11 | Todo lo que sube, tiene que bajar
—Si paso esta clase de las malditas y al mismo tiempo agraciadas plantas, me haré pelón.
Mi lapicera deja de pasar apuntes y mi concentración se torna hacia las palabras de Takeshi.
—¿Pelón? —Bárbara se retuerce en su lugar en señal de protesta—. Con lo lindo que es tu pelo no podías, no sé, ¿tatuarte un melón en la frente?
Me quedo en silencio dándole un sorbo a mi juguito de naranja mientras me percato de este interesante intercambio Barbeshi. Ser personaje secundario tiene, por momentos, sus grandes ventajas.
—¿Acaso dijiste que mi pelo te parece lindo?
Las mejillas de Bárbara se enrojecen, y por más de que intente ocultarlo, ambos lo notamos.
—No lindo como lindo, si no más bien como lindo, ¿sabes? —dice modificando el tono en el que pronuncia el adjetivo, tratando de pasar desapercibida ante el cumplido inocente que acaba de dar.
Takeshi y Bárbara se siguen haciendo contestaciones elocuentes en las que prefiero no entrometerme. Puedo ser partícipe pasivo de esta conversación mientras sigo anotando en mi libreta y trato de ser un buen estudiante. Además, no quiero romper con la incremental tensión que se percibe en el ambiente cada vez que se dicen algo.
Me pregunto si están pensando en estar juntos, si ya estuvieron, o si estarán en el futuro.
Claramente no soy un experto en el amor, pero no tengo que serlo para darme cuenta cuando hay algo especial recorriendo el espacio que nos rodea. Tienen una forma de mirarse que implica un cariño más allá del que exteriorizan, y cuando uno de los dos no está cerca, siempre encuentran la forma de traer al otro en la conversación, tal como hizo Takeshi en el lago cuando Barb estaba en clase de química.
No sé si tendré razón o no, pero fantasear con que ellos puedan ser felices me hace sentir alegre a mí también, porque hoy es un día para ver todo con colores. Misteriosamente, mi mentalidad por lo general oscura hoy se tiñe de pensamientos optimistas y visiones no tan negativas del futuro.
Hace meses que no me sentía así.
—¿Acaso estoy viendo lo que creo que estoy viendo? —pregunta Barb de la nada, observando a través de la ventana de la heladería en dirección al lago.
Takeshi y yo nos giramos para tratar de entender el comentario de Bárbara. Mi amigo parece que comprende al instante, pero yo miro a ambos en completo desconcierto.
—¡¡La tabla de cuadrados!! —exclama Take señalando a la distancia.
Por un segundo dudo si debería bajar la vista y olvidarme de que, al parecer, el vecino con el que he estado hablando a través de las paredes está en carne y hueso a solo metros de mí. Puede parecerle una estupidez a algunos, pero he estado tratando de evitar saber como se ve físicamente. Isaac, por el contrario, hace todo lo posible para que le revele algo de mi identidad, pero yo sigo mostrándome reacio a hacerlo.
Romper la barrera de lo virtual y conocerlo en persona siempre me sonó como una misión imposible. No me siento cómodo conociendo a nadie en general, menos que menos cara a cara. Ya bastante me costó acostumbrarme a la idea de que mi vecino no era un hijo de puta que quería hacerme daño, y por fin me empiezo a sentir cómodo en este lugar. ¿Debería poner la seguridad de lo que tenemos en riesgo?
No sé si es este animal llamado optimismo que hoy decidió poseerme y se está volviendo loco, pero contrario al Finn habitual, hoy solo me pregunto: ¿qué tendría de malo saber como se ve Isaac Watts?
—Tápate los ojos. No vaya a ser cosa que por accidente termines observando a tu vecino a la distancia —me dice Barb con una sonrisa clavada en sus labios.
La miro incrédula, y con una confianza impetuosa cargada en mi voz, le contesto:
—Hoy no nos tapamos los ojos. Hoy vamos a pasarle por al lado.
Tan pronto pronuncio esas palabras, veo como mis amigos pierden el hilo de la conversación. No entienden como, después de semanas en las que hasta me negué a hablar de mi vecino, hoy estoy hecho un valiente que no teme encontrárselo en el lago.
Efecto Isaac.
—¿Escuché bien o tengo que ir al médico para que me revise los oídos? —pregunta Takeshi.
—No, yo escuché lo mismo...
—Vámonos antes de que termine de entrenar —digo poniendo mi computadora y mi anotador en la mochila, solo para luego colgármela al hombro y pararme de mi asiento.
Mis amigos siguen clavados al asiento.
—¿Finn con una iniciativa social? ¿Qué sigue? ¿Bárbara dejará de leer novelas románticas? ¿Yo preferiré ver Transformers antes que Naruto?
—No sé, yo no entiendo nada. —Bárbara me arrastra para que me vuelva a sentar y me observa con expresión genuina—. ¿Te sientes bien?
