3. La incómoda cena
Narra Guillermo:
Hacía ya siete días que estaba aquí, en la casa de un extraño, ya no estaba tan asustado como al principio, pese a que el chaval me amenazaba diariamente. Lo que me aterrorizaba era precisamente eso, no estar lo suficientemente asustado de vivir en casa de un peligroso traficante de drogas.
-Voy a salir, no intentes nada.
Diariamente repetía esa frase, no sé qué quería decir con "No intentes nada". ¿Que no intente escapar? Soy completamente consciente de que no hay salida. ¿Que no toque sus cosas? Con el físico que tiene este tío, si llega a notar que toqué algo que no es mío, de seguro me partiría la cara... Pero es que la curiosidad me estaba comiendo por dentro, quería saber que había mas allá de esas oscuras puertas de roble que separaban su habitación del resto de la casa.
Y como se suele decir: "La curiosidad mató al gato".
-¿Qué crees que haces? -Mi corazón se detuvo por una milésima de segundo.
-Eh... y-yo... solamente q-quería algo de b-beber -Claro, todos buscamos algo de beber en la habitación de otras personas.
-¿Tú eres tonto o te pegaban en casa? -Me tomó por la camiseta y me acercó a su rostro, no era la primera vez que estábamos respirando el mismo aire, me ponía muy nervioso tener sus ojos color café frente los míos, intenté alejarme pero él lo impidió.
-¿Qué estabas viendo?
-N-nada.
-DIME QUÉ ERA. -dijo mientras clavaba sus dedos en mi camiseta.
-U-unas f-fotografías.
-¿De quién?
-T-tuyas con un chaval.
-¿Con quién? ¿Qué había en esas fotos? ¿Dónde están? -Me soltó suavemente y por un segundo creí que iba a llorar. -¿DONDE ESTÁN?
Le di las fotografías, las guardó y me echó de su habitación.
Se quedó encerrado por unos quince minutos y salió como si no hubiese sucedido nada.
-Que sea la primera y última vez que entras en mi habitación. ¿Está claro?
-S-sí.
-¿Cómo te llamas? Estás viviendo en mi casa, supongo que deberías presentarte. -lo dijo como si fuera decisión mía convivir con un pirado.
-Guillermo Díaz. -No me atreví a preguntarle por su nombre.
-Guillermo... No creo que debas saber mi nombre, pero puedes llamarme Vegetta.
-¿V-Vegetta? -me animé a preguntar escondiéndome ligeramente tras mis manos.
-Sí, es el apodo que me puse desde que empecé a manejarme en este trabajo.
Yo sólo asentí sin querer hablar demasiado.
De repente sentí unas ganas enormes de ir al baño. Estos días atrás siempre aprovechaba cuando él salía para satisfacer mis necesidades, pero esta vez no.
-¿Te sientes bien?
-S-sí. -dije mientras cruzaba las piernas.
-¿Seguro? -me preguntó mientras servía un vaso con agua, lo que provocó que, inconscientemente, presionara con más fuerza mis piernas.
-¿Quieres un vaso de agua? -¿Lo habrá notado?
-N-no, gracias. -Una pregunta más y creo que mi vejiga explota.
-Tío, ve al baño de una vez que te vas a mear encima. -Suspiré aliviado y corrí al baño ignorando las risas y burlas por parte de Vegetta. Este tío conseguía ponerme muy nervioso.
Suspiré tras salir del baño, mirando al frente. No quería volver al salón y encontrarme con su mirada burlona, pero ¿qué podía hacer entonces?
Me dispuse a volver sin estar del todo seguro, para encontrarme con aquel hombre sin camiseta sentado en el sofá viendo... ¿Dibujos animados? Sí, eso mismo. Estaba flipando en ese momento.
Él clavó sus ojos en los míos para a continuación decirme con gestos que me sentara a su lado.
Siendo sincero estaba bastante incómodo en su compañía, no sólo porque le tenía miedo, había algo más que me hacía ponerme muy nervioso pero no lograba ver qué era.
Este tío me dejaba sin palabras, lo intimidante que es y lo inofensivo que parece al ver estas cosas en la televisión.
-Es casi la hora de cenar, ¿te importaría? -dijo señalando la cocina.
-¿Qué?
-Que la hagas tú.
-P-pero...
-Ve.
Me dirigí allí, mirando todo a mí alrededor. ¿Qué se supone que debía hacer? Ni siquiera sabía hacer de comer, siempre compraba comida en los supermercados que ya estuvieran hecha y que sólo tuviera que calentarla; incluso de vez en cuando mi madre me traía algo que había preparado ella.
De repente una voz me sacó de mis pensamientos.
-¿Aún sigues ahí parado? -se quejó.
-E-esto... Y-yo no sé co-cocinar. -respondí sin atreverme a girar para verlo.
-¿En serio? -preguntó sorprendido, al mismo tiempo que divertido. -¿Y qué se supone que comías en tu casa? No me digas nada, tu madre te llevaba algo preparado por ella. -Tras decir eso estalló en una pequeña carcajada.
Me sonrojé por aquello, que era totalmente cierto, y me giré para salir de allí. Me sentía realmente impotente por no poder hacer nada.
-Eh, ¿a dónde crees que vas? -dijo tirándome de la camiseta, la cual por cierto no era mía. -Tienes que hacer la cena.
Las lágrimas amenazaban con salir de mis ojos, pero no iba a permitir que eso sucediese.
-Si no sabes yo te enseñaré. -dijo obligándome a mirarle a los ojos.
-¿Y-y qué quieres que haga?
-Una tortilla de patatas estaría bien. -Se acercó a la nevera, la abrió, sacó cuatro huevos y los puso sobre la encimera junto con otras cuatro papas y media cebolla. -¿Te parece bien si le echamos cebolla?
-Sí, está bien. -dije en un tono de voz más bien bajo.
-Perfecto. -Abrió uno de los cajones para sacar un cuchillo y una varilla. -Rompe los huevos, los echas ahí y los vas batiendo.
Fui haciendo todo lo que me decía, mientras sentía sus brazos alrededor de mi cuerpo apoyados en la encimera sin llegar a tocarme.
Intentaba hacer los movimientos necesarios evitando rozarme con él, pero era algo imposible, no tenía el suficiente espacio y eso me hacía perder el control de mí mismo.
Pelé las patatas, teniendo que aguantar las risas por parte del contrario al ver que lo hacía bastante mal; las corté, al igual que la media cebolla. Después de eso las freí ante la atenta mirada del de brazos musculosos, las saqué tras estar listas y las mezclé junto con los huevos ya batidos anteriormente, todo esto tras las indicaciones que me iba dando a medida que lo iba haciendo.
Por fin estaba lista la cena, nunca me había sentido más aliviado de terminar algo.
-Puedes volver al sofá. -me susurró al oído, rozando sus labios contra este.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo y sin decir nada salí de la cocina para sentarme donde me había dicho.
Después de cenar nos quedamos un rato en el sofá, yo estaba muy cansado pero no me atrevía a levantarme sin su permiso, así que sólo me quedaba esperar a que el se fuese a su habitación.
Bostecé por cuarta vez y entonces él abrió la boca para decir: -Vamos a dormir.
Apagó la televisión y se levantó tirando de mi brazo hacia arriba.
Menos mal, por fin podía separarme de él un rato y tranquilizarme.
Él se paró frente a su habitación, que estaba justo al lado de en la que yo dormía, y sin despedirme ni nada, entré cerrando la puerta para acostarme sobre la cama.
Mañana sería otro fatídico día.
(Autoras Aitak672 y Mrsdesrosiers17)
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