Capítulo Veintisiete


27. 



"Será cuatro de julio mañana, Seokjin. Estoy en toda la disposición de ayudar a Taehyung, pero no puedo hacer ningún milagro. Tendrán que esperar una o dos  semanas mientras arreglo toda la mierda por acá."

Sí, Taehyung los había enviado por ayuda; pero no habían logrado nada. Lo único que habían conseguido era rebajarse ante la gente de Zhang, y quedarse atrapados una semana más en ese maldito país. 

Estaban a un par de calles del teatro. Sin escapatoria, sin dinero, sin municiones. Se sentían tan desnudos que la impotencia lograba aplastarles el pecho con ferviente desesperación. 

Hoseok tarareaba una vieja canción para mantenerse más tranquilo mientras Seokjin veía por la ventana del auto, pensando. 

La alegre tonada se detuvo cuando Jung comenzó a hablar.

—Los muchachos y yo —su voz sonaba lastimera—, nos iremos a México cuando esto termine. 

—No entiendo qué te impulsa a decirme eso —dijo sin verle. 

—Podrías venir con nosotros, Seokjin. Dejar atrás la vida que tenías en Corea, empezar de nuevo. 

La posibilidad de una nueva vida; un chance de corregir sus atrocidades sonaba como algo casi celestial; pero era demasiado estúpido simplemente fingir que él no era ya un desalmado. 

Y aunque llorara, aunque quisiera cambiarlo todo, él no tenía excusa alguna. 

Él no era como Taehyung, o Jungkook. Él no tenía esperanza alguna, la bondad y el amor dentro de él habían sido arrancados y destruidos de las formas más asquerosas posibles. Y estaba bien con ello. 

—Si Taehyung quiere jugar al cuento de hadas está bien. Yo volveré, reconstruiré la organización Kim desde las cenizas, y todo volverá a cobrar vida. 

—¿Vida? Eso no es vida, Seokjin. El dinero, el poder, no son cosas realmente importantes. Lo sabré yo que me llené la manos de riquezas innecesarias, mientras descuidé a mi familia. 

—¿Realmente hablas de eso? —La última vez que Seokjin vio a su familia fue a través de la ventana empañada de un auto. 

Seokjin estaba muerto; o al menos eso era lo que su madre y hermana pensaban. Ellas no podían saber lo que él hacía, lo que fue o lo que era. Así que decidió que lo mejor sería alejarse entre lágrimas de culpa y felicidad. 

Inventó una falso seguro contra accidentes para justificar las cantidades de dinero que mes a mes aparecían en la cuenta bancaria de su madre. Hizo creer a su hermana en una beca universitaria que no existía. Esa hermosa casa que su madre siempre soñó, esa que ellas creyeron provenía del testamento de un pariente lejano y todas las demás comodidades que ahora tenían no eran más que Seokjin cuidándolas a la distancia. 

Era lo más sucio y despreciable de la escoria humana; pero aún así tenía un punto débil. Porque en el fondo, era aquel que soñó con darles todo a las únicas personas que alguna vez amó. 

—Sí, Seokjin. Comienza de nuevo, tienes el suficiente dinero para alejarte de ese mundo. Consigue a una buena persona, cambia de entorno y deja esta mierda de una vez por todas. Puedes regresar con los tuyos, ve con tu...

—Yo no tengo una familia —declaró tosco. 

—Aferrarte a las cenizas de una organización que ya no existe, Seokjin, es peligroso para tu cerebro. Terminarás igual de loco que yo. 

—Es la única vida digna que conozco, no sabría a dónde más ir. Pero no, no se trata de eso. 

—¿Entonces de qué? ¿Qué es lo que te retiene en Corea? 

Parpadeó un par de veces cuando un cálido pensamiento se asomó en su cabeza, uno que le abrazaba en momentos de soledad, ese que le mantuvo consciente para soportar la tortuosa realidad. 

Aquel pensamiento tenía cabello negro, una inteligencia sorprendente y hoyuelos profundamente marcados. Era torpe con las armas; pero una máquina de pelea cuando de puños se trataba. Su semblante siempre se mantenía templado, y parecía ser el único que le había tratado con un ser humano desde el primer instante. 

