E P Í L O G O
28.
La guerra trae secuelas; llena las calles de cuerpos que bañados en sangre caen en busca de una insuficiente gota de gloria.
Así como en la antigüedad, donde la muerte del César no salvó a la República como creyó Brutus al traicionar al magnánimo líder; sino sumió a Roma en una nueva guerra civil.
Oh, pero César no había escatimado en asegurar su legado. No, confió así en el heredero que él mismo declaró como tal: Octavio. Brutus y Casio, aquellos que fueron los principales rostros de la conspiración, se enfrentaron al ejército que Octavio lideraba; perdiendo así la batalla.
Las ansias de poder consumen al ser humano; como todo mal pensamiento, trascienden y evolucionan desde una pequeña idea, un pequeño impulso e incluso, del rencor disfrazado de búsqueda por justicia.
A diferencia de Roma muchos años atrás, la guerra que se vivió en Corea ocurrió detrás de las sombras. En los barrios marcados como zonas rojas en donde los grupos criminales lucharon por territorio hasta la muerte.
Sangre, sudor y lágrimas cayeron cuando la depuración comenzó, arrastrando así a cientos de hombres de las organizaciones de la mafia en el país.
La mafia siempre marcó la diferencia al mostrarse como algo bueno para las comunidades pobres; ofreciendo trabajo, protección y la oportunidad de sobrevivir a aquellos que tuvieron la maldición de nacer en la miseria. Como deidades misericordiosas de doble filo que ayudaban a la población a cambio de lealtad y de ejercer ilícitamente sin inconvenientes. O al menos esa era la imagen que la organización Kim mantuvo por más de quince años.
Sin ellos, las pandillas tomaron el control del crimen. Imponiendo caos y desorden al que rendían culto, buscando convertir las calles de Daegu en un campo de terrorismo puro; pero nadie nunca imaginó que al igual que César el viejo Kim tenía una última carta.
La analogía era concisa, pues así como de los escombros de Roma se levantó un emperador, de la entrañas de la mafia en Corea surgió un nuevo líder.
La reencarnación de Octavio no era más que el joven que regresó a su país dispuesto a hacer valer su derecho como sucesor, como el último Kim legítimo de sangre aún en pie.
Hace dos años la lucha por el dominio del territorio surcoreano se había convertido en una guerra no solo económica, sino también política.
La sangre de los cabecillas de las principales organizaciones fue derramada, y de estas solo quedaron vestigios; sí, los tiempos habían cambiado, ya no existía tal división entre ciudades, ahora, el total control sobre toda esa tierra había sido asumida por una sola persona.
Cuando Taehyung era un niño solía escuchar a su padre hablar sobre un lugar secreto. Un lugar sobre el que no debía contarle a nadie, uno que era el equivalente a una red de seguridad para cualquier Kim.
La noche que regresó a Daegu no encontró más que escombros y cintas amarillas en lo que alguna vez fue una prominente mansión. Su casa y los terrenos aledaños habían sido tomados como evidencia de todo lo que estaba mal en un proceso de compra-venta.
Los noticieros se vieron inundados de reportajes sobre las toneladas de armas y anfetaminas en el sótano de esa casa, cientos de cadáveres enterrados en las propiedades de nombre Kim y laboratorios clandestinos trabajando las veinticuatro horas para producir droga.
Se trataba de una redada en masa; Daegu, Busan, y Gwangju cayeron. La masacre que se desató representó para el gobierno actual un éxito en el combate del narcotráfico, además de fortalecer sus lazos con Estados Unidos.
Taehyung sólo tenía viejas historias para reconstruir su vida, así que se aferró a las palabras de su padre y creyó ciegamente en ellas. Sí, esa noche, caminó solo en medio del bosque. Sin nada más que una pala y una pequeña lámpara para alumbrar sus pasos.
La esperanza recreó en su mente el camino; el sendero de árboles le llevó directamente hasta el centro del bosque, como si de un señal divina se tratara. Entonces soltó la lámpara que llevaba con él y comenzó a cavar.
En medio de tal oscuridad, intentó llegar a lo profundo de la tierra, cavando durante horas hasta que finalmente la punta de su pala tocó fondo. Sí, Taehyung había encontrado la primera caja.
Al estar solo la sacó con dificultad mientras el sudor caía por su frente y espalda; no sabía qué encontraría allí, pero después de que consiguió abrirla supo que todo estaría a su favor de ahora en adelante.
Su padre siempre le habló de la importancia de poseer la tierra, y la idea de que el viejo Kim hubiese enterrado la mitad de su fortuna en el bosque era superior a cualquier maldito movimiento de las demás mafias desesperadas.
