xv. las verdaderas órdenes


MEMORIAS PERDIDAS,
capitulo quince: las verdaderas órdenes!



          DURANTE LOS PRIMEROS CINCO MESES QUE CONOCIÓ A LOTTIE, Leon Kennedy podía llegar a admitir que esa muchacha tenía más agallas que él, en todo sentido de la palabra: desde su actitud, desde sus acciones y desde su corazón de oro que ella llevaba con orgullo junto con su cabellera pelirroja. El rubio se preguntó como alguien tan samaritana como ella podría ser capaz de ganarse su admiración en menos de cinco meses, parecía un chiste. Los chicos del curso hablaban cosas de ella, pero para la propia Charlotte no le interesaba ser el centro de atención por chismes o malas palabras lanzadas a su nombre, prefería ser el centro de atención por las cosas valiosas que ella hacía. Entonces, ella enseñó a Leon Kennedy a cómo nadar y ella podía ver que el rubio había mejorado muchísimo durante ese periodo de cinco meses que estuvieron aprendiendo juntos. Además, él llegaba a retener aire por muchísimo más tiempo que la primera vez.

          Aquello era todo un logro, eso era fácil de admitir.

          Hasta que, una mañana cálida de sábado, los dos se encaminaron a la misma piedra donde entrenaban. Dios, Leon no podía olvidar esa memoria ni aunque quisiese hacerlo, fue sumamente terrorífico y ver que eso se estaba repitiendo en el mismo momento que había ocurrido hacía 14 años con ella. Además de tener agallas, Charlotte Harmon era completamente obstinada y descuidada, así que eso era algo que Leon debía conseguir meter en su cabeza (de todas formas, él era obstinado en otras cosas), pero no le sorprendió en nada cuando la pelirroja se resbaló de la piedra y cayó al agua soltando un pequeño grito. Leon soltó una carcajada entre dientes y la miró desde arriba, esperando a que el cuerpo de la pelirroja flotase hacia la superficie, con el placer de escuchar aquella melodiosa risa femenina inundar sus oídos.

          Sin embargo, el cuerpo de Lottie no volvió a la superficie.

          Y Leon, en un principio, pensaba que era una broma.

          —¡Muy graciosa, Charlotte!—bramó el niño de 10 años—. ¡No caeré en esa broma!

          Hasta que, irrevocablemente, él se dio cuenta que no era una broma.

          Leon se lanzó de la piedra hacia el agua en un clavado perfecto, dispuesto a encontrar a Lottie, quien se hundía rápidamente en las profundidades del tranquilo lago al que iban todos los fines de semana para practicar y divertirse. El rubio dio brazadas hasta llegar a la pelirroja, quien tenía los ojos cerrados y parte de su boca abierta, soltando burbujas. Claramente ella estaba perdiendo oxígeno, algo que no era nada bueno para la situación. Leon la agarró entre sus brazos y la llevó hacia la superficie, con el ímpetu impuesto por la desesperación y el miedo que se agrandaban más y más como una bola de nieve que caía de una montaña, haciéndose cada vez más grande. Él la sacó del agua, llevándola hacia la orilla y la recostó boca arriba. Llevó su oído hacia el pecho de la pelirroja y no escuchó ningún latido, procedió a acercarse hacia su rostro y no oía respiración.

          Charlotte no estaba respirando.

          —No, no, no—masculló el muchacho de diez años.

          Recordó las clases de natación, en el caso de que alguien se ahogase, donde le enseñaron el ejercicio de reanimación cardio-pulmonar y rápidamente, intentando de relajar su corazón palpitante y su miedo, colocó sus manos en el pecho de Charlotte para empezar las compresiones. Respiró hondo, concentrándose en la cantidad que debía dar antes de juntar aire e inclinarse frente a la pelirroja para llenarla de aire dos veces, para luego volver a realizar las compresiones. Las lágrimas picaban sus orbes color cielo e intentó con más fuerza, prosiguiendo a repetir sus acciones.

          —¡Lottie, despierta!—dijo este a punto de que su voz se quebraba—. ¡Por favor, despierta!

          Leon tenía mucho miedo.

          Y aún así, no se detuvo.

          (Parecía que catorce años después, volvió a repetirse.)

