VI

Disclaimer: Ni Hetalia ni el Universo Alterno me pertenece. Sólo soy poseedora de la obra que van a leer.

Avisos: (En prólogo)

Parejas: (En prólogo)

N/A: EL ITAPAN ME CONSUME LO JURO

-No codiciarás los bienes ajenos.-

Desde ahí sus quedadas y reuniones se habían vuelto menores, pero definitivamente más intensas, tanto para el Demonio como para el Ángel.

Para Feliciano era prácticamente imposible encontrar nuevas excusas que sirviesen con su hermano, todo se volvía cada vez más complicado.

La vigilancia casi extrema resultado del aumento de batallas en la barrera entre el Cielo y la puerta del Infierno no hacía más que aumentar en nerviosismo de los ángeles.

Aparte de eso, Lovino se encontraba cada vez más y más irritado con todo, habían aumentado las horas que tenía que pasar en el campo de batalla y, aún con su poder y entrenamiento, era complicado mantener a los demonios y a las criaturas del Inframundo alejados de sus hogares.

La Casa de los Vargas se sumía en el silencio una vez más. El mayor había salido para aumentar la seguridad en la barrera, mientras que el menor trabajaba en el Templo de las Luces para sanar a los combatientes heridos.

-No sé qué hacer, Kiku.- Le comentó a su amigo por encima del hombro, mientras revolvía una poción de colores claros y cristalinos en su mano con delicadeza.- Todo pasó tan rápido... Y, ¿qué haré si Vino se entera?

-No soy el indicado para aconsejarte, Feliciano...- Contestó después de unos segundos de silencio.- Sabes bien que un romance de ese tipo...- Soltó sus guantes.- Está totalmente prohibido aquí.- Cerró los ojos.

-Gracias, eso me calma mucho.- Se burló el pelirrojo.

-Lo siento.- Se disculpó el asiático, haciendo una cama que había en la sala, cambiando las sábanas y reemplazándolas por otras nuevas.- No deberías pedirme consejo.

-Pero tú siempre sabes qué decir.

-No en esta ocasión Feliciano.- Inspiró.- No ahora.

Los dos se quedaron en silencio, sin saber que decir.

-Feliciano, sabes lo que ocurrirá si se descubre. Deberías detener eso.

-¡Lo sé, dios, lo sé! Pero... Por primera vez he sentido algo... Diferente.- Miró por la ventana.- Estoy intentando parar y ser tan normal como todos los demás. Pero, cuando me besó... No lo sé, Kiku, era...

-¿Especial, mágico, increíble?- Preguntó, girándose a él y levantando una ceja, con rostro serio, y Feliciano soltó las sábanas, sorprendido por el tono burlesco de su voz.- Lo sé. Claro que lo sé pero no dejes que esas emociones te cieguen, Feliciano. No es...

-¡¿Y qué quieres que haga?¿Que me olvide, que simplemente me aleje?!

-¡Eso sería un buen detalle!- Por primera vez había visto a Kiku levantar la voz.

-¡No es tan fácil!¡No sabes como me hace sentir!

-¡Pues claro que lo sé!- Parecía furioso, acercándose a pasos agigantados hasta que tomó la tela de su traje.- ¡Porque siento eso cada vez que estoy contigo, y al parecer estás demasiado cegado por ese demonio como para no notar que me duele!

Se miraron el uno al otro, sin atreverse a decir o hacer nada, el sonido de pasos lejanos y pájaros fuera de la ventana sólo hacía que su silencio fuese aún más notable.

Entonces una enfermera de cabello castaño y ojos nerviosos que miraban a todos los lados les interrumpió.

-Eh... Feliciano... Te necesitan en el ala oeste...- Se acariciaba sus propios brazos, incómoda, y Kiku ya no apretaba su ropa, se había alejado sin mirarle siquiera a la cara, volviendo a las pócimas con un rostro indiferente.

El pelirrojo sólo tomó su cuaderno y salió tras la mujer, mirando por un momento la espalda del pelinegro, cubierta casi en su mayoría por sus alas.

Quiso decir algo, pero no se sentía preparado para hacerlo.

Se fue, y en el pasillo contiguo vio a la misma mujer de antes conversando con un hombre, que la tomaba de la mano con amor y algo en su miraba le decía que le miraba con pasión. La joven le dio un beso y una sonrisa, y Feliciano sintió algo extraño en la boca de su estómago.

Le envidiaba por amar sin ocultar a esa persona especial, por no tener que esconder lo que sentía, porque anhelaba tener lo que ella poseía.

Y entonces se sintió realmente mal, pues se dio cuenta de que no debería estar sintiendo eso.

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