9. Un viaje inesperado
Narra Guillermo:
Me levanté, y como de costumbre desde el día de la visita, pegué mi oreja en la puerta para asegurarme de que no había visita y así poder salir tranquilamente.
-Hola Guillermo. -dijo Samuel sonriendo.
-H-hola. -dije temiendo que esa sonrisa fuera sarcástica.
-Tranquilo, que no voy a hacerte daño. -dijo acercándose, ya estando a escasos centímetros de mi rostro, acariciando mi mejilla derecha.
-Por favor no. -susurré para mí.
-¿Que no qué? -preguntó confundido, sin alejarse.
-N-no, nada, es que. -dije disminuyendo lentamente el volumen de mi voz.
-¿Qué? Palabras, Guillermo, quiero palabras. -dijo separando esta última en sílabas.
-N-no pasa nada. -hablé de nuevo mientras iba alejándome.
-¿Alguien dijo que puedas moverte?
-N-no.
-¿Me tienes miedo?
-No. -Intenté sonar seguro.
-No me mientas. -dijo acercándose poco a poco.
-N-no estoy mintiendo, es solo que. -No pude terminar la oración porque el sonido del timbre interrumpió, Vegetta fue a abrir la puerta y yo suspiré aliviado.
-Era un vendedor, sabes lo pesados que pueden ser. -Me limité a asentir con la cabeza y el se sentó a mi lado en la sala. -Bueno, y... ¿dónde estábamos?
-N-no lo sé. -Mentí.
-Ah, verás, esta tarde saldremos a Barcelona, tengo que trabajar. -Sonreí inconscientemente al pensar que si salía de la casa habían posibilidades de que escapase, pero una parte dentro de mí quería quedarse... Que raro ha sonado eso. -Espera pequeño, si te portas mal, usarás estas. -dijo sacando unas esposas de un bolsillo. Abrí los ojos de par en par y el sonrió. -Tranquilo, si me haces caso no serán necesarias.
-V-vale. ¿Q-quieres que te haga algo? -Una sonrisa se formó en sus labios, se quitó la camiseta y me dio la espalda. Me sonrojé al ver que su cuerpo estaba más trabajado de lo que creí. -M-me refería a algo de comer. -dije avergonzado.
-Bueno, pero yo quiero un masaje. -Mis manos estaban temblando, no sabía qué hacer. Llevé mis manos a sus hombros y las moví en forma circular, escuché que resopló y se dio la vuelta. -Está claro que no tienes ni idea de cómo hacer un masaje.
-N-no. -respondí tímidamente.
-Quítate la camiseta.
-¿QUÉ?
-Lo que has oído, que te la quites. -No me quedó más remedio que hacerle caso. -Estás muy bien, eh. -Esa fue la gota que colmó el vaso, me intenté cubrir con las manos pero él las apartó.
Se levantó y me hizo señas para que hiciera lo mismo. Estando de pie, él se puso detrás de mí y comenzó a masajear mis hombros. Solté un suspiro y luego un gemido se escapó de mis labios causando una pequeña risa por parte de Vegetta. -¿Ya sabes cómo hacerlo?
-S-sí. -Comencé a masajear su espalda, noté como se relajaba y suspiraba. Se volteó y me abrazó, algo que me pilló por sorpresa.
-Abrázame, que no te haré daño. -Lo abracé y así nos quedamos unos segundos. -Ve a tu habitación, te llevaré una maleta, pon ropa como para una semana y ven a desayunar. Me estaba cambiando cuando escuché la voz de Vegetta.
-Guillermo, aquí está la malet... -Se quedó observando mi cuerpo, cada detalle, como si fuera un paisaje que le recordara algo, rápidamente me puse unos vaqueros y una camiseta.
Guardé la ropa en la maleta y salí avergonzado de la habitación.
-¿T-te hago algo de comer?
-No, gracias. Te hice el desayuno, está en la mesa. -dijo sonriendo dulcemente. Por alguna razón su actitud cambió repentinamente, fui hasta la mesa y me encontré con dos bandejas acomodadas simétricamente con leche, pancakes y más cosas típicas del desayuno.
