Capítulo Nueve
09.
(Min YoonGi, 15 años.)
12 horas de vuelo; sus ojos estaban hinchados de tanto llorar, y su mente completamente nublada. Bajó del avión sin saber a dónde debía ir, o qué debía hacer.
Su padre había desaparecido hacía un par de semanas, ¿Y qué habían hecho los Kim? Enviarlo a él a otro país para “protegerlo”.
Pura basura.
Se supone que debía estar agradecido; pero no, no podía estarlo. No cuando estaba solo en un lugar que no conocía, completamente consumido por su tristeza, y sin una remota idea del paradero de la única persona que le importaba en el mundo.
A la salida del aeropuerto le esperaba una camioneta negra que lo llevó por las calles de Italia, pasando por una arboleda lejana hasta dejarle en la entrada de aquella gran escuela.
Tardó un par de semanas en instalarse en el lugar. Nunca había estado en una escuela real, así que los horarios, el uniforme y los compañeros de clase eran nuevos para él.
Era extraña la forma en la que resaltaba allí, sus características asiáticas y su semblante frío agresivo, le convertían en el foco de las miradas.
Era mediodía, y Min estaba sentado solo en una de las mesas de la cafetería mientras tomaba su almuerzo.
Alguien se sentó frente a él. —¿Por qué siempre estás tan callado? —dijo.
Levantó la vista para encontrarse con una chica de cabello castaño ondulado hasta cintura, y ojos grandes color avellana.
Su italiano era malo, difícilmente lograba defenderse hablando inglés. Solo se encogió de hombros mientras veía a la chica.
Ella volvió a hablar. —Mi nombre es Sophie, estoy en tu salón, ¿Recuerdas? Te he visto demasiado solitario desde que llegaste, así que decidí que serías mi amigo.
Sonrió, la energía de la castaña le recordó a Taehyung. —Min Yoongi. —Se presentó.
Era la primera vez que hablaba con una chica, y con una bastante parlanchina, de hecho. Pese a eso, era demasiado agradable.
—Sé que debe ser difícil estar aquí para ti...pero ya verás, te acostumbrarás rápido. Yo te ayudaré a que te sientas en casa.
"Mi casa tiene granadas en el sótano y alfombras costosas", pensó. Aún así asintió amablemente.
La habitación quedó en silencio cuando varios hombres vestidos de negro entraron en ella. Detrás de estos, un chico rubio y serio, se sentó en la mesa del centro, siendo inmediatamente rodeado por los guardias.
La camisa de su uniforme lucía impecable y la cadena de oro con un anillo como dije que colgaba de su cuello complementaban una imagen pulcra, demasiado ostentosa para un adolescente.
—¿Quién es él? —preguntó a medias mientras le veía, absorto en su presencia.
—Él, es Park Jimin. Llegó de Corea hace un año y aún no sabemos mucho sobre él. No habla con nadie, y es imposible acercarse, sus guardaespaldas siempre están protegiéndolo. Creemos que es el hijo de un político o algo.
"No, esos no son guardaespaldas. Son escoltas", pensó. Lo sabía porque él mismo había sido entrenado como uno.
Quizás estaba siendo demasiado obvio al analizarle descaradamente, porque el rubio lo había notado. Y ahora le devolvía la mirada desde el otro lado de la habitación, manteniéndola fija sobre Yoongi.
Sus labios gruesos se movieron para esbozar una sonrisa.
"Vaya, hasta que aparece alguien decente en este lugar de porquería", se dijo Jimin a sí mismo mientras observaba la piel blanca y ojos rasgados del otro.
El timbre sonó, haciendo que Min rompiera el contacto visual.
—Ven, Yoon. Llegaremos tarde a clase.—Sophie se levantó, haciendo que la imitara.
Park... él conocía ese apellido. Y ahora conocía esos labios.
¿Podría ser que el chico fuera uno de ellos?
Durante toda la clase pudo sentir la mirada del otro clavada en su espalda, como si intentara atravesarle. Cada vez que volteaba se encontraba con este chico Jimin sonriendo cínicamente hacia él.
