Capítulo 2 ✨
El eco de mis propias palabras resonaba en mi mente, llenando el silencio opresivo de la habitación. "Es mi fin...", murmuré, dejando que las palabras se deslizaran entre mis labios con un peso abrumador. Mis manos temblaban ligeramente mientras las lágrimas amenazaban con emerger en mis ojos.
—Hoy es mi último día y no dejé testamento —, continué, sintiendo cómo el peso de la responsabilidad se asentaba en mis hombros. ¿Cómo podría dejar a mi hermana sola en este mundo sin dejar ninguna guía, ningún consuelo para enfrentar lo que estaba por venir? El remordimiento se arremolinaba en mi pecho, apretando con fuerza mi corazón con cada latido.
Mis pensamientos se volvieron hacia ella, hacia mi querida hermana que confiaba en mí para protegerla, para guiarla a través de los desafíos de la vida. ¿Cómo podría haber sido tan negligente, tan egoísta, al no preparar nada para su futuro en caso de que algo me sucediera? La culpa me envolvía como una manta fría, haciéndome temblar con su intensidad.
—Mi hermana, mi pobre hermana se quedará sola...,— susurré, dejando que las palabras se deslizaran entre mis labios con un dolor palpable. La imagen de su rostro afligido se presentó ante mí, su mirada llena de confusión y miedo mientras enfrentaba un mundo sin mí a su lado. El pensamiento me partió el corazón en dos, dejando un vacío doloroso en su lugar.
—Todo es mi culpa —, concluí, dejando que la verdad de mis palabras resonara en la habitación. No había nadie más a quien culpar por mi negligencia, por mi falta de previsión. Había fallado a mi hermana en su momento de necesidad más profunda, y ahora tendría que enfrentar las consecuencias de mis acciones, o más bien, de mi inacción.
Mis palabras resonaron en la habitación, cargadas de resignación y desafío.
—Si me vas a matar, hazlo ahora y no le des rodeos, psicópata— espeté, sintiendo la tensión acumularse en el aire a mi alrededor. Cerré los ojos, preparándome para enfrentar mi atroz destino, pero en lugar de la descarga de un arma, recibí una respuesta inesperada.
Una risa burlona llenó la habitación, cortando el aire pesado como un cuchillo afilado.
— Jajaja, ¿creíste que te mataría? ¡Jajaja, qué inocente! — la voz del hombre se burlaba de mi incredulidad, una nota de diversión retorcida tintando cada palabra que salía de sus labios. Mis ojos se abrieron de par en par, mi mente luchando por comprender la situación.
— Es una broma —, continuó, su tono lleno de sarcasmo. — La pistola no está cargada, solo se nos pide que la llevemos por cualquier cosa que pueda pasar. — Las palabras resonaron en mi mente, mezclándose con el alivio y la confusión que se agitaban dentro de mí. ¿Cómo podía ser que este hombre, que momentos antes parecía estar dispuesto a acabar con mi vida, ahora estuviera jugando conmigo de esta manera?
La realidad de la situación comenzó a asentarse en mi mente, mezclada con una sensación de incredulidad y alivio. ¿Realmente había estado a punto de enfrentar la muerte, solo para descubrir que todo era una farsa? El giro repentino de los acontecimientos me dejó aturdida, incapaz de procesar completamente lo que acababa de suceder. ¿Por qué llevar un arma descargada? ¿Qué tipo de rutina involucraba portar una pistola inútil?
La pregunta brotó de mis labios antes de que pudiera detenerla. — ¿Cómo que se te pide que la lleves? ¿Quién te lo pide? — inquirí, mi voz temblando ligeramente con la incertidumbre que se arremolinaba en mi interior. La idea de que llevaran armas descargadas como parte de algún tipo de protocolo me llenaba de inquietud, alimentando mis sospechas sobre la verdadera naturaleza de este encuentro.
El hombre frente a mí extendió su brazo en un gesto formal, como si estuviera presentándose ante un monarca. — Soy detective — anunció con solemnidad, su nombre resonando en el aire como un eco lejano. — Me presento formalmente, ante ti el detective Damián Yacson. — Una reverencia acompañó sus palabras, agregando un toque de teatralidad a la escena que se desarrollaba frente a mis ojos.