Billetes. La cantidad de paquetes de billetes perfectamente ordenados era algo surrealista, Taehyung estaba seguro de que solo en esa caja, había al menos diez millones de dólares, pero no era la única. Era solo la primera de noventa y dos.
Estaba de pie sobre, literalmente, un campo de dinero.
El castaño se limpió el sudor de la frente y sonrió dando paso a una risa que pronto se convirtió en una carcajada. Después de todo, el crimen siempre fue un negocio jugosamente productivo. Y le encantaba.
Sí, el tiempo transcurrió. Y todo era diferente ahora, desde los anillos en sus manos, hasta el traje Gucci que combinaba perfectamente con su nueva vocación.
Sabía cómo jugar sus cartas. Construyó un imperio piedra por piedra, y cual emperador, se impuso a sí mismo sobre todo el país. Aun consciente de que la policía estaría ansiosa por el despertar de una nueva organización, no dudó en empaparse de la corrupción que reinaba.
Los hombres devotos a su apellido se levantaron para rendirle lealtad al verle resurgir cortando cabezas y completamente sediento de gloria. Uno a uno, como un harem de mercenarios que habían sobrevivido al apocalipsis.
Desde Daegu a Busan y luego a Seúl, de norte a sur y sobre toda la extensión de surcoreana. Salvo por una ciudad en específico.
Como todo un hombre de palabra, entregó a la mafia china lo que alguna vez fue conocido como el territorio de Jung Hoseok, cumpliendo así con la promesa que hizo alguna vez en Japón.
¿Jung Hoseok? No, él ya no existía más. No había un solo motivo que le retuviera en Asia, después de un corto tiempo en el que recuperó el dinero que había perdido al huir, llevó un ramo de rosas rojas a su esposa en el cementerio y luego desapareció.
La última vez que Taehyung habló con él estaba gozando de la playa en las Bahamas, aunque disfrutaba mucho más del ambiente en Puerto Rico. Era imposible localizarlo, nunca permanecía en un lugar por más de dos meses.
Recorrer el mundo era todo lo que quería hasta el fin de sus días. Y si estaba condenado a vivir huyendo, iba a hacerlo con muchísimo estilo.
Se marchó deseándole buena suerte a Taehyung, y dejando a Seokjin con un nuevo enfoque de vida.
Sí, el mismo Seokjin que esa noche caminaba por las calles buscando desesperadamente a alguien más.
Su teléfono comenzó a sonar; contestó de inmediato. Las órdenes fueron precisas, y no le restaba más que confirmarlas.
—Todo en orden. La mercancía está conmigo —dijo, arreglando su chaqueta mientras veía a ambos lados adentrándose en un callejón—, intacta, luce perfecta.
—¿Y tú otra tarea? —La voz de Taehyung sonaba grave, pero era posible sentir la complicidad en ella.
—Estoy en eso, lo he buscado por todos lados.
—Lo hago solo por ti, Jin. Los quiero a ambos aquí antes de las siete. Y por un demonio, al menos hoy, apresúrate.
El castaño terminó con la llamada dejando a Seokjin sin poder defenderse. El magnánimo Kim sabía demasiado sobre ellos.
Sonrió de lado y caminando orgulloso entró al bar de mala muerte en donde el olor etílico era potente. Un nido de pandilleros, en el que la gente alimentaba sus adicciones, uno de esos clubes en los que fue obligado a prestar servicios alguna vez.
Este era el último lugar en la lista, después de dos años buscándolo, finalmente lo había encontrado.
Reconoció su espalda. Las luces, intermitentes y cegadoras, le permitieron avanzar sin problemas para colocarse detrás de él.
—Este no es tu tipo de ambiente, ¿Cierto? —dijo cuando finalmente estuvo lo suficientemente cerca de su cuerpo.
—No busco problemas esta noche, lárgate.
—Estás siendo muy grosero, ¿No te parece? —La fuerte música evitó que reconociera su voz.
El moreno se volteó molesto para encararlo.
—Dije que te largar… ¿Jin? —Parpadeó confundido.
—¿Crees en los fantasmas?
Después de tanto tiempo culpándose a sí mismo, su rostro angelical se materializaba frente a él.
—¿Pero cómo? Supuse que...
Le sonrió. —Tranquilo, no serías la primera persona en creer que estoy muerto.
—Taehyung estuvo aquí. Degolló al líder de la pandilla de este sector y pidió adeptos al cártel. Creí que él te había…
—Él me envió por ti.
—¿Perdón?
—Este no es tu lugar, Namjoon. Quedarte aquí es desperdiciar tu potencial. Te necesitamos.
—Yo no soy nada.
—Eres un Kim. Uno de nosotros.
