Acto II: Capítulo 1

Melferas, 12 de Agosto de 1891

—¡A LA DERECHA! —gritó Frankie, blandiendo su espada en contra de la de Jean.

—¡Dices derecha y mi mente piensa izquierda! —el muchacho reclamó, esquivando con dificultad los golpes de su superior.

—¡No te desanimes!... —El veterano bajó su sable—. Vas bien. Bastante mejor que con las armas de fuego, incluso. Eso sí, tienes que practicar tu puntería y mejorarla, será fundamental que sepas disparar si vendrás con nosotros a Merchant.

—Claro que iré... —Jadeante, Jean se apoyó en uno de los mástiles del barco de Zarayvo—. Lo único que quiero es regresar a la Gran Isla, a la sociedad.

—Pero no será lo mismo. Debo advertírtelo de antemano.

—Lo sé —Él concordó, mirando al horizonte—. Pero ya no aguanto más estar aquí.

La nívea y espesa bruma que cubría las mareas alrededor de la nave creaba una curiosa ilusión para el ojo humano; la embarcación parecía estar flotando entre las nubes. Todo a su alrededor, desde el vasto océano hasta el cielo, era blanco. 

A veces, entre esta niebla que cubría al mar de Diamantes, era posible ver algunos destellos del agua. Su belleza y claridad era como el centelleo de un diamante pulido. De ahí provino parte de la inspiración para el nombre de aquel inquietante lugar. La otra parte, como Jean muy bien lo recordaba, era por los yacimientos que rodeaban la costa y los islotes cercanos.

Pensar en la mina de Isla Negra y las horribles experiencias que ahí había tenido lo hizo mirar a sus manos y recordar la sangre, sudor y mugre que las cubrieron, por tres largos años de prisión.

Ahora estas estaban cubiertas de cicatrices, algunos dedos se veían tuertos, los músculos le daban calambres horrendos, y era evidente que él jamás lograría tocar al violín tan bien como una vez lo había hecho, no bajo aquellas condiciones.

O sea que no tan solo su carrera estaba acabada, su pasión también se había muerto junto a su talento.

Él estaba perdido.

—¿Qué haré de mi vida, Frankie? —Jean contempló en voz alta, volviendo a mirar al Ladrón—. Recuperé a mi sobrino, es cierto... pero sé que no lo puedo mantener cerca de mí. Es demasiado peligroso hacerlo, y no me perdonaría si algo le pasara...

—¿Y si lo devuelves a su padre?

—Claude no sabe de su existencia y le prometí a Elise que nunca lo haría —respondió con seriedad—. No planeo romper mi juramento.

—Y aparte de Aurelio, el niño no tiene otro abuelo... ¿Abuela? ¿Tía? ¿Nada?

—No lo sé... Elise tenía problemas con su familia, y la gran mayoría de sus parientes están muertos de todas formas. Por ahora, de mi lado, creo que solo tiene a mi madre... Pero ella no creyó en mi inocencia, y dudo mucho que quiera verme otra vez... O sea que, si se entera sobre André, pensará lo peor: que yo convencí a Elise de mantener su embarazo un total secreto de mi hermano. Me pondrá la culpa por algo que no hice, de nuevo.

—Deberías al menos intentar conversar con ella. Anne Chassier, por lo que me recuerdo, no era una mujer tonta. Podía ser muy sentimental a veces, pero eso no disminuía su inteligencia. Si armas argumentos contundentes, que te respalden, estoy seguro que ella te escuchará...

—No lo hará —Jean sacudió la cabeza—. Ya no lo hizo. Además, si le cuento que André está vivo, ella se lo dirá a Claude, justamente porque es sentimental... —Frunció el ceño—. Y dejar a André bajo supervisión de ese desgraciado será mi última alternativa. Después de todo lo que ha hecho y de cómo se ha comportado... ¿Qué ejemplo le daría a ese niño?

Frankie, sabiendo que no lograría hacer al joven cambiar de opinión, guardó su sable en la vaina de su cinturón y se le acercó. Lo jaló con suavidad lejos del mástil, y lo invitó a ir a mirar con mayor atención al mar.

—Entonces... por mientras, puedes dejar al niño en una de las guarderías de la Hermandad. Si quieres —se encogió de hombros.

Jean no logró ocultar su pasmo:

—¿Tienen guarderías?

—Bueno, no es que las tengamos... Apenas la auspiciamos y les pagamos los gastos. Muchos de los Ladrones tienen hijos, al fin y al cabo. Sin mencionar que los locales a los que ayudamos también hacen un trabajo social fascinante, cuidando de niños huérfanos y sin hogar... Les dan de comer, los bañan, visten, etcétera.

—¿Y cómo retribuyen las guarderías a la Hermandad? Digo, aparte del servicio mencionado. ¿Por acaso los Ladrones les cobran impuestos o algo así?

—No, no. Las guarderías, orfanatos, escuelas, hospicios y casas de caridad no pagan nada. Nosotros los ayudamos sin interés. Solo le cobramos impuestos a comerciantes, empresarios, artistas... Personas con trabajo bien remunerado.

—Ah... Entonces así ganan el dinero para ello.

—De ahí y de actividades no muy nobles, como te debes imaginar —Frankie se rio—. Como robos a bancos, trenes, cargamentos... Manipulación y extorsión de políticos... O entregando protección a ciertos grupos que lo necesitan... En fin. Cosas básicas. Aunque estamos pensado en expandir nuestros negocios.

—¿Cómo?