Quizás en algún punto supo que sentía algo por él; algo que lo mataba dulcemente, pero nunca se lo diría, ambos estaban destinados a morir como fieles compañeros. Podría poner millones de excusas, pero después de todo, la verdad razón para regresar era asegurarse de que Namjoon estaba vivo. 

—Yo...—esbozó un ligera sonrisa— tengo una partida de ajedrez pendiente —terminó.

Todo lo que pedía era la oportunidad de verles otra vez, aunque sea a la distancia, como siempre lo había hecho. Sentirse cerca de las tres personas que llegó a amar. 

Hoseok no entendió sus palabras; aquella mirada le confirmó que se trataba de algo mucho más complejo de lo que él pensaba. 

Estuvo a punto de decir algo más cuando la silueta de alguien familiar acercándose se hizo visible en el retrovisor. 

—Maldición, es ella. La oficial —dijo, rompiendo con el ambiente solemne que se había creado. 

—¿Qué? —incrédulo—. ¿Cómo nos encontró? 

Un par de segundos trajeron la respuesta a Hoseok. Esa mujer parecía estar en todos lados últimamente. 

—¡El auto! ¡Es su auto! Debe haber rastreado la matrícula.  

—¡Por una mierda! Arranca, arranca ya. 

—No, debemos bajarnos. ¿Qué parte de ella está siguiendo el auto no entiendes? ¡Abajo, ahora!

Fueron los segundos antes de que bajaran lo que les advirtió del peligro. Personas corriendo despavoridas cuesta abajo en las calles se aproximaban, el sonido de ambulancias y sirenas se hacía cada vez más fuerte. 

—¡Carajo! —gritaron al unísono. Todo se había jodido. 

—Ya no hay tiempo —le dijo Seokjin haciendo que la chispa en Hoseok se encendiera. Pisó el acelerador haciendo los neumáticos rechinar en el asfalto cuando el hule de estas se quemó.  

Sus temores se confirmaron al ver un edificio humeante rodeado de paramédicos y personas que intentaban contener el fuego que consumían el lugar. Estacionaron bruscamente y casi se lanzaron del vehículo cuando por fin llegaron. 

La policía estaba presente pero no había nadie dentro de las patrullas; era más como si se tratase de un accidente que de un tiroteo. 

—¡Todo el mundo atrás! —dijo uno de los bomberos que intentaban combatir las llamas—. Nadie puede acercarse al área, atrás. 

El fuego se extendía con velocidad al no poder ser controlado desde adentro, sin reservas de agua, no había nada que frenara el incendio. Hoseok tiró del brazo de Kim para hacerlo caminar aprovechándose de la multitud asustada que lloraba presa de la conmoción. 

Los oficiales buscaban alejar a las personas sin percatarse de los dos idiotas que decidieron atravesar una de las  entradas, mientras la estructura se debilitaba y las pequeñas llamaradas tomaban fuerza. 

Apestaba a cuero quemado, y el humo causaba que fuera difícil visualizar el plano por completo; pero no hacía falta, porque aquellos dos que yacían sobre el escenario eran evidentes al ser el espectáculo principal. 

Intentaban cubrirse el rostro tanto como podían para evitar inhalar los gases del lugar, que se derretía y cuyo calor los debilitaba mientras avanzaban. Trastabillando y esquivando la madera que comenzaba a desprenderse del techo. 

Llegaron hasta el escenario; sin temor de lo que vendrían, sin represalias sobre el universo. El cuerpo de Taehyung parecía débil después de inhalar tanto humo, como si estuviera por caer inconsciente con el pelinegro en sus brazos, con ojos que amenazaban con cerrarse en cualquier momento, en medio de un charco inmenso de sangre. 

—Taehyung está… —intentó decir Seokjin. 

—Es Jungkook, se está desangrando —declaró, corriendo hacia ellos—. Toma a Taehyung, y yo…

Más personas comenzaron entrar; entes con equipo especial que se movían entre las llamas sin miedo alguno, con máscaras especiales y trajes marrón claro.  El tiempo parecía ir más lento cuando sus respiraciones se mezclaban con el gris ambiente, como anunciando el final. 