Esa tarde, cuando regresó a su habitación, se sentó frente a su escritorio para comenzar con sus tareas; pero de entre uno de sus libros cayó un trozo de papel, escrito en su idioma natal que decía:
“Oye, niño bonito. Si notas que te veo demasiado mínimo deberías acercarte a hablarme.” -P.J.
Negó con la cabeza, no sabía qué le sorprendía más: que el chico que según no hablaba con nadie estuviera intentando comunicarse con él, o que lo hubiera llamado bonito.
Detrás del papel había un número de habitación. Yoongi tomó una hoja de su cuaderno de apuntes, escribió una respuesta en ella y se dirigió a la recamara del otro.
Los escoltas de Park ni siquiera se inmutaron al verle acercarse, como si hubiesen estado esperándole.
Jimin estaba recostado sobre su cama cuando una pequeña nota se deslizó debajo de la puerta.
“¿Debería? Si tanto te intereso, haz que se note”. -M.Y.
Sonrió, ¿Quién se creía ese chico?
Continuaron así durante meses, enviándose entre ellos una y mil notas que pronto se convirtieron en cartas.
Cartas sobre sus intereses, y pasiones, sin pasar de ser un coqueteo escrito. Como dos adolescentes tontos intentando conseguir la atención del otro.
Jimin veía a la distancia a Yoongi y a su amiga la castaña caminar por los pasillos de la escuela, estudiando en el jardín y en la cafetería, actuando como si el pelinegro no tuviera nada que ver con él.
Ambos estaban cercanos a cumplir 16.
Esa noche, cuando tres golpes llamaron a la puerta de su habitación, Min no esperaba ver al rubio recargado en el marco.
—¿Aún eres tímido para hablar en persona? —dijo Park dando un paso adelante.
—Es increíble, el heredero de la mafia de Busan aquí en mi humilde habitación.
—Alto, ¿Qué tanto sabes tú sobre eso? —De pronto a la defensiva, viéndole sorprendido.
Yoongi negó, desabotonándose la camisa del uniforme, y dejando expuesto su hombro derecho donde la marca de los Kim se encontraba manchada.
Jimin abrió los ojos al reconocer la pequeña “K” tatuada en su pálida piel. Ese emblema que todos los nacidos en esa casa portaban.
—Yo sé más de lo que crees, Park. —Jugando con él, atrayendo al otro al colocar ambos brazos sobre sus hombros.
La puerta se cerró.
Quién diría que la primera persona en la que Yoongi se interesaría sería alguien como él mismo, alguien totalmente sediento de poder.
La energía que emanaba de ambos era algo peligroso, algo... radioactivo.
…
[Japón]
Yuta regresó en la madrugada; y no encontró rastro de los coreanos que habían invadido su casa.
Subió hasta su habitación en donde encontró una maleta negra sobre su cama y una tarjeta en ella que decía:
“Gracias por todo, rubio. Te veré en un par de años...tal vez, si es que no me matan antes .
pd: Cuídate mucho, y no olvides comer bien, me inquieta que continúes tan delgado.
Te estima, JK.”
Joder, Jungkook no perdía oportunidad. Sonrió débilmente, aún después de tantos años continuaba preocupándose por él aunque no quisiera admitirlo.
Dejó la nota de lado, abrió la maleta para encontrarse con varios fajos de dinero en efectivo acomodados ordenadamente en su interior. Cuando regresó a la cocina también encontró verduras, frutas, vitaminas y demás alimentos sobre la mesa.
Comenzó a reír mientras negaba. ¿En dónde se habían metido esos dos?
9:30 A.M.
Después de esperar por horas, al fin era su turno de abordar el tren a Tokio. Se habían quedado varados en la estación Hakata al no poder conseguir un pase hacia la capital debido a que los boletos estaban completamente vendidos.
Jungkook comenzaba a preocuparse por su espalda y las próximas cinco o seis horas que pasaría sentado.
Ya habían registrado su equipaje y después de burlar el detector de metales, de preguntarle una y mil veces a Taehyung si debía ir al baño y de diez vasos de café, Jungkook agradecía estar cómodo en su asiento.
Volteó a ver al castaño.
—¿Qué te pasa?
—¿Por qué lo preguntas?
