la protagonista, llevando un dedo a su mejilla mientras se mostraba pensativa. No comprendía a dónde quería llegar Nicolás.

—Joder... —farfulló el navegante, incorporándose. Si quería que ella entendiera debía hablar en su idioma—. Que si están cortejando.

—¡Oh! —exclamó Adele con una sonrisa, al fin estaba al tanto del asunto. Espera, ella había entendido. De repente sintió los mismos nervios y se mordió el labio inferior—. Oh. Por supuesto que no. Solo me está dando clases.

Nicolás dejó escapar una sonora y falsa carcajada que resonó por toda la sala.

—Ustedes podrán engañar a toda la tripulación, pero yo... —le sonrió antes de darse la vuelta—. Yo tengo estudios.

Adele vio alejarse a Nicolás. No entendía por qué decía esas cosas. Había sido cortejada por millones de hombres, y ninguno de ellos hacía algo remotamente parecido a lo de Shanks.

Él era distinto. Eso no podía ser un cortejo.

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Adele concluyó su visita con Edward. Estaba bajo constantes revisiones hasta que sus manos volvieran a ser lo que algún día fueron, según las órdenes del médico. Después de darle clases a la tripulación, se fue a su camarote a tomar un baño y prepararse para sus lesiones privadas.

Al abrir lentamente la puerta del lugar, pudo divisar a Shanks, sentado en el mismo lugar de siempre. Esta vez, en lugar de dormir o jugar con su espada, se encontraba leyendo —o al menos tratando—. Su mirada estaba volcada sobre el libro que sostenía en su única mano.

Adele se quedó estática analizando aquello. Se juró a sí misma que debía tallar esa imagen en su mente para nunca borrarla. Veinticuatro horas antes, Shanks no soportaba la idea de dejar que la chica le enseñara, ahora hasta ponía de su parte. ¿Tendría eso algo que ver con que ella también comenzaba a tomar las lesiones de defensa de otra manera?

—Estoy comenzando a pensar que te gusta quedarte mirándome —dijo de repente el pelirrojo, rompiendo el silencio. Solo apartó la vista del libro cuando sintió dar un respingo a la joven y ya no pudo contener una carcajada.

—¡Lo siento mucho! —Adele hizo una reverencia en forma de disculpas. Se le había enseñado que una dama con su posición social solo debía asumir esa reverencia cuando fuera necesario.

—Sigues sin negarlo —comentó al aire Shanks, colocado el libro sobre la mesa y apoyando su mano en este.

—Es que estaba muy feliz —sinceró Adele, retomando su postura. Se acercó lentamente a su lugar, silla que ya el pelirrojo había colocado. Esbozó una sonrisa mientras desplazaba su mano por el espaldar y la sacaba para poder tomar asiento—. Me pareció una escena digna de contemplar la atención que le prestabas al libro. Muestra que tienes interés.

—Interés sí tengo —dijo él, pero no se refería a lo que ella pensaba.

Adele no entendió el doble sentido y fue feliz creyendo que sí estaba hablando de la lectura. Emocionada, arrastró el libro hasta el medio de ambos y observó la página.

Esta vez fue el turno de la joven de dar lo mejor de sí para hacer que sus enseñanzas llegaran de la forma más ascequible y fácil hacia su alumno. Intentaba darle trucos para que se aprendiera de memoria el alfabeto. Lo ayudaba a formar las palabras.

Sabía que le quedaba un largo camino que recorrer por delante, al igual que a Shanks con ella. Pero iban paso a paso y eso estaba bien. Lentamente se ayudarían a superar sus debilidades

Esa misma noche, Adele acomodó una vela cerca de Shanks antes de irse. El hombre no había notado que estaba leyendo y repasando casi que en la oscuridad hasta que esa tenue llama se manifestó.

Shanks alzó su vista y la encontró sonriéndole sincera.

—Te será mejor con esto —dijo ella, incorporándose para abandonar la sala. Se le escapó un bostezo que escondió con una de sus manos—. Leer sin la luz de las velas podría ser malo para la vista.

Shanks observó a la chica comenzar a caminar rumbo a la puerta y, justo cuando la había abierto, le lanzó su capa a la cabeza.

Adele se quitó la tela desconcertada y miró con dirección al causante de aquello.

—Tómala, allá afuera debe hacer frío. Me la devuelves mañana.

Justo como hoy.

La protagonista miró la capa y se abrazó a ella, comprobando que mantenía su calor. Solo entonces esbozó una sonrisa y se la dedicó al dueño.

—Buenas noches.

Tras aquella despedida, Adele abandonó por completo la sala, dejando a Shanks sumbido en su lectura.

Él tenía su libro y ella tenía su capa.

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Palabras del autor:

Holis. Deben perdonar mis faltas en exceso en este cap. Está escrito y corregido con un sueño que no les pues explicar.

Hubo una referencia al haki de visión. ¿La notaron? :D

Si te está gustando la historia vota y comenta para que llegue a más personitas

Len comiendo palomitas (⁠~⁠ ̄⁠³⁠ ̄⁠)⁠~🍿

Sora.

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