Capítulo Veintiséis

26. 

Si Taehyung pudiera rebobinar su vida hasta el momento exacto en el que vio a Jungkook por primera vez, definitivamente lo haría. Simplemente para revivir la violencia con la que la constancia de su vida se destruyó. 

Era de mañana, el castaño no hacía más que perder el tiempo jugando al mismo videojuego de siempre, y se suponía que debía practicar su lección de saxofón; pero aunque no lo hiciera, sabía que podría hacerlo al día siguiente, o al que  sigue de ese, o de ese. Como una rutina que creyó nunca cambiaría.  

No tenía un propósito real, y después de tantos años, vivía sin utilidad, sin una razón de ser, sin que su vida tuviera relevancia alguna. Y estaba bien con ello, o al menos de eso se convenció. 

Taehyung escuchó a su padre llamándole, pero era poco lo que le importaba en realidad. Su vista permaneció hacia el frente hasta que la pantalla que lo entretenía se volvió negra.  Él gritó y alegó debido a la interrupción sin siquiera entender lo que estaba pasando, su existencia había sido igual durante los últimos dieciocho años.

Hasta que él apareció. 

Aquella expresión era dura, estoica. Sus hombros rectos, y su esencia completa parecía gritar rebeldía, sino es que libertinaje. Con su cabello oscuro ligeramente ondulado hacia atrás y la perforación de su oreja.

No lucía como los típicos guardaespaldas que rodeaban la casa, e incluso cuando Yoongi apareció a su lado no pudo evitar compararlos por los pocos segundos que su mente divago entre el pecho del temerario desconocido y su fuerte cuello. 

Su padre le dijo que debía marcharse con él, con la persona que se limitaba a verlo con curiosidad detrás de la espalda del mayor, como un peón más. 

Y es que durante mucho tiempo, después de entrar a la adolescencia, Taehyung se dedicó a cuestionar por la ventana a los socios que entraban a diario a esa casa. Hombres grandes y ostentosos que aparentan tener poder, y cientos, millones de billetes para respaldar sus enormes cuerpos; pero esta persona era algo totalmente diferente.

Era más joven que el resto, su ropa demasiado sencilla, oscura, como una sombra; y esos ojos, su mirada representaba lo contrario a él, pudo percibir el miedo cautivo que existía en ella desde el primer instante en el que vio esos grandes orbes negros. 

Estaba vacío; total y completamente necesitado de esperanza al igual que Taehyung. 

Ambos necesitaban saber qué había en el exterior, porque con el tiempo comprendió que ese hombre también había estado encerrado toda su vida; pero Jungkook a diferencia de él, lo estuvo dentro de sí mismo. Donde había creado una prisión para su alma y vulnerabilidad humana en el interior de su cordura.

Aun así, su sonrisa invadía breves instantes, soltaba suspiros contra su cuerpo, y el calor de su esencia se extendía entre ellos hasta apoderarse de su entero ser. Cada momento a su lado, la forma en la que Jungkook le veía cuando fingía estar distraído, como buscando descifrar sus pensamientos, e incluso su llanto cínico eran diferentes. 

Taehyung lo supo desde el primer instante. El mar, el cielo cambiante, cada ciudad, y cada estrella que conoció eran producto de su propia utopía junto a él. 

Incluso cuando él mismo se puso en peligro, cuando arruinaba las cosas una y otra vez, Jungkook seguía a allí para él. Esa mirada asustada desapareció, y se llenó de emoción, de palpable vitalidad, de deseos de experimentar en carne propia cada maldita sensación en el cosmos. 

Taehyung sabía que era por él, demonios que lo sabía. Siempre supo que lo había contagiado de su visión de las cosas, de sus ansias de aventura.

No pretendía romantizar toda la mierda que los rodeaba. Ambos estaban perdidos, y los motivos que los unieron nunca fueron los correctos, Jungkook hacía cosas relativamente malas, sus actitudes toscas y violentas no eran justiciables. La perversión estaba en él, no podía cambiarlo, Taehyung simplemente nunca podría convertirlo en un buen samaritano; pero después de todo, conocía lo peor de él, y aun así lo amaba.

Justo ahora, no sabía hacia dónde ir o qué rayos hacer. 

La noche de la supuesta muerte de Elliot, la mirada de Jungkook se oscureció de nuevo, y se había marchado dejándoles solos en la madrugada. 

