13 | Tu espejo, tu espada, tu escudo

Takeshi

eyyyyy!! cara de ano!!! por que no fuiste a la heladería hoy??

Bárbara

Rt

Suelto el teléfono y lo dejo boca abajo. Mis ojos cansados, todavía no recuperados de tanto llorar, agradecen poder dejar de lastimarse con el brillo de la pantalla.

Sin embargo, mi curiosidad puede más cuando mi celular sigue vibrando y el grupo de "Los chicos superhorrorosos" se llena de mensajes no contestados.

Takeshi

Nos está ignorandododododoodod

Bárbara

Es verdad, nos está dejando en visto

Vuelvo a dejar el teléfono sobre mi cama y me preparo para apagarlo, pero justo cuando estoy por hacerlo, ya está vibrando otra vez:

Bárbara

Estás bien?

Takeshi

retweet al retweet

Finn

No. Y no quiero que vengan, ¿okey? Necesito estar solo. Mis papás me vieron cambiado y maquillado. Me dijeron que no quieren que vuelva a casa hasta que no tenga las cosas claras. Isaac al parecer es transfóbico. Fin del comunicado.

Bárbara

Ya estoy yendo para tu habitación

Suspiro en completa frustración y marco el número de Bárbara.

—No quiero que vengas.

—Tranquilo, ya estoy en camino. Podemos sentarnos en silencio y ver una película...

—Barb, por favor. —No quiero deshacerme en lágrimas otra vez, pero se me está volviendo complicado—. Ahora no. Hoy no.

Mi amiga emite un gruñido del otro lado de la línea.

—Me preocupas, Finn.

—Voy a estar bien —digo, aunque ni yo me lo creo.

—Quisiera asegurarme de eso yo misma.

Sus esfuerzos son incansables. En otras circunstancias sería capaz de apreciarlo, pero hoy es una jornada muy alejada de esas esperanzas.

—Dame un par de días. Por favor —ruego, ya sin fuerzas para otorgarle una justificación decente.

La duda embarga a Bárbara, quien por un par de segundos no logra contestar.

—Está bien —cede, y una parte de mí se tranquiliza—. No me interesa la hora, si necesitas algo me llamas, me escribes o me mandas una señal de humo, ¿escuchaste? Mi servicio está disponible los siete días de la semana, las veinticuatro horas del día.

Sonreiría, pero ya no sé si recuerdo como.

—Okey.

—Te quiero, Finn.

Mierda. Qué difícil que es mantener mi rostro seco estos días.

—Y yo a ti.

Corto la llamada y apago el celular. No necesito estar en contacto con nadie más ahora mismo. Solo quiero acurrucarme en mi cama, cerrar los ojos y olvidarme de mi papá y sus gritos, de mi mamá y su mirada horrorizada, de mi hermanito y sus ojitos confundidos, y de mi vecino y su silencio que habló más fuerte que sus palabras.

Recuerdo el fatídico día de ayer con una sensación de arrepentimiento arraigada a mi piel. No fui capaz de enfrentarlos... solo asentí y lloré como la niña de cinco años que mi padre cree que soy. Desearía que no estuvieran en mi vida. O, por el contrario, desearía que pudieran entenderme, abrazarme y susurrarme al oído que todo va a estar bien... ¿No fue para eso que tuvieron hijos? ¿Para amarlos? ¿Cómo no pueden notar que lo que me pasa y lo que siento no son cosas que puedo controlar?

¿Cómo no pueden notar que a cada día que pasa, su hijo sufre un poco más?

Luego está Isaac. Me confié y tuve esperanza. Creí que, si personas como Takeshi y Bárbara que me aceptan tal cual soy existían, quizás mi vecino podía ser una de esas también. ¡Pero no, claro que no, estúpido sea Finn Bennett que creyó que su condición enferma podía hacerlo una persona normal ante ojos ajenos!

Porque esa es la única posibilidad que tiene sentido. Yo estoy enfermo. Soy una persona enferma. Las personas transgénero están enfermas, ¿no? Si no, ¿por qué la sociedad las margina, las deshecha y las mantiene en un cubículo de invisibilidad absoluta? ¿Por qué los padres los maltratan y les dicen que está mal lo que sienten? ¿Por qué todos los juzgan con tan solo una simple mirada por encima del hombro?