—¡Hay una persona herida aquí! ¡Necesitamos ayuda! —gritó Seokjin llamando la atención de los uniformados. 

—¿¡Qué haces!? 

Intentó tomar a Taehyung entre sus brazos.

—Ayúdame a sacar al chico de aquí. Jungkook necesita ir al hospital, y eso lo enviará después a la cárcel; pero no hay razón para que todos terminamos allí.  

Hoseok asintió, no había otra salida. —Por primera vez en la noche, tienes razón. 

Cargando con el peso del castaño, ambos lo hicieron moverse lejos del escenario, hasta la puerta de carga que lucía demasiado accesible en medio de todo el revuelo que se había armado. Sí, la misma puerta que Taehyung había usado para entrar. Los tres arrastraron sus pasos para alejarse, avanzando un par de metros en la calle. 

Los paramédicos cumplieron con su trabajo cuando escucharon de varias personas heridas. El pelinegro que estaba a la vista de todos había perdido demasiada sangre ya, estaba desmayado; pero aún respiraba. 

—¡Tiene pulso! Procedan a trasladarlo —dijo una de ellos cuando verificaron que efectivamente Jungkook estaba con vida. 

La herida en su abdomen era profunda y la sangre se escurría por todo su cuerpo cuando los profesionales hacían presión sobre la herida. Colocándole de lado para inmovilizarlo y conseguir llevarlo afuera. 

Jungkook nunca había tenido tiempo de llorar en su vida; había nacido gritando.

Y en ese momento, cuando su aliento vital se desprendía lentamente de él sentía como cada decisión que había tomado en su vida se sumaba a su lista delictiva. 

Quería pedirle perdón, hablar con el creador si es que existía para darle una explicación, decirle que él no era malo, que era la vida quien le había obligado a ser lo que era; pero no lo haría, porque no podía estar más orgullo de todo lo que había logrado. 

Porque el dolor que había experimentado era equivalente a la vida de lujos que construyó. Su corta existencia había estado llena de peleas, sangre y rencor; pero los pocos momentos que disfrutó valieron la pena, totalmente. 

De cada maldito país que conoció, cada billete, cada bala, cada sonrisa que recibió, no se arrepentía de ninguna de esas cosas. No, Jungkook no se arrepentía de ser un traficante de mierda. 

No muy lejos de allí, la mente de Taehyung volvía poco a poco a él mientras salía del trance en el que el humo y el dolor lo habían inducido. Comenzó a toser cuando recuperó la razón. 

—¡Taehyung! ¡Estás bien! —dijo Hoseok al sentirlo moverse. 

—El edificio se quema. Jungkook, él está herido. Va a morir. ¿Dónde está Jungkook?

—Tuvimos que dejarlo, él…

—¡Par de idiotas! —gritó a sus salvadores, empujando a Hoseok. 

—No lo entiendes. Los paramédicos...

—No me importa si está muerto, me llevaré su cadáver conmigo si es necesario —declaró intentando caminar por sí mismo tambaleándose. 

De pronto, las puertas del teatro se abrieron por completo cuando la primer camilla evacuó el lugar. Era Jungkook, cubierto con un plástico amarillo que parecía haberse manchado con su sangre.  

Su pecho se encogió ante la imagen del pelinegro agonizante, siendo el objeto de apreciación de cientos de curiosos, con las luces rojas iluminando la calle. 

—Él estará bien —intentó consolarle Seokjin, colocando una mano en su espalda. 

—Ustedes no lo entienden, debieron dejarnos morir allí adentro. Si él despierta, no podrá vivir con eso, irá a prisión y él no, él no va a perdonarme jamás. 

—Tú no puedes manipular al destino. 

Limpió su nariz. —Sí, sí puedo —dijo cuando caminó entre las personas. 

Ya no estaba asustando. El universo le debía la revancha, y no se dejaría ganar tan fácilmente, iría con él, hasta el final de los tiempos. 

—¿¡A dónde vas!? —gritaron al unísono. 

—¡A secuestrar una ambulancia! —dijo mientras corría de regreso a donde el gran alboroto permanecía. 