En un intento por seguirlo corrió detrás de él; pero Jungkook lo detuvo, lo tomó de los hombros y viéndole fijamente le dijo:

"—Voy a volar el edificio, Taehyung. Quédate. No dejaré que escapen. No me importa si tengo que morir, si toda la gente que asista a esa función muera mientras arrastre a esos dos conmigo.

—Jungkook…

—Por una vez, haz lo que digo. "

Esa última conversación con él rebotaba en su conciencia una y otra vez, porque se supone que debía dejarlo solo, que debía esperar a mañana para marcharse; pero no podía. 

Habían pasado más de doce horas desde su separación; su alma quebrantada se doblegaba un poco más a cada minuto y la duda que crecía en su pecho iba a asfixarlo.  

—¿Una bomba Molotov? —preguntó Seokjin después de que Taehyung les hablara de las intenciones de Jeon—. Una bomba de ese tipo no tiene la capacidad de hacer explotar un edificio.

Hoseok hablaba confundido. —Kim tiene razón, no pasará algo como eso. A menos que...—se quedó callado— mierda. 

—¿A menos qué…?

—Hablamos de una bomba incendiaria, casera y jodidamente inestable. La llama que se produce al explotar se mantiene hasta que los gases terminen de dispersarse, a menos que—soltó aire pesadamente—, entren en contacto con líquido inflamable.

—Ve al grano, Hoseok —dijo Taehyung. 

—Imaginen la alfombra, las butacas del teatro empapadas de gasolina, todas las entradas cerradas, y un idiota dando la pequeña chispa que hace falta para  convertir el edificio en un horno. 

—Se supone que necesita químicos o alguna mierda así, ¿No? ¿Cómo se supone que los va a conseguir? —Seokjin parecía ser el más escéptico.

—Jin, por si no lo recuerdas, estamos hablando de la misma persona que vendía granadas y explosivos en Corea. Así que si él dijo que haría, probablemente sea cierto. Y si eso pasa, nadie podría salir de allí.

—Tampoco  él —declaró Taehyung. 

—Lo que Jungkook planea hacer es una estupidez —dijo Hoseok. Taehyung tenía la mirada en su regazo, sin decir nada mientras su saliva se volvía amarga—. Ir a buscar a Jimin por su cuenta es buscar un funeral.

Estaban en el auto, en una calle poco transitada mientras pensaban qué debían hacer. 

—Es un adulto, y si quiere que lo maten pues bien. Es su decisión —Seokjin no era partidario de la guerra que se vivía. Él necesitaba regresar a Corea.

—¿Y cómo se supone que saldremos de aquí sin Jungkook —dijo Hoseok molesto—, sin Elliot? La única razón por la que todos en este auto seguimos vivos son esos dos.

—Lo sé, pero no hay nada que podamos hacer. 

—¡Maldición, Jin! Nosotros no conocemos una mierda sobre fronteras ni aduanas. Sin ellos, estamos varados aquí. 

—Nadie es indispensable…

—¿¡Podrían callarse ya!? —vociferó Taehyung, interviniendo—. Sus estúpidos argumentos no nos sirven para encontrar una puta solución. 

—Pero Taehyung —le llamó Seokjin—, debemos regresar. 

—Lo haremos, pero no sin Jungkook —tragó con fuerza—, todos aquí le debemos algo a él. Y no vamos a dejarlo, somos todos o nadie.  Si quieres marcharte, Seokjin, hazlo; pero vete solo. 

—Taehyung… —masculló el segundo Kim ante tal rudeza de sus palabras. Su angelical rostro parecía más el de alguien salido del purgatorio. 

Lo ignoró y se volteó hacia el otro —Hoseok, sé que tienes contigo el arma de Elliot. Necesito ser yo quién la use, me pertenece ahora. Fue su vida por la mía, así que voy a hacerle justicia. 

El castaño oscuro suspiró con fuerza, sacando del bolsillo interno de su chaqueta la Glock 17 que caracterizaba al rubio y se la entregó con cierto pesar. 

Taehyung la tomó, se sentía pesada y fría en sus manos. Aún no tenía certeza de usarla correctamente. 

—Jungkook debió ir a buscar a Yoongi al concierto de esta noche. Así que este es el plan, yo iré al teatro por él, evitaré que haga la tontería que planea hacer y lo sacaré de allí antes de que la policía nos encuentre. 

—¿Y nosotros dónde entramos en ese plan? —preguntó Seokjin.