—Ocupando otras ciudades, como Rockshire o Carcosa. Aunque la última es nuestra prioridad —Un viento frío les sacudió el cabello mientras hablaba—. Ah, y no te conté al respecto, pero también tenemos una destilería de whiskey. Es nuestra única fuente de renda cien por ciento legal. Queremos ampliarla para producir absenta, pero las leyes del sur se están volviendo cada vez más estrictas, y no sé si valdría la pena invertir dinero en un proyecto que dejaría de ser rentable en unos dos o tres años más.

—Lo entiendo... Pero igual creo que deberían hacerlo. Una actividad ilegal a más, una a menos, ¿qué más da?

Ambos permanecieron callados por unos minutos, apreciando la quietud del vasto océano. Aquella serenidad cambió cuando uno de los hombres de Zarayvo avistó tierra. Habían llegado al fin a Melferas.

Surgiendo entre la niebla, los cerros nevados de la isla, cubiertos de pinos, alerces, robles y otras especies endémicas —como los gigantescos Coihues— parecían verdaderos titanes de hielo.

Por alguna razón, Jean había esperado que el terreno fuese pequeño y un poco más caribeño. Pero en aquél cruel frío, no había forma que palmeras, cocos, o plátanos que sobrevivieran. La arena de la playa no era amarilla y suave, sino dura, rocosa, oscura. Y los piratas que allí vivían no eran monstruos barbudos, vestidos con camisas de calicó, pañuelos de seda, bandas coloridas, sombreros voluminosos con plumas alargadas, sino marineros comunes y corrientes —un poco más malheridos y toscos en presentación que sus colegas civiles del puerto, pero igualmente modestos y empobrecidos.

—Bienvenido a Melferas —Frankie sonrió y apuntó a la lejanía—. ¿Ves esas casas de madera de ahí? —Apuntó a un grupo de construcciones que se extendían desde las aguas más rasas hasta la cima de los cerros más cercanos—. Esa es la ciudad de Kohue. Más allá de esos pinos, está el bosque de Dhaor, la tierra sacra de los nativos Dhaoríes. No vayas ahí sin la compañía que alguien que los conozca. Son un pueblo muy pacífico, pero no les gusta ser visitados por extraños.

—No lo haré. Ni siquiera hablo su lengua.

—Yo sé un poco; te puedo enseñar... Aunque con ese acento francés tuyo, no sé si lograrás decir algunas de las palabras más complejas.

—Si logré entender el inglés sureño y el Galagne de Carcosa, lograré entender el Dhaorí eventualmente.

El "Galagne" era un dialecto que había surgido en la capital y en sus alrededores, gracias a años de intercambio cultural entre los colonizadores ingleses y franceses. Si bien en la época de la conquista y de asentamiento este era un lenguaje mal visto, repugnado y reprochado por los miembros de la alta sociedad, luego de la independencia se volvió el idioma oficial de la región. El nombre en sí había surgido al mezclar la características galesas y bretonas que sus palabras y su entonación poseían.

Así que, mientras que el norte del país hablaba un francés puro e inalterado, y el sur una mezcla distinta entre inglés británico, escocés y variados lenguajes nativos, Carcosa vivía en su propia burbuja comunicacional con el Galagne.

Para la suerte de Jean, su madre había insistido en enseñarle a él y a Claude casi todos estos idiomas y dialectos. Por esto había logrado sobrevivir en lugares tan distintos, por cuenta propia.

Su acento era horrendo, sí... pero al menos lograba comunicarse.

—A ver... —Frankie sonrió con una pizca de malicia—. Intenta decir "nacer del sol" en Dhaorí, y veremos si esa aseveración es cierta.

—Dale.

—Repite conmigo... Kompayantak.

El muchacho pestañó, confundido, e inclinó su cabeza adelante.

—¿Perdón?

Kompayantak.

Jean abrió la boca y frunció el ceño, aún sin entender nada.

—¿Sabes qué? Retiro lo que dije... Ni lo voy a intentar por el respeto que le tengo al lenguaje —Ambos hombres se rieron, viendo a su barco acoplarse al muelle—. Yo ya estoy asesinando al inglés Merchanter con mis "erres", no haré lo mismo con el Dhaorí.

—No hablas tan mal...

—Frankie, sé sincero.

—Lo estoy siendo —el comandante afirmó—. Tu inglés es más claro que el hablado por los scots y gaeilges de por aquí.

—¿"Scots"? —El violinista hizo una mueca aún más confundida que la anterior, al oír a su mentor hablar en Dhaorí—. ¿"Gaeilges"? ¿De qué hablas?

Frankie respiró hondo y le explicó:

—Los scots son descendientes de colonos escoceses. Los gaeilges, descendientes de colonos irlandeses. Ya los brittes, son descendientes de colonos británicos. Pero es importante que no confundas a uno con otro, porque se odian entre ellos, y hay pandillas de cada grupo esparcidas por toda Merchant.

—Ah...

—Tampoco te pongas a discutir quién tiene mejor licor, es una batalla perdida.

—¿Dale?

Frankie notando la expresión asustadiza del muchacho, quien estaba intentando comprender toda la información con la mayor rapidez posible, le dio unas palmaditas en el brazo.

—Mira... sé que dejar de hablar francés y Galagne para migrar al inglés no es fácil. Sé que con suerte logras entender lo que nosotros, los Merchanters, decimos, y que el habla de hombres como Zarayvo, por ejemplo, te confunde... Pero con el tiempo comenzarás a entender nuestra jerga, nuestras costumbres, y pronto hablarás todos nuestros dialectos. Sé que tienes la capacidad de hacerlo. Solo ve despacio y ten paciencia.