Comimos juntos en silencio y Vegetta salió por unas horas.
Cuando volvió ya eran cerca de las doce, lo saludé sonriente, pero mi rostro cambió al ver su cara y varias heridas en su torso.
-Guillermo, por favor ayúdame. -dijo antes de caer al suelo. No sabía qué hacer, decidí llevarlo al baño. Pese a que él tenía casi el doble de mi tamaño me las ingenié y logré meterlo en la bañera, cuando el agua tocó sus pies, abrió los ojos.
-Joder, Vegetta ¿Estás bien? -le pregunté mientras le frotaba la espalda con agua.
Había bastante sangre, el color se tornó de un color entre rojo y rosado, muy extraño, cuando lo enjuagué bien, noté que no tenía ninguna herida.
-¿Por qué lo has hecho?
-¿Hacer qué?
-Ayudarme, evidentemente no me sucedió nada, pero en el caso de que en verdad me hubiera pasado algo. ¿Por qué me ayudas? La puerta estaba abierta, pudiste irte, pero no lo hiciste.
-N-no lo sé. -La verdad es que no tengo ni idea, y él tenía razón. ¿Qué persona en su sano juicio ayuda a alguien que lo tiene secuestrado, teniendo la oportunidad de irse?
-Tenemos que ir al aeropuerto. -Salió de la bañera y cerró la puerta. Lo esperé sentado en la sala pensando en qué acababa de pasar. ¿Por qué hice eso? Él me hace pasar muy malos ratos pero por algún motivo hice lo que hice.
¿Será que me gusta estar con él? No, no tengo que pensar en eso, no es una posibilidad.
Me tiene secuestrado, yo no quiero estar aquí, supongo que lo hice por sentido común y ya.
-¡GUILLERMO! -gritó Vegetta, causando que me sobresaltase. -¿En qué pensabas? Te llamé como unas cinco veces y tú estabas mirando a la pared.
-N-no lo sé, tonterías supongo.
-Vale, nos vamos.
Fuimos en taxi hasta el aeropuerto, y mientras más avanzábamos, más aumentaba mi miedo. Hasta que al fin llegamos.
-¿Te encuentras bien? -me preguntó Vegetta minutos después de habernos sentado en el avión.
-S-Sí.
-Estás pálido. ¿Seguro que te encuentras bien?
-N-no.
-¿Quieres ir al baño?
-N-no.
-¿Puedes hablar bien? ¿Qué te pasa, chaval? -No sabía cómo decirle que nunca había viajado en avión.
-Es que... e-es mi primera vez y t-tengo miedo. -hablé por fin.
Vegetta me miró comprensivo y suspiró.
El avión despegó y me asusté, tomé la mano de Vegetta inconscientemente y cerré los ojos.
Después de todo no fue tan malo, se sentía como una especie de montaña rusa, claro que sin ser tan divertido.
-¿Y? ¿Fue tan malo?
-N-no, para nada. -dije mientras apretaba su mano. No la solté en lo que quedó del viaje. Bajamos del avión y fuimos a un hotel muy lujoso, pero con un único problema, el dormitorio era una habitación para dos, y no con dos camas individuales, sino con una de matrimonio.
Tenía un jacuzzi, la cama que era muy elegante a la par que moderna y romántica. Se tumbó en la ella y me hizo señas para que me acomodara a su lado, le hice caso y prendió la TV.
-¿N-no tienes trabajo? -pregunté algo nervioso por la situación.
-Sí, pero faltan dos horas.
-¿Y por qué nos quedaremos tanto tiempo aquí?
-Porque tengo otro encargo en tres días, pero unas pequeñas vacaciones no nos vienen nada mal, así que nos quedaremos una semana.
Pasó media hora y noté que Vegetta se había quedado dormido, se veía tan... ¿Inocente? Sí, eso es. Me sonrojé al percatarme de que estaba contemplando la cara de un hombre como si fuera una obra de arte. Lo desperté media hora más tarde y salimos del hotel.
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