El fantasma del depósito
La migraña empeoraba y no me dejaba ni pensar. Tenía entre mis manos el celular de un sujeto que esperaba impaciente que revisara por qué no funcionaba el volumen.
—Qué pasa muchacha, ¿no sabes qué hacer? —se quejó.
—Yo... lo siento —respondí, cerré los ojos e inhalé, traté de abrir el aparato, no veía bien.
—Yo me encargo. —El teléfono desapareció de mis manos, Claudia estaba a mi lado, llevándose al cliente a su lugar de trabajo. Apoyé mi cabeza en las manos y puse los codos sobre la mesa. Hacía mucho que no me ponía tan mal.
—¿Qué te pasa? no es hora de descansar. Llegaste tarde esta mañana y ahora te andas durmiendo, si sigues así voy a despedirte. —Will tuvo que venir. Lo único que ese sujeto hacía era estar sentado en su oficina, vigilando las cámaras de seguridad tiñéndose sus dedos gordos con cheetos.
—No se siente bien. —Claudia regresó, el problema del cliente era algo de solución sencilla y yo no había podido ni revisarlo. —Iré a comprarle unas pastillas.
—Claro que no, son excusas. De aquí no se mueven. —Nos amenazó.
—¿Por qué mejor no van al depósito? Nos estamos quedando sin stock. —Mientras seguía sosteniéndome la cabeza, reconocí la voz de Mariel, otra de las trabajadoras del centro de atención al cliente de "3IE". Era mayor que nosotras, y si bien no era nuestra amiga, a veces nos sacaba de apuros como ese.
—Bien, vayan, pero revisaré las cámaras exteriores, no se desvíen —aceptó Will.
No lo pensé dos veces y salí con Claudia. El depósito estaba en el subsuelo del centro comercial. Era un lugar enorme, más grande que las tiendas de arriba. Ir por el stock le correspondía a Will, pero él no bajaba ahí ni loco.
Dos pisos debajo de mi trabajo, había una farmacia, así que pasamos por ahí primero. Le pedí a Claudia que me comprara cuatro pastillas para la migraña y me las tragué de golpe.
En el ascensor el dolor disminuyó, al menos ya podía ver y pensar con claridad.
El deposito estaba vacío. Ni bien las puertas se abrieron, las luces se encendieron. Varias filas ordenadas con diferentes cajas se acomodaban desde la entrada hasta el fondo y del suelo al techo. Cada fila con un letrero que la catalogaba con una letra. Le pregunté a Claudia por la lista que Mariel nos había entregado y noté que permanecía en la puerta, inmóvil.
—¿Qué pasa? —le pregunté.
—Es que... tú sabes que no me gusta venir aquí. La última vez juro que se cayó una caja sola.
Claudia era de las personas más sensatas que conocía, mas eso no la salvaba de ser ingenua y crédula. Desde que había empezado a trabajar ahí un año atrás, que nadie quería bajar solo al depósito por estúpidos rumores sobre fantasmas. Casi todos los empleados juraban haber visto sombras, ojos brillantes, sentido presencias extrañas y por supuesto todos aseguraban que las cajas se movían solas. Esos rumores eran alimentados por Will, el más cobarde sujeto obsesionado con historias paranormales que conocía. A tiempo que insistía en las cosas extrañas y casi demoniacas que sucedían en el depósito, más ponía excusas para mandarnos a nosotros en lugar de bajar él.
—Clau, los fantasmas no existen, es pura sugestión. Busquemos rápido todo y así nos vamos ¿de acuerdo? —Me pasó la lista y me fijé en los ítems que estaban organizados por cantidad y código—. Yo voy por la fila "A" y tú ve a la "D" —le indiqué. Claudia fue con rostro de sufrimiento.
Subí por una escalera y al poco rato escuché un grito. Bajé de un salto y corrí hacia allá. Mi amiga estaba sentada en el suelo con varias cajas tiradas a su alrededor.
—¿Qué pasó? —pregunté ayudándole a levantarse.
—Vi unos ojos. —Me señaló la tercera fila, de donde las cajas habían caído. Me aproximé a mirar.
—Claudia no hay nada. Solo te estás sugestionando.
—No, Sophie, te juro que lo vi. Saqué la caja y algo me estaba mirando.
—Tal vez fue una rata.
—No era una rata. Sophie, vámonos, y regresemos con más gente —suplicó.
Ya tenía demasiado con Ian ocultándome cosas, la extraña salida del tren esa mañana y mi horrible migraña para estar ocupándome de fantasmas.
—Clau, no podemos regresar sin las cosas, tomemos todo rápido y sin separarnos, ¿está bien?
Poco convencida ella accedió. Nos mantuvimos juntas, sacando las cajas de los estantes y acomodándolas en una pila en el suelo. Estaba sobre la escalera, Claudia debajo, mirando en todas direcciones. Temblando de miedo me recibía las cosas; cuando lo sentí. Algo me había rozado la mano. La retiré de inmediato y casi corro la misma suerte que mi amiga antes, cayendo de la escalera.
—¿Estás bien? —Claudia me preguntó. No quería alterarla.
—Sí, toma esto. —Le lancé la caja pequeña de memorias SD y bajé.
"Fue una rata, fue una rata", me repetía, no quería caer en el juego de la sugestión y empezar a creer en fantasmas también.
Recogimos las cosas del suelo y cuando íbamos a la salida un estremecimiento me sobrecogió. De reojo vi una sombra y sentí algo pasar detrás de mí. Una sensación muy parecida a la que había tenido en la estación del tren la noche anterior.
—¡¿Qué es eso?! —exclamo mi amiga y por el susto hice caer un par de cajas.
