Parte I

Apenas una semana antes había celebrado su cumpleaños número quince. La pasó bastante bien: fue a la playa con sus amigos en la mañana, vió una película con Nicole (su mejor amiga) en la tarde y, en la noche, apagó las velas de su pastel de chocolate.

Ahora disfrutaba de el regalo de parte de sus padres: una laptop nueva, ya que la anterior su hermano menor la había lanzado volando por las escaleras y se hizo trizas en el suelo. Gracias al cielo, ella le tenía una paciencia más que envidiable al pequeño demonio, así que el pequeño no sufrió ningún rasguño.

Ya era de noche y Morfeo empezaba a tentarla, pero ella aún se resistía a dormir. Estaba defendiendo a capa y espada a una de sus parejas favoritas del libro que le encantaba, ella no se rendiría hasta ver al otro chico (con el que discutía) aceptar que su pareja era más real que el aire.

Al fín llegó el momento que ella estaba esperando, el otro se rindió y ella sintió que ya podía dormir en paz. Iba a cerrar su cuenta de Facebook, pero el sonido de una notificación la detuvo. Tenía una solicitud de amistad nueva.

«¿Conoces a Adrián Olavarría?»

No, no sabía quién era. El nombre ni le resultaba conocido, quiso eliminar la solicitud, pero dudo por un momento, mientras que en su cerebro se escuchó la frase que su madre no se cansaba de repetirle: “no hables con desconocidos por internet, es peligroso”.

No aceptó su solicitud, pero tampoco la eliminó como tenía planeado. Apagó su computadora y intento dormir (su sueño desapareció mágicamente). Por largos minutos le dió vueltas al asunto, pensando en si debía aceptar o no. Una vocecita dentro de su cabeza decía que sí, que lo hiciera. Otra, que por alguna extraña razón hablaba como su madre, le recordaba que aquello era algo muy peligroso.

Sin embargo, tenía la corazonada de que ese chico sería un peligro que valdría la pena correr.

Lo aceptó al día siguiente.

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