—No tengo la capacidad. Estoy donde comencé, en un bar golpeando tipos por dinero. Perdí.
—Deja de decir estupideces.
—Yo no pude evitar un ataque, no puede ganar. No pude salvarte, ¿Y aún así dices que me necesitan?
—Yo te necesito —declaró sin una pizca de ironía.
—¿Por qué?
—Nosotros somos más fuertes juntos, y hoy, estoy completamente seguro de que te necesito a mi lado. Ya sea para pelar, hacer explotar edificios o quizá solo jugar ajedrez.
—Seokjin…
—Así que vas a callarte, y vas a venir conmigo, porque no invertí dos años de mi vida buscándote como para que me rechaces justo ahora.
Namjoon asintió nostálgico. Era sin duda alguna el mismo Seokjin de siempre, la versión sincera que solo él tenía el privilegio de conocer.
Ambos salieron del bar, caminando presurosos hacia el auto. El silencio que se formó entre ellos al entrar en el se extendió placentero, como si ambos hubieran recuperado la poca paz que eran capaces de mantener.
—Tengo muchas cosas que contarte —se atrevió a decir el moreno.
—Seremos compañeros de mierda de nuevo, así que, tenemos toda una vida a partir de ahora. Eso si no morimos o vamos a prisión.
Soltó una pequeña risa.
—Sabes, esto va a sonar demasiado comprometedor pero… me habría encantado conocerte en otras circunstancias, y no atados en una bodega mientras tres viejos locos nos pedían matarnos entre nosotros.
—Imagina si hubiese sido como en las películas, siendo adolescentes que se odian a muerte pero que al final resultan ser buenos amigos.
—Yo no te habría hablado en la secundaria, digo, si es que alguno de los dos la hubiésemos terminando. —Ambos rieron, pero Seokjin no esperaba lo que dijo después— porque quizá no habría querido ser solo tu amigo.
No supo en qué momento se quebró por completo. Su frente cayó sobre el volante del auto cuando comenzó a llorar, era la primera vez que le trataban de esa forma y justamente la única persona que siempre lo había respetado.
Hoseok tenía razón y al final del día, todos necesitaban un lugar al cual llamar hogar. Todos necesitaban una familia.
—¿Crees que podamos empezar de nuevo? —preguntó limpiando la lágrima que se deslizó por su mentón y extendió una mano hacia él—. Déjame presentarme, mi nombre es Kim Seokjin.
Tomó su mano, estrechándola con calidez. Su risa era leve como la de un niño pequeño.
—Soy Kim Namjoon y estoy sumamente agradecido contigo.
—¿Ah, sí?, ¿Y eso por qué?
—Por aparecer.
El motor se encendió; el camino de regreso nunca antes se sintió tan pacífico.
…
—Señor Kim, la ruta está plagada de retenes policíacos, no podremos atravesar la aduana —habló el primero de sus hombres.
Taehyung ladeó la cabeza, con los ojos entrecerrados. Sus anillos resonaron fuertes cuando golpeó ambas manos en la mesa. Estaba a pocas horas del primero de septiembre y él seguía atrapado en el trabajo.
—La ruta la diseñó un experto. No la cuestionen, deben venerarla y memorizar cada centímetro. Además, si prestaran un poco más de atención habrían notado que es una ruta aérea, así que la aduana está demás.
—Sí, señor.
—Sean precisos. Quiero a toda la maldita Asia oriental ahogándose en balas y droga.
—Las ametralladoras belga siguen siendo una buena opción, sería importante conseguir un nuevo proveedor.
—No necesitamos conseguir más armas, tenemos nuestras propias fuentes. Centren su atención en el trabajo.
—Los cargamentos están listos para despegar en un par de horas —dijo otro de ellos recibiendo la aprobación de Taehyung—. Señor, nos acompañará a la pista, ¿Cierto?
—No, dejaré que Seokjin se encargue de eso por hoy. Por el momento, pueden irse, descansen un poco antes de la entrega, cuiden de sí mismos por favor.
Volteó a ver al reloj de la pared, ¿Dónde rayos estaba Jin? Debía estar allí con Namjoon y su paquete especial desde hacía horas.
Se levantó de su silla y abandonó la habitación regresando a su propia oficina. La vista desde lo alto del casino era impresionante.
Llegó a Busan buscando imponer respeto; pero de entre todo el territorio de la ciudad solamente tomó dos propiedades.
La primera, un antiguo casino que fue clandestino por mucho tiempo y que ahora era una trampa para turistas que le ayudaba a lavar dinero. Un edificio que perteneció a Elliot Hall alguna vez.