—Eso intentaré hacer —Jean le prometió, con un suspiro tenso.

—Esa es la actitud —El comandante le volvió a sonreír, mientras su barco al fin atracaba en el puerto—. Vamos a bajarnos pronto. Deberías ir a buscar a André. ¿Dónde está, por cierto?

—Zarayvo lo dejó quedarse en su escritorio, dibujando.

—Ah, ese hombre me fascina —Frankie bromeó, de buen humor. Al ver al capitán caminar cerca de ellos, aumentó el volumen de su voz y afirmó:— Él tiene cara de mal carácter y ruin, pero su punto débil son los niños. Los trata mejor que a sí mismo.

Oi! I heard that! —"¡Oye! ¡Oí eso!" el pirata exclamó, reprimiendo una sonrisa.

I know you did "Sé que lo hiciste."

Frankie entonces se volteó hacia el capitán y comenzó a charlar con él a una velocidad absurda, con un acento tan cargado y lleno de modismos que el pobre Jean no logró entender absolutamente nada de lo que dijeron. Lo intentó, pero su conocimiento básico de inglés no lo permitió acompañar la discusión.

Cuando la misma terminó, Frankie apuntó hacia la puerta que llevaba a los aposentos del pirata y sacudió su cabeza, señalándole que entraran. Esto sí el violinista comprendió.

Los dos hallaron a André sentado en el piso, rodeado por un puñado de crayones, carboncillos, y hojas sueltas —la gran mayoría, ya coloreadas—.

—¿Qué haces? —Jean se agachó con cierta dificultad, aun sufriendo por todas las lesiones que había recibido en Isla Negra. El chico, tímido y retraído luego de años de aislamiento social, le entregó uno de los dibujos que había hecho—. ¿Para mí? —el muchacho preguntó y vio al niño asentir—. Pues gracias... ¿Qué es? —Su sobrino apuntó a la ventana—. Ah... Ya veo. El mar. Sabes, esto está muy bonito. Lo guardaré conmigo. ¿Te parece? —Dobló el papel y lo escondió en el bolsillo de su nuevo abrigo—. Y como agradecimiento, ¿qué tal si nos vamos de paseo? ¿Hm?

Al oír la palabra, el niño se asustó. Bajó la mirada, se encogió, y soltó sus crayones.

—No quiero...

—¿Por qué? —Su tío suavizó el tono de su voz, preocupado.

—El hombre malo... No quiero ver.

—Él ya no está aquí —Frankie le aseguró—. No te puede hacer daño.

—¿Mamá?

El criminal perdió todo color al oír la pregunta, pero Jean no percibió su susto, ni se dejó intimidar por la duda del infante.

Al final, no sabía lo que su superior sí; Elise en realidad estaba viva.

—Mamá está con Dios... —Jean miró a su sobrino con compasión—. Se tuvo que ir para protegerte. Está trabajando con los santos ahora. 

—¿Cuándo vuelve?

Él, con los ojos vidriosos, le sonrió con cierta rigidez.

—No lo sé —decidió mentirle al niño—. Pero yo le hice una promesa de cuidarte, y eso haré. Nada, ni nadie, te gritará o lastimará de nuevo. Te lo juro. El hombre malo se fue. No lo verás más.

—Además, oí que afuera venden chocolate caliente —Frankie comentó, al lograr reaccionar.

André, al oírlo, subió la cabeza y lo ojeó con una expresión curiosa.

¿Chocobate?

—Chocolate —el comandante lo corrigió, antes de detenerse e indagar:— Espera... ¿No sabes lo que es el chocolate?

El niño sacudió la cabeza. Realmente no lo hacía. Nunca había probado algo más que la comida de la prisión.

—Pues ven con nosotros y te dejaremos probarlo. Es una bebida, caliente... muy dulce —Frankie comentó, manteniendo su rabia hacia Aurelio oculta del chico para no asustarlo más—. Estoy seguro que te encantará.

—¿Puedo... pintar? ¿Depués?

—Después, claro que puedes —Jean concordó—. Todos tus dibujos se quedarán aquí —Le extendió la huesuda mano—. ¿Vamos?

André la miró por unos segundos, receloso, antes de tomarla y levantarse del suelo junto a su tío.

—¿Dónde está tu abrigo?

—Ahí —El niño apuntó a la silla del capitán.

Frankie, quien estaba más cerca del mueble, se acercó y lo tomó. La chaqueta era pequeña para un hombre común, pero tragaba por completo a su nuevo dueño. Él tuvo que doblarle las mangas cuatro veces para que las diminutas manos de André fueran visibles, y atar el cinturón que ajustaba la prenda lo más ceñido posible, para evitar que su parte inferior se arrastrara sobre el suelo.

—Te compraremos ropas nuevas así que lleguemos a Merchant, te lo prometo —Jean corrió una mano por el cabello del infante, ordenándolo—. Ahora vámonos, Dedé. Estoy hambriento.

Los tres descendieron del barco junto a Rémy y Victor, cruzaron el muelle, atravesaron la calle principal de la ciudad de Kohue y entraron a una taberna sencilla, cuyo dueño era un amigo longevo de Frankie. El hombre les separó una mesa cercana a la chimenea, donde calentar sus temblorosos cuerpos con rapidez y esperar sus pedidos en paz. A André le entregaron lo prometido; una taza de chocolate caliente con crema, más unas galletas. Los Ladrones en cuestión ordenaron cervezas de castaña y una botella de Coihue, el destilado favorito de la Isla  —producido con la madera de los árboles que la cubrían—, junto a un cordero asado.

