Capítulo 4

La cena transcurre con normalidad, sin ninguna conversación de imprevisto en el que me pregunten sobre mi nuevo trabajo. Les da igual mientras llegue a casa con dinero.

A mí no me da igual, quiero que mi padre me diga que está orgulloso de mí por al menos tener un trabajo, aunque si supiera de que es, no creó que le hiciera mucha gracia.

He estado toda la tarde escuchando gemidos y gruñidos entre esos actores porno, me merecía un buen descanso y ahora estoy aquí, cenando.

No quiero estar en esta mesa tan oscura y sin vida. Antes era diferente, antes todo era bonito, brillante, con vida, con risas... Pero todo cambió.

Es hora de salir del nido y mudarme, no estar en el techo de los que tanto quieren que me vaya.

Me iré con Sebastian que, aun teniendo recuerdos de nuestra relación, no puedo pensar en otro lugar mejor en el que estar.

Reúno el valor, respiro hondo y suelto la noticia que ellos han estado esperando, menos uno de esta mesa.

—Eh... Oigan, ya que tengo trabajo y eso, he pensado en mudarme a casa de un amigo —los dos dejan de comer y se miran entre ellos, es como si le hubieran lavado el cerebro.

—No, querido. No puedes irte así sin más —suelta mi madre, que en verdad no lo es, es mi madrastra—. Aún tienes que hacer cosas por nosotros, que para eso te hemos criado.

—Tú no me has criado en nada —suelto, queriendo ya cerrarle la boca a esa víbora.

—¿Qué has dicho? —su cara cambia a una sonrisa tornando a enojo.

—Jake, ten cuidado con lo que dices. —habla mi padre por fin.

—¿Que tenga cuidado? ¿Acaso te has mirado al espejo, papá? Ya no eres tú.

—Tu padre es como quiere ser, así que mejor te callas.

—No voy a cerrar mi boca porque tú lo digas.

—¡Oliver! Tu hijo me está poniendo nerviosa, y así no puedo.

—¡Jake! Más vale que te calles ya.

—¿Que me calle? ¿Y luego qué será? ¿Vender mi alma y mi felicidad al trabajo tal y como has hecho tú?

—¡A tu habitación, mocoso de mierda! —me ordena Victoria, mi madrastra.

—¡Cierra la boca, puta operada!

—¡Le voy a dar dos ostias si no haces algo, Oliver!

—¡A tu cuarto castigado! ¡No irás a ese trabajo ni te vas a mudar!

—¡Tú ya no eres mi padre! Dejaste de serlo cuando te casaste con esta mujer que parece el demonio. Así que, ignorando tus órdenes, voy a mi habitación a recoger mi ropa e irme.

Voy a mi habitación, con mi padre siguiéndome para intentar detenerme. Sé que en el fondo aún está ese verdadero padre que tuve, ese sonriente y feliz hombre que tanto me mimaba, que tanto me abrazaba... Lo malo es que esa mujer lo mantiene encerrado y consigue que se doblegue ante sus pies.

Yo nunca me he rendido ante ella, nunca le he dado ese placer de ver mis lágrimas.

Cuando llego a mi habitación, agarro una maleta pequeña que tenía bajo mi cama y meto toda la ropa posible para irme de esta casa de una vez por todas.

—Te he dicho que no puedes irte —me repite lo que ya he escuchado.

—Soy mayor de edad, puedo hacer lo que quiera ahora mismo. Incluso insultar a esa mujer que tanto destruyó tu sonrisa.

—¿Qué quieres decir?

—Todo era mejor cuando mamá estaba, cuando estábamos los tres juntos en el jardín, mirando las nubes y jugando a la pelota, siendo tú el portero. Cuando se fue de nuestro lado todo se apagó.

—No hables de tu madre ahora.

—¡Yo me quedé levantado todo este tiempo! Al contrario de ti, te quedaste en el suelo, llorando por la pérdida. El trabajo te dio dos elecciones, ¡y escogiste la peor que un ser humano podría haber escogido!