—¿No podemos hacer nada además de seguirlo, cierto? —soltó Seokjin vagamente. 

Hoseok cargó su arma. 

—No. 

La ambulancia estaba por comenzar a moverse, el descuido de la terrible escolta policial fue suficiente para abalanzarse sobre el vehículo. 

Taehyung abrió las puertas traseras de la ambulancia, apuntando a los uniformados que intentaban mantener con vida a Jungkook. 

—Se supone que una persona siempre viaja con el herido — levantaron las manos—, si no les molesta, iré con ustedes. ¿Algún problema? —Ambos negaron frenéticamente—. Eso creí. 

Evidentemente necesitaba llevarlo a urgencias, Taehyung no tenían el equipo ni los conocimientos para cuidarlo; pero no podían dejar que una sola patrulla se acercara. 

—¡Lo perdemos! ¡Signos vitales están bajando! —anunció uno  de ellos—. Es demasiada sangre, no resistirá por mucho. La suavidad con la que la muerte comenzó a abrazarlo le alejó del revuelo a su alrededor. 

El tiempo terminó. Su plan era infiltrarse en el hospital pero solo había una forma de entrar sin policías y era gimiendo de dolor.

¿Qué era el dolor? El frío total que lo obligaba a llorar, combinando con la adrenalina en su sistema. 

El dolor era sangre luchando por salir. 

—¡Policía de Los Ángeles! ¡Baje el arma! —Detrás de la espalda de Taehyung, una docena de oficiales apuntando en busca de avasallar al castaño. 

Lo entendió. Era cuestión de morir o purgar, pero no existía una diferencia. 

Taehyung cerró los ojos cuando el final de ambos llegó. Había fallado, se expuso demasiado, cometió demasiados errores; terminando justo como comenzó: solo.

Sujetó con fuerza su arma. Sin temor, con coraje.  Contó hasta tres y conteniendo la respiración utilizó su última bala en él mismo. 

El disparo resonó, su cuerpo cayó al suelo cuando el calor voraz lo atravesó; y apretó la mandíbula esperando que su estúpido plan funcionara. 

Allí en medio del asfalto, contempló como las estrellas le aplaudieron burlonas del espectáculo que les había entregado. 

De lo que pasó después no se supo palabra alguna; todos se vio opacado por la repentina encomienda del cielo que les obligó a desistir. 

Incluso cuando la oscuridad de la noche cubría por completo la ciudad, aun cuando las nubes se colaban perversas entre su extensión, era imposible no saber que el universo se lamentaba por los acontecimientos. 

Estaba nublado, porque las estrellas se negaban a recibir a alguien más en su territorio. El cielo se reservó el derecho de admisión para condenarlos al averno terrenal. 

Porque para dos almas como las suyas, la muerte representaba libertad. Una libertad que no se merecían. 








Dos semanas después. 

Elliot Hall era el tipo de chico del que los padres cristianos intentan alejar a sus hijos. Libertino, agresivo y lujurioso como todo buen delincuente. 

Había crecido en un orfanato en Seattle; nunca fue adoptado, la realidad de las calles de la ciudad lo convirtió en un lobo que desperdiciaba su vida. Una cáscara vacía con la visión de poseer tanto dinero como cupiera en sus manos. 

Creció como hampón. Los negocios turbios eran su motivo para vivir, conseguir más y más para saciar su pobre alma llena de avaricia. 

En uno de sus viajes; mientras exploraba la posiblidad de expandir sus negocios a otros países una sola persona reconoció su nombre, y su alma se removió por primera vez en toda su vida. 

De todos los lugares en los que podría estar, él estaba allí. Un amigo de la infancia, ese que le acompañó en los pasillos del orfanato, aquel pelinegro que se marchó y del que nunca volvió a saber. 

Su apellido nuevo era Jeon; sus ojos parecían cansados y sus manos estaban desgastadas. El pobre mesero que lo atendió esa noche, era nada menos que un viejo amigo suyo. 