—Te dije que te invitaría a tomar un vaso algún día y estoy cumpliendo con ese juramento ahora —Frankie le entregó un vaso corto a Jean, sonriendo—. Prueba.

El muchacho tomó un sorbo tímido, haciendo una mueca asombrada al sentir su sabor.

—Parece menta —Giró su lengua alrededor de su boca, degustando el Coihue como lo haría con un vino caro—. Pero también es... ¿frutal? No sé cómo describirlo.

—Ahora prueba esto —El comandante intercambió el vaso por uno más alto, lleno de un líquido oscuro y espumoso.

—¿Qué es?

—Cerveza de castañas, una de las bebidas tradicionales de Merchant.

Jean casi escupió el fermentado al sentir su amargo sabor.

—Prefiero el Coihue —él comentó y sus colegas se rieron, continuando a beber.

—¿Y cuál es tu opinión, André? ¿Te gustó el chocolate? —Frankie vio al niño sacudir la cabeza, con más alegría de lo que había demostrado en días—. ¿Quieres otro? —Él volvió a asentir—. D, Dale, ntonces te pediré uno más.

—Gracias —el niño murmuró, sin mirarlo.

Pensar en qué aquella inocente criatura había visto y oído para volverse tan quieto y asustado molestó bastante al criminal. Él tenía sus motivos para odiar a Aurelio, pero este en específico aumentó sus ganas de matarlo más allá de lo que creía posible.

No queriendo incomodar al chico con su irritación, el comandante nuevamente la escondió bajo una sonrisa simpática y continuó conversando con sus hombres, mientras esperaban a que su almuerzo fuera servido.

Su sosiego fue interrumpido por una brisa helada, que vino de la puerta de la taberna. Al mirar ahí, se dieron cuenta de que el hijo del capitán Zarayvo, Sillion Gregor, había entrado. Con pasos rápidos y pesados él se acercó a la mesa de los Ladrones:

—¡Frankfurt! Te he estado buscando.

—¿Qué pasó?

—Suleiman... Nos pidió nuestra ayuda.

Según lo que los Ladrones le habían contado a Jean, Suleiman era el nombre del "alcalde" de Melferas. Representaba tanto a los habitantes de Kohue como a los nativos del bosque cuando disputas con el gobierno de la Gran Isla surgían.

—¿Y para qué? ¿Qué pasó?

—Al parecer Thomas Morsen envió soldados al sureste de la isla y están acampando en la playa de pingüinos —Sillion mencionó al infame e inútil alcalde de Merchant—. Ellos construyeron un fuerte. Y creo que ya sabes lo que eso significa.

—Quieren atacar a los Dhaoríes.

—Y a nosotros —El pirata se apoyó en la mesa—. Necesitamos hacer algo, rápido. Para proteger a la isla.

El comandante hizo una mueca pensativa.

—Los soldados no atacarán hoy, por la lluvia... Sus armas se estropearían.

—Pero lo harán pronto.

—Lo sé —Frankie concordó, soltando un exhalo preocupado—. Déjame organizar mis fuerzas primero, y también permitir que mis hombres coman y descansen, antes de tomar cualquier decisión precipitada. Buscaré a Suleiman más tarde y conversaré en persona con él.

—Mañana hará una reunión en su despacho, bien temprano. Deberías ir.

—¿Hora?

—Las nueve.

—Estará allá —El Ladrón bebió un poco de cerveza—. ¿Quién más irá?

—Estaré yo, mi padre, el cacique Taikok, el capitán Fressner y más gente que no conozco. Creo que algunas Asesinas también irán.

—De acuerdo... estaré ahí con mis hombres —Frankie se repitió—. Gracias por avisarme sobre esto. Y tranquilo, que esas ratas invasoras no sobrevivirán mucho tiempo aquí.

Sillion sacudió la cabeza y se apartó, deteniéndose a medio camino para agregar:

—Se me olvidó mencionar, pero hoy mi padre hará una fiesta en el muelle, para celebrar nuestro regreso a la isla. Cree que es una buena manera de levantar los ánimos de todos, antes de embarcarnos en otra misión. ¿Los Ladrones se unen?

—¡Pero claro! El mundo se acabará antes que nos neguemos ir a una fiesta —Frankie sonrió—. Gracias, de nuevo.

El calvo se despidió con un gesto de su mano, volviendo al frío de la calle con el mismo apuro y actitud exasperada. El comandante de la Hermandad no era el único hombre al que debía informar sobre la invasión, al parecer.

—¿Qué crees que hacen los hombres de Morsen aquí? —Rémy indagó, desde el otro lado de la mesa.

—Ni idea —El líder del grupo se limpió la espuma del rostro—. Pero algo bueno no quieren.

—A lo mejor nos están buscando.

—Tal vez —Se encogió de hombros—. Solo lo sabremos cuando los veamos.

—¿Y cómo estás tan calmo? —Fue el turno de Jean de preguntar.

—Estamos en Melferas... —Su superior se rio—. Los soldados de Morsen pueden matar a un criminal u otro, pero no lograrán vencer al frío y la falta de recursos. Jamás lograrán conquistar este lugar; no saben siquiera cómo sobrevivir en él —Bajó su vaso de cerveza.

—Pero son una amenaza...

—Para los pobres pingüinos, tal vez —Frankie bromeó, viendo llegar a su cordero asado—. Mejor comamos. Después podemos preocuparnos por esos bastardos.