Revoleo los ojos. Debería haberme percatado de que ser una persona relajada y sin preocupaciones no iba a pasar desapercibido ante mis amigos. Como no quiero asustarlos, vuelvo a sentarme y los miro con franqueza:
—Estoy probando algo distinto. —Esbozo una mueca que se parece a una sonrisa—. ¿Me acompañan?
Bárbara y Takeshi asienten en silencio. La forma en la que se ponen sus respectivas mochilas al hombro y me siguen detrás cuando salimos de la heladería me hace ratificar que no necesitan una razón para estar a mi lado, porque haga lo que haga, diga lo que diga, ellos estarán para mí.
Creo que hay veces que he subestimado la importancia de tener amigos como ellos en mi vida. Recuerdo las palabras de Isaac, su voz quebrada a través de la pared cuando me habló de soledad y tristeza, y me doy cuenta que nunca había valorado la presencia de Barb y Take de la forma en la que se lo merecían.
Por más que el futuro no sea tan esperanzador y color de rosas como hoy mi mente trata de hacerlo, espero que siempre pueda seguir recordando que estas dos personas valen la pena y que no debo darlas por sentado.
—¿Cuál es el plan entonces? ¿Le pasamos por al lado y le pedimos un autógrafo? —pregunta Takeshi en voz baja cuando nos acercamos a donde él y Bárbara habían visto a Isaac.
Yo, tratando de mantener el suspenso, mantengo la cabeza baja para no spoilearme la revelación.
—No le vamos a hablar. Bueno, ustedes si quieren sí, pero no voy a revelarle mi identidad. ¿Okay? Si escucha mi voz, se dará cuenta quien soy, y no estoy listo para eso.
A medida que la distancia se recorta y de que con muy poco disimulo Bárbara me señala cuál es Isaac, el vecino con el que no he dejado de hablar desde aquella noche en el que le grité por estar teniendo sexo a altas horas de la noche, los nervios empiezan a aflorar en mi piel. Mi estómago se endurece y mi respiración es tensa, porque tengo un nudo en la garganta que me recuerda que... ¡sorpresa, puedo estar de buen humor, pero eso no me transformará en un extrovertido sin remedio! Empiezo a dudar si mi cabello se ve decente, si tengo bien atado los cordones, si la camiseta que traje hoy está a juego con mis jeans y mis zapatillas... argh, no pensé que esto pudiera ser tan estresante.
Empieza a valer la pena cuando levanto la vista y ya puedo apreciar, entre toda la gente que está en el lago, la figura de Isaac que me da la espalda.
Es un poco más alto que yo. Su cabello no tiene rulos como el mío, y se pinta de un castaño que, cuando le pega el sol, se parece más a un rubio. Lleva puestas unas zapatillas verdes de running con unos shorts negros y una musculosa blanca que deja entrever los músculos de sus brazos. Cuando ya estamos a unos peligrosos metros, logro darme cuenta también que está muy transpirado y que en sus oídos reposan unos AirPods.
No puedo evitar preguntarme si estará escuchando la canción que le recomendé.
Takeshi y Bárbara me toman cada uno de un brazo cuando el encuentro con Isaac pasa a ser inminente. Ambos me observan y me sonríen, divertidos por esta misión de espionaje a las que los sometí. Yo, en tanto, quedo entre medio de ellos dos con la cabeza gacha y dando breves pero efectivas miradas de reojo cada vez que tengo la oportunidad.
—¡Hey! Qué duro el entrenamiento, ¿no? Se te ve agotado —pregunta Takeshi sin detenerse y caminando a un ritmo considerable, lo que hace que los tres, al tener los brazos enganchados, tengamos que apurar el paso también.
—¡Sí! Demasiado, si te soy sincero —responde mi vecino con la naturalidad que esperé que contestara mientras se saca uno de sus AirPods del oído.
Take y Bárbara se ríen entre ellos, compartiendo otro instante más en su lista de momentos de mucha química. Yo, sin embargo, lo único que puedo hacer es girarme con sutileza una vez que ya pasamos a Isaac para poder, por lo menos, admirar su rostro como nunca lo había hecho antes.
Sus ojos dulces y amables eclipsan cualquier otro foco de atención cuando se encuentran con los míos y, por un segundo que parecen años, nos miramos en silencio. En mi mente recorro cada uno de los momentos que vivimos desde que nos conocimos hace semanas, transportándome a todas las veces en las que discutimos, charlamos o nos reímos a través de las paredes. Poder ponerle una imagen a esa antes figura desconocida se siente mejor de lo que pensaba, porque esos ojos de brutal honestidad hacen que mi imaginación vuele y se permitan idealizar al Isaac Watts rubio de un metro ochenta que acabamos de pasar.