—Tengo un amigo en Japón, su nombre es Zhang Yixing. Él nos trajo hasta acá y él nos llevará de regreso. —Sacó un pequeño papel que había ocultado de Jungkook las últimas semanas y se lo dio a Hoseok—.  Este es su número, llámenlo y…

—Alto, alto. Zhang Yixing es el líder de la mafia china —declaró el segundo Kim—.  Hemos estado en guerra con ellos desde hace años. 

Taehyung comenzaba a inquietarse por los cuestionamientos del otro. 

—Eso se acabó. Díganle que yo los envié, consigan una avioneta o un helicóptero, un barco. Lo que sea que nos saque de aquí. 

—¿Pero cómo? Es imposible, tu padre los expulsó de Corea y ellos juraron vengarse de nosotros.

—Por un demonio, ¡Mi padre está muerto!, ¿Entiendes? El nuevo líder soy yo —exclamó con pesar cuando no pudo contenerse más—,  fui yo quien pactó la paz con la gente de china, así que maldita sea, solo hagan lo que les digo. 

Seokjin jamás creyó que aquél momento llegaría, ese en el que Taehyung estuviera tan corrompido, y con una convicción tan clara que le darían la determinación para asumir su lugar. 

Asintió con satisfacción, sabiendo a quién debía su lealtad ahora, al nuevo cabecilla de familia que le había salvado. —Sí, Joven Kim. Como usted diga, se hará —dijo con una pequeña reverencia.  

Sus palabras se habían materializado, él era el nuevo patriarca de la mafia, su espíritu se quebrantó por un segundo. 

Volteó a ver Hoseok para conseguir su aprobación, temeroso, y el castaño no hizo más que secundarlo.  

—Como usted diga se hará. 

Estaba claro, ellos serían grandes de nuevo. 

—Entonces ese es el plan. El concierto es a las siete en punto, tomen el auto, estén listos afuera del teatro a esa hora y entren si notan que todo se sale de control. 

—¿Cómo sabremos eso?

—Los disparos —declaró con obviedad—. Si escuchan ambulancias o policías y aún no estamos de regreso vayan por nosotros. 

Se bajó del auto y caminó hasta el maletero para abrirlo. 

Taehyung se guardó el arma en el cinturón, tomó el folleto que robó del parque de diversiones, una de las chaquetas negras de Jungkook que encontró entre el equipaje que aún seguía dentro del auto, y se la colocó suspirando.

—¿Estás seguro de que sabes cómo llegar hasta allí? —preguntó Hoseok viéndole con intriga.

—No lo estoy; pero no tengo alternativa.

Le dio una palmada en el hombro y se acercó a él. —Solo —esbozó una pequeña sonrisa—, recuerda que una pierna no es mala opción. —Le dio un guiño antes de despedirse de él. 

Le vio alejarse con lentitud. Hoseok extrañaba a su esposa, a sus hijos, a todos aquellos que murieron por culpa de los negocios turbios que había mantenido toda su vida, y ahora, también extrañaba a su amigo. 

Por eso era incapaz de interponerse entre los deseos de Taehyung, él entendía perfectamente lo que era perder a las personas más importantes en tu vida y tener que seguir adelante. Día a día, como una condena que debía pagar en la tierra, como un averno personal dentro de su cabeza en donde se apuñalaba sin control.  

Era difícil descifrar la hora por el gris cielo; la muerte le sonreía cínica, como burlándose de sus intentos de cambiar el destino de Jungkook, palmeándole la espalda con pena. 

Caminó por las calles de la ciudad sin conocer el rumbo que debía tomar mientras la intensidad de la luz comenzó a menguar hasta que la noche se fundió con el entorno. 

No tenía idea de cómo se llamaba el teatro, normalmente era Jungkook quién le explicaba ese tipo de cosas, lo único que tenía de referente era una fotografía y una hora, cuando finalmente lo encontró corrió hacia la entrada esperando haber llegado a tiempo.

Pero no puedo pasar de la puerta.

—¿Dónde está tu boleto?

Taehyung negó con la cabeza, ¿Estaban jodiéndole? —No tengo uno. 

—No puedes entrar sin boleto, chico. —El guardia se interpuso entre él y la entrada.

—¡Entonces véndame un boleto!

—La función está llena, vuelve mañana. —Era demasiado tosco para ser un portero, pensó Taehyung. 