Jean, algo desconfiado de su indiferencia, le sirvió unos trozos de carne a su sobrino y luego a sí mismo, mientras ojeaba a su tutor con cuidado. Algo en lo profundo de sus ojos contradecía su impasible semblante. Una rabia aprisionada, que rogaba ser suelta y estimulada, oscurecía sus brillantes iris.

Pese a percibir la inquietud de Frankie, nadie del grupo osó mencionarla. Continuaron conversando sobre otras cosas mientras almorzaban, alejándose del nombre de Thomas Morsen lo más que podían. Al terminar su banquete, Victor se excusó de la charla, diciendo que debía ir a visitar a su primo. Rémy también se fue, alegando que iría a encomendar unas botas de cuero nuevas al zapatero local.

—¿Adónde vamos nosotros ahora? —Jean indagó, mirando a su mentor. 

—Yo iré a visitar a una amiga que no veo a tiempos, Aisha —Frankie se levantó de la mesa—. Si quieren, pueden venir conmigo. Si no, vuelvan al barco y descansen un poco más.

—No queremos incomodarte...

—No lo harán —Él hizo un gesto con la mano, silenciando sus inquietudes—. Si quieren venir, en serio, háganlo. A Aisha le encanta las visitas. Ella vive sola a años aquí en la isla y no tiene mucha compañía.

—¿André? —El violinista le sonrió—. ¿Qué dices? ¿Quieres ir? —El niño, un poco menos tímido que antes, asintió—. Entonces ven... —Lo tomó de la mano—. Vamos.

Los tres salieron de la taberna luego de que el comandante pagara su cuenta y caminaron calle arriba, siguiendo la línea de pinos y casuchas de madera hasta llegar a la propiedad que Frankie buscaba.

La casa de troncos era pequeña, pero hogareña. A un costado tenía un humilde corral de ovejas, bien cerrado y protegido del frío, y un criadero de gallinas de algodón —aves peludas y regordetes, originarias de Merchant—.

—Aisha era la mejor amiga de Niara, una chica de la que me enamoré durante la guerra... Ella lamentablemente ya falleció. Y nosotros no pudimos estar juntos, por varios factores... Pero eso no importa mucho; no te aburriré con ese pasado triste —Al explicarse, el veterano hizo evidente que su melancolía continuaba igual de fuerte, pese al transcurso de los años—. Cuando escapé de prisión por primera vez, encontré a Aisha viviendo en Merchant, junto a su hija, Clarice. Yo las traje aquí así que comencé a ganar dinero, porque quería que ambas vivieran una vida cómoda, y estuvieran a salvo de cualquier persecución...

—¿Persecución? —Jean frunció el ceño.

—Las dos son negras —Frankie afirmó—. Y el sur de la Gran Isla no era, ni es, el lugar más amigable del mundo cuando a distintas razas se refiere... Melferas, sin embargo, sí que es un lugar bastante tranquilo. No existen los linchamientos, ni la violencia por color o raza. Todos somos una mezcla rara de algo por aquí. Y por eso ella ha estado viviendo aquí a años —Se detuvo frente a la puerta de entrada y golpeó la aldaba.

Una señora un par de años más vieja que él los recibió, y abrió una sonrisa resplandeciente al ver a su viejo amigo de vuelta.

—¡Muriel! —Ella lo atrapó en un abrazo apretado, que casi lo derrumbó al suelo.

—¡Aisha!... ¡Qué bueno verte, querida amiga! ¿Cómo has estado?

—¡Bien, pero bastante mejor ahora que estás aquí! ¡Vivo! —La dama se apartó y miró a sus acompañantes a seguir—. ¿Y estos son?...

—Ah, sí... Te presento a mis nuevos protegidos: Jean-Luc y André.

—Un placer, gentlemen* —la señora les dijo con cordialidad, antes de volver a abrazar al Ladrón.

—Lo sé, lo sé... También te extrañé —Él le dio unas palmaditas a su espalda, riéndose—. ¿Cómo está Clarice?

—Se mudó a Saint-Lauren —ella le informó, mientras los dos se separaban y entraban a su hogar—. Fue aceptada al Instituto Lazare y está estudiando enfermería ahora.

—¿En serio? —Frankie alzó las cejas—. ¡Pues felicítala de mi parte! ¡Eso es maravilloso!

—Fue parte de la primera clase de mujeres a entrar a la carrera. Se esforzó mucho para lograrlo.

—Me imagino —Él respiró hondo y miró alrededor—. Mi cara amiga...

—¿Sí?

—Yo necesito pedirte un gran favor.

—Depende de lo que sea —Aisha les hizo una seña a todos para que sentaran en el sofá.

—Mañana tendré que ir a una misión al otro lado de la isla, a echar a unos soldados de Thomas Morsen de aquí, y nosotros no tenemos con quién dejar a André. ¿Podrías cuidarlo por nosotros, mientras estamos lejos? No planeamos demorarnos mucho, lo juro...

—¡Claro! —ella respondió al instante, contenta—. Sería un placer tener a un hombrecito tan tierno en mi casa.

—Hey... —Jean murmuró al mismo tiempo, mirando a su angustiado sobrino mientras los otros dos adultos seguían conversando—. No estaré lejos mucho tiempo.

—¿Prometes?

—Lo prometo —El violinista lo abrazó de lado—. Estarás seguro aquí.

—¿El hombre malo?

—Ya te lo dije, no lo verás nunca más. Él se fue, ¿de acuerdo?

—Sí —André se giró para abrazarlo con todo su cuerpo, y el corazón del músico se derritió—. De 'cuerdo.


