Tras el fin del Sol

Despertó luego de unas escasas horas de sueño, como era usual desde hacia años. Se incorporó en la cama con el cabello desordenado y ojeras notorias debajo de sus ojos oscuros, y pensó en lo desafortunado que era. Miró el reloj que descansaba junto a su cama, notando que era ya momento de prepararse para ir a la agencia a otro día de trabajo.

No tenía ánimos para algo. Ni para dormir ni para comer, nada. Aunque a esas horas el Sol ya emergía, iluminando con dorado todo a su paso, Tamaki estaba sumergido en completa oscuridad. Podía oír a los pájaros que comenzaban a cantar fuera de su apartamento con júbilo, pero él se sentía jodidamente deprimido.

Se cambió el pijama por su traje de héroe de manera lenta, muy lenta. Se dirigió a la cocina donde se vio obligado a comer para poder hacer uso de su quirk; si no fuera por aquello, desde hace rato que Amajiki sufriría de anemia.

Tras asegurarse que llevaba todo lo necesario consigo, abrió las cortinas y permitió que el Sol ingresara con calidez a cada rincón de la casa. Admiró el cielo con gesto nostálgico, pensando en el brillo de Mirio que era similar a la del astro rey, sintiendo las lágrimas que se acumulaban en sus orbes.

Salió, cubriéndose la cara con el visor y la capucha de su traje, recordando al rubio con cada cosa que veía a su paso.

Togata, hacia años, durante la pelea contra OverHaul para salvar a la pequeña Eri, desgraciadamente, había dado por completo su vida. Aun recordaba, perfectamente, aquel fatídico evento.

Su instinto le aseguraba que algo malo sucedía con el rubio, sin embargo, no fue capaz de ir a comprobarlo puesto que él mismo estaba envuelto en graves problemas. Batallaron, defendiéndose, venciendo villanos, dañándose, etc. Eventualmente, lograron derrotar a cada uno de los malhechores, incluyendo a OverHaul. Cuando Tamaki se reunió con Mirio en el mismo sitio, lo encontró inconsciente sobre el suelo donde había escombros y desorden total. Se aproximó a él con rapidez y lo tomó en brazos mientras la angustia crecía y crecía dentro suyo; en ese momento aun no tenía tiempo para otra cosa que no fuera pelear, así que simplemente cargó con el cuerpo pesado e inerte del mayor mientras proseguía con su misión.

Finalmente, con Eri a salvo y bajo protección, los policías y los médicos se encargaron de entrar en escena, apresando a los criminales y ayudando a los héroes heridos respectivamente. En cuanto depositó a Togata sobre una camilla médica, expresó su preocupación y terror. Inclinado sobre él, sus manos pálidas acunaron, temblorosas, el rostro de éste.

—Mirio— le llamaba con voz asustada—. Mirio.

Se atrevió a agitarlo un poco e incluso lo dio un par de palmadas en las mejillas sin recibir reacción en respuesta. Completamente ansioso, colocó su oreja alargada contra el pecho del otro muchacho que no subía ni bajaba; Amajiki no percibió algún latido provenir de él y el terror era tal que amenazaba con tener una crisis de pánico.

—Mirio— lo tomó por el traje a la par que sus pestañas acumulaban lagrimas que caían irremediablemente sobre el aludido—. ¡Mirio! ¡Reacciona, por favor!

Entre el caos de la gente yendo y viniendo, unos médicos aparecieron y lo alejaron del rubio para proceder a auxiliarle. Hizo amago de ir tras ellos cuando lo subieron a la ambulancia, sin embargo, un paramédico le pidió que se calmara y que permaneciera ahí, pues podría estorbar a los profesionales.

Al instante, FatGum apareció junto suyo, igual de inquieto y herido, pero le sujeto de los hombros con fuerza y le indicó que no podían hacer nada en esos momentos más que obedecer al personal médico. Tanto el adulto como Tamaki fueron llevados al hospital junto a Kirishima para tratar sus males.

Durante horas fueron suturados, limpiados y vendados por los doctores, enfermeras y enfermeros. Se les brindó medicamentos como analgésicos y antiinflamatorios mediante intravenosas, y se les asignó una habitación para descansar. El pelirrojo estaba cubierto por vendas por completo de tal forma que parecía una momia mientras que FatGum se quejaba por tener hambre. En cambio, Amajiki se esforzó en ponerse de pie y se apoyó en el objeto metálico en donde descansaba la bolsa de medicamento líquido.

—Tamaki, ¿qué haces? — pregunta el adulto.

—Quiero ver a Mirio— aseveró el pelinegro, deslizándose lentamente y con cuidado hacia la puerta—. Tengo que saber que está bien.

—Tienes que descansar.

El muchacho se detuvo y miró el suelo antes de fijarse en su jefe que, sin más, entendió la angustia e insistencia de éste. Tras soltar un suspiro, permitió que Tamaki se marchara. Agradecido, el joven se dirigió hacia la habitación del rubio, caminando por los pasillos del hospital donde el personal de éste andaba para atender a los demás pacientes.

Tras unos minutos, finalmente, consiguió dar con el medico que estuvo a cargo de Togata. De manera impaciente y presurosa, preguntó por el estado del otro muchacho y, cuando vio el rostro de culpabilidad del hombre en bata comprendió que no era nada bueno. El doctor le explicó, con voz tranquila, que durante mucho tiempo se había esforzado, junto a los demás trabajadores, de ayudar a Mirio, sin embargo, nada había dado frutos y, lamentablemente, el joven había pasado a mejor vida.

