36. Ayuda, por favor

Holi, soy Santi. Recomiendo que escuchen este capítulo con Hearing, de Sleeping At Last de fondo. Qué lo disfruten.

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Esto no puede estar pasando.

No.

No.

No.

Finn. Dios. Todo salió mal, sabía que todo saldría mal. ¿Por qué nadie me escuchó? Podríamos haberlo evitado, pero ahora es tarde, es tan tarde y tengo tanto miedo por él.

—Te amo muchísimo, ¿okey? ¡Te amo muchísimo, ya voy para allá!

Mientras le grito al teléfono, esperando que Finn me oiga, empiezo a correr por la casa. Busco mi campera y voy por las llaves del auto. Me encuentro a mi madre en la cocina cuando corto la llamada, Finn no me dice nada más. Ambos nos observamos por un segundo, ella ve la desesperación en mi mirada y toma las llaves antes que yo.

—Te acompaño —pronuncia, agradezco que me entienda sin necesidad de explicarle, mi rostro consternado por la ansiedad y la angustia es el claro indicador de lo me pasa en este momento.

Salimos por la puerta de entrada antes de que mis hermanas puedan interceptarnos al bajar las escaleras. Tampoco nos cruzamos a mi padre, que llega tarde a nuestro encuentro cuando mamá y yo damos un portazo que nos aleja del interior de nuestro hogar.

Antes éramos ella y yo contra el mundo, pero ya no puedo decir lo mismo. No importa que ahora esté tratando de acompañarme, es lo menos que puede hacer después de haberse equivocado de forma tan grotesca. Le avisé que si algo pasaba con Finn no la perdonaría, y este momento llegó.

Finn está sufriendo mucho porque ella le dio el consejo erróneo, y la odio por ello.

—Te lo dije —le digo, arrastro mis palabras mientras la horrible tormenta que afecta el área nos humedece con cada gota de lluvia. Nos metemos en su auto apurados—. ¡Mierda, te lo dije, mamá!

Ella enciende el auto, todavía no me dice nada. El limpiaparabrisas hace un esfuerzo enorme por aumentar nuestra visibilidad cuando mi madre aprieta el pedal y sale en dirección a la casa de Finn, pero la lluvia es tan abismal que no hay limpiaparabrisas que aguante. Mi madre debe sostenerse firme al volante para que los vientos huracanados no nos desvíen del camino.

Es una noche horrible. Todo es horrible, y no debería haberlo sido. No puedo contener la impotencia, el enojo y la frustración que crece a pasos agigantados en mi interior.

—¡¿No vas a contestarme?! ¡¿No vas a decirme nada?! —le grito, ella sigue sin mirarme, pero la humedad de sus ojos empieza a mezclarse con la de su rostro cuando corrió hasta el auto en medio de la lluvia—. ¡Esto es tu culpa! ¡Te advertí que sus padres le harían olvidar todo lo que avanzó en este tiempo, pero tú decidiste ignorarme, decidiste ser una terca y necia doctora! ¡Te ganó tu orgullo!

Tomamos la ruta. Es de noche y está oscura, es muy difícil ver algo. Las luces de los autos que vienen de frente apenas se ven en las curvas, y mi mamá va demasiado lento... Dios, ¡es como si no le importara! ¡Es como si estuviera deseando que Finn siguiera llorando debajo de esta lluvia terrible, de que se arrepienta de la persona que es!

—¡¿Qué estás haciendo?! ¡Apúrate, por favor, no ves que estamos perdiendo el tiempo! —le exclamo desesperado, ella aprieta el volante con aún más fuerza, contiene lo que sea que está conteniendo en su interior con la ayuda de una expresión irreconocible, pero sigue sin contestarme.

Empieza a subir paulatinamente la velocidad, eso me da un poquito de tranquilidad, pero cuando veo la distancia que nos separa de la casa de Finn y el tiempo que tenemos hasta llegar ahí, vuelvo a desesperarme. Veinticinco minutos. ¿Cuántas cosas pueden pasar en veinticinco minutos? ¿Cuántas ideas muy feas pueden pasar por la cabeza de Finn, ideas de las que quizás luego pueda llegar a arrepentirse? ¿Cuánto más podrá llorar en una calle vacía, en medio de una tormenta, sin colapsarse? ¿Sin que algo peor le suceda?

