6°- Hermoso
2 semanas después
No conforme con aquella reunión, Samuel había solicitado otra en su casa. Era extraño que se realizarán dos reuniones seguidas a nombre de la misma familia pero el castaño había decidido darle por saco a aquella regla.
Y lo más extraño del caso era que sólo había invitado a jóvenes de su edad, incluído Guillermo.
El padre del último mencionado había accedido sin pedir la mínima opinión del chico, por lo cual, justo ahora, el pelinegro se encontraba más que enfadado.
Casi al punto de hacer una rabieta.
—¡No voy a ir, que se cree!— Espetó furioso el pelinegro— No quiero ver a ese asqueroso
—¿Cual asqueroso?— pregunto una voz femenina a sus espaldas y suspiro más tranquilo al saber de quién se trataba
— Martina...
La mujer de mayor edad lo miraba espetante, no es que le gustara meterse en asuntos que no le incumbian pero claramente sabía que el menor estaba huyendo de alguien y eso no podía pasarlo por alto. Había trabajado en aquella casa desde antes de que Guillermo siquiera naciera y cuando la madre de este había fallecido, le había tomado aún más cariño.
—Se que no debería meterme en esto, pero debo decirlo— comenzo — Tu no eres igual a tu padre, tu eres como tú madre. Haz lo correcto y en cuanto puedas huye— el aludido abrió los ojos como platos y sintió su garganta secarse — huye lejos, antes de que sea muy tarde
Le miro por última vez y se fue dejando al chico totalmente desconcertado. ¿A que se refería con antes de que sea tarde? ¿Ella sabía algo que su padre le había ocultado? ¿Ella podía hablarle sobre su madre?
Quería preguntarle tantas cosas pero no era capaz de moverse ni un apice, quería, quería sólo escapar pero sentía que ya era demasiado tarde. Estaba atrapado en aquella vida condenada a la miseria.
Hizo un puchero y camino hacia su habitación, una vez allí corrió a su cama y se dejó caer sobre ella boca abajo. Esa tarde, la almohada absorbió todas sus lágrimas y guardo sus sollozos como el secreto mas grande del mundo.
[...]
Los días no habían mejorado en nada para ser sinceros, había intentado hablar con Martina pero ella parecía ignorarlo y cuando finalmente había una oportunidad, su padre llegaba. Comenzaba a desesperarse, tanto que ya poco le importaba a quien preguntarle sobre su madre y el pasado que le habían ocultado. Tal vez podría saber algo el mayordomo, el jardinero o hasta el propio chofer. No sabía a quién recurrir y se sentía cada vez más sólo.
Halo sus cabellos una vez más y suspiro con desesperanza. Hoy era la fiesta con Samuel pero se negaba rotundamente a asistir, había cerrado su puerta con candado y había escondido la llaves. No había manera de sacarlo su habitación.
O eso pensó.
—Hijo, se te hará tarde— La puerta de su habitación comenzó a ser golpeada de manera brutal, casi como si quisieran tirarla de un golpe.
—¡No ire!— Exclamó decidido, camino por su habitación y finalmente se sentó en una silla que mantenía para las visitas— Ah, y agradecería que dejaras mi puerta
—Nada de eso— obtuvo en respuesta junto con otros golpes.
—¡No puedes obligarme! — grito a todo pulmón rojo del enojo
Su padre suspiro enojado y decidió no hacer nada más. De cualquier manera sabía cómo convencerlo sin tantos parloteos.
—Esta bien, pero tu tendrás que explicarle después a Samuel porque no quisiste salir cuando se había tomado la molestia de venir por ti— seguido de ello escucho la silla ser arrastrada y el golpe de algunas cosas cayendo. Tal como lo había supuesto, el menor estaba entrando en desesperación. Sonrio, se apartó de la puerta y decidió esperar en el sillón hasta que el menor bajará por su propia cuenta.
Guillermo había corrido hacia el ventanal de su habitación y al asomarse entre las cortinas lo había comprobado, el auto de Samuel estaba en su patio justo al lado de la fuente. Suspiro y pudo notar que nadie se encontraba dentro del automóvil, no muy seguro abrió la puerta corrediza y salió al balcón.
—Deberían mejorar la seguridad de esta casa— escucho y al mirar al lado derecho lo encontró.
Era Samuel.
—Asqueroso, ¿Como subiste aquí?— pregunto dando un paso hacia atrás, notablemente asustado.
—Woow, me pusiste un apodo— espeto el mayor colocando su mano en el mentón— Aunque creo que me quedaría algo más como guapo, mi vida, o ¿Que te parece papi?
El chico pelinegro rodó los ojos y suspiro, al menos sabía que Samuel siempre era así.