—Porque cada vez que te quedas callado significa que algo no está bien.
Veía por la ventana, el tren no había comenzado a moverse aún.
—Nada es solo que…no pude despedirme de Yuta, y agradecerle por dejarnos estar en su casa. —Suave.
Enarcó una ceja. "¿Te cuido día y noche y tú quieres agradecerle a un rubio que quería follarte? ¿Dónde están mis agradecimientos, niño?, pensó.
—No te preocupes, le dejé una nota y una compensación monetaria, él estará satisfecho con eso.
—...Está bien, supongo
El conductor habló y poco después el gran transporte metálico comenzó a moverse. El "Tren bala" es una de las formas más eficientes para moverse por Japón, pues combina comodidad con velocidad y limpieza.
Jungkook recostó su cabeza sobre el respaldo de su asiento y discretamente la deslizó hasta colocarla junto a la de Taehyung mientras fingía estar dormido.
Y por un par de minutos realmente logró concebir un plácido sueño mientras disfrutaba del olor del cabello del otro.
Hasta que algo se aferró a su pierna.
Abrió los ojos a la defensiva mientras alejaba al ser que había llegado hasta él. Percatándose de que se trataba de un niño de ojos grandes que se había levantado de su asiento.
Y él lo había empujado.
El pequeño formó un puchero con sus labios mientras sus ojos comenzaron a tornarse vidriosos.
—Vamos, niño. No llores, no llores. —No quería llamar la atención, y menos quedar como un abusivo de bebés.
¿Irónico, no? La misma persona que no temía disparar a sangre fría estaba intentando calmar a un bebé.
Taehyung le sonrió al pequeño atrayéndolo hacia él.
—¿El hombre malo te asustó, amiguito? —preguntó mientras lo alzaba en sus brazos para luego acomodarlo sobre su regazo.
—Sí —musitó limpiando su nariz.
—No fue su intención, es un tonto nada más— bromeó—, ¿Cuál es tu nombre?
—...Naoki. —Parecía tener menos de tres años, era regordete y sus mejillas estaban completamente rojas.
—Que lindo nombre, yo soy Tae. —Despeinó su cabello.— Bien, Naoki. ¿Dónde están tus padres? No puedes ir corriendo por allí así como así.
Él no sabía tratar con niños, le sorprendía la facilidad con la Kim se hizo amigo del menor y lo mucho que ambos sonreían mientras conversaban.
Era demasiado...tierno.
Joder, el castaño no podía cuidarse ni a sí mismo pero actuaba como un excelente hermano mayor. ¿Qué sucedía con el universo?
—Parece que le agradas —dijo apreciando la paciencia del chico, este sonrió.
La existencia misma de Jungkook parecía derretirse cada que Taehyung sonreía. Dentro de su cabeza se liberaban millones de sensaciones que le inflaban el pecho. Le llenaba el contacto humano.
—Yo le agrado a todo el mundo. —Se jactó Kim aún con el niño en su regazo.
—No seas pretencioso.
El infante extendió los brazos, intentando llamar la atención de Jungkook y moviéndose inquieto para que este le cargarse.
Finalmente lo consiguió.
—No es justo —djo Taehyung cruzándose de brazos—, Él era mi amigo, no tuyo.
Esbozó una sonrisa genuina.—Él me eligió a mí— burlándose del ceño fruncido del castaño—. Nao Nao, ¿Qué haces? —preguntó al pequeño mientras se acurrucaba en su pecho.
—Te extrañé, Papi. —dijo a medias cerrando los ojos y aferrándose a él, siendo vencido por el sueño en los brazos de Jungkook.
Parpadeó confundido. ¿El niño lo había llamado cómo?
El cabello negro despeinado sobre su frente y sus pequeños dientes hacían que la imagen del niño y aquel temible hombre luciera completamente perfecta.
Parecía ser preciso ese momento en el que ni siquiera era necesario hablar para expresar algo.
Los notorios nervios de Jeon mientras mecía al pequeño y sonreía encubiertamente, como si temiera que los demás descubrieran lo mucho que disfrutaba el afecto.