—La gente que está dentro corre peligro. Todos van a morir si no salen del edificio ahora. Así que hazte a un lado, mastodonte. 

—Escucha, niño. ¿Crees que no tengo que lidiar todos los días con idiotas como tú que piensan que es muy divertido hacer ese tipo de bromas? 

—Necesito entrar, por favor.

—Sin boleto —le vio despectivamente; se cruzó de brazos, dio un paso al frente y con gélida voz dijo—, no hay concierto. 

Soltó aire pesadamente, ni siquiera era seguro que Jimin estaría allí y Jungkook ya pensaba en matarlos a todos. Joder, siempre tan vengativo, pensó. 

Caminó un par de metros; la puerta de carga estaba abierta mientras varias cajas eran ingresadas al lugar, se acercó intentando mezclarse entre los hombres que caminaban presurosamente de un lugar a otro. 

Tomó una de las cajas, cubriendo su rostro con ella logró entrar a la parte lateral del teatro. Ahora sólo tenía que llegar hasta el público sin ser visto, encontrar a Jungkook y…

En medio de su miseria mental, escuchó una conversación que no le incumbia, y que ciertamente, no le convenía. 

—¿No se supone que debías ir por él al aeropuerto? No importa lo borracho que esté, debía cerrar el concierto.

La música había comenzado, los ejecutores estaban ordenados en aquel magistral escenario mientras deleitaban con la primera de sus interpretaciones. En el ambiente resonaba la sublime melodía regocijando a todos. 

—Solo está retrasado, estará aquí justo a tiempo para su presentación. —Mentía, el músico no vendría. 

—El director va a matarme, ¿De dónde esperas que saque un solista? Debería ir a Japón a buscar un prodigio de mierda y tenerlo de repuesto en el sótano para mierdas como estas. 

—Él está...—el hombre hablaba nervioso, la había jodido, divisó a Taehyung caminando tras bambalinas y no dudó en señalarlo— allí. ¡Él prodigio japonés del que hablábamos! 

Mierda, lo habían visto. Taehyung abrió los ojos sorprendido. ¿Qué él era un qué?

 —Bien, ya sabes.  Cuando la última canción termine, el extranjero debe estar en el escenario. No me falles. 

El desconocido corrió hacia él. Se supone que debía pasar desaparecido, no ser el centro de atención. Maldita sea, ¿Qué era lo que tenía que le hacía recibir atención de tal forma? Jungkook tenía razón, él era como un puto rinoceronte en medio de la avenida. 

—Dime por favor que eres un músico —le dijo desesperado, su trabajo prendía de un hilo.

—De hecho estaba buscando la forma de regresar hacia mi…

—¿Violín, viola, piano, las jodidas maracas? ¿Puedes tocar algún instrumento?

El tipo hablaba mucho, ojalá pudiera sacar el arma y hacerlo callarse. Oh, ahora entendía lo que Jungkook sentía cuando él no se callaba. 

—Saxofón.

—Bien, saldrás al escenario. 

—Está equivocado, yo solo vengo como espectador. Además no tengo mi instrumento conmigo y…

—Consegiré uno —palmeó su hombro—, sales en quince minutos. 

—No, no, no. Yo solo soy…

—Entraste aquí sin autorización, por lo que obviamente estás escondiendo algo. Sales al escenario o sales del teatro, elige. 

Mierda, esto le tomaría más tiempo del que pensaba. 

Una pieza mundialmente famosa era ejecutada por los músicos que hábilmente deslizaban sus dedos entre cuerdas y teclas para producir hermosa música.

Jungkook veía desde el palco a su objetivo, como un depredador menos primitivo, estudiando cada posible movimiento, cada maldita acción. 

Se había escabullido en el techo del teatro en la mañana, pasando por los paneles de seguridad hasta llegar al tanque de reserva para agua, y luego lo destruyó. 

Sin la reserva de agua, los aspersores no funcionarían cuando su pequeña bomba casera comenzara a consumir el lugar; aunque quizás fue demasiado sádico al reemplazar el tanque dañado por uno nuevo lleno de gasolina, y un frasco de químicos listo para detonar justo en la primera fila. 

Ese era solo su plan de reserva. Lo usaría solo si no conseguía matar a Yoongi, luego regresaría con Taehyung y los demás para desaparecer en el fin del mundo. 

"Tener un plan B, puede arruinar tu plan A, Jungkook".

La voz de Elliot aparecía como un constante recordatorio de lo mal que estaba. 