          Leon recordó caer en uno de los desagües con la ráfaga de agua que había dejado salir Javier Hidalgo durante su pequeña charla donde se encontraron con la información de que Manuela en realidad era su hija y que ella estaba infectada con el Virus T-Verónica, antes de que el agua los irrumpiera, tragándoselos junto con Dalton, Krauser y Charlotte. Al volver a sus cabales, él se encontró con Krauser y Dalton escupiendo agua a borbotones. Su corazón se detuvo cuando no logró encontrar a Charlotte y empezó a buscarla con la mirada, deteniéndose a un lado, donde el cuerpo de una muchacha de cabellos pelirrojos se encontraba en el suelo, sin moverse.

          —¡Lottie!—exclamó él antes de trotar descuidadamente hacia ella.

          Y Charlotte Harmon no respiraba.

          Diablos, ella no respiraba.

          —Mierda—masculló Leon mientras negaba con la cabeza, colocando sus dedos en las zonas donde se encontraban las venas en su cuello, sin encontrar pulso—. No, no, no, no.

          Esta vez, él decidió no perder el tiempo.

          Las compresiones empezaron, de manera segura, medidas y bien calculadas contra el pecho de la pelirroja — cubierto con el chaleco antibalas y los arneses que mantenían su equipo junto, su pistola se encontraba lejos de allí, olvidada. Leon presionó un par de veces, juntando aire para llevar su boca a la de Charlotte para tirar aire dos veces, procediendo a volver a las compresiones. Krauser y Dalton observaban conmocionados la escena que se desenvolvía frente a ellos, Kennedy no les prestó atención alguna y continuó haciendo las compresiones, hasta el punto en el que la desesperación y el miedo empezaron a apoderarse de él, como la primera vez.

          —Vamos, Lottie, despierta—murmuró este en voz baja, mirando el rostro inmóvil de su compañera—. ¡Lottie, despierta!

          —Ya es tarde, Kennedy—bramó Krauser a sus espaldas—. Ella se fue.

          —¡Cállate!—exclamó el rubio con el cabello mojado sin dejar de hacer las compresiones—. ¡Lottie! Por favor...¡despierta!

          Repentinamente, todo parecía desesperación y Dalton bajó la cabeza al no ver más cambios en la pelirroja, mientras que Leon no se rendía ante su propio miedo. Jack caminó en dirección al rubio, dispuesto a sacarlo de allí a rastras por desobedecer sus órdenes y le tomó el brazo, pero el rubio más bajo se apartó rápidamente.

          —¡Despierta, Lottie!—gritó este quebrando su voz.

          Jack rodeó la cintura de Leon con su brazo, alejándolo de cuerpo de su mejor amiga y él forcejeó, hasta que se detuvo al ver que Charlotte escupía agua, tomando bocanadas de aire mientras se ponía de costado. La pelirroja tosía descontroladamente, apoyando ambas manos en el suelo intentando de recuperar el control de su cuerpo. Leon se soltó de un sacudón, corriendo hacia ella para estrecharla en sus brazos, abrazándola con fuerza, sintiendo tanto alivio de verla despierta. Ella parpadeó un par de veces, reconociendo su entorno antes de caer en la cuenta de que se encontraba en los brazos de su mejor amigo, quien le dio la oportunidad de respirar una vez más, como había pasado catorce años antes.

          —Estoy bien...—farfulló la pelirroja abrazándolo—. Estoy bien, rubio teñido. No me iré a ningún lado.

          —Tú sí que sabes cómo asustarme—gruñó este apoyando su pera en el hombro de ella.

          —Veo que el mundo de los vivos te quiere aún, Harmon—sentenció Krauser con un poco de sorna—. Ha sido un chapuzón refrescante, ¿eh?

          Leon ayudó a su mejor amiga a ponerse de pie, para luego agarrar su arma que estaba al costado y entregársela. Dalton observó el desagüe inundándose poco a poco, creando un piso algo profundo para ellos.

          —Tenemos que seguir—ordenó este señalando la puerta que se encontraba al final de la pasarela—. Encontrar a Javier es primordial y el agua está subiendo.

          El equipo asintió, encaminándose hacia donde señaló el capitán. Charlotte fue detenida por Dalton cuando Leon y Krauser se alejaron, encontrándose con la pelirroja de orbes azules mirándole con confusión.

          —¿Segura de que estás bien?—le preguntó Dalton con cuidado—. Me diste un buen susto ahí.

          —Sí, Dalton, estoy bien—respondió ella antes de esbozar una sonrisa de lado—. Me desorienté un poco con mi entorno. ¿Tú fuiste el que me hizo la respiración boca a boca? No creía que fueras de la vieja escuela.

