•×• Headcanon: Baji Keisuke •×•

• El último arresto domiciliario de Baji fue de sus últimas aventuras de verano •

La fascinación que corre por sus venas es una especie de falacia que las personas malpiensan con creer que Baji Keisuke se engaña a día a día. Que le parece divertido ser un problemático y lunático ante el mundo exterior, clamando por un poco de misericordia de su parte. Pero no ese día, un mes antes del retorno al ciclo escolar, Keisuke ni se contuvo de darle honra a esa imagen ante el público de su vecindario.

Su madre rogaba porque no se metiera en problemas que abrieran escenarios pasados donde quedaba muy mal parada, delante de la cantidad excesiva de adultos que pretendían no juzgarla ya sea en silencio. Pero muy tarde, lo había vuelto a hacer.

—Primero lo del retén de menores, después la perdida del año y ahora esto ¡Otra vez!

El tono de voz fuerte que le encogió el corazón lo entierra en una profunda miseria y culpabilidad —que su madre sabe bien, durará que si dos días, para volver a la normalidad-—, hace que Keisuke siendo el hijo único, vaya encogiendo los hombros. Un puño de harina blanca le cayó en la cara, haciendo que escupa pequeños tajos del ingrediente y se queje en voz alta como pantera hambrienta.

—¡Mamá! ¡Esa cosa me cayó en los ojos! –por poco se resbala en una grosería pero alcanzando sustituirla por la palabra cosa, antes que mierda–.

—¡Quién te manda a destruir objeto de propiedad privada! Santo cielo –termina en murmuros–.

La señora se limpia las manos contra el delantal fino, coje un trapo algo limpio para quitarle residuos de la harina con delicadeza a la vez que inflexión, del rostro que es una impresión idéntica de su progenitor, el abuelo. Solo que es una versión más joven y salvaje. Cruda pero sensible, nada cauta, feroz e imprudente.

Después de eso, lo echa de la cocina a darse un baño, todavía con manchas de la harina por sus hombros.

Baji sabía que la había estropeado. Él tenía ese ímpetu de admitir sus errores a los máximo cinco días, cuando ya su madre fingía no prestarle atención, rememora lo sucedido y se guarda en silencio el arrepentimiento de sus acciones. Es algo orgulloso, precipitado, carente de lógica común. Perfecto intérprete de un filibustero básico.

Había incendiado una camioneta supuestamente abandonada, justo a dos metros del taller de chatarra al que solía frecuentar. Quizás solo quería experimentar una vez más la experiencia y crear una hoguera ardiente fuera del rango de vida humana. La buena noticia es que se desahogó un poquito por tener años sin hacer esa grandiosa tontería. La mala noticia es que no estaba abandonada y planeaba ser vendida como artículo reutilizable para repuestos.

¿Qué culpa? Válgame Dios de los cielos.

Al salir del baño, ya vestido, se postra en la ventana, esperando a que viniera algún felino para hacerle compañía y no sentirse tan culpable para con su pobre madre.

Cuando pasó el accidente de los Sano, su madre hizo lo que pudo para mudarse de esa zona a unos apartamentos residenciales en busca de otra clase de vida y cobijo, con el rabo entre las patas resuelta a reiniciar todo junto a él, su hijo. Keisuke era desesperante, muy irracional en ocasiones que tenía hambre y se hacía ver como un adolescente con mala pinta.

No era suficiente, nunca era suficiente, esperar a que las cosas se resuelvan solas.

Pensaba en llamar a Mikey para explicarle que dentro de dos días tendría que ir con su mamá a la consulta del dueño del vehículo incendiado ante un abogado, y esperar a que no le diera la gana de meterle una denuncia en contra de una mujer soltera con un muchacho problemático —perteneciente a una pandilla y manejando una motocicleta de esa índole siendo menor de edad—. Pero teniendo más que esos antecedentes, podrían llevarlo de vuelta al reformatorio ¡Y ese no era su jodido plan!

Quería salir de su cuarto para pasar el rato en las escaleras del piso, pero un sonido sordo le removió del susto, sonó el primer tono de la llamada pero lo ignoró por el ruido.

