•×• Headcanon: Kawata Nahoya •×•

• Con Nahoya, hay una excepción: las caricias en su pelo que fácilmente pueden con él y su ser •

Hubo un pequeño detalle cuando Nahoya se acercaba de esa manera, en que se aprovechaba por instinto del único rayo de luz que desprendía los movimientos coloridos del televisor. O en que los momentos poco relevantes de la película, apresurara ese corto espacio entre su pierna y la de él, dijera una inmadurez y lo siguiente fuera la sensación del fino cabello rizado colándose por su cuello, acostándose sobre el hombro ajeno. El aliento de refresco o ese hedor dulce de uvas maduras que hacían el trabajo sucio de permanecer más tiempo ahí que buscando mover el cerebro en constancia, para digerir la latosa escena asquerosa de terror.

El mayor de los Kawata gozaba de una reputación tan noble como nefasta en mayoría de barrios cercanos. Más que por resultar ser un diablo con cara de santo, su boca era un martirio de groserías a la mínima soltura de un hecho que le saque la cordura de sus cabales y si el momento lo permitía, lo siguiente sería el gancho derecho directo a la nariz de la pobre víctima. Siempre con la jodida sonrisita del demonio satisfecha, inmarcesible rayo de blanco con caninos afilados, asomada en un estado de la pura euforia juvenil que lo caracterizaba.

Pero después del cruce a la izquierda, en el fondo del pasillo de su mentecilla, no había mucho que ver. Aparentemente nada. ¿Cómo saber? Es, casi un maldito acto normal, verlo gozoso por soltar perolatas sin sentido que de disimulo no tenían una nuez porque siempre son amenazas directas de muerte.

Y después de unos dos meses excavando palabras con una cuchara, lo logró. Llegar a ese lapsus de su carácter, a la poca mansedumbre que posee. Para darse cuenta que realmente había mucho de eso. Demasiado. Un mar de delicadeza que desde el más mínimo roce, empezaba con el pequeño desliz de su índice haciendo círculos sobre la palma de su mano, luego en el brazo, después se recostaba de lado en contra de su cuerpo y sin parar, era un osado en pedir más mimos similares como pago. Un arduo esfuerzo no perder los estribos. Ante aquel cabello rojizo semejante a un arbusto suave y esponjoso, sedoso y adictivo.

Cuando se cree llevar el control de dichas situaciones, él se levantaba, le tomaba la mano sacándole una sorpresa y palmearle la frente como una burla, junto a la típica frase que últimamente le acompañaba trémula: —¿Tienes fiebre? Vaya fresa humana me encontré.

¿Pero cómo mierdas podía decir éso? ¡Que era más un susurro atrevido que cualquier otra cosa! ¡Él le provocaba la reacción! Más que una, eran muchísimas. Un millar de reacciones que iban desde las cosquillas dóciles en el estómago hasta ese calor siniestro en el vientre bajo y los muslos. Además de la cercanía poco sana para el buen trato que se llevaban por poco tiempo, como si disfrutara analizar los efectos secundarios de sus víctimas, sí, era una víctima. O más bien un espasmo sin seguridad de aclarar a lo que realmente eran.

Esa era la prueba clara para justificar sus acciones audaces. Llevando más de 5 meses de relación y una lista de reacciones químicas que considera una zona nuclear con conclusiones volubles en su sistema. En ese día, después de una semana del cumpleaños 18 del pelirrojo y otra lista de posibilidades que no se hacían de esperar en el trabajo de tarde día. Cuando le invitó a ver una película de terror que por mucho se negara porque las detesta, el diablo sonriente no tuvo que insistir porque ya estaban ahí en la sala con las luces apagadas y aceptando los reflejos de los nervios que imitan al de un perrito asustado.

Maravilloso.

Sensacional motivo para pasarle el brazo por ambos hombros y acercarse, susurrarle un par de atrocidades al oído como cereza del pastel y descolocar de los nervios a la contraparte de la situación.

¿Le era divertido? Jamás volvería a ver una película de terror. Menos con él. Quien disfrutaba apresurar la cercanía como método de susto. O más allá de eso, hacer que el cerebro se le derrita sin vuelta atrás por no saber manejar esa cercanía tan voluptuosa entre ambos. Entre la aterciopelada voz siendo transmitida tan baja, en un volumen apaciguado yendo a la tentativa feroz de una propuesta intangible. Radiante.