De ser una agujero para ratas adictas al juego, se había convertido en un punto clave para el turismo en Busan. Las letras doradas en la entrada atraían al Lucky Bunny casino y hotel a cientos de personas diariamente. El alcalde estaba encantado, y eso le daba libertad para triplicar cada billete que entrara por esa puerta.
Y la otra…
—¡Taehyung! —llamó una voz agitada detrás de él.
—Lo que sea que haya pasado espero que sea lo suficientemente bueno para justificar que llegues cuatro horas tarde, Jin.
—¡Lo siento! —dijo trayendo con él caja metálica que le había tomado meses conseguir—. Pero por fin lo logré. La tengo.
—Justo a tiempo. —El pelinegro le entregó la ansiada encomienda, Taehyung la abrió lento, dedicándose a ver detalladamente para constatar de la veracidad del objeto en cuestión—. Es perfecta. Buen trabajo.
Se arregló el saco, y tomó con firmeza la caja que volvió a cerrar. Pareció correr hacia la puerta, pero el otro le retuvo.
—¿A dónde vas tan de prisa?
—Tengo un compromiso —dijo tajante, como queriendo gritarle "no es de tu incumbencia"—. Ah, por cierto, estás cargo hasta la próxima semana.
—Estamos en medio de un trabajo importante, ¿y tú decides tomarte vacaciones?
—Soy el jefe, puedo hacer lo que quiera.
Sonrió burlonamente. —Eres un mocoso prepotente.
—Soy tu jefe el mocoso prepotente. Además, los tengo a ustedes. Trajiste a Namjoon, ¿No? Háganse cargo, pero recuerden que si falta un solo dólar los colagaré a ambos.
—Hemos hecho esto por mucho más tiempo que tú, pequeño Kim. —Les gustaba tentarse, demonios que sí.
—Pero no a mi manera. —Taehyung soltó una carcajada antes de salir—. Dale la bienvenida al moreno de mi parte.
El elevador se demoró demasiado en llegar hasta el vestíbulo. Aquel castaño caminaba apresurado, intentando llegar rápidamente a su auto.
Debía estar allí antes de medianoche, necesitaba hacerlo.
Aceleró hasta que las calles comenzaron a despejarse. Cada kilómetro que avanzaba era un paso más cerca de los suburbios en los que se adentraba la casta noche. Cuando finalmente llegó, se estacionó en el frente, y se tomó un par de minutos para intentar peinarse el cabello viendo su reflejo en el retrovisor.
Faltaban pocos meses para su cumpleaños número veinte, y sentía que su rostro comenzaba a envejecer. La idea le aterraba, pero estaba muy emocionado por madurar, crecer siempre pareció un deseo vacío dentro de la rutina; pero ahora, todo era perfectamente incierto.
Bajó del auto y entró a la casa en silencio. Se quitó los zapatos en la entrada. Cuidando de sus pisadas a oscuras mientras se abría paso por la sala hasta la cocina.
Encendió la luz; dejó la caja en el desayunador y se acercó a la alacena en busca de un listón para decorarla. Porque, ¿Debía llevar un moño, cierto? O si no, ¿qué clase de regalo sería?
La segunda propiedad que compró en Busan no era más que una acogedora casa en medio de los suburbios, con una pequeña chimenea que en realidad no funcionaba y vidrios azules que contrastaban perfectamente con las paredes blancas.
Se trataba de un vecindario tranquilo en el que los niños corrían por las avenidas y los árboles adornaban el entorno donde el cielo sonreía tenue.
Los paisajes de la infancia de Jungkook eran realmente hermosos.
El lugar apestaba a humo; supuso que el pelinegro había intentado cocinar al encontrarse con uno de los electrodomésticos destrozado en la basura y varias cacerolas llenas de hollín sin saber cómo era que absolutamente todo lo que preparaba se quemaba en cuestión de minutos.
Al final de cuentas, era el tercer microondas que destruía en el mes, y él no podía evitar pensar que quizás una de las razones por las que le llamaban el terror de Busan era por el miedo que provocaban sus guisos quemados y extra salados.
Sobre el desayunador descansaba un plato con un emparedado de jamón mal preparado, el cual era obviamente su cena. Lo devoró velozmente. Y después de conseguir un lindo listón para su regalo subió en silencio hasta la habitación principal, descalzo.
Abrió la puerta con delicadeza; el pecho de Jungkook se elevaba agitado. Aunque nunca se lo dijo, era un hecho que dormir solo era difícil para él. Sus sueños lo perseguían como si quisieran torturarle hasta matarlo, y aunque intentaba estar tranquilo, no podía. Nunca podría.
Taehyung dejó la caja en la mesa de noche, y aún conteniendo una pequeña sonrisa malévola se lanzó a la cama, cayendo abruptamente sobre el cuerpo dormido de Jungkook, sacándole del trance lúgubre al que su subconsciente viajaba.