Sintió un nudo en la garganta del bochorno.

Se asomó por la ventana, para salir y ver por la escalera de incendios. Se le vino el corazón en la boca, palpitando, robándole la respiración. Su mano libre jugaba con la tela de la chaqueta y se limpió el sudor de su palma, avergonzado.

Keisuke tenía la mala costumbre de espiar a la gente. Cuando se quedaba embobado así, no tenía reparo.

Existen cuatro apartamentos por piso, y justo en el de arriba, desde donde está, se puede ver casi todas las ventanas. La ve en diagonal hacia abajo, por decirlo de cierta forma, sentada y viendo el cielo. Casi siempre está en pijamas, escucha música o procede a quedarse dormida. A veces se pregunta si no siente frío o si posee vida más allá del edificio.

Jamás la ha visto salir. No salir salir. De ir a trabajar o estudiar. Cree que le lleva un año, porque se supone que no tiene su edad ¿pero él qué demonios ha de saber? Baji repitió año. Keisuke era demasiado tonto para hablarle. Escuchó de su madre conversando por teléfono con la vecina de al lado que una chica del segundo piso estudia desde casa.

Era muy incrédulo o débil por sentir lastima ante una persona que ni siquiera se atreve a conocer.

¿Baji, sí estás o no?

—¡Mikey!

Su exclamación pasó el gesto de disimulo. Actuó rápido, porque sabe perfectamente que fue demasiado fuerte su respuesta y se adentró a su cuarto con la esperanza de que no lo vio ahí, probablemente observándola sin su permiso.

Escuchó el quejido de Mikey. Notó que la llamada tenía un minuto entero en espera, pero que no había colgado porque todavía lo escuchaba respirar, creyendo de que le hacía una broma sin sentido.

Keisuke aplasta su rostro en contra de la almohada, cubriendo toda la evidencia de su enrojecida cara. Justamente cuando escucha a su mejor amigo conectar otra vez los hilos y decir sin pudor: —¿La estabas espiando de nuevo?

Maldice todos los días desde que le contó a Mikey la situación con su vecina contemporánea, enloquecer sin preámbulos cuando la menciona en las conversaciones así. Manjiro, es un imbécil sin experiencia de ese estilo pero le encanta meterse con él también por su misma falta de experiencia. De cualquier manera ¿Por qué se metían entre ellos así? Lo maldice. Maldice haberle contado.

—¡No la espiaba! –intentaba susurrar todavía alterado y avergonzado–.

Bueno, acabas de admitir indirectamente que la estabas viendo.

—Mikey, ya cierra el hocico.

Porque no era cierto, espiar suena muy mal. Antes no tenía problemas con eso. Después de todo, tanto Manjiro como Keisuke, son unos malditos sinvergüenzas. Pero si admitía que espiaba a su vecina desde la escalera de incendios, se encendía en fuego, abría los ojos eufórico y la respiración le cortaba el canal de oxígeno a su cerebro sin lograr mediar respuesta concreta. Todo porque si esa era la verdad, entonces era incorrecto y tendría que dejar de hacerlo. Pero no quería dejar de hacerlo.

Era un crío estúpido.

Tan estúpido, castigado por su madre y con arresto domiciliario por unos cuatro meses o rompería la advertencia del reformatorio, para volver a hacerlo una realidad.

Tres días después, el consenso fue depravado para su salud mental. Le escribió una carta a Kazutora colocándolo al día e intentando hacer un chiste de su situación. Su amigo no sabía de la vecina, y eso le ahorraba demasiado en qué pensar.

Chifuyu seguía de vacaciones en Sendai con sus padres y se sentía algo solitario tener que lidiar con la carga en su cuarto, queriendo salir a comprar mangas o comerse un buen yakisoba picante. Entonces, pasó.

Su límite era las afueras de la zona, y su madre le mandó a comprar pendientes en la tienda de conveniencia a dos cuadras. Era caluroso, con un arrebol en llamas por el intenso cielo. Al entrar al edificio, subir las escaleras y por poquito, caerse de frente.