Min Yoongi se encontraba a pocos metros de él, absorto en la ejecución de la pianista que creaba la música. Demasiado expuesto, demasiado confiado para alguien que tiene cuentas pendientes con la mafia de todo un país. 

Lo veía a la distancia, su cabeza pedía a gritos ser atravesada por una bala. 

El tiempo comenzó a pasar más lento, exhaló el aire frío que penetró en sus pulmones antes de  arrodillarse para serenar su alma. Su brazo temblaba entumecido por las heridas en el; pero aun con todo eso, estaba listo para disparar, se había dicho ya tanto que él nunca había fallado un tiro y esta no sería la excepción. 

Quitó el seguro, apuntó a su objetivo y justo cuando estuvo a punto de jalar el gatillo, su mandíbula cayó al piso con asombro cuando una aparición iluminó el escenario. 

Era Taehyung, su Taehyung. Despeinado e inoportuno sobre el escenario, abrazando aquel dorado instrumento que había idolatrado por años.

Hubo un momento de total consternación en el que su pecho se retorció de enojo e impotencia cuando el presentador anunció la participación de un nuevo talento mientras el castaño llevaba la boquilla del saxofón a su propia boca. 

Regresó la vista hacia donde Yoongi estaba hacía pocos segundos atrás, sin encontrar rastro alguno de él. 

Taehyung en el escenario había puesto sobre aviso a Yoongi, Jimin, y cualquier escolta de mierda que estuviera allí. 

La canción comenzó; la entrega de Taehyung llenó por completo el lugar, su sonido siempre había sido tan sublime, completamente espectacular y merecedor de millones de aplausos. 

—Maldición, Kim —masculló Jungkook mientras corría.  

Las personas comenzaron a notar que algo estaba mal al ver a Jeon moverse veloz entre las butacas con su arma en manos intentando llegar a las escaleras. 

El tono de la canción subía; las ambiciosas manos de Taehyung se deslizaban en cada nota, haciendo debilitar las piernas de Jungkook en medio del pánico mientras corría y sus pies se resbalaban en la alfombra. 

Allí, en el centro del escenario, Taehyung era el blanco perfecto, iban a matarlo. Siendo el punto máximo de atención, como un sacrificio humano. 

Yoongi intentó salir del lugar; todas las entradas estaban cerradas por fuera, pero, ¿Cómo? ¿Por qué? No tenía idea de que Jungkook había sobornado a los guardias de la entrada, y que todos estaban atrapados hasta que él agonizara en el piso. 

En cuanto dejó de moverse, Jungkook reconoció su espalda al intentar alejarse. Convertido en una bestia sedienta por venganza, tomó impulsó para derribarlo. 

Tres disparos sonaron al aire, desatando la tribulación cuando la detonación interrumpió la música. Jimin se había levantado de entre uno de los asientos e iniciado una revuelta. 

El pánico y el caos de las personas que colectivamente gritaron cuando el resto de sus escoltas le siguieron fue imposible de controlar, como una estampida que se dispersó por los pasillos desesperados por una salida.

Su cuerpo estaba demasiado débil, Jungkook peleaba, y su agresividad era lo único que lo mantenía en pie. Min intentó dejarlo inconsciente cuando hizo su sien golpeara contra el piso, sin conseguirlo; pero logrando retenerlo allí cuando las personas le bloquearon el paso.

Un disparo fue en dirección a Taehyung, este lo esquivó lanzándose al piso y saltando sobre el escenario. Cayó, pero se levantó de inmediato.

Estaba rodeado de escoltas, personas inocentes intentaban cubrirse la cabeza para evitar ser fulminadas. El castaño no esperó, tenía la sangre demasiado caliente, y su poca cordura decidió que era necesario darle metal caliente a todo aquel que le amenazara. 

Uno a uno, cayeron sus pies como el amo y señor de la muerte que era, que estaba destinado a ser. Todos esos traidores que nunca le rindieron reverencia en vida, que siempre le vieron como algo insignificante se arrodillaron ante él, y lo hicieron mientras su cuerpo se llenase de larvas en el cementerio.

Taehyung intentó llegar hasta Jungkook, pero recibió un golpe en la espalda que le lanzó al piso. Jimin le colocó sus revólver en la cabeza y lo obligó a caminar. 

Yoongi corrió hacia el escenario, trastabillando en un intento desesperado de salir. Jungkook, aún aturdido lo alcanzó para tomarlo de los hombros y con un cabezazo hacer que su nariz se desviara de lugar. 