—Despierta, tonto. Arriba, arriba, es hora de despertar. —Encendió la lámpara a su izquierda.
Jungkook se tapó el rostro con la sábana, desorientado.
—¿Tomaste de mi café de nuevo? Vete a dormir, Taehyung, no me molestes.
—Sí, lo hice. Pero no es por eso que estoy despierto.
—¿Por qué hablas tan fuerte, Kim? Perturbas la poca tranquilidad que tengo.
—¿Cómo puedes dormir cuando estamos a pocas horas de nuestra luna de miel, Jungkook?
—Ajá, vete a cepillar tu cabello, Rapunzel. Y déjame dormir en paz.
Rió por lo bajo. Sí, su apodo se convirtió en realidad, Taehyung había dejado crecer su cabello lo suficiente como para tener que sujetarlo. Y la fascinación de Jeon por sus castaños mechones incrementaba cada que el otro jugaba inocentemente con ellos.
El menor le descubrió el rostro al pelinegro, pero él tiró de la sábana de nuevo, entonces, siendo eternamente terco, Taehyung volvió a retirar la tela y dejó un beso sobre la nariz de Jungkook.
Se quedó quieto, Jeon reaccionó al cuerpo de Taehyung sobre el suyo y su excepcional sonrisa. Estaba despierto, lúcido ante tal sensación que le trajo a su realidad. El otro sonrió victorioso.
—¿No sabes qué fecha es hoy?
—Define fecha.
Encendió la lámpara a su lado y se acomodó a la orilla de la cama, pellizcando una de sus mejillas.
—Eres un tonto que ni siquiera recuerda su propio cumpleaños, Jeon Jungkook.
—¿Es hoy?
—Mira el reloj, es tu cumpleaños desde hace exactamente un minuto.
—¿Y no pudiste esperar a que amaneciera para felicitarme como las personas normales?
—¿Desde cuándo soy normal, Jungkook? Piensan con lógica. Además...—se acercó fugaz a él para robarle un pequeño beso— quería ser el primero en hacerlo.
—Parece que eres el único que lo sabe, así que créeme, nadie iba a robarte ese título.
—Jin dijo que te compraría algo bonito. Así que yo preferí no arriesgarme.
—¿Por qué no me sorprende que seas así de posesivo?
—Sería capaz de desaparecer a la mitad de la población asiática por ti, bebé.
—¿Piensas que hacerte el malo funciona conmigo? —le cuestionó elevando una ceja.
—Sé que te pone… de buen humor escucharme hablar así.
—¿Estás tentándome?
—Es eso… y el hecho de que me moría de ansias por darte tu regalo.
Jungkook pasó una mano por sus rizos oscuros, mordiendo su labio inferior malinterpretado esas palabras coquetas.
—¿Dónde está tu moño, dulzura? ¿Qué clase de regalo eres si no tienes uno? Si quieres consentirme, agradecería que comencemos quitándote esa horrible camisa.
Le dio un golpe, empujando a Jeon cuando se aproximó peligroso a él.
—Eres un cerdo, ¿Lo sabías? No, no se trata de mí.
—Me decepcionas.
—Tus sueños húmedos no son culpa mía. Además, es algo mucho mejor.
Taehyung negó repetidamente y le entregó la caja que había estado cuidado. Aquella cuyo contenido le había tomado meses conseguir.
—¿Qué es esto?
—Feliz cumpleaños veintidós, Jungkook.
Jeon se acomodó sobre la cama. Su espalda desnuda chocó contra la cabecera; curioso, retiró el listón morado que decoraba el metálico objeto, para abrirlo quedando totalmente asombrado.
Una aire nostálgico se apoderó de él.
Era justo como la recordaba, deslizó sus dedos sobre el frío objeto lleno de conmoción. Su Beretta 92, de metal oscuro y pesado, pareció sublime de pronto.
—Mi arma...—Estaba demasiado impresionado, le costaba trabajo hablar—. Pensé que... creí que la había perdido para siempre. ¿Cómo la recuperaste?
—Es un secreto —dijo dedicándole un sonrisa mientras lo observaba.
Había sido un gran problema conseguir esa arma. Tomó días enteros de planificación, decenas de hombres, dinero y muchísimas agallas para entrar a la estación de policía en los Ángeles fusilando oficiales para sacarla de la bodega de evidencias.
Se quedó en el teatro; cubierta de sangre, oculta entre el humo que logró por poco hacerla pasar desapercibida, como a ellos durante todo este tiempo.