Como no tengo la respuesta a ninguna de las preguntas, hago lo único que puedo hacer: seguir gritándole a la única persona con la culpa de que estemos en esta situación.

—Siempre creí que era tu hijo favorito, siempre creí que teníamos algo especial, pero ¿sabes qué? —Mis palabras iniciales se oyen casi como susurros, pero solo preparan el vendaval de gritos que vienen a continuación—: ¡Nunca lo tuvimos, nunca tuvimos nada especial, porque tú lo que sientes no es amor! ¡Tú quieres controlar mi vida, quieres controlar la vida de todos! ¡Es increíble que hayas lastimado así a Finn y que pienses que tienes razón, eres una persona asquerosa!

Me echo contra el asiento cuando su voz me interrumpe.

Mamá empieza a gritar, interrumpe mi seguidilla de exclamaciones con sonidos que nunca la escuché hacer. Solo grita, como si con cada segundo que lo hace se estirara su agonía, como si estuviera sacando de sus entrañas lo que no pudo hacerme entender en palabras. Grita, grita y grita mientras llora, mientras se deshace frente al volante y se convierte en un pequeño niño que no es capaz de hacerse entender por medio del lenguaje.

Son varios los segundos que tarda hasta que los gritos empiezan a tener algún tipo de sentido, gritos que ahora entiendo están dirigidos hacia mí:

—¡No tienes derecho a odiarme, bebé, a decirme todas estas cosas! ¡Yo sé que no las sientes!

Mamá golpea el volante.

—¡Sí que las siento!

Yo golpeo el tablero.

—¡Claro que no! ¡Tú eres el niño de mamá, siempre lo serás! ¡Siempre serás mi bebé!

Mamá niega.

—¡No soy tu bebé, no soy tu niño, y de ahora en más ya no seré tu hijo! ¡Me perdiste!

Yo no sé ya como hacerle entender que nada más volverá a ser lo que era.

—¡No lo dices en serio! ¡No lo dices en serio!

Ella es lágrimas. Una lluvia de ellas. La misma lluvia que se expresa tormentosa frente a nosotros.

—Sí que lo digo en serio.

La miro en silencio por un segundo. Me trago mis lágrimas, no tienen lugar ahora. Lo único que me consume es un sentimiento de profunda oscuridad.

—Te odio. ¿Me escuchaste bien? Te odio. Por hacerme esto. Por hacernos esto.

Tanya gira su rostro hacia mí. Algo en ella se quebró con mis últimas frases. Aquella capa de protección que le impedía creer que las cosas que le estaba diciendo eran ciertas se rompió al fin. Ahora me ve con los ojos tristes y desamparados.

Yo también la miro, pero esta vez siento algo distinto cuando lo hago. Mamá... no Tanya... Mamá.

Logra hacerme dudar. ¿Y si...? Miles de imágenes se pasan como carrusel ininterrumpido por mi memoria. Las veces en las que me meció en sus brazos. Cuando me llevaba a comer helado. Las salidas con mis hermanas. Las películas que veíamos juntos y por las cuáles discutíamos por horas. Sus comidas los viernes por la noche. Su sonrisa. También los malos momentos. Las veces en las que le grité en el pasado y en las que de alguna forma logramos perdonarnos. Los días en los que volvía cansada de sus sesiones, preguntándose qué más podía hacer para ayudar a sus pacientes. Cuando perdió a su paciente trans. Cuando casi la pierdo a ella. A mi familia. Cuando casi nos perdemos todos.

Voy a abrir la boca para decirle que sí, que quizás tenía razón y me esté equivocando, que quizás no merezca todas estas cosas que le estoy diciendo y que merecemos, por los años y los momentos vividos, por lo mucho que nos hemos amado, hablar de esto como dos personas que pondrán el amor que sienten por el otro por sobre lo demás.

Pero no logro emitir sonido.

