26 | Tus deseos son órdenes

Me separo del cuerpo de Finn. ¿Qué estoy haciendo? Estoy invadiendo su espacio personal, voy a terminar asfixiándolo de tanto abrazarlo.

Muchas veces en el pasado compartí cama con alguien. Bueno, muchas no, pero algunas. Las suficientes para entender lo distinto que es tener un espacio para ti solo que uno repartido en dos, en el que tienes que dividirte las almohadas y las sábanas y en el que tienes que acostumbrarte a que la otra persona emane su propio calor.

Más allá de las veces en las que mis hermanas durmieron conmigo para calmarme cuando era más pequeño, nunca había dormido con alguien si... bueno, si antes o después no íbamos a acabar teniendo sexo. O un intento de algo similar. La excitación de tener a alguien contigo a escasos metros de ti, con poca ropa y en un estado de intimidad absoluta es una sensación particularmente agradable, que siempre avivó en mí los deseos más lujuriosos. Me despierta un fuego impulsivo que quiere arrasar con mi autocontrol, que quiere tocar, besar y lamer todas y cada una de las partes del cuerpo que tengo delante.

Sin embargo, ahora que es Finn la persona que se encuentra a mi lado, un fuego distinto se genera en mí, un calor sin precedentes que me pide algo distinto a ese deseo animal del pasado. Tener a mi vecino aquí hace que mi garganta se cierre de la tensión. Que el calor sea un calor nervioso. Quiero acariciarlo y demostrarle cuánto lo quiero, pero tampoco quiero traicionar su confianza y hacerlo sentir incómodo. Quiero besarlo. Después de la carrera, creo que por lo menos tengo eso claro. ¿Pero será lo que él quiere también? Es difícil decir, así que la única opción que vale la pena seguir es tragarme los nervios, el calor y el deseo, y acompañarlo de la forma en la que él quiera ser acompañado.

Trato de dejar de mirar las curvaturas de su espalda, que hacen un contorno con su fina camiseta, y cerrar los ojos para conciliar el sueño, pero su voz, temblorosa y gutural, me interrumpe.

—¿Isaac? ¿Estás despierto?

Un atisbo de ilusión se despierta en mí. ¿Y si los dos estamos pensando en lo mismo? ¿Debería contemplar esa posibilidad?

—Sí, lo estoy. —Mi voz sale como un susurro ahogado. Estoy nervioso... ¿por qué estoy tan nervioso?

Finn se gira sobre sí para que quedemos frente a frente. Ambos tenemos la cabeza apoyada sobre nuestras almohadas, pero ahora que nuestras respiraciones viajan en la misma dirección, podemos percibir un sinfín de detalles nuevos sobre el otro. El aliento a menta que sale de su boca. El movimiento de su pecho cuando está respirando. El brillo de su rostro, especialmente el de sus labios, que se deja entrever por la hendija de luz que entra por una cortina mal cerrada. Nos observamos en un silencio que de alguna forma lo dice todo, que recuerda que la persona que tenemos tan cerca ya no es más un vecino en los dormitorios que odiamos con todas nuestras fuerzas.

Cuando siento que mi corazón está a punto de salirse de lugar, Finn se atreve a hablar:

—¿Puedo hacerte una pregunta?

Su cuerpo se endurece cuando pronuncia esas palabras. Sus respiraciones se aceleran. Las mías, por supuesto, también.

—Sí.

Traga saliva. Yo espiro con intensidad.

—¿Tú y Violet van a...? —No puede completar la pregunta, pero se fuerza a hacerlo—. ¿Van a reconciliarse?

Sonrío para darle tranquilidad. Un poco para mí, y otro para él. Pero la realidad es que lo que menos estoy ahora es tranquilo.

—No, Finn. Violet y yo no vamos a volver a estar a juntos.

Su ceño se frunce, confundido.

—¿Por qué sonríes?

—Porque ella fue la que me hizo terminar de darme cuenta.

Cuando pronuncio esas palabras, quiero estirar mi mano y tomar la suya y quitarle toda confusión, quiero poder volver acariciar sus rizos, y que cualquier espacio que haya entre nosotros desaparezca.

Pero para poder hacerlo, tengo que ser capaz de dar un salto de fe.

—Finn, yo...

Su cuerpo, tosco pero decidido, se abalanza sobre el mío. En la oscuridad casi total que nos rodea, nuestros labios se rozan con cautela, explorando por primera vez las comisuras del otro. La menta de su aliento se mezcla con la mía en los breves segundos en los que duda el beso, un beso que funciona más como una pregunta que como una respuesta.

«Tengo miedo, pero esto es lo que siento por ti. ¿Tú lo sientes también o acabo de arruinar nuestra conexión transparente?»

Cuando se separa de mí, nuestros ojos se comunican en un eterno y profundo encuentro que es acompañado por todo tipo de minúsculos detalles: el movimiento indeciso de nuestros pies al borde de la cama, el temblequeo de nuestras manos al no ser capaces de reconocer el próximo movimiento del otro, y la intensidad palpitante de nuestros corazones.

Él hace preguntas con la expresión de su mirada, y yo le doy la única respuesta que encuentro, una que no necesita palabras: el volver a acercarme a su boca.