El pelinegro lo invitó a su casa; Elliot siempre creyó que todos los niños que fueron adoptados tuvieron una vida mejor que la suya pero se equivocó. Y lo supo por los errores en la espalda cansada del Jeon adulto, las muchas cuentas por pagar, un restaurante en la quiebra y la hipoteca que estaban por comérselo vivo. 

Se regañó a sí mismo e intentó no perjudicar al hombre. Sabía que no debía involucrarlo, que su trabajo era algo de una sola persona; pero en cuanto notó al pequeño que se escondía en las escaleras y que le veía con curiosidad no pudo evitar cruzar la línea. Sus grandes ojos oscuros removieron su tortuosa conciencia. 

En menos de un año, su amigo había ganado más dinero que en toda una vida como mesero. Lo había llevado a la perdición, y luego, no hubo marcha atrás. 

Poco después, lo mataron. Asesinaron a un buen hombre por su culpa, y ese pequeño niño que lo inició todo, se había quedado solo en el mundo, tan solo con él. 

Aunque lo negase, Jungkook significaba demasiado para Elliot, porque era la reencarnación de sus propias desgracias y el rostro amable de su amigo. 

Le dolía el pecho; recordar hacía que su estómago se revolviera. 

Elliot había despertado del sueño que le mantuvo cautivo días atrás. Su cabeza estaba completamente vendada y no tenía que ser muy inteligente para saber que le habían rapado para poder remendar su viejo cráneo. 

Las marcas violáceas opacaban por completo su rostro. Le era difícil mantener los ojos abiertos, y pensar en el pasado lo estaba mareando. O quizás era culpa del medicamento. 

La puerta se abrió revelando una figura femenina que ya conocía. Su placa colgaba de su cuello mientras avanzaba por la habitación hasta acercarse a la cama.

—Ahora que estás consciente, me veo en la necesidad de informarte que tendrás prisión preventiva las próximas semanas mientras se te asigna una abogado de oficio para llevar tu caso. 

Soltó una pequeña risa. —¿Mi "caso"? Por favor, serán de diez a quince años por tráfico y otros par por evasión de impuestos, así que...no hay nada que defender, dulzura. 

—¿Te estás declarando culpable? —La morena le vio intrigada. 

—Lo soy. 

—No sé si tienes demasiadas agallas o sencillamente eres estúpido. 

—Ambas, de hecho. —Ella parecía nerviosa. La carpeta en sus manos temblaba—. Pero no es eso lo que ha venido a decirme. 

—¿A qué te refieres? 

—Venir hasta acá para decir lo evidente no es su estilo, ¿Cierto, Oficial?

Ella tragó, indecisa de sus palabras.

—El chico Jeon, el forense acaba de entregarme el informe de la autopsia. Creí que debías saberlo, lo siento. 

Su mundo entero se detuvo intentando digerir la información. Cada fragmento de su cuerpo ardió con profunda desesperación, y aunque quiso llorar, los latidos dentro de su cabeza lo regresaron a la realidad.

—¿Qué fue lo que pasó?

—Le dispararon. La bala impactó en la parte inferior de su oblicuo izquierdo, atravesó uno de sus riñones y la pérdida de sangre fue…

—Mortal. —Su mente analítica seguía presente en él. Era una bendita maldición. 

—Sé que él era importante para ti, entiendo que este no es un buen momento; pero quiero que me ayudes, necesito un declaración contra la persona que le disparó. 

—No lo haré. 

—¿Qué? Si logras identificar las armas que incautamos y a sus dueños, eso te ayudaría a reducir tu condena y…

La interrumpió. —No lo haré, porque está mintiendo. —Ella parpadeó repetidamente—. ¿Acaso piensa que no conozco a la gente como usted?  

—¿Crees que sería tan cínica para decir que el chico murió si no fuera así?

—Digo que las autopsias se realizan cuando no se conoce el motivo de la muerte, y que las heridas abdominales no siempre son mortales. Estoy seguro de que lo que tiene en esa carpeta no es el informe de una autopsia, sino uno de balística. 

—Eso no es…

—Además de que, este pasillo completo está lleno de policías. ¿No sería solo por mí, cierto? ¿Cuántos de nosotros estamos aquí? No juegue con un delicuente, Blake. Responda. 