Estaba ahí, sentada. En las escaleras del segundo piso leyendo algún manga. Pudo seguir, planeaba seguir.

—Oye, se te cayó algo.

Con el gesto serio, se gira finalizando el último escalón, solo para asegurarse. Una factura. Regresó, totalmente estoico. Tomó el papelillo, pretendiendo sentirse en su zona hasta que tuvo que decir las Gracias y la lengua se le enredó.

Se rió de su desliz. Keisuke como cualquier persona, se enfadó al instante. Y cuando le fue a reclamar con más seguridad, la otra se le adelantó.

—¿Tienes protusión dental?

Se atragantó en su sitio. El rostro le hierve, como su sangre, y el cerebro le va a explotar de la vergüenza y la rabia. Con que así se sentían los chicos en situaciones así. Fue suficiente para saber que lo odiaba, muchísimo, ser tomado con la guardia baja.

—¡Éso no es tu problema!

Se quedó petrificada por unos segundos, pero se desató unas carcajadas peores y Keisuke casi la mandaba a volar.

Sin saberle el nombre, exclamó avergonzado, otra vez y su contrincante seguía riéndose como una desquiciada. Se las iba a pagar, en serio que sí. No tenía por qué quedarse ahí para ser burlado por la vecina bañada en unas pecas preciosas, que ni conocía.

Para subirle el tono a la situación, su madre le llama desde las escaleras, esperando el recado, y cuando se mostró con el cabello cayendo por mirarlos, abrió los ojitos claros que tiene.

—¿Eres la hermana menor de Yumie?

Para su sorpresa, la fémina se le acabaron las baterías. Una timidez la invade hasta que Baji sintió un tantito de pena pero no la suficiente. Vio cómo asintió para responderle a su mamá y Kei al subir con el rostro todavía rojizo, escuchó lo peor.

—¿No quisieras venir a cenar? Keisuke casi no trae a sus amigos, o amigas.

Sin escuchar mediación alguna, su madre insistió amablemente y desapareció de la estancia, dictándole a su hijo que le guiara en el camino.

Mierda. Mierda. Mierda.

Tomó algo de valor, y le dijo que si quería, era bienvenida (o su madre lo iba a descuartizar).

—Tranquilo. No le diré a tu madre que a veces me observas.

Baji procedió a caerse de verdad y la muchacha estalló en risas.

¿Cómo lo suponía? ¿Cómo podía discernir que ahí comenzaba todo? Además ¿Quién carajo se creía?

Baji Keisuke tenía protusión dental desde pequeño. Había dejado caer los dientes de leche, pero aún cuando los otros empezaban a crecer, su pubertad le iba dando secuelas de eso y sus dientes seguían estando salidos. Sus colmillos no le permitían cerrar bien su boca, en cambio, quedaban casi que expuestos por completo, viéndose como un condenado vampiro. Si nadie le decía nada, él lo tomaba como nada de valor. Pero ella le dijo algo, de hecho, fue lo primero que asumió de él. ¿Por qué tenía que atacarlo tan directo? Con razón no tenía amigos. Además, estaba pensando igual que ella, asumiendo cosas de los demás.

Y eso era una maldita porquería.

Aunque en la cena, el pesar vuelve a cubrirlo con su espeso manto de remordimiento. Porque su madre no paraba de hacerle preguntas con cautela hasta que la muchacha escupía la verdadera razón de su historial académico: no iba a la escuela por un accidente. Fin de la discusión. Eso, y que solo vivía con su hermana mayor.

Sí, habían cosas peores.

—¿Quisieras venir mañana de nuevo, Noriko?

Entre el marco de puerta a la salida, Keisuke estaba al otro lado del pasillo. Desde la entrada del apartamento y el camino que conecta a la cocina, se puede ver el lavaplatos, donde realizaba su labor. Estrecho, lejano, se intercambiaron miradas sin escrúpulos, como si se leyeran el alma entre ellos y Noriko volvió la vista a la mujer.

—Sí, seguro.

Bueno, nada de eso era peor.