          —¿Huh? Exacto, ese fui yo—mintió el capitán con desdén, logrando que la mirada azulada de su amante sea una muchísimo más cálida—. Tengo intenciones de invitarte a una cita cuando volvamos.

          Charlotte asintió, antes de proseguir hacia sus compañeros, dejando a Dalton detrás — quien no dejó de mirarla, súbitamente para encontrarse con la mirada de Leon, la cual era algo escéptica. El equipo, una vez reunido, se encaminó hacia los pasillos oscuros que había en la siguiente puerta, encontrándose con un silencio helado y muchos cadáveres. El olor fétido le produjo súbitas nauseas a la pelirroja, pero sabía que había escupido todo cuando había vuelto a respirar. No solo había silencio en el pasillo, si no que también había silencio en el equipo de cuatro integrantes. Diablos, había muchas cosas de las cuales había que procesar: una de ellas era que Manuela era hija del terrorista Javier Hidalgo, así que ahora tenía muchísimo más sentido el por qué ella había escapado de la mansión de Javier; llegando a odiarlo tanto a su exposición al virus que Claire se había encontrado en Rockfort y que infectó al prisionero que la ayudó a escapar. Otra era el cómo y mediante quien Javier consiguió adquirir el Virus T-Verónica para tratarlo en su propia hija, sin llegando a infectarla.

          —Maldita sea, lo teníamos—bramó Krauser mientras pasaban a través de los pasillos, encontrando otra puerta que los llevaba las escaleras—. Sí que ese idiota sabe lo que hace.

          —Concéntrense—señaló la pelirroja y se detuvo, reconociendo el pasillo—. Estamos cerca de volver a donde Javier estaba antes, a partir de allí podremos seguirlo. ¡Síganme!

          —Lo que la reina diga—bramó el rubio detrás de ella.

          Cuando Charlotte los guio hacia allí, una horda de zombies apareció ante ellos y no dudaron en abrir fuego para abrirse paso por entre los muertos, siendo la propia Harmon quien lideraba el escuadrón. Ella parpadeó un par de veces, dejando que el olor fétido pasase a un segundo plano. El silbido de las balas no era ajeno para ella y eso que solamente las utilizaba para poder quitarle la vida que les quedaba a los infectados, sin embargo, ella nunca llegó al limite de escuchar el silbido de las balas en una guerra que involucraba a los vivientes — donde había un conflicto de mera moralidad y poder, ella no se sentiría segura de llevar ese rol en un ejército. Al cruzar el mismo lugar por donde ella había caído, se volvieron hacia la puerta por donde Manuela había ido antes y se encontraron con las puertas cerradas, el agua brotando de la misma.

          —Mierda, está bloqueada—masculló ella.

          —Debemos cortar la corriente del agua—declaró Dalton a su lado—. ¡Busquen alguna válvula o algo!

          —¡En marcha!—exclamó Krauser.

          La voz de Manuela los detuvo—¡Chicos!

          El equipo se detuvo, dejando que la muchacha de vestido ensangrentado se acercase corriendo hacia ellos, agitada. Ella les sonrió con alivio, mientras que ellos se mostraron aliviados y confundidos al mismo tiempo: ¿cómo diablos había llegado ella ahí otra vez?

          —¡Cómo me alegro de que sigan vivos!—sentenció ella con felicidad y puro regocijo—. Me temía lo peor. ¡Es culpa de mi padre!—miró a Charlotte, apenada—. Realmente me alegra que estén bien...

          —Manuela—dijo Charlotte de manera muy cautelosa—. ¿Tú...no estás con Javier?

          —Me escapé de él—espetó la menor de los Hidalgo con temor.

          Charlotte apoyó una mano en el hombro de la muchacha—¿Qué fue lo que él te hizo?

          —Huh, yo...

          Un golpe repentino se escuchó en la puerta por donde entraron antes, así que Charlotte se dirigió hacia las válvulas mientras que los tres hombres se encargaban de vigilar el perímetro y en proteger a Manuela. Giró tres veces la válvula, cuando los ruidos se hicieron más fuertes, la puerta de acceso hacia el otro lado se desbloqueó, permitiéndoles el paso antes de que la otra puerta sucumbiese ante la fuerza de lo que quería perseguirlos sin piedad.

