Extra: I finally know your name
N/A: Lo que van a leer a continuación no forma parte de la historia pero sí tiene mucha relación. Es, como decir, un extra, que si desean pueden leer y disfrutar. La razón por la que escribí esto es porque le debía un regalo a una amiga, LeslieSolace. Con este relato se puede entender mejor por qué Will y Blake se hacen tan unidos en esta historia.
No llegarían a tiempo a la audición. Naomi Solace aceleró el paso a través de la Quinta Avenida, haciendo resonar sus desgastadas zapatillas de tacón medio contra la acera mientras arrastraba a su hijo tras ella.
El carburador del automóvil había decidido fundirse justo en ese día y ese momento, dejándolos con el auto varado en media calle. El camión remolcador del taller de mecánica tardó lo que pareció una eternidad en llegar y tramitar el costo de reparación con la señora.
Sin el beneficio de un vehículo, madre e hijo no tuvieron más remedio que comenzar a correr como almas que lleva el diablo, empujando en el camino a muchos transeúntes que les respondían con insultos o malas miradas. Naomi iba preparada para ello, tapando los oídos de su hijo con los dedos índices.
—¡Mami, no puedo más! —resolló el pequeño.
—¡Claro que puedes, Will, tú puedes con todo! —Naomi se detuvo lo justo y necesario para subirlo a su espalda y corrió más rápido, estirando los brazos a sus costados al estilo avioneta— ¡Arrasarás con todo, ya verás!
Los recibieron con las justas, a un pelo de cerrar la puerta. Naomi le lanzó un beso a su hijo antes de separarse, ya que ella debía esperar en el auditorio con los demás padres. A Will le colgaron del cuello una tarjeta que decía «Aspirante #003 P.P.» y lo dirigieron hacia el backstage, junto con los demás aspirantes.
Allí encontró a un grupo de niños no mayor a siete, su número favorito, practicando voces, caminando en círculos o murmurando en voz baja parte del libreto. El pequeño rubio sonrió e intentó congeniar con ellos.
—¡Hola! ¡Soy Will! ¡Es un gusto!
Los niños no le prestaron demasiada atención. Estaban demasiado ocupados preocupándose por cosas como cómo saldrían en la audición, si lograrían conseguir el papel o qué tan buena era la competencia.
Will no tenía ese problema. Había acompañado a su madre a la mayoría de sus presentaciones e incluso había hecho su debut de cantante junto a ella en alguna de esas ocasiones, consiguiendo un cálido recibimiento y una ovación por parte del público al final.
Para Will Solace, subir a un escenario significaba divertirse haciendo lo que más le gustaba frente a personas que estaban allí para apreciar el fruto de su esfuerzo, porque al igual que Will, iban a divertirse haciendo lo que más les gustaba, que era escuchar. Desconocía el pánico escénico.
Por eso se le hizo extraño que todos pareciesen tan preocupados y lo miraran como si fuera un bicho raro o una amenaza por mostrarse tan sereno y amigable.
Bueno, todos excepto el pequeño de cabello castaño que estaba en la esquina más apartada, atrapado bajo los efectos de sombra inminentes de una iluminación pobre. Levantó la mirada del teclado a su frente y le regaló una amplia y cálida sonrisa mientras lo saludaba con los dedos. Tenía unos ojos azules grandes y brillantes como los de Will y unos deditos muy gráciles.
—Hola, Will. El placer es mío.
Will se acercó al pequeño pianista, lleno de curiosidad. Nunca antes había visto un piano de cola tan cerca en directo, menos con las manos de un niño tan pequeño encima.
—¿Cómo te llamas tú?
—Mis padres me dicen que no debo decir mi nombre a extraños —respondió el pianista, repentinamente tímido y avergonzado.
—Pero yo no soy un extraño —observó Will—, ya sabes mi nombre. También conoces mi cara. Y mi voz. Te he revelado mi instrumento así como tú me has revelado el tuyo.