—Si hubiera elegido la otra no tendríamos esta casa, tendría un trabajo mediocre y no habrías ido a un buen instituto.

—¡Te habría apoyado! ¡Mejor eso que estar con esa mujer!

—¡Yo elegí, preferí esto!

—¿Y de qué te ha servido? —piensa en algo, pero no le dejo hablar—. ¿Para que la etapa adolescente de tu hijo se hiciera un infierno? ¿Para que ya ni siquiera te reconozca? —abre los ojos como platos, no se esperaba algo así —. Ya no eres quien creía que eras. Solo eres otra figura corrompida por los negocios y el dinero —cierro la maleta, ya estoy preparado para irme—. Me voy, papá. No me arrepiento de esta decisión que acabo de tomar.

Se queda ahí, petrificado en medio de lo que ahora ya no es mi habitación.

Camino por el pasillo hasta llegar a la entrada de casa. Abro la puerta y, de inmediato, aparece Victoria atrás mía.

—¿A dónde crees que vas? —la veo de brazos cruzados.

—A un lugar lejos, donde no pueda ver tus implantes de silicona, tus extensiones de tinte de bote y tu cara también operada. Has ganado a mi padre, pero no has conseguido que me arrodille ante ti.

—Ya vendrás de vuelta pidiendo volver porque no tienes a donde ir.

—En tus sueños, zorra.

Soltando insultos a mi persona por la espalda, salgo de la casa, dejando las llaves que ya no utilizaré jamás. Agarro el móvil y llamo a mi amigo, que de seguro está ocupado haciendo algo o durmiendo. Cualquier cosa es posible con él.

MÁS TARDE, EN CASA DE SEBASTIAN

Aporreo la puerta con suavidad para no llamar la atención de los vecinos y que salgan a quejarse. Oigo sus pasos, hay demasiado silencio alrededor como para no escucharlo.

Al abrir la puerta, vuelvo a verlo con ojos cansados y en ropa interior, marcando ese paquete que tantas veces he sentido dento. Definitivamente estaba durmiendo y yo lo he despertado con mi llamada de teléfono.

—Bienvenido, Jake —bosteza de cansancio—. Entra a mi humilde morada.

Paso por la puerta y veo que todo está apagado, con las persianas bajadas y con tan solo la luz del pasillo iluminando alrededor.

—Como puedes notar, estaba durmiendo cuando me llamaste. ¡Pero da igual! Por ti, lo que sea —suelto la maleta, dejando que caigo estrepitosamente en el suelo, y lo abrazo sin previo aviso, apoyando mi cabeza en su pecho—. Eh, ¿estás bien? —me acaricia la cabeza—. Hace tiempo que no me das un abrazo de este tipo.

—Le he soltado a mi padre todo lo que pensaba de él —resumo lo que me pasa—. Se quedó petrificado, como si no diera crédito a lo que decía.

—¿Es lo mismo que me dijiste que le dirías cuando tuvieras valor?

—Sí.

—Uh... —se queda callado un momento, pero en un par de segundos vuelve a abrir la boca—. ¿Quieres un café?

—¿Café? ¿Por la noche? —dejo de abrazarle, dejando su espacio personal.

—¿Un té? ¿Un vaso de leche con cacao? No sé, para hablar de lo sucedido.

—Mejor un té, necesito relajarme un poco.

—Pues yo tengo una herramienta que has rozado por un minuto que te puede relajar —me suelta una mirada pícara.

—No intentes aprovechar nada, porque no lo vas a conseguir.

—Que pena...

—¿Sabes qué? A la mierda —le agarro de la mano y lo arrastro—. Vamos a hacerlo, no me vendrá mal algo de placer y alegría que tanto me pegas.

—¡Sí! —ahora es él el que me arrastra a su habitación—. Como echaba de menos tus respuestas afirmativas a esto.

—No hagas que cambie de opinión de repente.

—¡No lo lamentarás!

Y es así como se termina una noche entre tristeza, placer y alegría. Un caso muy extraño de ver.

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