---


El grupo pasó el resto de la tarde en la casa de Aisha. El niño en particular, demostró una afinidad sorprendente con la señora y con sus animales. En pocas horas, no tan solo se había acostumbrado a la noción de permanecer tres días a su lado, como también se había encantado por la idea.

—Si quieren, pueden dejarlo pasar la noche aquí... Creo que sería más seguro que dejarlo en el navío con esos pendencieros de Zarayvo.

—También pienso que sería una buena idea.

—¿Qué piensas? —Jean le preguntó al niño—. ¿Quieres quedarte aquí?

—Sí —sonrió—.  Pero... ¿Vendrás? ¿Maña'?

—¿Mañana? Claro que lo haré, Dedé. No planeo irme a ningún lado sin despedirme de ti primero —Él le desordenó la cabellera, sonriendo.

El chico, en retaliación, sacudió la cabeza y sacudió los pies, que colgaban del sofá. Jean se rio y lo volvió a abrazar.

Cerca de media hora después, él y Frankie dejaron la propiedad, haciendo su camino hacia el puerto.

—No quiero ofenderte, ni a madame Aisha, pero...

—¿Pero?

—¿Estás seguro que André estará bien con ella?

—No lo hubiera dejado ahí si no confiara en Aisha con mi vida —el comandante le dijo, mientras atravesaban la ventisca—. La conozco a casi treinta años. Es una de las mujeres más amables y leales de todo este país. No tienes nada que temer.

—Si lo dices... —El muchacho aceptó su comentario, pese a su aprensión—. ¿Y qué haremos? ¿Con los soldados enviados por Morsen?

—Expulsarlos de aquí, claro.

—Pues... no sé si debería ir con ustedes, entonces.

—¿Por qué?

—Soy un músico, no un luchador —Cruzó los brazos—. No quiero perjudicar su misión.

—Jean, la única manera de que aprendas cómo atacar y defenderte es trabajando activamente en ello. Es entrenando tus habilidades —Frankie comentó—. Ya sabes usar una espada, lo que es fundamental, y no te preocupes por las armas de fuego, que por ahora no serán muy necesarias; la lluvia y la nieve de aquí dificultan cualquier tiroteo.

—¿O sea que el combate con los soldados será físico? —El joven soltó una risa áspera—. ¡Pero eso es aún peor!

—Puedes hacerlo... puedes luchar —Su mentor lo miró—. Tus heridas están sanando bien, tu energía se está recomponiendo. Piensa en esta misión como un ejercicio más. Como un entrenamiento más. No estarás en peligro; yo y los demás te protegeremos. Además... —Sonrió—. Lo dijiste muy bien, eres un músico. Tal vez puedes llevar tu violín y tocar algunas canciones para motivarnos mientras acampamos.

Jean giró los ojos, un poco molesto.

—Hablo en serio.

—Lo sé... pero esto es algo que debes hacer —Frankie se encogió de hombros—. Te voy a ser sincero, por la estima que te tengo y porque sé que eres una buena persona, a diferencia de la gran mayoría de mis hombres... Estás forajido. Tu carrera como artista será imposible de continuar. La vida que tenías ya no existe —Su franqueza fue dura, pero bien intencionada—. De aquí en adelante tienes dos opciones, muchacho: volverte un mendigo en el puerto y mantener un perfil bajo, o volverte parte de la Hermandad, adoptar un alias, y trabajar para nosotros. No encontrarás ningún trabajo sin presentar un documento, y no puedes presentar ningún documento si la Ley no te reconoce como un ciudadano.

—Tienes razón. Sé que lo tienes —Jean respiró hondo—. Solo estoy nervioso, supongo. Nunca pensé que me vería atascado en una situación así.

—Pues no eres el único... Si fuera por mí, estaría trabajando como pescador en el puerto, o como dueño de alguna vinícola en las afueras de Merchant.

—Sí, pero tú fuiste un marinero y un soldado antes de fundar a la Hermandad. Tienes experiencia en campos de batalla, en luchas... y yo... no tengo ninguna. No sé casi nada.

—Yo no nascí sabiendo cómo luchar, Jean —Frankie le respondió, con cierta austeridad—.  Entiendo tu inquietud, lo hago. Porque la sentí, años atrás... Antes de la guerra, yo y mis hombres trabajábamos vigilando el puerto, moviendo cargamentos de ciudad en ciudad, y haciendo nada más que eso. No oíamos cañonazos, el choque de sables, ni temíamos por nuestras vidas. Nuestra labor era muy tranquila. Era serena —Detuvo sus pasos, melancólico—. Todo cambió luego de la expulsión de los franceses. Nosotros tuvimos que escoger un lado: el de los colonos o el de nuestros compatriotas. Tuvimos que luchar para defender nuestra tierra, nuestras vidas... y no fue glorioso. No fue fácil. Matar nunca será algo fácil. Pero lamentablemente, a veces es necesario. Es lo que debemos hacer —Frunció el ceño, volviéndose todavía más serio—. Si no detenemos esos soldados que llegaron, ellos avasallarán a los Dhaoríes... Los asesinarán a todos. Y luego vendrán a por nosotros —A su frente, Jean tragó en seco y bajó la mirada, contemplando qué debía hacer—. Mira... no te estoy invitando a esta misión para ver cuán lejos puedes llegar, o para ver cuán fuerte eres. No es una prueba. Te estoy invitando para que veas la realidad de lo que te espera, y para que ya te vayas acostumbrando a ella. No necesitas liderar la carga. No necesitas ser un héroe. Solo necesitas estar ahí y apoyarnos. Eso es todo.