Con un rostro lleno de incredulidad, Amajiki le miró y se sujetó con más fuerza de la barra metálica para su intravenosa. Sintió como las piernas le temblaban y amenazaban con dejar de sostener su peso sobre ellas. Le preguntó al hombre si le permitía ver al rubio y éste, compasivo, asintió y lo llevó hasta donde descansaba.

Cruzó la puerta, viendo a la familia del contrario que estaban descompuestos alrededor de la camilla de hospital donde se hallaba inerte. No supo que decir a sus padres, aunque se alivió un poco cuando el señor Togata, al notarlo, le insistió en que se acercara; le pasó un brazo por los hombros y lo dejó pararse a su lado. Los ojos negros admiraron al rubio; su rostro estaba impasible y el tono de su piel se había tornado pálido. Estiró la mano y tomó la del contrario, sintiendo que estaba fría y eso era imposible para Mirio, pues siempre había sido un joven de intenso calor corporal. El otro no se movió ni cuando Tamaki le apretó con fuerza.

Rompiendo en llanto, se acercó más al rubio y le colocó una mano contra la curvatura del cuello y el hombro. Jadeando, gimoteando y vibrando como una hoja seca al viento, el muchacho deseaba que aquello no fuera más que una pesadilla.

—Mirio— sollozó, mojando con sus lágrimas las mejillas del aludido—. Lo siento... Lo siento... No pude hacer nada por ti...

Sus manos procedieron a posarse sobre el pecho del mayor, arrugando las telas blancas con sus dedos y dejando caer su cabeza contra éstas. Continuó llorando durante unos minutos más sintiendo impotencia y como si su corazón se rompiera en millones de pedazos. Con la nariz y los ojos rojos, Tamaki se enderezó para mirar nuevamente el rostro del adverso.

—¿Qué haré? — limpió el rostro de Togata con manos trémulas, pero de poco sirvió pues lagrimas volvieron a emerger como una lluvia torrencial.

Qué vergüenza la escena que se estaba montando frente a los padres de Mirio; ellos debían sentirse muchísimo peor ante la pérdida de su hijo. La madre se la aproximo y lo cubrió en un abrazo mientras ambos continuaban con su llanto; los dos adultos apreciaban la amistad que entre el pelinegro y el rubio se había formado, además de que el primer mencionado era un chico amable, callado y tranquilo que en más de una ocasión se aparecía en su casa. Le tenían gran estima y era casi parte de la familia.

Pasados unos minutos más, finalmente lograron calmarse lo suficiente. Amajiki volvió a su habitación donde no recibió preguntas de su compañero y jefe de trabajo al ver su estado de ánimo. Los padres de su amigo mostraron preocupación por su estado de salud y preguntaron, incluso, si necesitaba algo, a lo que él respondió que se encontraba bien.

Tamaki tuvo que quedarse en el hospital durante unos días en lo que se recuperaba de sus heridas al punto de que fuera capaz de moverse con mayor libertad, pero el mayor daño estaba dentro suyo, emocionalmente hablando. Él amaba a Mirio, lo adoraba, era la luz cálida que iluminaba su vida y brindaba alegría. Sabía que su trabajo de héroes era riesgoso y atentaba con su vida para salvar a los otros, pero eso nunca lo había detenido y tampoco quería que lo detuviera a entregar su vida al otro muchacho. Deseaba poder darle todo de sí y brindarle la felicidad que se merecía, sin embargo, sus planes se habían arruinado por completo.

Su hermosa estrella se había extinguido, ya no estaba.

Los días transcurrieron, convirtiéndose en meses y después en años. Amajiki se acostumbró a la ausencia de Togata, pero eso no significaba que no lo extrañara a cada segundo. Extrañaba su alegría, su energía, que le hablara de todo y nada, incluso echaba de menos que le molestara. Le costaba levantarse todas las mañanas sabiendo que Mirio había dejado de estar en su vida. Quería abrazarlo y nunca soltarlo. Por supuesto, Tamaki no dejó de culparse por la muerte del otro porque sabía que pudo haberlo evitado de una u otra forma, aunque aun no sabía exactamente cómo.

Vivir sin el rubio era la cosa más difícil a la que se había enfrentado, pero no podía hacer mucho. Aunque él quería dejar todo atrás, porque en más de una ocasión se sentía morir, no lo hacía a sabiendas que a Mirio no le gustaría que él se rindiera por su culpa, que desechara sus sueños así nada más y, además, él quería brindar esa luz de esperanza y ayuda a los que lo necesitaran, así como lo había hecho el mayor con él.

Llevaba a cabo su día sin mayor inconveniente. Ni siquiera sus demás amigos o compañeros de trabajo notaban su incapacidad de superar la muerte del rubio. De verdad, Mirio siempre permanecía dentro de su mente, sin importar que luego de muchísimos años ya no recordaba su voz ni su rostro a la perfección. Algún día se reuniría con él, de eso estaba seguro, pero, mientras tanto, no podía desperdiciar su vida.

Algún día, su vida volvería a tener nuevamente un Sol brillante, porque, por el momento, estaba sumido en penumbras y ni siquiera la Luna lucia tan bella como siempre. 

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