Cuando vuelvo a girar mi cabeza y emprendo rumbo hacia los dormitorios sin mirar atrás, me quedo con la sensación de que Isaac ya me reconoció y de que ahora me ve alejarme en la distancia. Contrario a lo que pensaba, no tengo miedo de que se haya dado cuenta que era yo. Puede parecerle una estupidez a algunos, pero nadie entenderá la cantidad de cosas que un introvertido es capaz de hacer por evitar sentirse incómodo.
Hoy, por más pequeño que haya sido el paso que acabo de dar, me enorgullece saber que fui más valiente que mis miedos.
Me despido de Takeshi y Bárbara, quien de todas formas empezaban a olvidar mi presencia cuando comenzaron a discutir si las palomitas eran mejores dulces o saladas, y con un ímpetu impropio de mi personalidad, entro a mi habitación con un claro objetivo.
Dejo la mochila a un costado y me siento en el escritorio. Observo una de las mejores palomas que dibujé en estas últimas semanas, aquella que pegué en la pared para recordarme el valor de su metáfora, y le sonrío como si ella hubiera sido la responsable de estar teniendo un día de tanta luminosidad. Y, a fin de cuentas, quizás sí que deba agradecerle al ave.
Puedo no estar listo para salir de ninguna jaula, pero ¿qué pasa si abrimos las puertas de mi celda de vez en cuando? Mis alas no sabrán lo que es volar. Sin embargo, tal vez pueden sentir la magia de lo que significa no estar preso.
Abro el último cajón de mi escritorio. No lo había tocado desde que llegué a la universidad. Cuando lo hago, me encuentro con el set de maquillaje que le robé a mi madre hace muchos años, un vestido que me regaló Bárbara cuando le hablé de mis fantasías, y una peluca rubia que también me llevé de una fiesta de cumpleaños cuando era adolescente. Es, sin lugar a dudas, un cajón lleno de secretos, miedos y dudas.
Pero también el único cajón que tiene las herramientas para hacerme sentir vivo.
Primero me saco mi camiseta y mis jeans hasta quedarme en ropa interior. Me veo en frente del espejo y quito la vista rápidamente, en especial cuando me topo con el bulto que contiene a Pepe entre mis piernas. Tomo el vestido y me lo calzo lo mejor que puedo. No es mi talle exacto, pero es perfecto para las circunstancias. Una vez que vuelvo a sentarme, me ubico mis auriculares y le doy play a mis canciones preferidas de Coldplay. Gracias a ellas puedo sentirme acompañado mientras empiezo a jugar con los elementos de mi set de maquillaje, tratando de recordar qué es lo que solía hacer para mirarme en una fotografía y no sentir una repulsión absoluta. Cuando mis ojos están delineados, mi piel se encuentra libre de cualquier imperfección y mis labios resaltan por la nueva tonalidad del maquillaje, tomo la peluca rubia que dejé en la mesa, intentando que ninguno de mis cabellos enrulados se filtre por mi nuevo look.
Vuelvo a dedicarle una mirada miedosa al espejo, y por primera vez en mucho tiempo, quien me espera del otro lado no es un Finn Bennett apagado, ojeroso y desanimado: es la mujer de mis fantasías.
Una sonrisa de par en par se forma en mi cara. Quiero empezar a bailar al ritmo de Coldplay mientras me encuentro en este estado de disfrute y goce absoluto, porque sé que los lindos momentos, en especial en mi vida, no duran para siempre.
Cuando Paradise llega a su estribillo y me propongo a saltar de la alegría, una presencia en mi retaguardia me alerta que no estoy solo y me obliga a quitarme los auriculares de repente.
A tan solo dos metros de mí, parados tras haber abierto la puerta de mi habitación, mi familia me observa con una perplejidad que llena mis ojos de lágrimas en un instante.
—¿Qué mierda se supone que estás haciendo? —La voz grave de mi padre me transporta a todos esos años en los que la jaula fue mi única opción—. ¿Otra vez con estas cosas de marica?
No sé por qué creí que la vida me estaba dando un respiro. Esta vez no se siente nada bien tener razón: los momentos lindos no duran, menos que menos cuando tu nombre es Finn Bennett.
-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.
Griten conmigo: NOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO
Bueno, efectivamente, no podíamos tener un capítulo de felicidad y bellos momentos, ¿no? Ya tenía que llegar el Santi diablito y arruinar la fiesta. La gerencia les pide disculpas por las lágrimas derramadas.
¿CÓOOOOOMO ESTÁN? Al margen de este capítulo, ¿qué me pueden contar de su semana? Sigan mandando cosas que los leo y contesto prontito <333 Yo les comento que estoy súper emocionado por el lanzamiento de Tu amigo invisible en toda Argentina. ¡Miren que lindo se ve en librerías!
Espero que tomen mucha awita estos días. ¡Hace bien a la salud! Por lo pronto, nos vemos el próximo domingo con un capítulo que promete más tensión.
Cuídense. Sonrían. Los quiero.
Su despeinado <33
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