El castaño no pudo hacer más que guardar esa imagen en su subconsciente. Manteniendo esa memoria para él mismo, y suspirando.
Jungkook era, sin duda alguna, la persona más sentimental que había conocido en toda su vida.
Si tan solo... si tan solo mostrara lo que había debajo de toda es sangre, de esa rudeza, debajo de toda esa fuerza.
¿Sería posible que existiera una pizca de bondad en su interior? De amor en su alma.
La vida es demasiado injusta con los corazones puros, y los corrompe hasta que les vuelve duros, ásperos, sepultándoles bajo tierra; pero incluso allí, debajo de todo eso, existían piedras preciosas.
Una mujer vestida completamente de negro y tirando de otro niño que parecía un par de años mayor, se acercó a ellos.
—Gracias al cielo está bien.— Suspiró aliviada—. Lamento que les haya causado molestias, salió corriendo y no pude detenerlo.
—No se preocupe, es un niño muy tranquilo, me imagino que solo estaba un poco aburrido. —Taehyung le sonrió mientras hablaba con ella.
La mujer abrió los ojos sorprendida cuando Jungkook levantó la vista para verla.
—Es imposible...—dijo viendo a Jeon totalmente incrédula.
—¿E-está todo bien? —preguntó.
—Sí, sí es solo que... Tú eres idéntico a mi esposo, hace un par de años atrás. Bueno, eres idéntico a como era de jóven, mucho antes de...
Taehyung vio al pelinegro que lucía totalmente desconcertado. Ella extendió su brazos para tomar a su hijo con un nudo en la garganta.
El pequeño despertó y comenzó a lloriquear. —¡No! Quiero quedarme con él —. Aferrándose con fuerza al pecho de Jeon.
—Hijo, él no es... él no…
Parecía estar a punto de llorar, y la ropa fúnebre que ella y el otro pequeño llevaban les hizo suponer que el paradero del padre de esos niños era un ataúd.
—¿Le molestaría si se queda conmigo un poco más? Al menos hasta la siguiente estación. Por favor —pidió el pelinegro.
Kim no entendía por qué su repentino cambio, o su interés en el pequeño; aún así, no dijo nada.
Ella asintió, tragándose su lágrimas.— Es difícil encontrar a un hombre como él—dijo a Taehyung mientras asentía de acuerdo y comenzaba a caminar.
Un hombre como yo, sí claro...una escoria. Se burló mentalmente antes de volver su atención hacia el infante.
Jungkook presionó con fuerza al niño que estaba entre sus brazos pensando en ese pequeño que crecería sin su padre, pensando en si mismo y en todas las noches que pasó llorando, deseando que su padre apareciera por la puerta diciendo que lo había extrañado en el trabajo, deseando no haber tenido que ser obligado a tomar la vida que tenía.
Algo dentro de Taehyung se encogió cuando entendió, porque las emociones de aquel hombre duro no eran tan complejas como él mismo creía.
Kim llevó una mano hasta la cicatriz de su mejilla y la acarició suavemente intentando transmitirle paz, tranquilidad. Y dejó caer su cabeza sobre su hombro sonriéndole sin importarle nada.
No. No le importaba quién era el pelinegro. No le importaba el arma que estaba oculta dentro de su chaqueta, su mirada violenta o su pasado.
Él era más que eso. Necesitaba ser más que eso.
Había descubierto qué era lo que le hacía diferente a todos los hombres de su padre.
Y era que Jungkook no era malo. No, él tenía una capacidad para sentir bondad y compasión impresionantes; pero que le era casi imposible demostrarlos.
¿Acaso aún tenía un alma?
Una frágil, sí.
Y lo peor era que si seguía exponiendo sus emociones de esa forma, lo más probable es que terminaría quebrándose.
Después de todo Jungkook entendió, que al final del día, él también necesitaba amor, porque no era más que un hombre vacío.
Su antítesis le quemaba. Mientras tenía a la reencarnación de la inocencia rodeándole, los pecados que tenía en la espalda aparecían uno a uno en su subconsciente.
La estación Hakata y su viaje en tren habrían dejado para siempre en él una sensación de amargura que no podría borrar.
Manténgase con Vida. J.S.
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