Acto 4: Capítulo 14
Después de rondar por media hora la plaza de la iglesia, cortando su camino entre la bulliciosa multitud, y de cruzar unas tres o cuatro calles igual de abarrotadas, indiferente al jolgorio que la rodeaba, Lilian al fin encontró lo que buscaba.
De pie sobre uno de los puentes que cruzaba el río rojo, apoyado en el pretil con una postura arqueada, abatida, Jean-Luc miraba al agua que fluía bajo sus pies con una expresión vacía y melancólica, que parecía contemplar el real valor de su existencia y la posibilidad de terminarla. Su presentación maltrecha solo empeoraba el triste cuadro. En algún momento, se había quitado los anteojos y el corbatón. Su cabellera, sacudida por el viento, se había rebelado contra la cera que la mantenía en su lugar. Sus ojos verdes, hinchados, perdieron su vigor de tanto llorar, adoptando un lúgubre tono grisáceo, que reflejaba los mismos matices del cielo sobre su cabeza.
Desde el fin de la boda, un largo ejército de nubes había invadido Carcosa. Venían de la bahía de Levon y viajaban hacia el sur del país, decididas a regarlo de inicio a fin. Mientras algunos ciudadanos cruzaban los brazos o se hundían en sus abrigos, intentando resguardarse de la gélida brisa que había comenzado a correr, producto de su arribo, Jean parecía no incomodarse en lo absoluto con su presencia. De hecho, apenas notaba la garúa que rebotaba sobre sus hombros, mojando su desaliñada vestimenta. No tiritaba, castañeaba los dientes, ni hacia el mínimo intento de moverse. Apenas permanecía anclado a su lugar, observando cómo las pequeñas gotas de agua que caían se unían a la corriente bajo sus pies, desapareciendo entre sus olas.
—Jean... —la voz de Lilian lo sorprendió, pero él no se volteó a mirarla—.. ¿Estás bien?
Lo único que recibió como respuesta fue el cantar de algunos bienteveos, que, durante aquella época del año, construían sus nidos en los márgenes del río. El violinista se mantuvo callado por un largo tiempo, observando como las aves volaban hacia debajo del puente y hacia los árboles más cercanos, buscando un refugio dónde defenderse de la chaparrada.
—No deberías haber venido a buscarme —murmuró con timidez, finalmente volteándose hacia ella—. Vas a arruinar tu vestido.
—¿Tú crees que me importo por una maldita lluvia? —su rostro afligido lo confrontó—. ¡Lo único que me importa es saber si estás bien! Saliste de aquella iglesia tan apurado, tan triste... y me dejaste atrás, sola...
—Lo siento—la interrumpió, cabizbajo—. No te quería abandonar allá, pero no podía quedarme. Lo siento, de verdad, soy un idiota...
—No lo dije para que te culpes —corrigió, acercándose y sujetándolo del brazo, temiendo que se lanzara al río—. Lo dije porque estoy preocupada. Y aún no me has respondido si estás bien o no.
Luchando contra sus sollozos, reprimiendo todos sus sentimientos lo más que podía, él volvió a burlar la pregunta:
—¿Sabes cuál es mi problema?... mi problema es que soy una paradoja. Quiero estar contento, pero hago cosas que me dejan en la más profunda miseria. Paso mis días fingiendo no importarme por nada, pero en realidad sí lo hago, más de lo que debería. Y siempre me contradigo a mí mismo... No logro descubrir qué diablos quiero hacer con mi vida y es por eso que no logro ser feliz. ¡Por eso no logro avanzar!
—No entiendo.
Él sacudió la cabeza, respirando hondo.
—He tratado de convencerme a mí mismo durante toda la mañana, que debo estar alegre por Elise, por Claude... porque son mi familia. Y que por eso debo hacer el maldito esfuerzo de fingir que su unión me deja contento —sus cejas se curvaron, expresando su rabia y su tristeza—. Hasta la llevé al altar, por todos los cielos... ¡Llevé a la mujer que amo al altar para que se case con otro!... y lo hice esperando finalizar ese asunto, enterrar mi dolor yo mismo; dejar toda mi decepción atrás y caminar hacia adelante —la rubia frotó sus brazos, consolándolo—. Pero por más que me niegue a aceptarlo, por más que intente actuar como una buena persona, como un hombre resignado a la derrota, por más que me repita una y otra vez que la he perdonado a ella y a mi hermano por lo que me hicieron... no logro hacerlo. No los consigo perdonar. Soy una contradicción ambulante.