O así su mente quería jugarle la broma. Pero de nuevo ¿Cómo saber? Que en los comentarios no tan hirientes por la escasa iluminación y sus hilos de pelo atrapados entre el espacio de cuello a oreja, Kawata Nahoya se volvía más impredecible de lo que era. Un libro con candado y cerradura de llaves descontinuadas.

Lazos de extraña agonía. El decibel pausado. Hasta querer ponerlo a dormir a la fuerza para que no notara la marcha de sus piernas temblorosas más por lo que dijo que por lo que vio en la tv.

—¿Lo ves? Ya le voló la cabeza a él también.

Hasta ese crudo insensato y mordaz momento podía llegar. ¡En ése susurro! Tan escalofriante y sin costarle en decifrar que era su objetivo de seducción más cercano para alivianar todo. Solo podía pensar que cuando Nahoya comenzaba a coquetear libremente, se lanzaba unas instrucciones muy específicas, entre las cuales, el tacto es primordial. Luego el habla suave, directo al marcado compas de un ronroneo hasta sentir los belfos inmaculados tocarle el cuello, rozando poco de la piel hasta sentir esa humedad que deja como pista de lo que se avecinaba.

No funciona como medicina curativa para el temblor. Lo empeoraba a niveles poco normales. Sin saber que ya no era un abrazo, era una palma extendida en su muslo apretando terapéutico y tratando de fingir que no está.

Porque le gustaba. Tanto, que creer si estaba bien y mal era un dato ya algo fuera de lugar. Sin contener la palma de Nahoya lejos de ese sitio, dejando que siga alardeando para saber qué otra cosa se cargaba dentro de la manga.

Oh mierda. Por supuesto que tenía muchas cosas en espera. Haciendo un acto tortuoso todo el revoltijo que hasta ese momento de su relación podía lidiar. Era como saltar de escalón en escalón para comprobar cómo se desenvolvía y cómo lo haría mejor. Si mordiendo su oreja o susurrando esas cosas fuera de contexto.

Agregando que le salía natural, siendo un experto teniendo por delante que a sabiendas realmente no lo era, o eso le había dicho. Mezclando una cosa por aquí y otra por allá, en entender qué acto le provocaba más temblores o algún sonido imprudente. Para captar la frecuencia adecuada, moviendo las fichas y haciendo otra cosa diferente. Un beso en su hombro, en su cuello. Rotar la palma al siguiente muslo causando una fricción tan cómoda sin entender nada de nada.

¿Cuándo dejó de concentrarse en la película? No luchaba contra ninguna fuerza externa que le quitaba el habla. Quizás solo una que
le robaba la respiración, hasta transformar todo aquello en una ejecución formal sin fecha realista. Más caricias.

Ni le había visto la cara desde hacía rato. Quería evitar colapsar por el juego de miradas con complejos lenguajes de lectura. Tal vez ya no cabía dentro de sí y buscaba no soltar una palabra absoluta. No quería detenerlo. Pero por los desvelos futuros que ya se está imaginando, su sentencia era una muerte segura. Sin estar bajo el régimen real de la situación. Estando consciente de que Smiley no era una mala persona.

Más que aclarado, dentro de los límites posibles, al tomarle del mentón con un deje de fuerza medida, y enfrentar los dos orbes castaños, en la enorme oscuridad. Los ojos de Kawata Nahoya, atentamente captando cada detalle del rostro contrario con cautela. Volviendo a sonreír socarrón robándole el primer beso de la tarde. Más que suficiente en resolverle las dudas que rotaban de esquina a esquina en su cabeza.

Relajando su espalda. Paseando ambas manos por los delicados hombros. Quitando el cabello que estorbe en el trayecto de su clavícula. Mordiendo el labio inferior.

Un murmullo descuidado, aquel que salió tan adorable para sus oídos.

Pasando a estar sobre él, un vértigo irreal cuando las piernas se enrollaban con su cintura y sus manos iban tras el cuello del muchacho. Allí, ignorando el crepitar de la tv y los sonidos de los gritos siendo tan lejanos por la vista en toda su frente.