Al menos no lo acusó con su mamá de espiarla. Al menos comía en silencio junto a él. Al menos tenía buen gusto musical. Sabía de matemáticas mucho más, le ayudaba a repasar, a estudiar, a leer, a indagar. Al menos no era tan nociva. Era flexible. Inquieta. Extraña. Rara. Bonita. Con un sentido de la moda bastante ligero, si es que usar pantaloncillos de jean y camisas de tela fina lo consideraba ligero. Al menos se adaptaba a él. Se adentraba a su cuarto. Era como un gato que agarraba confianza si se la daban, entrando por el portal de la ventana y quedarse dormidos en el suelo.

Un mes. Un único mes con ella. El sol cobraba sentido, las llamadas también. Sus chistes igual. Era como una hoja en blanco llena de palabras al azar de la nada. Y él sabía cómo tratar con cosas así.

—¿Mañana tienes que ir a la escuela?

—Sí. Chifuyu también.

Mirando el techo, estaban en posición paralela acostados en el piso de su habitación. Su madre había salido, dejándoles merienda en la cocina.

Escucha ese sonidito condescendiente, típico de un puchero.

—No es justo. Tu amigo me cae genial.

—¿Yo no?

—No. Tú me caes terrible –responde sarcástica–.

El corazón de Baji va más rápido. Es casi como si creciera y por el tamaño, ya no le cabe en el pecho. Se podría desmayar. No era bueno para esas cosas, pero sabe a lo que se refiere. Le cae de maravilla y no planea decírselo en voz alta. De eso se trataba.

—Eres soportable –le responde en referencia hacia ella–.

La risa se escapó. Baji se sonroja. Están cerca. En el suelo. Con calor. El ventilador encendido y el futón recogido. Mangas tirados por el suelo. Contando los manchones de la pared.

—Bueno, eso es un halago.

—¿Me haces un favor?

—No.

—Necesito ir a la oficina de correos y enviar unas cartas. Pero ya sabes...

—Eres un fugitivo.

—Cierra la boca. Solo te pediré que las lleves. Podré movilizarme más cuando empiece clases, pero las tengo acumuladas y Chifuyu ni ha podido salir mucho tampoco.

—Le pides a la chica que estudia desde su casa y no hace nada con su vida para que las lleve.

—Exacto _después de un silencio, volvió a hablar–. No lo hagas sonar tan terrible.

Noriko ríe escandalosa. Moviendo las piernas.

Keisuke descubrió que es una sádica. Amaba verlo sufrir, hacerlo sentir fuera de lugar y culpable. Eso es cruel.

—Con un favor a cambio. No, una condición.

—¿Hum? –gira la cabeza, dando al mismo nivel que el rostro contrario hasta que olvidó respirar–.

—Más tarde te diré. Me tengo que ir.

Se levantó rápida del suelo fresco. Fue a la ventana con ganas de escapar.

—¡Oye! ¿Pero cuál es? Espera –la siguió antes de que se fuera y se desencadenó el caos, el odioso nerviosismo, la incertidumbre, la incapacidad de responder–.

Noriko se giró como un rayo, le agarra los hombros con demasiado drama muy anticlimático, y por poco, vuelve a resbalarse.

Le robo un beso rápido, tan rápido, que sucedió en un parpadeo pero a fuego lento. Con grabados de lava en sus belfos. Yéndose a su destino dejándolo solo ahí, seco, inefable. Tocandose los labios, comprobando si seguían ahí. Y se prendió en llamas por completo hasta sentir sus extremidades ardiendo mientras vivía muriendo y volvía renacer.

«Nos vemos. Claro te hago el favor»

Creyó escuchar, antes de que desapareciera. Con su primer beso. ¡El primero! Dios.

Tendría que pedirle más favores si ese era el resultado.

Para artwithuwu 💞💞💞

Y esas personas que consideran a Baji un fuckboy, ¿todo bien en casa? Me parece una falta de respeto cuando mi headcanon más fuerte es que leía shojo con Chifu los fines de semana o pateaba vagabundos pero escuchaba Queen y, y, y... Merecía más aaaaa

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