          —¡Muévanse!—exclamó Dalton.

          Y ella no miró hacia atrás cuando salió corriendo en dirección a la escalera que estaba al otro lado.




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          Charlotte nunca había deseado tanto ver el exterior con sus propios ojos otra vez, junto con aquella ola de calor húmeda que la recorrió de arriba hacia abajo. Sus piernas y brazos agradecieron el contacto con el sol de manera tan grata que ella soltó un suspiro de placer. Manuela pasó hacia su lado, caminando en dirección al borde de la baranda, justo en la cima de la represa; donde había un largo camino hacia abajo donde el gran estanque de agua no prometía más que penumbras infernales para quien se atreviese a saltar. Respirar aire fresco sin estar mezclado con olor fétido fue algo bueno, como si fuese un regalo.

          Pero eso no duraría por siempre.

          (La tranquilidad parecía no durar para siempre, según Charlotte.)

          —Manuela—llamó Leon a la rubia ceniza, atrayendo la atención de Charlotte—. Tengo que preguntarte algo antes de que encontremos a tu padre—sentenció el agente federal—. ¿Por qué huyes de él?

          —Um...

          Dalton se cruzó de brazos—Pienso que la pregunta más concreta sería el por qué te infectó con el virus Verónica.

          —Calma, caballeros—interrumpió la pelirroja—. No la presionen, ya hablará. Y eso va dirigido para ti, Krauser.

          El rubio alto alzó ambas manos en rendición, regalándole el beneficio de permanecer callado por el tiempo dado. Charlotte se giró para mirar a Manuela, quien miraba el majestuoso paisaje donde ella fue nacida y criada por toda su infancia. El sol se encontraba a lo alto del cielo azul, abrasando a todo ser vivo en el camino, generando que la ropa húmeda de los integrantes empezase a secarse lentamente luego de haber sido abatidos por una fuerte corriente de agua.

          —Manuela, puedes tomarte el tiempo que quieras—señaló Harmon con suavidad—. Pero necesitamos respuestas. ¿Por qué decía que era demasiado tarde?

          —¿Sabes? Dadas las circunstancias...—dijo ella pausadamente, como si midiese sus propias palabras—. Ni siquiera debería estar aquí parada frente a ustedes.

          Charlotte alzó una ceja—¿De qué hablas?

          Hidalgo llevó su mano izquierda al listón que mantenía la venda junta en su brazo derecho y lo aflojó, dejando que la venda cayese con libertad al suelo. Charlotte se acercó lentamente, inspeccionando la nueva superficie de piel que la rubia ceniza había decidido revelar para ellos. Estaba mutándose, lentamente, generando un color verdoso y que empezaba a fragmentarse de a poco, aún conservando la figura de un brazo humano. No cabía duda que Manuela era una victima más de la infección provocada por el Virus T-Verónica y que esto había sido obra de su padre: Javier.

          —El virus...—declaró Leon con expresión tensa.

          Manuela ladeó su cabeza a un costado—Me lo inyectaron como parte del tratamiento.

          —¡¿Tratamiento?!—bramó Krauser caminando hacia ella, pero Dalton y Charlotte lo detuvieron bruscamente.

          —¡No fue mi culpa!—exclamó Manuela afligida mientras miraba a Krauser—. Me diagnosticaron la misma enfermedad que mi madre a los 15. El médico dijo que no había esperanza de recuperación y que solo la gente de esta región contraía esta enfermedad—bajó la mirada, desesperanzada—. Mató...Mató a mi madre. Pero, de alguna manera...yo...logré sobrevivir.

          Charlotte sonrió de lado—Eso es algo bueno, Manuela.

          —Hay un par de incógnitas que aún quedan por resolver, niña—sentenció Jack cruzándose de brazos—. Como por ejemplo las chicas desaparecidas.

          —¿Huh?¿Chicas...desaparecidas?—preguntó la muchacha con confusión a Lottie.

          —Cuando llegamos a la aldea donde nuestro informante estaba—dijo Leon cautelosamente—. Escuchamos un reporte de un medio local diciendo que hubo desapariciones de chicas jóvenes allí, y era un gran número. Creemos que tu padre tiene algo que ver con eso también.

          Hidalgo negó—No puedo creer que mi padre haya hecho tales atrocidades.

          —Pues créetelo, niña—bramó Dalton.