—Tienes razón —convino el otro pequeño, tocando una rápida y dulce escala ascendente que los hizo a ambos sonreír— mi nombre es...
En ese momento, un hombre que compartía ciertos rasgos con el pequeño pianista salió desde detrás del el telón y le hizo señas mientras una voz de mujer llamaba al primer aspirante de la audición.
—Parece que me necesitan. —El pianista se disculpó con Will con la mirada.
—¿No vas a audicionar?
—Nop. —El pequeño saltó de la banqueta, que quedaba demasiado alta para sus piernitas y le sonrió con todos los dientes. Tenía espacios donde debían estar sus caninos superiores—. Yo seré el acompañamiento de todos.
—Pero... ¿no quieres probarte a ti mismo para participar en la obra, como nosotros?
—Me basta con tocar para ustedes. Mi premio es conseguir que mi piano se una con sus voces hasta hacer que la canción viva por su cuenta. No hay nada mejor en el mundo.
Esas palabras golpearon a Will como un zape en medio de los ojos, haciéndole mover la cabeza hacia atrás y parpadear.
El hombre desde el telón lo estaba apurando. El pequeño pianista hizo algo extraño, incluso para Will. Lo abrazó, dándole un par de palmaditas en la espalda. Había algo más cálido que solo la temperatura corporal en ese abrazo y Will se dejó calentar por ello.
—Mucha suerte, Will. —Le dijo mientras lo apartaba lo justo, reteniéndolo aún por los hombros—. Tienes una bonita voz, así como una bonita personalidad. No puedo esperar a tocar contigo.
El turno de Will llegó en un dos por tres. Esa sería la primera vez que se paraba a cantar frente a un escenario de verdad y solo. La mayoría de los asientos estaban vacíos, pero su madre saltó de su lugar en cuanto lo vio salir y lo vitoreó con gritos y aplausos, como si desde ya apostara ante todos que sería el mejor.
Will hinchió el pecho y acercó el micrófono hasta una distancia prudencial de sus labios, como le había enseñado su madre. Los tres hombres y una mujer que conformaban el jurado mantenían sus ojos clavados en él, analizando cada uno de sus movimientos con un agudo aire crítico. Will mentiría si dijera que no lo asaltaron los nervios.
—Mi nombre es Will Solace y cantaré Don't say Goodbye por el papel de Peter Pan.
Los cuatro jueces asintieron y acomodaron unos papeles en la mesa, con los bolígrafos al ristre como un arma infalible para abatir a la falta de talento. El silencio reinó en el auditorio hasta que las primeras notas de la canción emergieron desde el piano, mágicas como el país de Nunca Jamás.
En ese momento, Will se olvidó de los jueces y solo pudo pensar que su amigo pianista tocaba con y para el corazón, lo mismo que su madre decía que era su objetivo en cada uno de sus conciertos locales. Entreabrió la boca, y encomendándose a esa magia flotante más que a la letra o la técnica, comenzó a cantar.
Mientras cantaba, Will no estaba en un auditorio. Estaba flotando en el cielo. La melodía era el viento y la voz de Will corría a su compás, dejándose conducir por ella. Ambos fueron libres y se abrieron paso por todo lo que encontraban a su paso, ayudándose con giros y volteretas. Will se había convertido en Peter Pan y las notas del piano en polvo de hada.
El primer aplauso lo devolvió a la realidad. La canción acababa de terminar de ser interpretada, y estaba agradecida de haber encontrado dos personas que le permitiesen volver a la vida. Los ojos de Will se habían cerrado y sus labios apenas se rozaban entre sí. Llegaron más y más aplausos. Pronto todos los presentes lo ovacionaban, incluidos dos de los jueces, siendo su mamá la más efusiva.
