Capítulo 34
—¿Es... Es una broma? —fue lo primero que logró articular Sirius— ¿Es una venganza por lo de...?
—¡Ya estamos! —protestó Bellatrix— ¡Cada vez que intento hacer algo bueno por él se ofende! Esta mañana me ha pedido que lo matara y se ha enfadado cuando iba a hacerlo.
—¡No te he pedido que me mataras! —gritó Sirius casi fuera de sí— ¡Te he pedido que me llevaras a ver la tumba de mi hermano! Pero él, él... está...
Era como si Regulus le diese miedo, como si no creyese que fuese real. Sin embargo, eran sus ojos e incluso la varita que le compraron de pequeño. Se acercó a él, mirándolo muy de cerca. Regulus le permitió escrutar su rostro sin borrar la sonrisa, se notaba que él estaba disfrutando. Sirius ejecutó varios conjuros de comprobación, pero no había poción multijugos ni encantamiento posible. Quien tenía delante era su hermano pequeño.
—Te vi morir.
—Me viste casi morir después de casi matarme con tus amiguitos.
—Yo no...
—Vale, saltémonos esa parte —le cortó Regulus que no quería enturbiar su sorpresa con disculpas y lamentos—. Debería haber muerto, sí, pero Bella me sacó de ahí y me salvó.
—¿Le llevaste a San Mungo? —preguntó Sirius.
Bellatrix negó con la cabeza. Por supuesto que no. Quizá en San Mungo hubiesen podido curarle, pero lo veía complicado porque al ser mortífago, le hubieran dado baja prioridad y le hubiesen atendido el último. Y en el caso de que lo hubieran salvado, al segundo de recuperarse le hubiesen encerrado en Azkaban. La bruja no necesitó explicar en voz alta que Regulus nunca tuvo la fortaleza (ni la locura) de ellos dos y no hubiese sobrevivido ahí.
—¿Entonces tú le curaste? —preguntó Sirius profundamente admirado.
—Yo sola no hubiera podido. La magia curativa nunca fue mi fuerte.
—¿Quién te ayudó?
—La mejor bruja que he conocido —sonrió Bellatrix—. Tu madre.
Fue la primera vez que Sirius no puso cara de asco ante la mención de Walburga. Bellatrix le explicó que evacuó a Regulus en cuanto lo vio recibir los cuatro conjuros porque sabía que moriría en pocos minutos. Lo llevó a Grimmauld Place y Walburga, con sangre fría y habilidad, le indicó cómo ayudarla a salvar uno por uno sus órganos vitales. Incluso Kreacher colaboró entre lágrimas de terror; a él le tuvieron que borrar la memoria, lo vieron incapaz de fingir la muerte de su adorado amo.
En ese momento Sirius lloró. Fueron un par de lágrimas, quizá de emoción, de gratitud, de tristeza... pero ese fue el momento en que hizo las paces con su difunta madre.
—En cuanto me recuperé, no quise saber más de la guerra —aseguró Regulus—. Mamá por supuesto también quiso sacarme del país, así que mandaron construir en secreto una casa aquí, siempre me gustó esto. Tanto ella como papá vinieron a verme hasta que murieron. Y desde que salió de Azkaban, Bella viene todas las semanas.
La sonrisa que Regulus dirigió a su prima no fue burlona sino sincera, la admiración patente. Sirius sabía que siempre la adoró profundamente (sintió celos en su adolescencia de que la prefiriera a ella como maestra), pero ahora notaba en él una veneración que sería imposible igualar.
Sirius asintió, más para sí mismo que para ellos, intentando procesarlo todo. Preguntó, para ganar tiempo y decidir qué pensaba de todo aquello, si Voldemort estaba al corriente. Los dos negaron con la cabeza. No hizo falta ni ocultárselo: Regulus nunca le interesó. Lo veía pequeño y débil, nunca lo reclutó para sus misiones. Fue él quien acudió a una por su cuenta... y casi murió. Desapareció después y Voldemort jamás preguntó por él.