Debió desaparecer entre el fuego y terminar así con su historia, pero no lo hizo. Al igual que Jungkook, ese no era su final, y por ende, tampoco pertenecía a una fría estantería policial. Su lugar estaba allí, en las manos de Jeon.
Del óxido de la sangre brota el alma; Jungkook se despojó del alma que creyó ya no le pertenecía, de sus pecados, y de lo significativo en su pecho. Se despidió de todo lo que le hizo ser quien era, de cada bala, cada lágrima derramada y del arma que lo inició en este mundo.
Se entregó al averno sin saber que se le había obsequiado una segunda oportunidad. Sin saber los motivos por los que seguía respirando. Y sin entender porqué si la justicia divina en realidad existía, al final de todo este camino había sido perdonado.
Una bala.
Una bala que enterró su inocencia, que canjeó por su vida. Los pasos que lo guiaron hasta Daegu, y una sonrisa ante la que no pudo evitar claudicar eran de lo que estaba hecho Jeon Jungkook.
Más allá de ser un traficante, más allá de ser un asesino, era un humano maldito, en cuya alma nunca próspero la maldad, capaz de sentir y de sufrir genuinamente.
Después de tanto tiempo encerrado dentro de sí mismo entendió que la libertad era subjetiva, que podía encontrarla en su pecho, en la sonrisa de Taehyung y en las cicatrices de su cuerpo. Entendió que no podía dejar morir a su antiguo yo, porque sin él, nunca habría sido capaz de conocer la dicha en carne propia. Entonces, no le restaba más que agradecerse a sí mismo por cada error y cada tragedia que soportó para llegar hasta donde estaba.
Una lágrima impertinente se deslizó por su mejilla.
No pudo evitarlo. Lento, en medio del silencio de la habitación se elevó un suave sollozo acompañado de las gotas que parecían emerger de su pecho, las lágrimas que brotaron cayeron sobre el metal en sus manos.
—Este es el primer regalo de cumpleaños que recibo en mi vida, y es casualmente uno que me hace llorar. Soy patético.
—¿No te gustó? —Pareció alarmarse—. No quise hacerte recordar malos momentos, lo siento. Puedo arreglarlo, yo...
El pelinegro negó con la cabeza, riendo aún entre su llanto.
—Eres un idiota, Taehyung. Por supuesto que me encanta. Es sólo que, esta arma y yo tenemos mucha historia. —La acarició dolido—. Solíamos ser un gran equipo.
—Aún lo son. Es parte de ti, de lo que eres.
—Ya no más, ahora es...—levantó la vista, fijándose completamente en los ojos marrones del otro— solo símbolo. Me protegió durante mucho tiempo.
—¿Pretendes olvidar así a tu compañera de fórmula? —bromeó.
—Sí.
—Oh, cuánta determinación —se burló de él, ganándose un pequeño golpe—. La abandonas cruelmente.
—No me hace falta su compañía, ya no estoy solo, Taehyung. Te tengo a ti, y es todo lo que necesito para defenderme.
—Harás que me sonroje y eso no será bueno para mí —dijo dejándose acariciar por Jungkook, cuando llevó una de sus manos hasta su mejilla y la recorrió.
—Me pones en una situación difícil, ¿Sabes? Ahora tendré que trabajar muy duro para sorprenderte en tu cumpleaños.
Colocó la caja de nuevo en la mesa, y llevó ambos brazos hasta la cintura del chico para atraerlo hacia él.
—No hace falta. Como muestra de mi eterna gratitud hacia ti, quedas exento de todo regalo.
—¿En serio?, ¿Y planeas quedarte allí toda la noche o vendrás aquí a dormir conmigo?
—Oh, ¿Puedo elegir?
Estrechó los ojos. —Tienes razón, acuéstate de una vez. Claro, a menos que quieras escucharme quejándome mañana durante todo el viaje.
Hacía frío. Las ventanas estaban abiertas por descuido, pero el aire helado que se colaba por la habitación agitando las cortinas era casi imperceptible para ellos mientras Taehyung se acomodaba a su lado debajo de las sábanas.
Hizo un esfuerzo por quitarse el pantalón y el saco antes de quedar en el lugar que le correspondía. Los mechones largos que poseían caían por su frente, y estaba más despeinado que nunca.
Recargó su mentón sobre el pecho desnudo del otro antes de que Jungkook apagase la luz. Después fue rodeado por los brazos de aquel que adoraba desmesuradamente.
La noche siempre tuvo un talento especial para crear un ambiente solemne en su sucia existencia. Aquella estrella que se compadeció de su amor lloró en el cielo por la precisión de sus palabras. Segura de que no existía nada más genuino y puro que la luz que emanaba de dos herejes.