Ella entrecerró los ojos. —Eres un hijo de puta, ¿Lo sabías?

—Estoy orgulloso de serlo. Ahora, la Oficial rostro bonito, ¿Va a decirme qué pasó en realidad?

—¿Tendría que hacerlo?

—Si quieres que te ayude a identificar a los dueños de las armas sí. 

Esbozó una ligera sonrisa, no debería, pero la inteligencia de ese hombre realmente le impresionaba. 

—Jungkook ingresó a la emergencia del hospital y lo logró por tan solo unos minutos. Estuvo en cuidados intensivos por días. Parece que él es...alguien con suerte. 

—¿Está consciente?, ¿Cuánto tiempo pasó?, ¿Dónde está Jungkook?

—Han pasado semanas, Hall. Y él...despertó a hace poco. 

—¿Cuándo podré verlo? —soltó sin importarle nada. 

—No podrás. Será trasladado en un par de días, y tú debes quedarte aquí para observación. Aunque, es muy probable que terminen en la misma prisión. 

—¿Es esa la bala que necesitas identificar? ¿La que le hirió?—preguntó con leve voz, cuando volvió a respirar con tranquilidad—. ¿O también mentiste en eso? 

Negó. —La bala que le extrajeron pertenecía a un revólver 38, encontramos el arma en la escena, también era cotejable con las que encontramos en cuerpo del hombre que retiramos en la playa. Y uno de los sospechosos detenidos. 

—¿Entonces? ¿Qué es lo que quieren?

Le entregó la carpeta; él la leyó, pero al comenzar a analizar los detalles abrió los ojos sorprendido. 

—Jungkook no entró solo —dijo ella. 

—¿A qué te refieres?

—Otro hombre de unos veinte años, quizá menos, llegó aquí con él, se disparó a sí mismo, fue trasladado de inmediato por los paramédicos.  Se recuperó rápidamente; pero antes de entrar en custodia policial escapó del hospital. 

—¿Por qué lo quieren a él? —Elliot no podía dar crédito a lo que sucedía. Se trataba de Taehyung, el castaño idiota había sido capaz de lastimarse a sí mismo con tal de seguir a Jungkook.

—Las municiones corresponden a una Glock 17, coinciden con él y otro de los heridos. Necesito que me digas a quién pertenece esa arma. 

Herirse era parte del plan, no se trataba de aferrarse a Jungkook, se trataba de conocer el hospital por dentro. Pero ¿Por qué querría Taehyung conocer ese lugar? Entonces, Hall lo comprendió todo. 

Asintió sorprendido y satisfecho. Si su conclusión era correcta, significaba que Kim era más inteligente de lo que creyó. 

—Esa arma me pertenece a mí —dijo burlonamente. 

—No es momento para tus juegos, Hall. 

—No estoy jugando. Esa Glock es mía, y vaya que ha causado problemas. 

Ella lo encaró, acercándose molesta a él. 

—¿A quién le diste esa arma, Elliot Hall? 

—La pregunta no es a quién se la entregué, sino, quién la utilizó. —Soltó una carcajada—. ¿Tiene hijos, Oficial? 

La morena parpadeó confundida. —Ve al grano.

—Si los tiene, déjeme advertirle que los chicos son ilusos, y se enamoran de idiotas como él. Tenga cuidado, o podría terminar con un yerno mafioso y estúpido como me pasó a mí. 

—Necesito su nombre. No pudimos identificarlo, no hay registros de esta persona, es como si…

—No pierdan el tiempo buscándolo, no podrán seguirle el rastro. Él...no existe —dijo con gracia. 

Pasó una mano por su cabello, molesta. —¿Qué se supone que quiere decir eso? —preguntó respirando agitada. 

—Quiere decir, que debería tener cuidado con las ventanas y las salidas del lugar. U otro de sus pajarillos podría volar, volar muy lejos. 

A las afueras de la habitación comenzó a escucharse un fuerte bullicio, se había armado un gran revuelo en el pasillo. 

La puerta de abrió abruptamente; ambos voltearon a ver al oficial que entró resoplando. 

—¿¡Por qué no contestas tu teléfono!? La gente se está volviendo loca, van a cerrar el perímetro del hospital.