Mientras se lo explicaban, Sirius había logrado recomponerse un mínimo y recriminó furioso a su prima:
—¿¡Por qué no me dijiste que mi hermano estaba vivo!? ¿¡Y por qué diablos me has hecho mirar una lápida durante diez minutos!?
Fue Regulus quien contestó:
—Porque te lo merecías.
—Pero, yo...
—Yo no quería verte. Se está muy bien muerto. Por mucho que Bella ha insistido estos meses y me ha dado bastante más información de la que desearía... —masculló mirando a Bellatrix con reproche.
La bruja sonrió de medio lado al recordar el día en que se acostó con Sirius y corrió a contárselo a Regulus. Necesitaba compartirlo con alguien y no tenía a nadie más; durante mucho tiempo solo confió en su primo pequeño.
—Yo no la creía. También estaba seguro de que eras un traidor y tratasteis de matarme por deseo tuyo.
—No, Regulus, no... Yo quise protegerte... —aseguró Sirius avergonzado de lo mal que le salió.
—Te creo —respondió para alivio de su hermano—. Pero te creo porque me lo ha dicho Bella. De no ser por ella, te aseguro que no nos hubiésemos saludado ni en el infierno.
Sirius miró a Bellatrix arrepentido de su brusquedad. La bruja, incómoda, parecía muy ocupada contemplando a un escarbato que correteaba a los pies de un árbol. Regulus —que tampoco deseaba ponerse sentimental— les indicó con un gesto que le siguieran. Mientras caminaban, le comentó a Bellatrix:
—Ahora que ha acabado la guerra y está todo bien, ¿podremos avisar a Kreacher? Lo echo de menos.
Le preguntaba como un niño pequeño que sigue considerando ley la palabra de su prima (casi hermana) mayor.
—Puedes, pero igual lo matas de un infarto.
Regulus reconoció que tenía razón, debían organizarlo bien o su elfo moriría de la emoción.
Llegaron pronto a la entrada de una enorme villa, con un precioso jardín delantero y un pequeño lago en el lateral. Al fondo se veía una gran casa de piedra, muy cuidada y construida con mimo. En el jardín oteaba el horizonte una mujer de unos treinta años que sonrió nerviosa al verlos llegar.
Tenía el cabello rubio ceniza, los ojos color miel y se notaba que su piel fue pálida hasta que el sol de la Provenza la bronceó. Era más bien bajita, pero con los músculos de los brazos tonificados por el trabajo en el jardín. Había en su expresión trazas de timidez y nerviosismo, pero también se percibía su carácter bondadoso.
—Esta es mi mujer, Camille —la presentó Regulus orgulloso—. Este es mi hermano mayor, el tonto de Sirius. A Bella ya la conoces.
Pese al insulto, Sirius sonrió: era así como le llamaba de pequeño. Camille le estrechó la mano y le dijo con voz suave que era un placer conocerlo. A Bellatrix le dirigió una pequeña sonrisa. Sirius dedujo que probablemente temía a su prima y, a su vez, esta no veía en Camille ninguna cualidad deseable; se soportaban por Regulus. Y porque fue Bellatrix quien ayudó a la joven a fingir su muerte tras la de sus padres para poder huir con su prometido.
Sirius, con más seguridad y aplomo, respondió que el sentimiento era mutuo. Le alegró profundamente ver que su hermano era feliz e incluso se había casado.
Y todavía le sorprendió más cuando una niña de cuatro años corrió a los brazos de Regulus.
—¡Papi! ¿Cenamos ya?
Su cabello y sus ojos eran claros como los de su madre y se la veía una niña muy sana y feliz. Su padre la cogió en brazos y le respondió con cariño:
—Ahora cenamos, Bella.
Sirius se giró hacia su prima con los ojos muy abiertos.
—Adabella. Adabella Walburga Black —le aclaró Regulus—. No recibimos autorización para llamarla Bellatrix.
—Soy única e irrepetible —se jactó la aludida, que se había alejado unos pasos porque los niños (aunque fuesen familia suya) no le gustaban.
—¿Y tú quién eres?
