03
Mingi se había acostumbrado a ser asechado. Lo seguían a su trabajo, a la casa de su madre, al bar que frecuentaba los fines de semana, a cualquier parte, siempre era alguno de los hombres más cercanos a Yunho. Pasó todo un mes teniendo sexo con esos siete hombres, siendo llenado hasta el borde más de una vez en minutos y siendo tocado como si su piel fuera de algodón, teniendo más orgasmos de los que jamás había tenido.
Pese a que nada de eso era consensuado y se trataba de una maldita mafia gay, ellos se ocupaban del cuidado posterior y se aseguraban de no abrumarlo, siempre yendo de a dos o de a uno. Eran tan considerados. Entiendase el sarcasmo.
Mingi se acostumbró demasiado rápido a esa mierda y siempre se encontraba ansioso cuando sabía que era hora de una visita. No sabía exactamente si era miedo, Mingi jamás en su vida había sentido miedo por algo, ni siquiera las pocas veces en el pasado cuando fue apuntado en la cabeza y el cañón del arma fría le tocaba la piel.
―Llegas tarde.
Mingi dejó las bolsas de la compra sobre la mesa y miró sin sorprenderse al hombre sentado en su cama. El pequeño departamento de un ambiente siempre lo hacía sentir cómodo y cálido, pero ahora se sentía atrapado bajo la mirada de ese hombre de ojos redondos.
―¿Estabas preocupado, cariño? ―mordió Mingi, rodando los ojos.
Yunho pasó la lengua por el interior de su mejilla y desvió la mirada de los ojos de Mingi para mirar su cuerpo descaradamente. El jodido homo.
―Sí, estaba tan asustado de que algo te hubiera pasado. No podría vivir con eso ―dijo Yunho sarcásticamente.
Mingi sopló una risa tentado a mandarlo al demonio, pero no podía, estaba en las manos de ese hombre y su gente.
―Sólo salí a comprar los víveres. ―Mingi se apoyó en la mesa y cruzó los brazos sobre su pecho con una mirada altanera que esperaba no lo hiciera cavar su propia tumba.
―Mm ―Yunho descruzó las piernas y se levantó, caminando hasta Mingi con pasos lentos, había diversión en sus ojos.
Yunho se detuvo a unos centímetros de distancia, sus pies se tocaban con la punta de los pies de Mingi y sus manos se dirigieron a su cuerpo como si fuera llamado por una fuerza superior. Una de las manos tomó su mejilla y la otra lo sujetó con fuerza de la cadera.
Yunho lo miró intensamente antes de reír.
―Tengo tantas ganas de follarte ―Yunho gruñó sobre sus labios, el aliento le hizo cosquillas―. En todo el día lo único en lo que pude pensar, cariño, era en tu apretado culo. ―La mano en su cintura viajó hasta su espalda baja y masajeó suavemente.
―¿Por qué simplemente no follas con tus amigos homosexuales? ―dijo Mingi tirando su cabeza hacia atrás para que Yunho no lo besara.
Yunho sonrió nuevamente. Mingi quería golpearlo hasta desfigurar ese rostro perverso que se atrevía a mirarlo como si fuera un pedazo de carne barata.
―Porque, princesa, es más divertido ver tu cara contorsionada de un placer que intentas con todas tus fuerzas negarte. Tratas de mentirte a ti mismo, pero no puedes.
―No me llames princesa, no soy una chica.
Yunho ríe, pero no hace caso a sus palabras.
Los labios de Yunho se presionan contra los suyos y Mingi no abre su boca ni mueve sus labios. Yunho lo aprieta fuertemente contra su cuerpo y Mingi gime, se sorprende de sí mismo cuando abre ligeramente las piernas y Yunho aprovecha el momento para situarse entre ellas. La erección de Yunho golpea su suave polla y Mingi jadea.
―Me gustas, Mingi ―confiesa Yunho suavemente―. Tanto que ni siquiera puedo estar molesto contigo, ¿me has embrujado?
Mingi rueda los ojos, no sabe qué hacer ante la cercanía ni las palabras susurradas contra su piel ahora caliente.
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