XII

Al final de la clases, el profesor le pidió a Anna quedarse nuevamente para dejarle unas cuantas tareas para recuperar las dos semanas que había faltado. Claramente no fue así, ya que de inmediato el profesor se abalanzó a ella para intentar besarla, recibiendo patadas y puñetazos por parte de Anna, quien intentaba soltarse del agarre de aquel detestable hombre. El último puñetazo lo soltó con todas su fuerzas en la cara del hombre, haciendo que el labio de éste sangrara. De inmediato Anna lo tiró al suelo y empezó a darle continuos golpes en la cara, dejando casi inconsciente al hombre. No fue hasta que el director llegó que separó a Anna del, ya casi muerto, hombre.

Anna sentía la adrenalina correr por sus venas, no iba a dejar que nadie la tocara otra vez. Su corazón latía con fuerza, estaba furiosa, pero tenía miedo. Ese hombre le había hecho recordar esa noche, cuando el director quiso acercarse a ella, un empujón por parte de Anna casi lo tira al suelo. Para ser tan pequeña y delgada, Anna tenía bastante fuerza que no sabía de dónde le había salido. Corrió fuera de la escuela, sin saber muy bien a dónde se dirigía, aunque al final terminó en esa vieja casa donde pasaba todos los días después de la escuela.

Mike estaba afuera y se acercó a Anna al ver su agitada respiración. Anna confiaba mucho en Mike, en ese último año él era el único que siempre le ayudaba, así que, con su voz entrecortada y las lágrimas saliendo sin querer, terminó contándole lo sucedido. Se le hizo casi imposible detener a Mike cuando quiso salir corriendo para seguir golpeando al profesor de Anna, pero al final logró tranquilizarlo.

Recibiendo una llamada de Rose a la media hora, tuvo que volver a su escuela para enfrentarse con ella y el director.

Cuando el director le explicó la ausencia de su hija y lo antes sucedido a Rose, ésta no dudo ni un segundo en darle una bofetada a Anna, repitiéndole que la dejaba en vergüenza frente al director, quien de inmediato se levantó de su escritorio y miró con el ceño fruncido a Rose.

-No vuelva a ponerle una mano encima a Anna, al menos no en mi presencia, o me encargaré de llamar a la policía- soltó el enfadado anciano- Hágame el favor de retirarse y dejarme a solas con Anna.

Casi echando humo de la ira, Rose salió a fumar un cigarro a la calle, no solía hacerlo, pero necesitaba calmarse.

-Anna- se acercó el hombre mayor, haciendo que Anna, por instinto, retrocediera- Tranquila, no quiero hacerte daño. Quiero que sepas que ese hombre ya no trabajará aquí y me encargué de llamar a la policía para que empezara una investigación- decía con un tono más calmado, pero Anna yo no confiaba en nadie- Si tu madre vuelve a golpearte, no dudes en llamarme, ó a mi esposa si te sientes mejor hablando con una mujer- extendió un papel con los números de ambos- No tengas miedo en llamar a la hora que sea, mi esposa y yo te tenemos un gran aprecio.

Anna no se creía las palabras de aquel hombre, no creería en las palabras de nadie. Arrugó el papel entre su mano y lo metió en el bolsillo de su pantalón. Dejó la oficina del director y salió de la escuela, encontrándose con su madre, sin esperarse verla fumando. Rose no le dirigió la palabra en todo lo que restaba del día, pero estaba molesta de que su molesta hija, como pensaba ella, le hubiera hecho perder el día de trabajo.

La castigó como de costumbre y maldijo en voz alta el haber tenido un segundo hijo. Era la primera vez que Anna la escuchaba decir eso, después de todo, Rose si la odiaba. Volvía a renacer aquel sentimiento que se había apoderado de ella, la tristeza. ¿Acaso había alguien que la quería? ¿Qué había hecho para que todos la lastimaran? Nada, ella no había hecho nada.

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