—Claro que no lo has hecho Jean, ha pasado muy poco tiempo desde que lo que sucedió en el Colonial. Y esa experiencia claramente fue terrible para ti. Nadie espera que la superes de la noche a la mañana.
—Me partió el corazón...
—Lo sé —lo abrazó, dejándolo llorar—. Y no eres una mala persona por no darles tu perdón... ¿Qué han hecho ellos para merecerlo?
—Me invitaron a gestionar la despedida de soltero y llevar a Elise al altar...
—Exacto, fueron dos desgraciados —ella comentó y Jean se rio—. Y sé lo difícil que es aceptar que alguien a quien amas no te quiera de igual manera... pero tienes que dejarlo ir —ambos se separaron—. Sé también que solo tuviste esa idea de vengarte por el dolor que aún sentías... no lo hiciste por maldad, lo hiciste por resentimiento, hay una diferencia.
—Por un minuto pensé que, si lograba probar que Claude es un canalla, Elise tal vez volvería a mí —confesó, sin sorprender a Lilian—. Pero claro, eso no pasó.
—Jean... —sus ojos se encontraron y ella entrelazó sus dedos, sujetándolo de la mano—. Te voy a dar un consejo, como alguien que ya estuvo en la misma situación que tú.
—¿Hm?
—Solo encontrarás la felicidad verdadera, cuando dejes de buscar sauces en un desierto —él hizo una mueca confundida. Ella sonrió, perono por estar contenta—. Si alguien no te ama, no encontrarás el amor que buscas en esa persona. Por más que lo intentes, por más que lo quieras... no hay sauces en un desierto. No hay amor donde haya desinterés.
Contemplando sus palabras por un minuto, él asintió, mirando alrededor. La lluvia había empeorado, pero al menos la ciudad se había vuelto más silenciosa, más relajada. Él apreciaba la quietud, pues lo dejaba pensar con más tranquilidad. Y gracias a ello, le resultó más fácil llegar a su veredicto final. Lilian tenía toda la razón. No lograría ser feliz buscando sauces en un desierto. Si el corazón de su amada no se importaba por el suyo, debería seguir adelante y buscar otro que sí lo hiciera. Sería una tarea ardua y una decisión dolorosa, alejarse de su lado. Pero si ella no lo deseaba de la misma manera, él debía irse. Al menos hasta que se olvidara de sus sentimientos. Al menos, hasta que se olvidara del sabor de sus labios y del encanto de su sonrisa.
—Gracias. —murmuró, limpiándose las lágrimas, poniéndose sus anteojos.
—De nada, narigón —ella sonrió, golpeando la punta de su nariz con su dedo índice—. ¿Te sientes mejor o quieres llorar un poco más? —hizo al muchacho reír y sacudir su cabeza—. ¿Qué? ¡Es una buena actividad! Yo la recomiendo, de vez en cuando. Llorar es bueno para el alma.
—No niego que lo sea, pero... —le extendió la mano—. Creo que estoy listo para irme de aquí.
Soltando un suspiro aliviado, la rubia la tomó. Juntos, empezaron a caminar hacia la calle, alejándose del puente y de las furiosas aguas que bajo él corrían. Mojados de pies a cabeza, no hicieron intento alguno de aumentar la velocidad de sus pasos. Sus ropas ya estaban estropeadas; apurarse no serviría de nada. Solo siguieron charlando bajo la llovizna sin miedo a la violencia de sus gotas, o al gruñido lejano de los truenos. También jugaron a saltar sobre los charcos de agua, apostando quien lograría o no cruzarlos sin salpicarse o caerse, y como dos niños aburridos, se entregaron a la competencia entre carcajadas y comentarios irónicos, llegando a olvidar, por breves instantes, sus dolores y tragedias personales. Cortos de aliento, siguieron andando por la acera sin darle importancia a las ojeadas molestas de los demás peatones, irritados por su actitud juvenil y despreocupada.
—Siempre quise preguntarte esto, pero nunca tuve el coraje... —Lilian empezó, quitándose unos mechones mojados del rostro.
—¿Qué? —Jean indagó, sonriendo.
—Tú no eres de por aquí, ¿verdad?
—¿Cómo lo notaste, por como exagero mis "erres" o por mi buen humor?