Will hizo algo inesperado para todos los presentes, pero que hubo planeado hacer desde antes de comenzar a cantar. Fue hasta el piano y arrastró al pequeño pianista al frente del escenario. Alzó las manos que ambos habían entrelazado en dirección al cielo, acto que calentó la ovación. Esto fue un trabajo en equipo, decía su apretón, no deben engalanarme solo a mí. A través de los exiguos pero potentes vítores, el pequeño pianista le regaló una sonrisa cómplice en conjunto con un leve asentimiento de cabeza que le habría bastado a Will como recompensa por todo.
No obstante, semanas más tarde, lo llamaron para informarle que había conseguido el papel. Will acudió muy emocionado a las prácticas para la obra, pero se llevó una gran decepción cuando descubrió que un pianista mayor haría los acompañamientos. Preguntó por su amigo, pero al no conocer ni su nombre, nadie supo con certeza de quién hablaba.
—Vienen muchos voluntarios para hacer los acompañamientos en las audiciones, hijo.
—Él es especial —insistió Will—. Tiene una sonrisa contagiosa. El pelo castaño y los ojos azules. ¡Tocó conmigo en la audición!
El director ladeó la cabeza. Will empezaba a desesperarse.
—Oh, ese niño solo vino por un día. El padre es un músico local y nos pidió el favor, —miró a Will inquisitivamente—bien recompensado.
—¿Al menos podría decirme su nombre?
—Lo siento, campeón, no tengo idea. —Se volvió hacia el resto del equipo—. ¿Listos para un ensayo rápido del primer acto?
Nunca fue lo mismo. Todos los días llegaba a las prácticas con las esperanza de volver a verlo, quizá para saludar o para pedir que le concedieran otro día para tocar las piezas de piano, pero jamás llegó. En la presentación oficial, la obra fue positivamente aclamada por su público y los agentes intentaron persuadir a Will para que audicionase para más obras, consiguiendo su negativa. Aún pensaba en que esa obra pudo ser mil veces mejor de haber sido acompañada por la magia del pequeño pianista.
Al final, el recuerdo se fue hundiendo progresivamente en las profundidades de sus memorias conforme transcurrían los años y su vida iba floreciendo e enraizándose en torno a otras prioridades.
Will descubrió que era hijo de un dios griego, que podía utilizar su voz para curar al prójimo, que le deparaba una nueva familia en el Campamento Mestizo y que cierto hijo del dios del Inframundo lo volvía loco.
Hasta que escuchó tocar parte de esa canción a Blake Richmond en una noche de corazones vacíos y cielo sin estrellas. Entonces fue cuando el recuerdo emergió vívido hasta la superficie, ansioso por respirar.
—¿Eras tú?
Al principio, Blake lo miró sin comprender, pero poco a poco los recuerdos fueron despertando en sus ojos. Examinó el rostro de Will como si fuera la primera vez que lo veía de verdad. Tapó su boca con una mano.
—No puedo creerlo. ¿Eres ese Will?
Y en ese preciso momento, Will se olvidó por completo de Nico y sonrió desde las profundidades de su alma. Finalmente lo había encontrado. El pequeño pianista que le mostró que la mejor música viene de la pasión que se impregna en cada nota, como si el, o mejor aún, los intérpretes, se convirtieran en uno con ella. Con quien compartió su primer y único mérito en los escenarios.
El corazón de Will no cabía en sí mismo de la dicha. Tomó a su amigo por los hombros y empezó a zarandearlo, parecía que el brillo de sus ojos y su sonrisa consumiría toda su cara.
—¡Blake! Ese es tu nombre. Blake Blake Blake. Por fin lo sé. ¡Has estado aquí todo el tiempo!
Blake solo atinó a reír, igual de jubiloso que su amigo, mientras sujetaba con el dedo índice el puente de sus lentes para que no se cayeran con los zarandeos y agradecía a su instinto musical haber escogido interpretar esa vieja canción casi enterrada en el olvido aquella noche.
—El mundo es un lugar pequeño.
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