Sirius se giró sorprendido al escuchar una voz arrogante. Se encontró a un niño apuntándole con una varita. Tenía dos años más que su hermana, su pelo era oscuro, sus ojos claros y las facciones más marcadas que las de sus padres. Se parecía sorprendentemente a él. Le sonrió y se presentó:
—Me llamo Sirius, Sirius Black.
Su sobrino frunció el ceño desconcertado y miró a sus padres.
—¿Por qué se llama como yo?
—Porque es idiota y no tiene criterio propio —respondió Bellatrix burlona.
Sirius miró a su hermano, emocionado por centésima vez esa tarde.
—¿Le pusisteis mi nombre?
Regulus asintió con una pequeña sonrisa nerviosa y dejó en el suelo a la niña que empezó a corretear por el jardín. Era demasiado orgulloso para reconocer que, pese a todo, nunca dejó de querer a su hermano. En ese momento, Sirius se acercó a él y le abrazó con fuerza. Regulus tardó unos segundos en responder, pero cuando lo hizo, se aferró a su hermano mayor e intentó que no le vieran llorar.
Cuando por fin se separaron y tras limpiarse discretamente las lágrimas, Regulus los presentó. Les explicó que Sirius era su hermano, que habían estado muchos años sin verse pero ahora eso cambiaría. Le explicó a su hijo que le habían puesto el nombre en su honor y se lo presentó adecuadamente:
—Sirius junior, este es tu tío Sirius.
—Encantado, Sirius junior —sonrió el adulto agachándose frente a él—. ¿Cómo tienes una varita siendo tan pequeño?
—Me la regaló la tía Bella —declaró orgulloso.
—Se la quité a un tipo al que maté —explicó Bellatrix con desinterés—. Viene a cenar tras matarlo y resultó que era el cumpleaños del crío.
Camille carraspeó nerviosa, un tic que había adquirido para ocultar los comentarios inapropiados de la prima de su marido.
—Si tú eres mi tío... ¡me debes muchos regalos de cumple! —le acusó el niño haciendo cuentas con los dedos.
—Os los compensaré, lo prometo —aseguró cuando vio que la niña, oculta tras la falda de su madre, también le observaba.
—Estupendo, entonces a cenar —decidió Regulus—. ¿Vienes, Bella?
Sirius ya se había adelantado, guiado por su tocayo que quería enseñarle su colección de dragones de juguete. Bellatrix negó con la cabeza y murmuró una excusa. Le prometió volver otro día y Regulus le dio las gracias por todo.
La bruja se alejó hasta salir del perímetro protegido. Antes de aparecerse, se giró y contempló la villa a lo lejos. Esa cena sería más especial que todas las que había vivido esa familia. Bellatrix se alegró por ellos —se alegró con sinceridad, cosa que no solía sucederle—, pero a la vez sintió tristeza. Irónicamente Sirius había conseguido lo que quería de ella. Infiltrarse en los mortífagos había dado sus frutos. Si es que al final era un traidor...
—Bueno, me he llevado unos polvos alucinantes en el proceso —se animó a sí misma justo antes de aparecerse.
Sirius pasó con la familia los días siguientes. Bellatrix no tuvo noticias de él, lo supo por Kreacher, que efectivamente lloró y gritó de emoción durante horas tras ver a su resucitado amo. Se desmayó no una sino cuatro veces. A Sirius jr. y a Adabella les pareció un elfo muy gracioso.
Bellatrix comprendió que todo estaba bien, estaban bien y Sirius ya no la necesitaba; así que intentó seguir con su vida.
Agradeció mucho cuando Voldemort la llamó a través de la marca (que ya nunca dolía, era solo un cosquilleo). Con un poco de suerte tendría alguna misión para ella.
—Buenos días, Bella. ¿Qué tal estás?
—Bien ¿y usted? —respondió ella intentando sonar sincera.
Se le hacía extraño que Voldemort le preguntase por su vida, pero realmente el mago estaba haciendo esfuerzos por tratarla mejor.