—Definitivamente tu buen humor, los Carcoseños son un puñado de mierda —los dos se rieron—. ¡Pero si es verdad! Todos van siempre apurados, todos siempre "tuvieron un día estresante", todos se visten como si estuvieran yendo a un funeral... ¡Sobre todo los hombres!
—Te daré la razón en lo último. La ropa de los Carcoseños es bien...
—¿Insípida, sosa, inexpresiva? ¿Un trasunto tedioso de la moda europea?
—Exacto —asintió, intercambiando miradas—. En Levon nos gusta usar más colores, ¿sabes? Nos gusta que nuestra vestimenta tenga textura, diseños... Originalidad. Aquí por lo que he visto, solo piensan en complacer los estándares de afuera. No mantienen ni un poco de la cultura tradicional de las Islas de Gainsboro...
—Espera, espera... ¿Eres de Levon? ¿Eres porteño?
—Nacido y criado en el puerto de Levon, sí —admitió con orgullo—. Llegué aquí a inicios de este año, cuando fui aceptado a una academia de música que siempre soñé en entrar... resulta que no era tan maravillosa como pensaba. Aprendí cosas interesantes sobre teoría musical, pero, si soy sincero, los maestros eran demasiado clasistas, muy ortodoxos... no me cayeron muy bien —se acomodó los lentes—. Empecé a trabajar en el Colonial mientras estudiaba, para pagar mi departamento y mis otros gastos. Ahí fue donde conocí a Elise.
—Vaya —la rubia suspiró, acercándose más a su lado—. Entonces ella era tu jefa.
—En mi defensa, no trabajé ahí mucho tiempo —se encogió de hombros.
—¿Por qué?
—Me fui a Merchant por unas semanas... Me aceptaron en la Academia Real de Música, para rellenar un puesto en la orquesta. El violinista principal murió de pronto, tuvieron que llamar a alguien para reemplazarlo. Uno de mis maestros, que no era tan imbécil como los otros, me recomendó.
—¿Entonces visitaste mi ciudad natal?
—¿Eres una Merchanter?
—Nací allá, pero gran parte de mi vida la pasé en Carcosa —Lilian contestó con una mirada nostálgica—. Casi toda mi familia vive, o vivía, en el sur. .
—No sé por qué, pero me imaginé a un grupo enorme de granjeros y mineros usando sus chamantos de lana, sus sombreritos de paja, sujetando un vasito de pisco*...
—Añade unos cuantos rifles a la escena y tienes un cuadro muy fidedigno de mis tíos y abuelos —ella bromeó, saltando sobre un charco junto a Jean—. ¿Sabes cómo me imagino a tu familia?
—¿Cómo?
—Dandis petimetres... por doquier —contestó, disolviéndose en risas junto al joven—. Con unos cuellos de camisa enormes, unos cabellos tan exagerados que uno pensaría que fueron lamidos por una vaca, dueños de una colección de perfumes que pondría a cualquier boticario verde de envidia.
—Acertaste por la mayor parte, te lo concederé. Pero como dijiste, añade rifles... muchos rifles. Y unas cuantas medallas oxidadas, casacas militares manchadas de sangre que no han lavado desde el fin de la guerra...
—¡Mi tío tenía una!
Entusiasmados y risueños, siguieron hablando sobre sus raíces por unos minutos más, hasta que llegaron a la entrada de la Biblioteca Nacional. Bajo la lluvia, su gigantesca fachada de estilo neoclásico se veía el doble de imponente, de magnifica. La niebla que había empezado a flotar por el aire también ayudaba a intensificar el misticismo del lugar, difuminando las amarillentas luces que brillaban a través de las ventanas. Al reconocer sus alrededores, la rubia detuvo sus pasos y se silenció por un instante, observando al edificio con una mirada atemorizada, que asombró a Jean por su repentina aparición.
—¿Lilian? —capturó su atención—. ¿Qué pasó?
—Nada.
—No mientas —él imploró, preocupado—. ¿Estás bien?
—Sí... Es que... —ella respiró hondo, señalando a la biblioteca—. Una persona de la que me enamoré años atrás solía amar este lugar —pestañeó, nerviosa—. Hace mucho tiempo que no caminaba por aquí y volver es... no lo sé, es raro.
Jean se volteó, mirando a la construcción por unos segundos, antes de girar sus ojos hacia su acompañante nuevamente.
—¿Entramos?
Ella hizo una mueca burlesca.