El muchacho, sintiéndose atrapado entre un poderoso alud y el vacío de un precipicio, no sabía si permanecer dónde estaba y ser enterrado, o lanzarse al aire y esperar lo mejor.

Insistía, Frankie tenía razón. Si se alejaba de la Hermandad e intentaba reconstruir su vida solo, era muy probable que no lo lograse. No hallaría trabajo, no tendría hogar, y correría el riesgo de ser preso nuevamente. Una dificultad llevaría a otra y la avalancha de mala fortuna lo tragaría completo.

Considerando esta realidad, aceptar su posición como Ladrón era la única forma que tenía de escapar de una miseria desgarradora.

—Iré... pero no sé si seré de mucha ayuda.

—Tu presencia es lo único que pido —Le dio unas palmadas en la espalda—. Ahora vamos... Las que fiestas de Zarayvo son memorables y no vas a querer perderte ninguna.


---


Al llegar al puerto, ellos vieron que incontables barriles de vino, cerveza de castañas, Coihue y whiskey habían sido dispuestos en fila, al frente del navío del capitán. La fina cortina de nieve que caía desde el cielo no parecía incomodar en lo absoluto a los hombres que por ahí rondaban, queriendo rellenar sus vasos o recoger un barril propio, o a las prostitutas y damas de compañía que se habían acercado a conseguir nuevos clientes.

—¡Denles una ronda gratis a las chicas! —Frankie les gritó a los hombres de Zarayvo, al acercarse a los licores—. Yo la pago.

—¿No que acabas de huir de prisión? ¿Cómo planeas pagar?

El comandante metió la mano en un bolsillo de su abrigo y sacó un diamante de tamaño mediano.

—¿De verdad crees que dejaría Isla Negra sin llevarme nada? —Cantó victoria y le entregó la piedra al marinero encargado de verter los destilados—. Ahora deja que ellas se sirvan un poco de Coihue, que hace frío.

Mister* Laguna! —Una de las damas exclamó, sorprendida por su aparición—. ¡Hace tiempo que no lo veo por aquí!

—¡Sarah! —Él la saludó como saludaría a uno de sus hombres, estrechando su mano con firmeza—. ¿Cómo has estado?

—Trabajando, como siempre.

—¿Y las chicas? ¿Están bien? ¿Necesitan algo?

—Todas bien, sir* —La mujer le sonrió, con genuino cariño—. Pero estarían mejor si usted y sus hombres estuvieran por aquí siempre, manteniendo el orden —Se le acercó—. Intente no ser preso de nuevo, por favor.

—Ah... Admites que me extrañaste.

—Un poco —Se apartó, guiñándole un ojo—. ¿Vamos adentro? —Señaló a la cabaña dónde ella y sus compañeras trabajaban—. Quiero hablar con usted sobre... negocios.

—Claro —Frankie inclinó la cabeza, mirándola con cierta gallardía casquivana—. Jean... ¿estarás bien aquí, a solas?

El muchacho, sintiéndose un poco incómodo con la situación a la que veía desarrollarse, asintió y desvió la mirada, dejando que su tutor se fuera a entretenerse a otros lados.

Para su alivio, no se quedó solo por mucho tiempo. Victor y Rémy aparecieron al minuto, entregándole un par de botellas de whiskey.

—No te quedes en la fila de los drinks*... —el más viejo de los tres mencionó a los hombres que lo rodeaban, y que esperaban por su turno de beber—. Aquí sólo se quedan los rookies.

—Los... ¿qué?

—Rookies. Los novatos. Los que no tienen fama —aclaró Victor.

—Pero yo soy un novato...

—Trabajaste con nosotros adentro de Isla Negra. Ya tienes algo de experiencia —Rémy le recordó—. Solo sigue la corriente, Jean. ¿O prefieres quedarte aquí afuera en el frío, esperando tu momento de beber como un niño bueno y obediente?

—La verdad no. Hace un frío de mierda —confesó, encogiéndose por lo mismo—. Pero ¿adónde me llevarán ustedes ahora?

—Ya te lo dijimos; solo calla y disfruta.

En una de las propiedades cercanas al muelle —paralela a la cabaña a la que Frankfurt había entrado— existía un bar al que el músico solo pudo describir como una copia más obscena del Triomphe. Al atravesar sus puertas, la misma atmósfera fiestera, estruendosa, mundana y caótica del club se reflejó entre aquellas paredes de madera. La única diferencia era que allí la energía era más simple y menos ostentosa en presentación —dada las billeteras vacías de los clientes locales y su comportamiento bruto, poco refinado—.

El lugar también poseía mesas de billar y de apuestas, en el segundo piso. Ya el subterráneo era usado como un fumadero de opio, hachís, y como lugar de descanso para consumidores de láudano.

Rémy los terminó llevando arriba. Bebieron las dos botellas que trajeron del muelle en menos de una hora y tuvieron que bajar a buscar más al bar. Victor llegó a estar tan embriagado que lanzó una de las bolas afuera de la mesa de billar, al golpear su taco con demasiada fuerza. En algún momento, David y los demás hombres que habían reclutado en Isla Negra se les unieron.

Continuaron jugando, riéndose mientras competían, hasta que eventualmente el grupo de mujeres que vieron cerca del barco de Zarayvo entró al bar y subieron las escaleras a hacerles compañía.

Jean, pese a estar rodeado por damas de belleza incuestionable, no poseía el mismo apetito que sus compañeros. Compartía su soledad y sus mismas necesidades, pero no sentía el mismo impulso sexual que ellos. Ninguna de ellas le causaba el mismo fervor enamorado que Elise. Ninguna de ellas lograría reemplazarla. Y por esto mismo, decidió retirarse, rechazando sus avances y sus servicios.