—¿Qué sucede? —preguntó confundida.

—Es Jeon, ya no está. Encontramos los cuerpos de las enfermeras que lo cuidaban en el armario de la habitación.  

—¿Enfermeras? No, fui esta mañana por su declaración. Habían dos enfermeros con él y...—la derrota la azotó mentalmente— carajo. ¡Que revisen toda la zona! No deben estar lejos de aquí. 

—¿Es mal momento para decir "te lo dije"? —se burló Elliot. 

—Tú. Tú sabías de esto —Lo señaló con enojo. 

—Por favor, ellos creen que estoy muerto. No me necesitan más. 

—Jódete —le dijo dispuesta a salir del lugar. 

—Lo haré. Ah, y por cierto, Oficial. No olvide ir a visitarme, me encantaría verla por allí —cínico, le guiñó un ojo antes de que ella abandonara la habitación. 

A la distancia, un enfermero que Jungkook no conocía lo conducía por los pasillos del hospital en una silla de ruedas. Aún le dolía el abdomen y le era difícil pararse sin sentir dolor, así que no entendía lo que pasaba. 

Creyó que era ese su final; pero incluso Astaroth sabía que él merecía más que eso, le había otorgado suerte benevolente.  

El enfermero atravesó la zona de descarga del hospital hasta salir del mismo, la silla rechinaban incesantemente mientras avanzaban.

Se recompuso; un pequeño camión de lavandería les esperaba detrás del edificio. Jungkook supo lo que el desconocido hacia, lo estaba ayudando a escapar.  Abrió las puertas del vehículo, y lo ayudó a subir a la parte trasera. Una vez allí, cerró por dentro y dio la señal para hacer avanzar el camión. 

Había sido tan lento, tan meticulosamente pensado que era probable que apenas notasen su ausencia. En menos de diez minutos se encontraban en medio de la autopista.

Un solo de guitarra proveniente de la radio del camión les acompañó mientras el atardecer les acogía. 

El desconocido se quitó el cubrebocas que llevaba. 

Jungkook tragó impactado. 

—Tú. ¿Qué haces aquí? —dijo finalmente al reconocerlo. 

—El jefe nos envió a recogerte —dijo sonriendo victorioso—. Zhang es un gran amigo de tu Taehyung, ¿Recuerdas?

—Pero tú, Baekhyun, ¿Cómo llegaron hasta aquí?  

—De la misma forma que ustedes —Jungkook intentó moverse pero el dolor agudo le presionó el abdomen—. Deberías guardar fuerzas para el vuelo. 

—¿Vuelo? —Era un perro rabioso, y estaban dejándolo bajo su propio albedrío. 

—De regreso a Corea, Jeon. Te vas a casa. 

El vehículo se detuvo, y cuando el metal volvió a abrirse el pecho de Jungkook se llenó de completa devoción.

La imagen del pequeño indefenso que se aferraba a su cuerpo surgió de nuevo en su pensar; salvo que ese chico ya no existía. Porque quien estaba frente a Jungkook ya no era él, se trataba de un hombre fuerte e imponente que le sonreía tan peculiarmente como solo él sabía hacerlo. 

Estaban en medio de un hangar, a pocos metros de la pista y del avión que les llevaría de vuelta a su hogar. 

—Te dije que no podrías alejarme tan fácilmente de mí, Jeon Jungkook —dijo Taehyung acercándose a él. 

—¿Por qué? —declaró cuando sintió que pronto comenzaría a llorar—. Debiste irte sin mí. 

—No podría, necesito regresar a mi tierra. Y tú, tienes que venir conmigo, incluso si te parece descabellado. 

—¿Y qué pasó con irnos lejos? Con dejar todo esto atrás, con ser libres. 

—Me cansé de esconderme, y estoy seguro que tú también. Quiero pelear, Jungkook. 

—¿En dónde entro yo en tu revolucionario plan? 

—Ahora que tengo que reconstruir mi organización desde cero, voy a necesitar tu ayuda. 

—¿Ah, sí? 

—¡Por supuesto! Necesito a lo mejor de lo mejor conmigo. Necesito al mejor traficante de todo el país de mi lado. Y me parece, que ese eres tú. 