—Estamos empapados.
—¿Y? —sonrió, estirando la mano—. ¡Vamos!
—Tenemos que ir a la fiesta de tu hermano, ¿se te olvida?
—Él y Elise pueden esperar —respondió, insistente—. ¡Vamos!...
Aunque a contra gusto, la bailarina accedió.
—¡Bien!... pero después nos vamos a la fiesta. No quiero que piensen que te secuestraron de nuevo.
—Al menos esta vez me habré divertido.
Lilian se rio en un tono bajo.
—Eres un idiota.
—Pero al menos te divierto.
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—¡Jean! ¿Dónde diablos estabas? —Claude cuestionó, exasperado, al verlo entrar a su casa empapado de cabeza a pies—. ¡Te busqué por todos lados!
El muchacho sacudió su abrigo y en seguida corrió la mano por su pelo, arreglándose la despeinada cabellera.
—Estaba, eh...
—Yo me sentí indispuesta durante la ceremonia... —contestó en su lugar la rubia que lo acompañaba, cuya presentación no era mucho mejor a la de él—. Su hermano, como el gentil caballero que es, me llevó afuera a respirar un poco. Nos sorprendió la tormenta y tomamos refugio en la Biblioteca Nacional.
—Pero la biblioteca está a ocho cuadras de la iglesia...
—Fuimos a una librería cercana, Lilian se confundió. Biblioteca, librería, todo es similar —el violinista argumentó enseguida, defendiendo la mentira—. ¿No es cierto?
—¡Sí!... ¡Verdad! —la rubia fingió arrepentimiento—. Perdón señor ministro, aún me siento un poco desorientada. Jean tiene razón, entramos a una librería para protegernos de la lluvia.
—Y por el tiempo que nos quedamos atascados allá, supusimos que la boda ya había acabado, así que nos subimos a un tranvía y vinimos directo aquí.
Claude cruzó los brazos, alzando una ceja.
—¿Y por qué tan mojados?
—El tranvía solo llega a la calle Clemont, tuvimos que venir caminando —el muchacho le copió la postura, mirando alrededor—. ¿A qué horas termina esta fiesta, de todas formas?
—Ya debería haber terminado, pero entre la lluvia y tu desaparición decidimos esperar un poco más... por suerte ahora solo quedan amigos cercanos y familiares, los "conocidos" ya se fueron.
—Hm... —Jean gruñó—. ¿Y a qué hora tú y Elise se van a su luna de miel?
—Todo depende del clima... —el ministro miró a la ventana por un instante, viendo algunos truenos cruzar el cielo—. Salir con un carruaje en este tiempo no sería lo más apropiado.
—¿Y entonces cuál es el plan, qué van a hacer? ¿Quedarse aquí toda la noche, rodeados de gente?
—No, no —sacudió la cabeza, detestando la mera idea—. Si esta lluvia no mejora en media hora más, todos se van de inmediato a sus casas. Porque conociendo el clima de Carcosa, es posible que más tarde haya tormenta y no quiero pasar mi madrugada entreteniendo invitados.
—¿Y después?
—Después yo y ella tenemos que ir a Las Oficinas. A exigir nuestro certificado de matrimonio. Normalmente uno iría al registro civil, pero eso queda al otro lado de la ciudad y nos demoraríamos demasiado.
—Así que papeleo, esa es la respuesta corta —Lilian comentó con sarcasmo, viendo a la novia aparecer por detrás del ministro—. Suena divertido.
—¡Ahí estás! —la mujer otra mujer exclamó, aliviada de ver al músico—. ¡Casi nos matas del susto!
—Me fui por un par de horas, no es como si hubiera... —su voz se le cortó al ver a su padre, caminando hacia ellos—. Desaparecido.
Como de costumbre, el teniente coronel vestía un uniforme militar rojo (Su primera elección al ser invitado a cualquier evento de gala), llevaba el cabello peinado hacia atrás y en una mano arrastraba un bastón con mango de león, que le ayudaba a disimular su cojera.
—¿Así que ha regresado el hijo pródigo? —preguntó con irritación, ojeando a Jean-Luc de arriba abajo mientras sonreía.
El violinista inclinó su cabeza a un costado.
—¿Así que ahora me consideras tu hijo?
—Siempre lo hice, aunque no me gustara ni un poco.
—Arrêtez ça, Monsieur* Chassier —Claude alzó la voz, molesto—. No ofenderás a mi hermano en el día de mi boda, mucho menos en mi casa.