Mamá, en aquellos breves segundos en los que pierde la visión de la carretera, no nota que un auto pierde el control frente a nosotros y nos embiste en la ruta. Todos los recuerdos, los buenos y los malos, se pierden con nuestros gritos y nuestras lágrimas cuando el coche empieza a girar y a dar vueltas. Puedo sentir su brazo estirado sobre mi pecho y mi cuerpo tratando de protegerme del impacto, como el último intento de una madre devota de cuidar a su hijo de todo daño.

Entiendo entonces que aquel carrusel de memorias que pintó mi mente no fue una casualidad, si no la forma del destino de advertirme que nuestras vidas estaban próximas a desintegrarse, que había algo más importante por lo que luchar.

El seguir respirando.

Giramos, giramos, giramos... giran mis recuerdos, que ahora pesan.

Giramos, giramos, giramos... giran los gritos, ¿por qué grité tanto?

Giramos, giramos, giramos... giran nuestras vidas, ¿de qué lado caerá la moneda?

Cuando el coche deja de dar vueltas y se detiene a unos cuantos metros de la carretera, me doy cuenta de que estoy sangrando. Estoy sangrando mucho... mi cabeza, mi cabeza duele... y mamá, por Dios, mamá...

Su airbag, la bolsa de protección que te protege en caso de accidentes, nunca se activó. Veo de costado el panel de su tablero con la misma luz centelleante que vi cuando estábamos volviendo del campus y que ignoré por gritarle. El auto tenía una falla que no vimos por estar peleando. Por mi culpa. Porque yo estaba demasiado ocupado odiándola.

No estoy seguro de que esté respirando.

A duras penas, con el cinturón todavía puesto, logro estirar mi brazo y tomar mi celular que se cayó en algún lugar de mi asiento. Tiene la pantalla rota, pero funciona. Abro mis contactos mientras empiezo a oír el sonido de las sirenas, que deben venir a nuestro rescate en medio de esta noche de tormenta trágica. No sé cuántos minutos pasaron, ¿perdí el conocimiento antes? ¿Por qué mi cabeza duele tanto? ¿Por qué todo me da vueltas?

Pienso en pedirle perdón a mamá, en volver el tiempo atrás, en hacer las cosas diferentes y en la posibilidad de que podamos hablar sobre esto como el hijo y la madre cargados de cariño que siempre fuimos. Pero entre toda la culpa, que ahora me echo solo en contra mío, se filtra un llamado de ayuda del que no me he olvidado.

Esta vez te fallé, Finn. No podré ir a buscarte, mi amor. No podré ayudarte, tengo que ayudarme a mí y a mi mamá si queremos volver a verte.

Abro el contacto de Barb. Pulso la llamada. Ella atiende al segundo tono. Siento que mi cabeza da vueltas, que me estoy desvaneciendo, pero logro pronunciar las palabras antes de terminar de perder la consciencia:

—Finn... casa... ayúdalo... por favor.

El teléfono se cae de mis manos. Hago un último esfuerzo sobrehumano para alcanzar la mano de mi madre y sostenerla. Está fría, pero la sostengo fuerte. Ella habría sostenido la mía. Siempre lo hizo. Siempre lo hará.

Lo último que ven mis ojos son las gotas de lluvia que siguen cayendo sin parar.

El cielo llora conmigo. Siento que me muero. No quiero morir.

Luego todo se vuelve negro.

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*inserta el emoji que te define en este momento*

Describan este capítulo en una palabra. ¿Se animan?

 ¿Qué sintieron ustedes mientras lo leían? Para mí fue angustiante escribirlo.

Al margen de este durísimo cap, ¿cómo les fue esta semana? ¿Qué tal los trata la vida? Yo a punto de volverme a Estados Unidos, me queda mi último año de carrera universitaria.

Gracias por acompañarme otro capítulo y ser los mejores compañeros. Transitamos las buenas y las malas de Finn y Isaac, siempre juntos. Gracias, en serio <3

Veremos qué sucede de ahora en más... no prometo nada.

Los quiere,

Su despeinado <3

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