La vida se trata de procrastinar, de luchar por mantenerse con vida hasta el momento en el que expira el aire en nuestro pecho, y la muerte, tan solo un destino universal que trasciende en todas las historias; pero aún así, y a sabiendas de que todo terminará algún día, no existe un motivo válido para no caer en sobredosis con la felicidad que el afecto humano regala, para disfrutar del instante en el que cada sensación colapsa.
Un segundo de felicidad es un segundo más cerca de la muerte.
Allí en la oscuridad, con la esencia del castaño que le envolvía y su respiración penetrando en los poros de su cuello, Jungkook arrebató el silencio:
—¿Te arrepientes de todo esto? —preguntó trémulo.
—No.
—Taehyung, ¿Te arrepientes de ser uno de nosotros?
—No existía otro camino. Nunca podría arrepentirme de lo que soy. —El silencio reinó por un par de segundos. Sus voces caían profundamente víctimas del sueño.
—Y tú, ¿Te arrepientes de salvarme?
—No.
Lo conocía suficiente como para saber que había algo perturbando su mente.
—Entonces, ¿Qué es lo que te preocupa?
—Me asusta que ya no me necesitas más. Temo que pronto seré totalmente ajeno a este lugar ahora que tienes a todos a tus pies.
—Yo no quería esto. Todo lo que necesito, todo lo que quise alguna vez era estar a salvo. —Taehyung sonrió ante la transparencia de sus deseos profundos—. Y tú...
—¿Yo?
Su respiración menguó antes de cerrar los ojos.
—Tú eres mi lugar seguro, Jeon Jungkook.
Traficante.
Por J. Sandoval
Centro correccional metropolitano.
(Nueva York, Estados Unidos)
—Si me permiten explicarles, caballeros. El suicidio forzado era algo practicado muy comúnmente en la antigüedad. Desde Sócrates y la cicuta en Grecia, hasta Rommel en tiempos de Hitler .
—¿Cómo puede ser común algo así?
—Era morir dignamente por mano propia o enfrentarse a algo peor. Cuestión de querer controlar el dolor, supongo.
—Morir por honor es algo bastante ficticio.
Después de meses, finalmente les habían autorizado usar la biblioteca de la prisión durante los días de visita a aquellos presos que nunca recibían a ningún familiar.
Un golpe sonó en la puerta del miserable espacio en el que les permitían existir. Los seis reos incluyendo al más culto voltearon a ver al guardia que irrumpió en su grupo de estudio.
—Tienes visita, Hall —dijo el uniformado, listo para conducirlo hasta la sala común de civiles.
Incrédulo, agitó la cabeza sin siquiera ponerse de pie.
—Debe ser una equivocación, distinguido oficial.
—Solo tienes quince minutos. Apresúrate, imbécil.
Elliot cerró el libro de historia con el que había estado culturizando al resto de sus compañeros reclusos para levantarse y caminar hasta el hombre.
—Jóvenes, les pido que continúen la lectura sin mí. —Le pusieron las esposas antes de obligarlo a caminar.
—Rápido, muévete, no tengo todo el día.
Los pasillos de la cárcel estaban grabados en su sistema. De su celda a la biblioteca, del comedor hacia el patio y luego otra vez a su celda, su vida había sido igual durante los últimos dos años. Pero ahora, se movía por lares que no conocía.
Estaba consciente de que era imposible recibir una visita cuando todos pensaban que estaba muerto, así que había dedicado su tiempo a leer cientos de libros. Desde historia y economía, hasta romance y religión. Después de todo, aún le restaban ocho años para salir de ese lugar.
Llegó a la sala común. Había personas llorando, mujeres elevando plegarias, y ni una sola gota de cinismo en todos ellos.
Lo condujeron hasta una mesa; sonrió al ver a la mujer que estaba esperando por él.
—Vaya, parece que tomó en cuenta mis palabras, Señorita.
—Te debía un favor, haré lo posible por devolverlo.
—¿Podría jurarlo? Dígame, ¿Qué clase de favor?
—Puedo sacarte antes de aquí.
Ella era directa. Le hablaba seria, sin flaquear ante su manipuladora actitud; pero permanecía incrédulo.
—Puedo preguntar, ¿Cómo hará eso?
Colocó un sobre en la mesa, él lo tomó revisando el contenido.
—Tener buena conducta durante estos dos años y haber ayudado en la desarticulación de una mafia te hacen candidato una reducción de condena. O bien, arresto domiciliario. La libertad condicional no está a discusión ya que se te otorgó antes.
—¿Es posible?
—Fuiste encontrado culpable de tráfico y lavado de activos. No pudieron probar otros delitos así que eso lo hace más fácil de resolver.