          Charlotte le pisó el pie y luego procedió a mirar a la adolescente—Manuela, las obras que hizo tu padre no te definen a ti como persona, tus propias acciones sí. Lograste huir de él, lograste llegar hasta la aldea a salvo, tú no querías ese tipo de vida para ti. Simplemente eres otra inocente cayendo en el juego ambicioso de hombres que se creen dioses, pero son simples humanos.

          La muchacha de cabellos rubios un poco largos se agachó para colocarse la venda, de manera lenta, mientras ocultaba su pecado más profundo que estaba albergado en su cuerpo sin que ella lo permitiera primero. La pelirroja avanzó hacia ella, dispuesta a acomodarle la venda y Manuela Hidalgo se lo permitió, observando con asombro cómo ella podía hacer que ese vendaje se sintiese como una segunda piel.

          —Entonces, ¿qué diablos sigue?—preguntó Dalton.

          —Tenemos que encontrar a Javier—sentenció Leon recargando su pistola—. Debe estar en su mansión mientras hablamos.

          —El bastardo se nos escapó justo cuando lo teníamos—gruñó Krauser—. Acepto ideas, cosa que me cuesta admitir.

          —A ti te cuestan admitir muchas cosas, Krauser—señaló la pelirroja con malicia mientras ataba el vendaje de Manuela con fuerza—. Pero uno empieza de algo, ¿no?

          —Ya veremos quién ríe último, Harmon.

          —¿Podrás ayudarnos, Manuela?—preguntó Leon a la muchacha.

          Manuela sonrió con tristeza antes de asentir—Haré lo que sea para que encuentren a mi padre, los llevaré a su mansión.

          —Entonces será mejor que nos movamos y rápido—declaró la pelirroja sacando su arma.

          Manuela asintió, antes de indicarles con la cabeza de que la siguieran por una escalera que los llevaría hacia un camino de tierra, el cual la muchacha les indicó que deberían seguir derecho hasta otra zona de la selva. Krauser, al ver que Manuela tenía dificultades para caminar en un suelo lleno de piedras, se inclinó para levantarla y la sentó en sus hombros, logrando que la muchacha soltase un respingo de sorpresa. El calor se hacía más intenso y Lottie se pasó una mano por la frente sudorosa que tenía perlada en su piel, Dalton se encontraba su lado y se había arremangado un poco los pantalones ante el calor.

          —El clima tropical no es lo mío—murmuró este a Charlotte.

          —Definitivamente coincido contigo, capitán—respondió ella con cansancio—. Prefiero el frío más que a nada, Dios bendiga al frío por existir.

          —Pero tú naciste y fuiste criada en Baltimore—declaró Dalton mirando a la pelirroja de reojo—. No me mires así, Charlotte, tuve que leer tu expediente como el de todos los cadetes que estuvieron entrenando bajo mi mando.

          —Aún así fui tu favorita, del modo en el que te metías conmigo.

          —Si lo dices así, entonces sí.

          Charlotte soltó una carcajada amarga.

          —¿Pero de dónde sacaste que te gustaba el frío?—añadió el castaño acercándose un poco más a su lado—. Si allí no hay muchas montañas que digamos.

          —Llegué a enamorarme de las montañas Arklay, en Raccoon—respondió la pelirroja con nostalgia antes de mirar a Dalton de lado, encontrándose con su mirada de ojos verdes-café—. En mi entrenamiento, muchas veces solíamos ir a hacer recorridos a la montaña, para hacer reconocimiento del terreno, obviamente cerca de la civilización, nunca más arriba. A pesar de que también quería ir allí, me conformaba con las vistas.

          —Vaya, entonces debería haber sido hermoso—replicó Bauer con una sonrisa genuina.

          Charlotte bajó la mirada, cortando su conexión con los orbes atentos de Dalton—Sí, lo fue mucho antes de que destruyeran todo.

          Parecía mentira que habían pasado cuatro malditos años desde el incidente que ocurrió en las calles de Raccoon City, donde las pesadillas continuaban ocurriendo allí, a pesar de los esfuerzos de Charlotte en olvidarlas. Cuando llegaron a la zona selvática, Manuela empezó a sentirse mal y les dijo que debían seguir derecho, intentando de contener su profundo dolor. El equipo se adentró en silencio hacia la selva, encontrándosela rodeada de animales silvestres que no habían sucumbido a ningún tipo de infección, cosa que parecía sospechosa. Avanzaron rápidamente hasta encontrarse con el borde por donde terminaba la selva y allí una casa grande se imponía frente a ellos de manera majestuosa.