—¡¿Qué?!
—Esto, ¿Te tatuaste? —Claudia miró detrás de mi oído el tatuaje que había intentado cubrir con mi cabello al llegar al trabajo.
—Sí, Evan y los chicos me convencieron. No es nada. Solo vámonos —le respondí y ambas escapamos del lugar.
***
Todo el día estuve distraída, pensando en Ian y lo que había ocurrido en el tren. Estaba segura que esas puertas no se habían abierto. Él nos había sacado de ahí de alguna manera. Debía preguntarle sobre eso. Tuve el impulso de escribirle y caí en cuenta que no tenía su número en Scielo1. No lo había pensado, en el tren debía haber hecho lo mismo que en el colegio y habérselo sacado a la fuerza. Tampoco podía ir a buscarlo al estudio de tatuajes o esperar cruzarme con él de nuevo en el tren de la noche porque Evan me recogería a la salida del trabajo para ensayar.
Por lo menos la migraña había pasado y ya solo era un ligero dolor de cabeza.
Evan me esperó a la salida del centro comercial. Intenté convencer a Claudia de acompañarnos, y ella se negó de inmediato; cuando salimos fue corriendo hasta la estación de trenes, no le dio tiempo a Evan ni de saludarla.
Él y yo caminamos unas cuadras hasta la entrada posterior del "Spice club", uno de los lugares más de moda en Scielo1. Ese día estaba cerrado y podríamos ensayar ahí para nuestra presentación del domingo.
Hicimos una prueba de sonido y tocamos de corrido las tres canciones que presentaríamos ese día.
Evan tocaba la guitarra, Cristian el bajo y Alan la batería. Los tres solos se las apañaban casi siempre, pero en definitiva necesitaban un vocalista. Ya habían intentado con varios y con todos habían fracasado, por eso siempre recurrían a mí. Y de no ser porque debía trabajar a diario y ocuparme de papá, que habría aceptado el trabajo a tiempo completo.
Mientras cantaba, olvidé por completo todo. Cantar me hacía verdaderamente feliz. Era encontrar mi lugar seguro y lo hacía tan bien, que no necesité mucha práctica. El escenario era pequeño por tratarse de un club, pero el auditorio era enorme. Mucha gente nos vería al finalizar la semana y eso me emocionaba.
De verdad quería que llegara ese día. En Scielo1, tener dieciocho significaba cumplir la mayoría de edad. Aunque para mí no iba a haber mucha diferencia, ya que desde mis dieciséis que vivía como una adulta. En Almarzanera, los dieciocho no eran algo tan especial, ya que la mayoría de edad ahí se consideraba recién a los veintiuno. Mi vida seguiría como siempre, la libertad de adulta que no tenía, era equilibrada con la vida despreocupada que llevaba.
Otro grupo debía practicar después de nosotros. Ayudé a mis amigos a guardar sus instrumentos y ese espacio seguro creado cuando cantaba desapareció cuando el recuerdo de Ian regresó a mi mente. Si me iba a casa a dormir temprano, vería a Aaron en el colegio, pero de nuevo esperaría hasta acabar las clases y mi estabilidad mental dependía de hablar con él lo antes posible.
—Oye Cristian—llamé al bajista de la banda—. ¿Tienes el teléfono de Ian? el tatuador.
—Sí, ¿algún motivo especial por el que quieras llamarlo? —me preguntó arqueando una ceja, ya sabía qué estaba imaginando.
—Una amiga quiere hacerse un tatuaje y tiene preguntas, solo eso ¿Me lo das?
—Claro, para tu amiga. —Sacó el teléfono de su bolsillo y me dio a entender que no me creía. Eso era lo de menos. Copié el número y en cuanto llegué a casa me encerré en mi habitación y lo llamé.
—¿Quién es? —preguntó al contestar. Me puse nerviosa un momento, mas agarré coraje.
—Soy Sophie...
—¿Cómo conseguiste mi número?
—Eso qué importa, vas a responderme qué pasó en el tren.
—¿Que pasó de qué? Mira estoy ocupado y no tengo tiempo de tratar con acosadoras.
—No soy una acosadora —me defendí, aunque si lo pensaba bien, sí actuaba como una, pero tenía un motivo.
—Escucha, ya te expliqué lo que necesitabas saber, ¿de acuerdo?
—No me explicaste todo, ¿por qué te niegas? Si no quieres darme respuestas al menos dime con quién puedo hablar.
—Con nadie, créeme, mientras menos hables con el resto de portales mejor.
—¿Por qué? —insistí.
—¡Porque no! Sophie, diablos. Deja de ser tan fastidiosa. —Me levantó la voz. Sonó tan molesto que me sentí herida. Agradecí que estaba hablando por teléfono y no en persona, porque tenía ganas de llorar por la rabia y el sentirme en cierta forma insultada.
—Está bien, lo siento, no volveré a hablarte nunca. —Colgué. Lancé el teléfono sobre la cama y me mordí el labio con fuerza.
Si antes sospechaba que Ian era un imbécil, ya lo había comprobado. De todas las personas como yo que se suponía vivían en ambas dimensiones, tenía que toparme con él.
Ian no iba a darme respuestas, así que era mejor olvidarme de él. Por dieciocho años había vivido sin saber nada, al menos ya sabía algo y había decidido dos cosas: Seguir averiguando sobre los portales por mi cuenta y no volver a hablar con Ian ni con Aaron nunca.
Imagen comparativa de Maya y Sophie:
***
¿Qué opinan? creen en fantasmas? solo son ratas? es imaginación de Sophie o hay demasiadas cosas raras pasándole?
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