El bullicio de la gente comenzó; los guardias corrieron hacia el otro extremo de la sala para someter a un prisionero peligroso, alguien que difícilmente permanecía fuera de su celda. Uno que debía estar en aislamiento.
Su cabello había perdido el tinte completamente, ahora era oscuro, conjugandose a la perfección con su nariz morada.
Inconscientemente, su mirada se clavó en Elliot. Pudo verle gesticular algo que no entendió antes de recibir una descarga eléctrica. Había sido trasladado desde el reclusorio en California.
—¿Cuánto tiempo le dieron? —se atrevió a preguntar viendo hacia aquel hombre desquiciado que era esposado y golpeado entre varios guardias para llevarlo de regreso a confinamiento.
—¿A Park? Setenta y cinco años suenan como el equivalente a cadena perpetua para un veinteañero.
—Alguien de su clase no pasará ni siquiera cinco aquí.
—El resto de reclusos va a comérselo vivo, lo sé.
—No quise decir eso. —Ella lo vio curiosa—. Me refería a que la gente como él siempre encuentra una forma de salirse con la suya.
El rubio estuvo por decir algo más; pero aquel que le custodiaba regresó para llevarlo de regreso a su maldita jaula.
—Se acabó el tiempo.
No tuvo oportunidad de despedirse. Fue obligado a levantarse con una simple sonrisa agradecida y caminar mientras era presionado.
Por mucho que quisiera negarse y golpear a ese maldito no podía. Mucho menos ahora que existía la posibilidad de salir de prisión. El tipo le condujo hasta el patio de reclusos y le dejó libre.
—Oye, se supone que hoy podemos estar en la biblioteca —protestó al otro.
—Ya no más, fue suficiente por hoy —dijo antes de darse la vuelta y dejarle allí en medio del ecosistema criminal como cervatillo.
Visualizó una figura a la distancia, un joven sentado que parecía intentar ignorar el ruido del resto, aquel a quien había intentado acercarse desde hacía meses.
Caminó hacia a él y dijo—: Escuché que te gusta mitología griega. Pensé que podrías unirte a nuestro grupo de estudio.
—Caronte me detesta tanto como a ti. ¿Qué te hace pensar que quiero perder mi tiempo contigo?
—No tienes a dónde más ir. —El joven volteó la cabeza, ignorando a Elliot—. Sabes que Jimin está aquí, ¿Cierto?
Las ruedas de la silla en la que estaba relucían ante el sol abrasador.
—¿Por qué estás hablando conmigo?
—Porque soy el único aquí que puede entender completamente tu idioma, pequeño Min.
Levantó la vista por primera vez en semanas. Habían dado en su punto débil.
—¿Dónde está él?
—Lo tienen en confinamiento, es el reo más peligroso de toda la prisión.
—Estará de este lado en unos cuantos días, ¿No es así?
—Si piensas que tienes oportunidad de verlo por en el patio estás muy equivocado. Él debe estar aislado.
—Pronto saldremos de aquí. Haré lo que haga falta para dejar este basurero, y recuperar el territorio.
—No con esas piernas inmóviles, amigo. Créeme, ser un lisiado en este negocio no es muy prometedor.
—Tú no me conoces. No tienes idea de lo que soy capaz.
—Aunque pelees por territorio, nunca podrás poseer una tierra que no te pertenece.
El rostro de Yoongi se tiñó de ira y casi escupió sus palabras cuando comenzó a recitar.
—Terminaré mi trabajo con Jungkook. Debí llenarle de agujeros el pecho cuando tuve oportunidad. Voy a matarte a ti, a él y Taehyung.
—No estás en condiciones de buscar revancha.
—Pero la necesito.
No pudo evitar reír antes de verle con supremacía.
—No olvides llevar dos monedas —dijo, burlándose de él. Y su pasaje al inframundo.
El chico había enloquecido, incluso sin poder caminar, sin tener control de sus piernas seguía pensando en venganza. Lo vio con pena antes de darse la vuelta y seguir su camino.
Los meses pasaron.
Esa noche de septiembre las luces de emergencia de las celdas se encendieron. El ruido fue tal que ensordeció la prisión completa, los guardias corrían en los pasillos y él no tenía ni idea de lo que pasaba.
Se levantó de su cama, llamando a su compañero quien veía todo el revuelo desde sus barrotes.
—¿Qué está pasando? —preguntó inquieto.
—Un fuga.
Seis letras fueron suficientes para hacerle apretar los ojos. Esto era malo, muy malo.
Y aunque metafóricamente fuera hermoso hablar sobre la protección de la gloria del amor y su poder para salvar vidas, el sentido literal de los deseos humanos era algo completamente distinto.
Después de todo, la seguridad no existe.
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