Volvió a la calle y decidió dar un paseo rápido por la ciudad, a solas. Al haber estado caminando de un lado a otro junto a Frankfurt durante el día, ya la conocía lo suficiente como para saber regresar al muelle por cuenta propia.

Pero en medio a su recorrido detuvo sus pasos de golpe, al encontrar en su camino algo que jamás pensó ver en Melferas: una librería. La observó con interés, preguntándose si el alcohol que había ingerido contenía algún tipo de alucinógeno. Pero al tocar su ventana lo comprobó, era real. Realmente existía una en la isla.

—Hey... —Un hombre salió de sus interiores—. ¿Qué quieres aquí? Ya es tarde. Voy a cerrar.

—No, n-nada... solo miraba —Jean apuntó a los libros—. No sabía que Las Aventuras de Jonathan McLaigh tenía una continuación.

—¿Leíste la novela?

—Sí... —él concordó, algo nervioso—. Es una de mis favoritas, de hecho.

—Ah, ¿sí?

El desconocido, asombrado por su confesión, cruzó los brazos y lo miró de arriba abajo, inspeccionando su apariencia desajustada y su actitud inocente. El músico aprovechó el momento para hacer lo mismo.

El sujeto que lo encaraba era de piel oscura, tenía el pelo bastante rizado, canoso, y el rostro arrugado, cubierto de cicatrices. Sus ojos, escondidos detrás de unos gruesos quevedos, demostraban una bondad que su propio cuerpo no había conocido.

—Sí —Jean contestó luego de algunos segundos de silencio—. A mi madre le e-encantaba esa historia, y a mí también. E-Ella me la enseñó...

Dando un paso adelante, el desconocido frunció el ceño. Se veía desconfiado.

—¿Quién eres? No hay mucha gente por aquí que lea por gusto, o que siquiera lea lo suficiente como para tener un "libro favorito".

—Soy... —El violinista enderezó la espalda—. Amigo de Frankie... El Ladrón.

—¿Amigo?

—Aprendiz —aclaró, volviendo a mirar al libro—. Perdón, pero... ¿cuánto saldría? ¿El s-segundo tomo?

—¿Quieres comprarlo?

—Sí.

—No me lo creo.

Aletargado, Jean sacó del bolsillo de su abrigo una de las piedras preciosas que su mentor le había entregado la noche anterior —parte del tesoro que él y sus hombres se habían llevado de Isla Negra—.

—¿Con esto le serviría?

Al ver el resplandor rojizo de un diminuto granate, el vendedor alzó las cejas, asombrado, y le tomó piedad.

—Ven adentro —ordenó, abriéndole la puerta—. Conversemos.

—No me va a matar, ¿cierto?... S-Sería horrendo sobrevivir a prisión p-para morir en las manos de un b-bibliotecario...

Si su ebriedad ya no le era obvia al desconocido antes, ahora sin duda se había vuelto.

—No... no lo haré —Le hizo una seña, insistiendo que entrara a su negocio—. ¿Cuál es tu nombre?

—Jean... Jean-Luc —Se le acercó con pasos inciertos.

—¿No tienes apellido?

—Lo tengo, pero... a poca g-gente le gusta oírlo. Ni a mí me g-gusta, si soy sincero. Así que... solo llámeme Jean.

—Como quieras.

Luego de dejarlo pasar, el dueño de la librería cerró la puerta y recogió un taburete, entregándoselo para que se sentara.

—Mi nombre es Suleiman Birsha... Pero años atrás era conocido como Robert Danvers. Ese era el nombre que mis viejos dueños me dieron.

El muchacho se rio.

—Robert Danvers es el n-nombre del autor de las Aventuras de Jonathan McLaigh.

—Lo sé —El sujeto se sentó sobre una mesa cercana.

Jean se volvió a carcajear.

—¿A caso d-dices que tú escribiste ese libro? ¿O solo m-me estás t-tirando del pelo?

—No. Yo lo hice... Lo escribí.

—Claro... —El joven sacudió la cabeza, incrédulo—. Buen chiste.

—No es un chiste —El de piel oscura lo miró a lo profundo de sus ojos verdes—. ¿Quieres que lo pruebe?

—¿Y cómo harías eso?

—Tengo el manuscrito original aquí en la tienda.

Jean dio de hombros, sin impresionarse por sus aseveraciones, y Suleiman, queriendo probar su verdad, dejó su asiento y se subió a una escalera angosta, apoyada contra uno de los estantes más altos del negocio. Entre bloques y bloques de papel, sacó un cuadernillo amarillento, cuyas costuras ya casi no existían y cuya tinta ya había comenzado a desvanecer.

—Aquí está —Saltó a tierra y se lo entregó—. Publicado a finales de 1863... Las Aventuras de Jonathan McLaigh.

Al examinar la evidencia otorgada por el hombre, la boca del músico de a poco se desplomó. Volteó hoja por hoja con la mayor delicadeza posible, ojeando cada corrección y comentario con el interés de un fanático fervoroso.

Aquel era, sin lugar a duda, el manuscrito de su novela favorita. Y a su frente, observándolo con una sonrisa fanfarrona, estaba su autor.

—Entonces... usted de verdad es...

—Sí —Estiró su mano—. Un placer.


-----



"Gentlemen": "Caballeros" en inglés.


"Mister": "Señor" en inglés.


"Sir": Variación de "señor" o "Don" en inglés.


"Drink": "Bebida" en inglés. 

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top