Parte XII

Algunos viajan por trabajo, otros por diversión y luego estaban los que lo hacen para encontrarse con las personas que más querían en el mundo, en ese grupo se encontraba ella.

En definitiva que ella estaba loca, de veras que estaba demente y volada; ella misma no dejo de repetirselo mientras bajaba del avión con su pequeña mochila al hombro. Y le faltaba un tornillo, no, ahora que lo pienso bien, le faltaba la ferretería entera.

Fue a recoger sus cosas.

Luego el hambre se hizo presente con un sonoro gruñido que ella imaginó se había escuchado en todo el aereopuerto, pero ser el centro de atención era lo que menos le importaba.

Compro algunas galletas, pero estas ya no tenían sabor después de masticarlas, ¿acaso eran los nervios los que le impedían saborear su improvisado desayuno? Iba a volverse loca, en serio que lo haría.

«Llegaré en un rato, ¡no te vayas a mover de ahí!» le había dicho Adrián por teléfono hace solo unos segundos.

Adrián, Adrián y Adrián.

Por ese hombre había hecho ese viaje de más de doce horas, por ese hombre había aguantado al aburrido de su jefe por cuatro años, por ese hombre siguió adelante, cayendo y levantándose las veces que fueran necesarias, como se lo repetía en cada mensaje. Y es que ella nunca, nunca de los nunca había pensado encariñarse tanto con un chico que conoció por internet.

Trago saliva y miró su reloj con angustia, ¿cuanto más iba a demorar Adrian? ¿Y si se había arrepentido? ¿Y si le había pasado algo malo? ¡Ella tendría toda la culpa! No, no… debía tranquilizarse y esperar, carajo, ya había esperado quince años, unos minutos más no eran nada.

Su celular vibro y ella lo sacó de su bolsillo con las manos temblandole y el corazón a punto de salirsele por la boca.

«¿Donde estas? Ya llegue y no te veo, dime que estás bien...»

Más cerca de lo que jamás habían estado en la vida. Al fin pisando el mismo suelo.

«¡Eres un demoron! O vienes ahora o me regreso, idiota», sonrió al enviar ese mensaje, por supuesto que estaba mintiendo, había llegado tan lejos como para retirarse en ese momento.

Y al fin lo vio, no podía equivocarse, en definitiva, era Adrián el chico que la miraba con tanta emoción a unos metros de distancia.

Su cabello oscuro y desordenado, sus ojos negros, esa sonrisa que tantas veces había visto aparecer por su rostro a través de una pantalla… pero ahora eso ya no era otra de sus tantas videollamadas, era real.

Su corazón se estrujo dentro suyo, ¿por cuánto tiempo había soñado con ese momento? ¿Por cuánto tiempo se había imaginado teniéndolo tan cerca, frente a ella? El sueño que tuvo hace tantos años se estaba haciendo real, tan real que le daba miedo.

Avanzó con lentitud y torpeza, su cerebro aun no procesaba la idea, una parte de ella aún no creía que había cumplido esa meta tan ansiada que tenía desde los trece años. En unos segundos más ya no era mucha la distancia que los separaba, hasta que ellos la desaparecieron por completo.

Cuando Michelle lo tuvo a solo centímetros no pudo evitar lanzarse en brazos de Adrián, no pudo evitar aferrarse a él, como si su vida dependiera de ello. Poco o nada le importaba que la gente la mirara raro, en ese momento no importaba nadie más que el chico que tenía aprisionado en sus brazos.

Su corazón empezó a latir con furia dentro suyo, sus manos empezaron a temblar y de sus ojos escaparon lágrimas silenciosas, pero ni siquiera por eso se le cruzó por la cabeza soltar a Adrián. Estaba feliz.

Adrián era real, Adrián no solo existía a través de una pantalla, Adrián no había sido un invento alocado de su cerebro, Adrián era tan real como el aire.

Se sentía en paz consigo misma, se sentía superada, se sentía demasiado feliz. Ya no había en ella espacio para los comentarios pesimistas que por tanto tiempo había soportado.

Ese momento había valido la pena, valió cada día quemándose las pestañas estudiando, valió todos esos años de trabajo duro y, sobre todo, valió cada año en el que estuvo esperando paciente, siempre manteniendo la esperanza de que su sueño se haría realidad.

Michelle escondió su rostro en el pecho de Adrián, para evitar que su amigo se entere que estaba llorando, pero ella era malísima ocultandole cosas. Y él era malísimo fingiendo que le creía.

—Ya, tranquila, tonta—le susurró Adrián, cuando se separaron después de unos minutos que le parecieron siglos.—¿Porque estas llorando?

Unas lágrimas amenazaron salir por su rostro, él tampoco podía ocultar la emoción que sentía en ese momento de ver a su amiga después de tantos años.

—N-no lo se...—dijo Michelle con la voz entrecortada y limpiándose las lágrimas.—A pa-pasado mucho tiempo… Su-supongo que estoy fe-feliz...

“No hables con extraños…”, fue la mejor regla que pudo haber roto en toda su vida.


¿Será este el final, que dicen ustedes?

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