—La familia de Hoseok pide venganza, esto es por ellos —declaró cuando soltó una patada directo a tu mandíbula—. Por el señor Kim —golpe tras golpe, estaba por destrozarle el rostro. Sacó su arma y le apuntó—,  esto es por Elliot hijo de perra.

Mas no pudo hacerlo; Jimin sonrió, acercándose con aquel que causó tantos problemas. La única persona por la que lograron destruir una organización completa.

—Tócalo una vez más, y los sesos de pequeño Kim volarán en pedazos —cargó el arma, era una declaratoria—. ¿Qué esperas, JK? Suelta a Yoongi, ahora.

—Mátalo, Jungkook, mátalo —dijo Taehyung mientras sus lágrimas comenzaban a caer.

No había tiempo para hacer explotar la bomba; mas no importaba, sólo bastaba una pequeña chispa para incendiarlo todo. 

—¿En serio crees que es así de fácil, Park? Después de tantos años trabajando a tu lado decidiste venderme, destruiste todo lo que tu familia construyó. Dame una buena razón para no matarlos a los dos. 

—¿Quizás que tu novio no tenga una dolorosa y espantosa muerte? —Era tan prepotente que hizo vagar su revólver de la cabeza de Taehyung hasta la boca del muchacho y luego hasta su cuello. 

—Basta ya.  —Interrumpió Yoongi, creyó que tendría una salida si apelaba al dulce lado familiar del pequeño castaño—. Taehyung, tú eres mi hermano, esto se salió de control hace mucho tiempo. Perdón, yo lo siento, me arrepiento tanto. 

—¿Qué? —Todos se vieron desconcertados. 

—Está intentando manipularte —dijo Jungkook divisando el frasco de vidrio debajo del primer asiento. 

—Dile a Jungkook que me suelte, y Jimin va a dejarte libre.  Todo será como antes. Nosotros dos, como una familia, como siempre quisiste. 

Sí, el segundo en el que los ojos de Kim se llenaron de tristeza le hizo creer a Yoongi que lo había logrado. Nunca imaginó que sus palabras venenosas ya no tenían efecto en Taehyung. 

—Tú, ya no significas nada para mí —declaró, empujando a Jimin, logrando soltarse de su agarre. Cuando este cayó del escenario, una posible lesión en la cabeza surgió cuando ésta impactó en el filo de las escaleras dejando aturdido al rubio. 

Se ve a la vida como una línea recta, salvo que no es así. Se trata de un plano completo lleno de posibilidades y tragedias para la humanidad entera. Como una ruta de entregas, en donde se planea el punto de salida de la mercancía, pero en la que el  camino es incierto, y esta podría terminar por desaparecer en el océano o ser confiscada por la policía. Se trataba de muerte o condena.

El brazo herido de Jungkook no lo dejó retener a Yoongi por más tiempo, este se liberó de él. 

Todos estaban hartos de esa situación, tanto, que Yoongi tomó el arma de Jimin del piso y aunque Jungkook trató de evitarlo, él decidió ponerle fin cuando sin dudarlo disparó hacia Taehyung. 

Un ruido agudo que se incrustó en su cerebro pareció explotar su tímpano por la acústica del teatro, haciéndole venir de rodillas y suplicar por piedad.

Ambos cayeron al suelo; pero no, Taehyung no estaba herido. 

Aquella camiseta negra que era su favorita se llenó de sangre, esa que él mismo había escogido para Jungkook en una pequeña tienda en Busan. 

El piso se manchó de carmesí, las pequeñas gotas brotaron una a una hasta convertirse en una tormenta que creció desbordándose en el abdomen de Jungkook, cuyo rostro empalideció en cuestión de segundos cuando el óxido subió por su garganta hasta alojarse en su boca. 

—Jungkook —dijo su nombre cuando la débil espalda del pelinegro se incorporó sobre su regazo —. No ahora, no aquí. ¡No! —Manchó sus manos con sangre cuando lo tocó. 

—De-tente —arrastró su voz. 

A Yoongi ni siquiera le importó cuando ambos cedieron abatidos.  La brecha de su libertad se abrió, corrió hacia Jimin para levantarlo y salirse con la suya finalmente.