—¿Crees que te tengo miedo, muchacho?
—Si le haces algo a cualquiera de mis hijos te parto la cara en dos —la señora Chassier apareció a su lado de pronto, hablando con una voz templada, sutil—. Jean, cariño... —empujó a su esposo a un costado con desinterés, haciéndolo tambalear—. ¿Dónde estabas?
—Lejos de aquí —él murmuró, siendo callado por los reconfortantes brazos de su madre, que lo envolvieron con ternura.
—Lo siento —ella balbuceó en su oído, comprendiendo su dolor. Unos días después de haber encontrado a Elise y a su hermano besándose en la sala de música del Colonial, el compositor le envió una carta, explicándole todo lo que había ocurrido entre los tres con abundantes detalles. En el texto, había dejado bien claro su rabia y su resentimiento, además de resaltar, con un lenguaje florido, que jamás volvería a confiar en el ministro o en la empresaria otra vez. La señora, a diferencia de sus demás parientes, entendía perfectamente que el motivo de su escape de la iglesia no era un supuesto malestar sentido por su acompañante, sino por él mismo—. Las cosas van a mejorar... ten calma.
—Ojalá tengas razón —él balbuceó, cansado—. Me alegra tanto que estés aquí.
—A mí también —ella respondió antes de apartarse, acariciar su mejilla, y mirar las suturas del corte que tenía en la cabeza, afligida. Por correo, Claude también le había explicado todo lo ocurrido con Aurelio, detallando el secuestro, sus amenazas, y la golpiza que el oficial le dio a su hermano mayor. El violinista no lo sabía, pero desde que se había enterado de todo, las noches de su madre habían sido terribles. Su preocupación y su ansiedad la ahorcaron varias veces mientras dormía, llenando su mente con pesadillas grotescas. Por eso, no pudo evitar inclinarse adelante y besar su tez, deseando poder curar aquella herida con su amor, sintiéndose frustrada por no poder hacerlo—. Me deja muy feliz que estés bien.
Peter, quien también había sido informado de toda la situación y la había ayudado a tranquilizarse varias veces, decidió no desperdiciar su tiempo con demostraciones de afecto hacia su hijo. Él estaba vivo, en un solo pedazo, respirando. Eso era lo que contaba; de nada servía el sentimentalismo ahora. Resoplando, poco impresionado por la escena, giró sus ojos hacia Lilian, sorprendido por su belleza.
—¿Y tú quién eres?
—Es mi novia —el muchacho respondió en su lugar, separándose de su madre para encararlo.
—¿Novia? —el veterano se echó a reír con descaro—. Perdón, pero ¿qué diablos viste en él?
—Algo que no veo en usted —Lilian sonrió con malicia, alzando una ceja intolerante—. Vi un hombre amable, sincero, educado... No un asesino que se salvó de la prisión sólo por tener un rango militar.
—¿Cómo se atreve? —el señor Chassier, enojado por su ofensa y por la sinceridad de sus palabras, se le acercó con una actitud autoritaria. Jean entonces se escurrió entre los dos, escondiendo a la bailarina con su altura. Miró a su padre a los ojos, preparado para cualquier altercado o enfrentamiento. Después de tantos años de sufrimiento, de soportar sus abusos y sus palizas, le había perdido el miedo. Cualquier golpe que él intentara darle hoy, sería devuelto con el triple de fuerza y de furia—. ¡Sale de mi camino ahora!
—No —él contestó con frialdad.
—¡No te estoy pidiendo! ¡Te estoy ordenando!
—¡AQUÍ QUIÉN DA LAS ÓRDENES SOY YO! —Claude se unió a su hermano, indignado—. ¡Ahora apártate o te llevo detenido!
—Salopards*... —sin otra opción, Peter retrocedió, pero no sin antes escupir más desgracias a su hijo mayor—. ¡Puede que se quede contigo por ahora, pero pronto se irá! —señaló a Lilian—. ¡Porque todos sabemos que eres un puto tarlouze*, un maricón de mierda que nunca ha logrado satisfacer a mujer alguna!