Sí. Eso le daría mucho más sentido a todo lo que estoy pasando. No es mi culpa, es solo el destino dándome una bofetada en la cara y obligándome a vivir infeliz. Quizás tenga cura, quizás pueda lavarme el cerebro, nacer de nuevo, y sentir distinto. Tal vez esa segunda versión mía complacería a la gente que me rodea.

Jamás debí ilusionarme con la idea de que tenía derecho a contarle a alguien sobre mi estado y esperar que esa persona fuera comprensiva con lo que me pasa. Yo soy el que está mal. Yo soy el que tiene que cambiar.

Me odio. Lo odio. Odio la palabra trans y todo lo que representa. Y odio, por sobre todas las cosas, que deba ser yo el que tenga que atravesar esta desgracia de no sentirse cómodo con mi identidad de género.

Le hubiera hecho un favor a todos si no hubiera nacido.

—Hola, ¿me escuchas?

Guau. Ya ni siquiera se puede llorar en paz en este lugar de mierda.

—Si tengo que escucharte juro que llamaré a la policía...

—Sí, vas a tener que escucharme —me interrumpe mi vecino—. Porque te estás volviendo a equivocar conmigo.

No quiero que me dé explicaciones ni que me vuelva a jurar que no es como los demás. No tiene sentido que lo haga porque nada importa. Nada bueno puede salir de cualquier cosa que esté relacionada conmigo. Pero, ¿qué puedo hacer? No voy a irme de mi habitación y exponerme frente a otros, haciendo que se pregunten por qué mis ojos parecen a punto de estallar de tanto llorar. No tengo la fuerza para salir de la cama.

Mi mejor opción es insultarlo y esperar que entienda que no quiero tener nada que ver con su persona.

—Vete a la mierd...

Isaac me interrumpe y me fuerza a callarme cuando noto el peso que tienen sus palabras:

—Mi mamá perdió a una paciente trans. Se quitó la vida en medio de una sesión.

Su declaración me obliga a reacomodarme en la cama y prestarle la atención que en un inicio no quería prestarle. La voz de Isaac se nota cansada y preocupada, lejana a aquella que escuché en el lago cuando estaba en medio de su entrenamiento.

O es un gran actor o esto que me está por contar realmente le toca una fibra sensible.

—Ese día volvió a casa y yo era el único que estaba ahí. Mi papá estaba en un viaje laboral y mi hermana se había ido a pasar la tarde con unas amigas. Yo solo tenía diez años, ¿sabes? Y ella, ella...

La pared que nos separa debe ser la responsable por la facilidad que tenemos para llorar a través de ella. Quizás el hecho de no ver al otro nos da la vulnerabilidad necesaria para quebrarnos, porque por tercera vez desde que nos conocemos, uno de nosotros está llorando.

—La estoy viendo... mamá... mamá desparramada en el piso, llorando destrozada, perdida en su mundo, con un bote de pastillas en su mano, gritando el nombre de su paciente con ira y desesperanza... yo... yo mirándola con mi precoz edad sin saber qué hacer... ¿cómo podría? Solo era un niño, un pequeño niño tratándose de abrirse paso por la preadolescencia...

Trago saliva al escuchar su historia. No tengo el valor ni la energía para tratar de calmarlo como él hizo ayer porque estoy completamente drenado. Así que, con una angustia reinante en el pecho, solo sigo escuchándolo.

—Tuve que... llamar a emergencias, porque pensé que ella... quería acabar con todo también. —Respira con esfuerzo, haciendo pequeñas pausas para buscar el aire que, en los últimos minutos, se encuentra en falta—. Una parte de mi mamá murió ese día, y una parte de mi niñez lo hizo también.

Isaac deja de hablar, y yo no sé qué decir. Por varios segundos se forma un incómodo silencio entre nosotros.

—¿Sigues ahí?

—Sí —respondo con lo que tengo.

—Disculpa, te juro que te estoy contando todo esto por una razón...

Niego con la cabeza. Al instante me doy cuenta que no me está viendo, así que, en contra de mis deseos, vuelvo a hablar:

—Está bien.

Oigo un suspiro ahogado del otro lado. Imagino que se siente un poco más relajado al saber que estoy tratando de escucharlo. Lo que no sabe es que solo lo hago porque no tengo otra opción.