Taehyung siempre trató de entenderlo. De encontrar una explicación lógica para la maldad que irradiaba de Min, rogó una y otra vez al cielo para poder entender qué había transformado a su hermano en un enfermo como lo era ahora. Y deseó ser capaz de perdonarlo, realmente lo deseó, pero era  imposible.

El juicio de Taehyung se nubló por completo, hizo sacudir todo a su alrededor con un sonoro lamento gélido, lleno de ira, de pesar y de impotencia que le golpeó de repente cuando el sudor frío de Jungkook fue palpable para él. 

Su visión no era muy clara; un fuerte jadeo casi evitó que su cuerpo reaccionara. Yoongi estaba a pocos metros, avanzando con el cuerpo de Jimin recargado en sus hombros mientras el líquido rojo se brotaba de la herida en la cabeza del rubio.

—Tú no mereces piedad —musitó el castaño. 

Tomó la Glock 17 que le pertenecía a Elliot y como había declarado, en medio del dolor que aún no terminaba de detonarse en su interior disparó a la espalda de Min.

Tantas veces; una ráfaga completa hasta dejar sin municiones el arma. Y aunque no todas impactaron en el pelinegro, tres de ellas tuvieron la certeza para condenarlos al orco a todos. 

La primera, en su zona lumbar derribándolo al instante. La segunda, en su pierna derecha. Y la última, en el frasco de vidrio que Jungkook había previsto para desatar un averno. 

Entonces, el fuego comenzó. 

El pequeño Kim, y aquel temerario JK yacían postrados sobre el escenario mientras los gritos desesperados de las personas que aún seguían adentro parecían silenciarse poco a poco, hasta enmudecer de tal forma que no había otro sonido en el universo para ellos además de sus propias voces. 

El dolor de Jungkook era real, cada parte de su cuerpo se adormecia a medida que su sangre se fugaba por la laceración en su abdomen bajo.

Taehyung luchó por no llorar cuando el temor lo invadió. Y aunque intentó mantener la calma no pudo ante un destino inminente que se negaría a aceptar. 

—Vete, Taehyung. 

—Te sacaré de aquí, l-los chicos están afuera. E-ellos nos tardarán en venir. Jungkook, no importa si voy a la cárcel, te llevaré al hospital. Es una herida profunda, los doctores sabrán ayudarte y…

—Basta ya, Taehyung —su voz se arrastraba mientras la luz de su interior parecía extinguirse. 

Lo había dicho antes, Jeon Jungkook prefería la muerte a la prisión. Tampoco quería eso para Taehyung, había pasado demasiado tiempo encerrado, y no permitiría que lo estuviera otra vez. 

El fuego comenzó a extenderse entre las butacas. Las puertas fueron abiertas dando vía libre a quienes estaban allí prisioneros. 

—Yo mismo llamaré a la ambulancia. Necesito un maldito teléfono y tela. Sólo resiste, tú siempre te sales con la tuya, esta vez no será diferente, por favor. 

—Taehyung, no más.

—Escucha, hay cosas que nunca dije, cosa que tienes que saber. Los últimos seis meses he sonreído más de lo que lo hice en toda mi vida, tú me haces feliz. Es algo más allá del romance, es paz, Jungkook. Es protección, es afecto, eres tú, sólo tú. Perdón por pelear contigo todo el tiempo, por ser egoísta, mimado y pretencioso; pero lo que soy, ama lo que tú eres. 

—Tú nunca…

Rodeó a Jeon con sus brazos para darle calor mientras se limitaba a contener sus deseos de romper en llanto. 

—Hiciste hasta lo que no debías por salvarme, yo haré lo mismo. Amor, por favor, quédate conmigo. Te lo suplico, quédate conmigo, Jeon Jungkook. 

Una lágrima se deslizó sobre la cicatriz en la mejilla de Jungkook cuando reunió el suficiente aliento para articular una frase completa.

—Tú nunca dejas de hablar, ¿Cierto? 

No pudo más. Amaba demasiado al hombre que le sujetaba en sus brazos mientras se desangraba; y aunque nunca tuvo certeza de cuánto tiempo le quedaba sobre la tierra decidió arriesgarse, solo para conseguir unos segundos más a su lado.

Porque Jungkook siempre supo que moriría. Y hoy, hoy probablemente era ese día. 

En ese momento, descubrió que justicia divina existe; lastimosamente, Jungkook no podía apelar inocencia. 








Aún falta el capítulo final y el epílogo. Don't worry. 

Manténgase con vida. J.S.

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