—¿A que has venido, idiota? — pregunto. El castaño hizo mueca ante el apodo y negó con la cabeza.
—¿No es obvio? Vine por ti, sabía perfectamente que ibas a hacer algo así y que tendría que obligarte.
—No es necesario— se negó— Así que te ordeno que bajes, así como subiste y desaparezcas de mi vida para siempre— término señalando hacia el auto del mayor.
Samuel sonrió divertido, se mordio levemente el labio y volvió a mirar al menor de pies a cabeza, aguantandose la risa.
—¿Cres que le haría caso a alguien que viste con piyama y pantuflas...— alzó la muñeca y revisó la hora en su reloj de mano— a las 2 de la tarde?
Decir que el rostro de Guillermo ardió como los mil infiernos era decir poco. Se sentía avergonzado, era cierto que aveces podía llegar a ser muy descuidado con su aspecto físico pero nunca nadie se lo había hechado en cara y menos un chico tan jodidamente caliente de su edad.
—¿Estas aquí para convencerme o para sacar mis defectos a la luz?— pregunto el pelioscuro a la defensiva.
El contrario sonrió y se comenzó a acercar peligrosamente, el pulso de ambos estaba acelerandose y junto a ellos el espacio se estaba agotando. Sus respiraciones estaban casi al punto de combinarse y ser fácilmente una sola.
—Para mi que vistas en piyama no es ningún defecto— habló el castaño sobre sus labios— Eso te hace más lindo.
La respiración del menor se había detenido y sólo podía temblar ante la cercanía de sus cuerpos. No entendía que sucedía con su él ni que había pasado con su sentido de autocontrol pero definitivamente no podía alejarse.
Aunque su mente se lo gritara de forma desesperada, su deseo y curiosidad le obligaban a quedarse en la misma pocision.
—No te rendiras ¿Verdad?— susurro a la par que dejaba caer sus párpados y suspiraba con dejadez.
—Jamás — espeto y sonrio mostrando sus dientes perlados. En un movimiento rápido tomo la cintura del pelinegro, y este se estremecio entre sus brazos — No hasta que caigas
—No lo hare— aseguro, abrio los ojos de nuevo lentamente y jadeo ante la cercanía
— A menos que quieras que tu secreto sea revelado, te dejaré— propuso el fornido— Pero como se que ese no es el caso, recomiendo que vayas y te cambies o soy capaz de ser un cabrón y llevarte a la fiesta en piyama
Segundos después solto la cintura del chico de mejillas abultadas y se alejo lentamente, en un ritmo casi tortuoso. Observo al contrario totalmente sonrojado y comenzo a bajar del balcon, primero paso una pierna, luego la otra, se recargo en el barandal de dicho lugar y finalmente volvio a hablar.
—Te espero abajo, es tu única oportunidad— seguido de ello bajo por la enredadera de un lado y Guillermo finalmente comprendio como es que subió.
El pelinegro entro a su habitación, bufo y camino hacia su armario. Debía cambiarse y rápido.
[...]
Todo el camino había sido silencioso, ninguno tenía ganas de discutir o intentar algún acercamiento, suficiente habían tenido con lo de hoy. Samuel mantenía la mirada al frente, estacionó el auto y corrió rápidamente a abrirle la puerta al menor.
—No soy una chica— reclamo Guillermo con seriedad. Bajo del auto y aliso un poco su traje. En esta ocasión había optado por un color azul marino y un moño en lugar de corbata.
Sintió las pisadas del mayor por detrás de él y al llegar a la puerta de la mansión de los De Luque' lo vio de nuevo. Era el mismo chico de hace dos semanas, Miguel Ángel.
—Hola Mangel— saludo Samuel y el susodicho hizo una leve reverencia hacia el castaño.
—¿Mangel? — Guillermo había preguntado al escuchar tan peculiar apelativo.
—Es su apodo, ya sabes juntas el principio de sus dos nombres y ese es el resultado— contesta restando importancia a su explicación. El menor asiente y continua caminando a su lado.
Cálculo que en el lugar se encontraba 50 personas aproximadamente y todas eran jóvenes, se sorprendió pues casi siempre las reuniones eran con gente mayor y con tendencia a ser serias. Definitivamente esa no era una reunión normal, era una fiesta.
—Hoy no hay adultos— susurro Samuel en su oído y él no pudo evitar estremecerse — ¿Que te parece si rompemos las reglas por esta noche? — el menor le miro con confusión y con un ceño levemente fruncido dió a entender todo— Olvidemos quienes somos, como si nos conociéramos por primera vez hoy.
—¿Podré seguir llamándote asqueroso?— pregunto el menor con una sonrisa divertida, Samuel se encojio de hombros y asintió.
—Si así lo deseas, hermoso
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