—Mi familia y yo salimos adelante. Pero, por supuesto, mi madre jamás olvidará a su paciente, y yo jamás olvidaré lo que sentí —reconoce, y se toma una pausa marcada antes de continuar—. Mi punto es que... yo nunca pude... nunca pude hacer las paces con lo que el término transgénero significa para mí: un recuerdo de esa tarde en la que casi lo perdí todo.

Empiezo a ver a dónde va esto y no sé si tengo la audacia de procesarlo como se debe.

—No soy el monstruo que piensas que soy. No tengo nada contra ti ni contra las personas de la comunidad. Al contrario, tengo una hermana que tuvo que salir del clóset, que sufrió el peso de la mirada ajena, la marginalización y el desdén de algunos que estaban cerca de ella solo porque admitió que... le gustan las ensaladas de fruta, y que además de bananas, también puede comer frutillas. ¿Me... entiendes?

En otras circunstancias me habría reído por su incompetencia para llamar las cosas por su nombre. Lástima que hoy no sea uno de esos días.

—Sí.

Quiero decirle que me deje en paz. Quiero decirle que se vaya bien lejos y que nunca más vuelva a comunicarse conmigo. Quiero decirle que no use su tiempo en mí, porque yo ya soy un caso perdido. Quiero silencio. Quiero soledad. Quiero oscuridad.

Todo eso es lo que quiere mi corazón despojado de esperanzas, uno que después de ayer solo pudo pensar en negro, un negro azabache y lúgubre, muerto por dentro, que batalló y fue derrotado, y que ya no tiene con qué volver a la guerra.

Lo único que parece poder salvarlo es este caballero medieval desconocido llamado Isaac Watts, que se rehúsa a continuar su camino y se esfuerza por encontrar una grieta en el plebeyo de los corazones rotos.

—Ayer me tomaste por sorpresa, y todos los recuerdos de cuando era un niño me abrumaron. —Su voz cobra fuerza, más convencido que nunca al pronunciar cada sílaba—. Pero quiero ayudarte, quiero seguir estando para ti cuando lo necesites y quiero acompañarte en el camino que decidas tomar. Si me dejas... puedo seguir siendo tu odioso vecino, puedo ser... tu espejo, tu espada y tu escudo.

La letra de Viva la vida de Coldplay se aparece en mi memoria cuando Isaac hace referencia al estribillo:

I hear Jerusalem bells are ringing

Roman Cavalry choirs are singing

Be my mirror, my sword and shield

My missionaries in a foreign field

—Escuchaste la canción —esbozo sin ser capaz de asimilar la forma en la que Isaac puede buscar, encontrar y abrazar la amargura de mi corazón.

—No solo la escuché, me la aprendí —responde con una risita nerviosa.

Me quedo sin respuestas ingeniosas que dar y sin pensamientos destructivos con los que lo pueda alejar. Mi mente sufre y batalla repitiéndome que no vuelva a llorar por él, que no deje que abra la grieta y que me deje volver a confiar, pero lo único en lo que me puedo concentrar es en las ganas que ahora tengo de que me siga hablando con esa voz dulce que tiene.

—Creo que nos merecemos volver a empezar. ¿Qué te parece?

Pronuncio un sonido ininteligible que busco que se entienda como una respuesta afirmativa.

—Hola, ¿cómo es tu nombre?

Juego con mis rulos al dudar de los nervios. ¿Cómo no dejar entrar a alguien que derriba paredes para poder meterse a tu fortaleza?

—Finn.

—¿Así te gustaría que te llame?

—Por ahora sí.

Pienso en la paloma cuyas alas creí que habían sido cortadas permanentemente. «Todavía no», me digo.

—Encantado de conocerte, Finn. Soy Isaac.

La grieta se abre, haciendo que quiera aferrarme a la melodía de su voz para siempre.

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Hey, hola a todos. ¿Cómo están? Disculpen que la semana no dejé nada en la nota de autor. Mi perrita falleció y no estaba con muchas fuerzas para escribir nada más que subir el capítulo.

¿Qué les parecieron estos dos capítulos? Son, sin dudas, puntos de inflexión en la relación de los personajes. 

Les dejo esta ilustración que nos había hecho Chris para el capítulo ocho, cuando Finn le canta a Isaac la canción de Coldplay:

Cuéntenme como andan sus cosas, por favor. Amaría volver a leerlos. ¡No se pierdan!

Gracias por sus mensajes lindos y por acompañar a Finn y Isaac en esta travesía. Los quiero mucho. Tomen awita, por favor.

Un abrazo,

Su despeinado <3

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