          Así que, eso era.

          La mansión de Javier Hidalgo estaba frente a ellos.

          Manuela soltó un gruñido antes de caer a un lado, dejando que Krauser la sostuviera para dejarla a un lado a la sombra, donde los rayos del sol empezaban a hacerse más naranjas. El atardecer empezaba a asomarse frente a ellos y declaraba una premonición de guerra que tal vez podría sacarlos de allí con victoria o podría matarlos en el intento. Charlotte se encontraba en el suelo, mirando la entrada a la mansión del traficante junto con Dalton y Leon.

          —Es gigante—murmuró Charlotte mientras asentía—. ¿Cómo lo encontraremos?

          —De alguna manera u otra, lo haremos—sentenció Bauer a su lado, recibiendo los binoculares por parte de la pelirroja—. Y luego nos iremos de aquí.

          Harmon le miró de reojo, ladeando su cabeza con diversión—¿Sigues empeñado en llevarme a una cita?

          —Yo no me rindo ante las oportunidades, princesa.

          Leon alzó una ceja con desconcierto, cada vez más en claro el que se llevaban Charlotte y Dalton entre manos. Diablos, él también parecía ser el galán del año y Charlotte, al parecer, estaba cayendo lentamente por él. Súbitamente, eso le recordó a cuando él había caído por la mercenaria que se encontraron en Raccoon y en cómo ella se había sentido ante esa situación — ahora lo comprendió, por que se sentía exactamente igual a ella en esos momentos. El rubio abrió la boca para decir algo, pero la voz de Krauser llamó la atención del trío de agentes. Se reunieron con él, Manuela un poco alejada de ellos, intentando de controlar su dolor.

          —Deberíamos encargarnos de la chica—sentenció el agente con su arma en mano—. Antes de que sea demasiado tarde.

          —¿De qué carajos estás hablando?—exclamó Charlotte indignada—. ¡No podemos hacer eso!

          —Es ella o nosotros, Harmon—añadió Krauser de manera más severa—. Si debemos llegar a ese extremo para terminar la misión, lo hacemos. Se convertirá en una amenaza, es sólo cuestión de tiempo.

          —Debe de haber otra manera, camarada—declaró el capitán Bauer con cautela.

          —Javier sabe algo—dijo Leon al lado de su mejor amiga—. Ha sido capaz de impedir que Manuela se transformara. Tenemos que llevarla con nosotros y averiguar cómo.

          —Además, tenemos nuestras órdenes también, Krauser—Charlotte les enseñó un PDA a los dos militares—. Las órdenes vienen desde su eminencia y jefe que hace que el país funcione.

          Dalton y Jack miraron atentamente el comunicado, el cual venía desde el presidente de los Estados Unidos de América, que declaraba que todo tipo de virus encontrado, debía ser completamente destruido y erradicado de la faz del planeta. Charlotte y Leon sabían los riesgos que conllevaba hacer eso, pero el ser meticulosos sin traer la atención de los otros gobiernos era primordial para la misión.

          —Protocolo de armas anti-virus número 7600...—dijo Krauser leyendo atentamente, para luego soltar una carcajada—. Ustedes sí que son los niños mimados del gobierno. Están en una misión especial bajo las órdenes del presidente.

          —Nuestra misión...—declaró Leon con decisión—. Es erradicar este virus de una vez por todas y con su ayuda, es lo único que pretendemos.

          —Esto también implica que eliminaremos a Javier Hidalgo—añadió la pelirroja mirando a los dos agentes—. A pesar de que Manuela quiera o no. Ella es inocente, ella no es el objetivo aquí. Pero Javier sí. Entonces, ¿están con nosotros?

          —Bueno, somos soldados—respondió Dalton sacando su arma—. Y si sus ordenes vienen de la eminencia en persona, entonces estamos con ustedes. ¿Verdad, Jack?

          —No lo podrías haber dicho mejor, camarada—colocó su mano en el medio, junto con la de Dalton, donde Leon y Charlotte colocaron las suyas, dándose un ligero apretón—. Vamos a patear culos, equipo.

          Charlotte se permitió sonreír entre los inquietos rayos de sol que se filtraban por entre los árboles, dispuesta a seguir a su equipo hacia la mansión de Javier Hidalgo junto a la muchacha, quien se encontraba más débil que nunca.




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