Un beso largo, fogoso. Acercando cadera contra cadera. Un baile privado para calcular cuidadoso el contorno de su espalda con las yemas de sus gruesos dedos. En el primer contorno del comienzo de su cintura, se removió por reflejo, al segundo contorno antes de llegar al omóplato, cabía la posibilidad de que gruñó contra sus labios, a lo que si seguía, junto con la otra mano, el trance se rompía y contorneaba mansamente el arco de la columna, pintando dulzura por doquier. Sin restarle el previsible pero deseoso tacto de las pequeñas manos contrarias dentro de su camisa. Habiendo ya volado el chaleco tejido de color caqui, haciendo un paseo nervioso por el pecho trabajado de Nahoya.

Entre el jaleo, quería calmar lo que estaba más encendido que volcán activo. Mala decisión. Porque cuando el pelirrojo nota esa breve separación, niega con un pequeño gruñido a la vez, que sin un toque de brusquedad, aprieta el cuerpo mucho más cerca que antes; canaliza el forcejeo en eso hasta jugar con unas hebras que se escaparon de su peinado y alocarle los sentidos.

Hey –susurra despacio a modo de saludo– ¿Quieres que me detenga?

Maldita sea. Claro que no, además de que si ese fuera el bendito caso, cómo iba a pararlo. Se burlaba.

Obvio que lo hacía, corriendo rápido, mover juguetón su cintura en círculos. Le quitaba la primera capa de ropa y aún le preguntaba si se sentía bien. Caso perdido, porque por mucho cariño que había detrás de cada pregunta, era ese filo de doble sentido que la llama del vientre bajo le advertía que Nahoya era muy candente; una menta dentro de bebida gas y generando el caos, con completa diversión. Él disfrutaba del caos.

—Te ves adorable.

Se mordía el labio inferior con atrevimiento dejándose llevar por el gráfico vivido de su pulgar siendo mordido así, de adentro hacia fuera. El sonido. Chocando de nuevo las caderas neutral, hipnotizado. Sin detenerse, sosteniendo la retaguardia suya con tanta confianza que se ahogó entre aquella vocesita girando en todas las esquinas de la sala, ahogando el crujir de la película entre un estado anímico pasado de lujuria y animosidad.

Estando bajo la observación de los ojos avellana, no, rojizos, anaranjados, otoño ondulado de lindas pestañas oscuras. Pegando el rostro contra su cuello dibujando una y otra vez la distinguida marca de la pertenencia en la velada sin desmayarse de placer. Hasta parar en su pecho, lamer, chupar, morder.

Las ganas aumentando el calor corporal entre cada beso húmedo y sus manos enredadas al rizado pelo, creando espirales de mimos en el cuero cabelludo.

Dejándose vencer tan fácil que se levantó y recargó el peso del cuerpo contrario en la pared desnuda. Creando el faje adecuado adaptado al líbido que se encargó de despertar. Y otra vez, las manos enredadas en su cabello tiraron de él y la tímida voz recrea el gemido tácito, removiendo el protector del placer. Suspiró contra sus labios, pasó la lengua tibia contra los suyos. Moviéndose todavía más rápido posible; así, llenando la estancia de parsimonía con su nuevo tono de voz favorito recién descubierto.

Los rasguños en su espalda y brazos. El movimiento de su tronco, el candor hasta el mueble de la sala y sostenerle las manos inmóviles.

Donde le resbala al ser humano la parte lógica de la situación. Dejándole la marca entre los muslos, la sonrisa ladeada pidiendo permiso a pesar de ya estar haciendo de las suyas y besarle cariñosamente el cuello.

Limpiando las simplonas lágrimas rendidas del cansancio. Sonriente. Feliz. La verdad tenía tanta consistencia llegado al clímax, que le abraza acabado, con la excusa de seguir siendo un consentido exigiendo otra regalía de caricias en los sitios sensibles que ya debe de conocer.

—Y ahí van lo créditos. Se acabó.

Los párrafos de información subían desapareciendo de la pantalla mientras que los brazos trabajados de Nahoya le abrazaban por encima.

Sí, se había rendido. El candado estaba siendo abierto y una vez más, Nahoya no era un misterio. Un terrible, afectuoso y manso misterio.

Dejaré esto aquí.
A continuación procedo a huir.

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