—¿Desde cuándo eres tan profesional? —se burló de él. 

Taehyung se agachó hasta quedar cerca de su frente, en donde dejó sublime un pequeño y dulce beso. 

—¿Estás intentando hacerme decir algo cursi, no es cierto?

—Antes no parecía ser tan difícil para ti hacerlo. 

Taehyung negó con una sonrisa, sin ceder ante sus presiones. 

La tarde se movió veloz entre la carga del equipaje y las personas que estaban dentro de la cabina del avión. Parecía ser precisa su presencia, porque después de tanto, todo salía acorde al plan. 

El disparo que Taehyung se dio a sí mismo consiguió darle el tiempo exacto para estudiar la estructura interna del hospital; después de escapar solo fue cuestión de organizar a la gente que Zhang había traído desde Japón para ayudarlo y conseguir un vuelo de regreso. 

Dos semanas fueron suficientes para librarlos de pasar el resto de sus vidas en una despreciable cárcel federal. Estaban a horas de recuperar lo que habían perdido por la ambición de dos hombres. 

Hoseok y Seokjin dormían dentro de la cabina. Mientras Jungkook se quejaba del dolor de su cuerpo aún lleno de puntadas. 

—Un médico te revisará cuando lleguemos, es lo primero en mi lista. Eso y conseguir una nueva ubicación, supongo que mi casa debe estar completamente destruida. 

—Taehyung, Taehyung, suenas como todo un mafioso. 

—Lo soy, lastimosamente. 

—Peor que eso, suenas como yo. Pero una versión muy linda de mí —dijo Jungkook mientras se deleitaba al ver el rostro sonrojado de Taehyung—. Una linda y demasiado despeinada versión de mí. 

—¿Vas a callarte? —soltó Taehyung preso de su bochorno. 

—Obligame. 

—Puedo hacerlo y lo haré —lo amenazó.

—Sabes, antes de que me lastimes, hay algo que nunca te contesté, algo que ha estado molestándome desde hace mucho tiempo. 

—¿Qué podrá ser? —dijo acariciando su cabello. 

—Que nunca tuve el valor de decirte que te amo. Y es que yo, te amo. —Suspiró con alegría, no tenía ningún pendiente ahora—. Podría decirle cientos de veces más. 

—¿Qué pasa contigo? ¿Dónde está el Jungkook frío y acero? 

—Murió —declaró haciendo un pequeño esfuerzo para acercarse de él —. El yo de ahora no perderá oportunidad para ser un malvavisco contigo. Al menos no hasta que intenten descuartizarlo de nuevo. 

—Eso me pone en una situación difícil. Me convierte en el amargado de esta relación y no sé si pueda lidiar con eso. 

El castaño se inclinó lo suficiente para rozar su nariz contra la mejilla del mayor, en un gesto profundo de verdadera devoción. 

Las metáforas no aplicaban en su historia. La guerra que se vivía en las calles, y la sangre que les perseguía era literal. Ninguno de los dos se merecía el cielo; pero no lo necesitaban. No cuando los labios del otro les exoneraban de todo pecado. 

Mientras invadían la extensión del cielo al volar. No podían estar más seguros de lo mucho que se necesitaban, y de la simplicidad de su amor. Aun contra todo, sabían que no necesitaban más que al otro en el mundo.

Porque al final del día, la única muestra de amor que necesitamos como humanos, es aquella que se aferra a nosotros. Una luz que no se extingue y se queda a nuestro lado incluso cuando todo parece perdido, sin rendirse, sin alejarse. 

—Gracias por salvarme. Kim Taehyung, jefe de los Kim Daegu. 

—No, tú me salvaste a mí. Jeon Jungkook, el terror de Busan. 

En invierno, y en verano; tanto en el cielo como en la tierra, no había forma de cerrar la brecha de sus almas. La única forma de reformarse era declararse culpables; pero sus delitos se sentían como la gloria, y cada caricia los condenaba a un eternidad de castigo, juntos. 

Pues la libertad siempre estuvo en su interior. 















Manténgase con vida. J.S









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