Superadas las cortesías, Voldemort la puso al día: tras el verano en Azkaban donde aprenderían a no ser traidores, pensaba mandar a los Malfoy a Hogwarts. A Bellatrix le sorprendió mucho, pero le pareció muy inteligente que Narcissa enseñase pociones: siempre fue buena en ese campo y así se ahorraban buscar un profesor afín a la causa. Además de la humillación de tener que trabajar, como la gente pobre...
—Podrá vivir con su marido, por tanto...
—¿De qué va a ser profesor Lucius? —inquirió Bellatrix que no lo veía capaz de enseñar ni el alfabeto.
—De nada. Como nos hemos deshecho del semigigante, queda libre el puesto de guardabosques.
Voldemort sonrió al ver como el rostro de su discípula se iluminaba. Lucius trabajando de guardabosques era lo mejor que le había pasado a Bellatrix en mucho tiempo. Le resultó no solo gracioso, sino también apropiado.
—Le permitiré incluso llevarse al pavo real ese que tanto quiere, para que no digan que no soy un jefe magnánimo —se burló Voldemort haciéndola reír—. Podrán vivir todos juntos en la cabaña esa. Incluso podrán cuidar a su retoño hasta que acabe Hogwarts, qué más pueden pedir
—Nada. Es la vida perfecta para ellos —sentenció Bellatrix solemnemente—. Draco morirá de vergüenza, a ver si así espabila.
Voldemort asintió y pasó a otro asunto. Este lo abordó con más cautela, no estaba seguro de cuál sería la reacción de Bellatrix. Resultó que en su ausencia, habían tenido una visita inesperada. Esa era la última dirección conocida de la bruja, así que fue ahí donde Andrómeda Tonks apareció para vengar a su hija. Ya no tenía nada que perder... El problema fue que se encontró con Voldemort.
—Digamos que vengué la traición y los castigos que sufriste por su culpa —resumió Voldemort.
Bellatrix le miró con los ojos brillantes de emoción; por la tortura a su hermana y porque lo hubiese hecho para agradarla a ella.
—Está en el sótano, no sé si tú quieres...
—No quiero nada con ella —sentenció Bellatrix al momento—. Antes deseaba matarla, pero ahora prefiero que viva siendo desgraciada.
—Eso será perfecto... Tengo planes para los traidores de sangre pura.
La bruja lo escuchó con atención.
Hogsmeade era el único pueblo enteramente mágico de Inglaterra y Voldemort quería más. Tras la guerra, varios lugares habían quedado despoblados o libres de muggles y pretendía empezar por ahí. Destinaría ahí a los traidores de sangre pura —obligándolos a ejecutar un juramento que les impediría abandonar el lugar— y así podrían relacionarse entre ellos y reproducirse. Podrían incluso recuperar algunos apellidos extintos o en vías de ello; si se buscaba bien, siempre se encontraba a algún descendiente.
—He creado en el Ministerio un departamento destinado a ello y ya están empezando. ¿Qué te parece?
—Me parece brillante —aseguró Bellatrix—. Mandará a... ¿a la traidora a uno de esos?
—Sí. Tendrá que buscarse un trabajo ahí... Un trabajo muggle, claro, porque he sellado su magia con un maleficio que yo mismo diseñé; ya nunca podrá usarla.
La bruja sonrió satisfecha. Ella preferiría perder las piernas que su magia. Le pareció un buen castigo y si además ayudaba a los planes de Voldemort, mejor aún.
—Eso es todo, quería contártelo. Ah y hablando de traidores de sangre pura... Te he dejado a otro en las celdas del Ministerio, por si quieres hacer justicia poética o lo que prefieras.
Bellatrix le dio las gracias emocionada por el regalo. Todavía le emocionó más ver a Neville Longbottom pálido y asustado. Disfrutó torturándolo y cumplió su promesa de reunir a toda la familia en San Mungo.
Los días siguientes quedó con Voldemort para practicar magia. La ayudó a dominar el vuelo sin escoba y le mostró los nuevos maleficios que estaba desarrollando. Más allá de eso no tenía tareas para ella, estaba todo bajo control. Le dijo que se merecía unas vacaciones, que podía incluso mudarse a otro lugar si lo prefería: siempre estarían como mucho a un traslador de distancia. A Bellatrix le alivió que le dejara abiertas todas las opciones, pero seguía sin saber qué hacer.