La revelación de su identidad me golpeó como un puñetazo en el estómago, dejándome tambaleándome mientras intentaba asimilar la información. ¿Un detective? ¿Todo esto era parte de una investigación oficial? Mis pensamientos giraban en círculos mientras luchaba por encontrar un sentido en medio del caos que se había apoderado de mi mente.
— ¿Eres un detective? — pregunté incrédula, buscando confirmación en sus ojos mientras caminaba hacia la cama y me dejaba caer en ella, abrumada por la oleada de emociones que amenazaban con ahogarme. La realidad de la situación se estrelló contra mí como una ola implacable, arrastrándome hacia un abismo de incertidumbre y temor.
El hombre asintió en respuesta a mi pregunta, su expresión seria mientras se preparaba para revelar la verdad que había estado oculta entre las sombras.
— Estamos investigando el caso de las bandas — comenzó, sus palabras resonando en el aire con una gravedad que cortaba a través del silencio. — Y la tuya es la que me ha tocado a mí. Nos ha llegado información de que están vendiendo drogas ilegales a menores en instituciones, es un delito muy grave.
Las palabras del detective perforaron mi conciencia como dagas afiladas, y un escalofrío recorrió mi espalda al escuchar la acusación que se cernía sobre nosotros.
— Nosotros no vendemos drogas a escuelas — respondí rápidamente, mi voz temblorosa pero firme mientras trataba desesperadamente de defender la reputación de mi banda. — Pues les está llegando información equivocada. Es cierto que lo que hacemos no es legal, ¡pero mi banda nunca se atrevería a cometer tal acto!
La confesión escapó de mis labios antes de que pudiera detenerla, dejando un amargo regusto en mi boca mientras me daba cuenta del error que acababa de cometer. Había admitido nuestra culpabilidad, sin darme cuenta de las consecuencias devastadoras que eso podría acarrear.
Un sentimiento de desesperación se apoderó de mí mientras me enfrentaba al atractivo detective que tenía delante. ¿Qué haría ahora? ¿Cómo podría enfrentar las represalias de mi banda, especialmente de Byron, si se enteraba de mi confesión?
El detective permaneció en silencio por un momento, sus ojos escudriñando los míos con intensidad mientras parecía evaluar su próxima acción. Finalmente, rompió el silencio con un suspiro cargado de resignación.
— Entiendo tu posición — dijo, su tono suavizándose ligeramente. — Pero debemos seguir investigando esta acusación y llegar al fondo de la verdad.
— ¿Y qué harás conmigo ahora? ¿Me detendrás?
El detective Damián Yacson contempló mis palabras con seriedad, su mirada penetrante mostrando una comprensión de la gravedad de la situación.
— No te detendré —, respondió con calma, aunque su tono transmitía una sensación de determinación. — Solo tomaré tu declaración. No dispongo de pruebas suficientes en este momento, pero consideremos que permanecerás aquí en esta habitación por esta noche.
La noticia me golpeó con fuerza, dejándome con una sensación de desamparo que era difícil de ignorar. ¿Encerrada en esta habitación por una noche entera? La idea me llenó de ansiedad, mientras intentaba procesar lo que esto significaba para mí.
Una risa nerviosa escapó de mis labios antes de que pudiera contenerla. — ¿Sabes que no tendré sexo con un policía, verdad? — pregunté, tratando de aligerar la tensión en el aire con un toque de humor, aunque sabía que la situación era todo menos graciosa.
— Detective, más respeto — Dijo también con un tono burlesco, lo que me sorprendió algo — Y nadie ha mencionado nada sobre sexo. No puedo permitir que haya ninguna sospecha de que este encuentro tuvo lugar por esa razón. Debes fingir que esto sucedió como cualquier otro encuentro cliente. — Te dejaré aquí encerrada por esta noche.
La mención del plan que tenía para encubrir nuestra reunión me dejó perpleja, pero también aliviada. Sabía que tendría que pasar la noche en esta habitación, pero al menos tenía la oportunidad de pensar en mis próximos movimientos.
El detective se dirigió hacia la puerta, listo para dejarme sola en la habitación.
— Esta será una noche larga...
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