Si el primer beso fue un primer acercamiento a lo inexplorado, este segundo es una explosión de sensaciones. Finn reemplaza sus nervios iniciales con un coraje que lo lleva a hacer todo tipo de cosas con mis labios. Yo, en tanto, trato de no quedarme atrás al ubicar una de mis manos sobre su cuello y atraerlo, si es que todavía se puede, todavía más cerca de mí. Hay un mensaje tácito en la forma en la que nos besamos, lo que deja algo muy claro: ambos estuvimos deseando esto por un tiempo más que suficiente.

Nos quedamos en esa posición por varios minutos. Damos vueltas en la cama y tratamos de encontrar los puntos en donde el otro siente más placer. Incluso ante mi falta de ropa, el calor que reina en nuestro encuentro es evidente. Empiezo a bajar una de mis manos del cabello de Finn mientras le doy pequeños besos en su cuello y en su oído, lo que lo hace estremecer. Voy despacio, asegurándome de que lo que estoy haciendo no lo está incomodando, y meto mi mano debajo de su camiseta. Le hago pequeñas cosquillas en el abdomen para luego poder arrastrarlas un poco más abajo, donde se encuentra su ropa interior...

—No.

Finn pone una mano sobre mi pecho y me aleja con ella. Yo, por supuesto, desisto de mi misión y respeto la distancia que pone entre nosotros.

—No quiero que conozcas a Pepe.

Lo miro confundido. ¿Pepe es...?

—No quiero que me toques ahí abajo.

Ahora entiendo. Debí haber previsto que esto pasaría.

—¿Por qué no? —Sé perfectamente cuál será su respuesta, pero quiero que sea capaz de verbalizarlo. Mamá siempre me habló sobre la importancia de hablar de nuestras emociones, por más que yo nunca sea capaz de seguir su ejemplo.

Finn se revuelve en su lugar de la cama con incomodidad. Sus rizos, por culpa mía, están completamente desordenados.

—Porque no me gusta lo que tengo ahí. —Traga saliva, lo que despierta su verborragia—. No siento que sea mío, ¿entiendes? Como si alguien lo hubiera puesto ahí... sin mi autorización. Y, bueno, es horrible yo, ehm, tengo... me da... vergüenza. Desearía, ya sabes... dejar de sentir esto por un segundo, pero yo... no puedo, no puedo dejar de pensar que soy un desconocido... en mi propio cuerpo.

Asiento en silencio. Pienso en las palabras correctas para decir, pero entiendo que en este caso no existe ninguna. Puedo asesorarme, puedo hablar con otras personas, puedo mover cielo y tierra para tratar de comprender la totalidad de las cosas por las que está pasando Finn, pero nunca podré sentir lo que él siente. No estoy en sus pantalones ni en su cabeza, ¿cómo podría?

Decido no subestimar ese detalle y quedarme en un respetuoso silencio que le haga sentir que puede seguir explayándose el tiempo que quiera, porque eso sí que lo puedo hacer. Acompañarlo y estar para él son las dos cosas en las que jamás le voy a fallar.

—Disculpa por arruinar el momento —me dice acurrucado en su extremo de la cama, todavía observándome con timidez.

—No arruinaste nada, Finn —le digo para calmarlo poniendo una mano sobre su hombro. Él pone la suya encima, y nos miramos en silencio.

Si pudiera sacarle todo su sufrimiento y hacerlo mío, lo haría. Por él.

—Tengo miedo, Isaac —admite, sus ojos que no desisten en observar a los míos con un pesar intenso y desalmado—. Pero... creo que quiero intentar dejar de tenerlo.

Le sonrío emocionado mientras aprieto su mano con fuerza para recordarle que voy a estar aquí siempre.

—Por ti, por Barb, por Take, pero por sobre todas las cosas, por mí... voy a intentarlo. Voy a intentar dejar de tener miedo.

Lo atraigo hacia mí y hago que se acurruque en mis brazos, su cabeza ahora descansando sobre mi pecho. Vuelvo a tomar una de sus manos, y me prometo que no volveré a soltarla en lo que resta de la noche. Dejo que pasen los minutos y que nuestras respiraciones se tranquilicen. Cuando pienso que ya no dirá nada más y que nos dormiremos plácidamente en esta posición que anhelé por un largo tiempo, su voz vuelve a sorprenderme:

—Necesito que llames a tu mamá mañana, Isaac. Si voy a enfrentarme después de todo este tiempo, quiero que sea con ella y con nadie más. Por favor.

Internamente estoy gritando por el peso y la importancia que tiene su pedido, pero no creo que ninguna de esas emociones sean necesarias ahora mismo, por lo que con la mayor tranquilidad que encuentro, solo le contesto:

—Tus deseos son órdenes.

Y lo seguirán siendo.

-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.

BUENO, TODO VALIÓ LA PENA POR ESTE CAPÍTULO, ¿NO?

No saben qué bello es haber desarollado a los personajes para que hayan podido llegar a este momento de intimidad. ¿Qué les pareció a ustedes? ¿Estuvo a la altura de las expectativas? ¿Qué piensan que sigue ahora en la historia?

Les cuento que estoy muy emocionado porque el próximo sábado 10 de junio estaré presentando mi libro en Buenos Aires. ¡Esperé este momento por mucho tiempo! ¿Qué tal estuvo su semana? Por favor, no se vayan sin contarme.

No puedo creer que ya vamos medio año recorriendo juntos, y aprendiendo a la par de Finn e Isaac. Me hace feliz tenerlos, así que gracias de corazón por acompañarme. Tomen mucha awita, yo desde acá les mando la mejor vibra para que les vaya bien.

Los quiere,

Su despeinado <3

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top