—Te ha llegado una carta, cielo —la informó Eleanor una tarde.
Seguía viviendo en Bloody Wonders, había mirado un par de mansiones y pisos de lujo, pero ninguno la convencía. Se ilusionó pensando que podía ser un mensaje de Sirius, pero lo descartó al ver un peculiar sobre dorado con un intrincando emblema familiar. Su amiga le contó que lo había traído un mal acechador en lugar de une lechuza. No llevaba remite más allá del sello y el texto solo apareció con el tacto de Bellatrix.
Estimada Madame Black:
Deseo comunicarle que esta semana estaré de visita en Inglaterra. Tengo concertadas varias reuniones, pero si dispone usted de un rato, me encantará compartir alguna comida o un duelo, si lo desea y le es factible. Escriba su respuesta al dorso de esta misiva y me llegará al momento sin necesidad de aves.
Reciba un cordialísimo saludo,
Gellert Grindelwald.
La bruja sonrió emocionada al leerlo. Le gustaba que emplease su apellido de soltera y que se expresara de forma tan educada, casi anticuada. Respondió al momento que por supuesto le encantaría quedar con él para lo que fuese.
Dos días después, el mago le mandó una dirección a las afueras de Londres y le indicó que acudiera en cualquier momento de la tarde. Bellatrix se preparó para el encuentro con ilusión. No obstante, fue duro darse cuenta de que ni siquiera una cita con su todopoderoso ídolo la ilusionaba tanto como quedar con Sirius.
Practicaron duelo junto a la casa de campo que el mago había ocupado (probablemente a la fuerza). Fue emocionante y todo un espectáculo combatir contra el que fue el mago más temido de Europa. Su estilo era diferente al de Voldemort, más elegante y menos agresivo, pero igual de letal. Aprendió mucho durante las dos horas que pasaron ahí. Cuando terminaron la invitó a cenar a un restaurante privado de la ciudad. Pese a los años de encierro, Grindelwald seguía conservando la lealtad de antiguos amigos y aliados.
—Usted me salvó de morir en la guerra, ¿verdad? —se atrevió a preguntar Bellatrix por fin.
—Mandé el maleficio protector, sí -confirmó el mago—. Al igual que mi sobrina, vi tu muerte en cuanto te conocí. Ella me pidió que lo evitara y no me costó mucho encontrar la forma.
Bellatrix se lo agradeció con toda su alma. Charlaron de la guerra y de temas similares durante la cena, se entendían bien y a ella le fascinaba oír sus historias de crímenes. Se despidieron y ella prometió ir a visitarlos a Centroeuropa, a Glicelia le hacía mucha ilusión.
De vuelta en Bloody Wonders se duchó y se tumbó en la cama. Decidió que al día siguiente se marchaba, no podía seguir viviendo sobre un bar. Se quedaría en Londres; por descarte, por pereza, por apatía... Nada la ataba ahí —ni siquiera Voldemort la necesitaba—, pero no tenía otro lugar al que ir. Regulus había insistido mucho en que se mudara a Francia con ellos, pero no quería. No deseaba verlos jugar a la familia feliz, ni mucho menos vivir cerca de los niños, odiaba a los niños.
Alquilaría algo, había un piso cerca del callejón Diagon que había visitado y no estaba mal. Sería temporal, claro, luego podría comprarse algo que le gustara... Aunque no tenía claro ni qué le gustaba. De pequeña vivió en la mansión de sus padres; cuando se casó, en la de su marido y cuando salió de la cárcel, en la de su hermana. ¿Le gustaban las mansiones? No lo sabía. ¿Los castillos? Les tenía manía desde Hogwarts. ¿Un piso normal? Casi todos los grandes y elegantes estaban en zonas muggles... Era todo demasiado problemático.
Se durmió pensando que al menos ya tenía un plan; envuelto en aburrimiento y soledad, pero un plan al fin y al cabo.
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