—¡Y tú eres un canalla, odiado por tu esposa y por tus hijos, que solo ha fracasado en la vida! ¡Un puto asesino, traidor, mentiroso, VIOLADOR DE MIERDA!... ¡ESO ES LO QUE ERES! —rugió Jean-Luc, perdiendo la compostura—. ¡Y MERECES MORIR SOLO! ¡AHOGÁNDOTE EN TU PROPIA SALIVA Y EN TU PROPIA MISERIA, SIN QUE NADIE TENGA UNA PIZCA DE COMPASIÓN POR TI! —lo empujó hacia atrás, antes de que la rubia lo tomara del brazo.
—Jean, calma...
—¡No, Lilian, no! —exclamó, airado—. ¡Ya me cansé de aguantar su crueldad! —apuntó hacia su padre, frenético. Por un momento, aguardó una respuesta de parte de Peter. Algún golpe, reclamo, grito, lo que fuera. Pero no lo recibió. El hombre exhaló con fuerza, como un toro a punto de embestir, pero a último minuto se volteó sin decir nada, abandonando la sala de estar para tomar refugio en el comedor. Anne, por su parte, miró a su hijo con preocupación, sin regañarlo, ni exigir algún pedido de disculpas. Claude y Elise, sujetándose uno al otro, se quedaron en silencio, sin saber qué más hacer—. Lo siento por gritar —lamentó el músico, entrelazando sus dedos con los de la bailarina a su lado—. Disfruten su luna de miel... —y bajó la cabeza, a punto de llorar—. Los veo pronto. Adiós.
Tal como su padre, desapareció del recinto, pero caminando en la dirección contraria. Salió a la calle junto a su acompañante, con la postura encorvada y semblante entristecido.
—Creo que tengo que ir a hablarle —el ministro balbuceó, inquieto.
—No, mejor no —Elise lo detuvo, igual de afligida—. Él está demasiado volátil ahora. Necesita estar solo.
—Pero mi amor...
—La última vez que se fue así, fue cuando regresó de Merchant —ella insistió, con voz temblorosa—. Intenté ir a hablarle y se enojó tanto que no nos dirigió la palabra por un mes.
—Esa era una situación diferente...
—Claude —lo interrumpió, llevando ambas manos a su rostro—. Déjalo ir. —lo besó con cariño, intentando tranquilizarlo—. Mañana hablamos con él.
Contrariado, el político solo afirmó con la cabeza, antes de apartarse de su esposa e ir a buscar su petaca.
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Deambulando la calle con una mirada perdida, sin destino y sin fuerzas para seguir sollozando, Jean-Luc retiró del bolsillo interior de su traje un sobre pequeño, estampado y sellado.
—¿Y eso qué es? —Lilian preguntó, acompañándolo bajo la gélida tormenta.
—Es una carta de la Orquesta Sinfónica de Levon.
—¿Cuándo la recibiste?
—Esta mañana —confesó, sin retirar la mirada del sobre—. ¿Te acuerdas de lo que me dijiste unas horas atrás? ¿Que debía parar de buscar sauces en un desierto? —se volteó a ella—. Eso es lo que voy a hacer... me voy a ir de este desierto.
—¿Te vas a Levon?
Él asintió, tragando en seco.
—En una semana.
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FIN DEL TOMO I
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"Pisco": Aguardiente de uvas.
"Arrêtez ça, Monsieur" : "Deténgase ya, señor" en francés.
"Salopards": "Bastardos" en francés.
"Tarlouze": "Maricón" en francés.
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(Nota de la Autora: ¡Y aquí termina el tomo 1! Ojalá hayan disfrutado la lectura hasta ahora y las ilustraciones les hayan gustado mucho. Agradezco mil veces a todos los que han comentado y apoyado esta historia, de una manera u otra, y en especial agradezco a Nu-Psi por sus correciones y sugerencias, que han aportado mucho a la obra.
El próximo tomo se llamara Traición y Justicia: Revelaciones... Así que mantengan un ojo abierto porque en breve lo estaré publicando ;)
Y para finalizar con llave de oro, les dejo aquí unos memes que hice sobre el libro hace unos meses, cuando estaba aburrida, para hacerlos reír un poco porque esta historia es bien triste y créanme, solo se pondrá peor :D)
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(Jean es el verdadero papá de Eric; Fuck Antonio, in this house we hate Antonio)
(Este es basado en un meme:)
(Y claro, les dejo también arte conceptual para que se puedan divertir un poco pensando con lo que viene a seguir:)
(+ El primer dibujo que hice de Claude y Jean, allá por el 2014):
(¡Y eso es todo! ¡Gracias por leer!)
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