•×• Corazón, Corazón •×•
• Escenario: Un ruido infinito está en el pecho de Hakkai. Sólo debe buscar el sitio adecuado para dejarlo fluir •
Su corazón de pollo tiene distintos dueños. La primera era su hermana, comparada físicamente, por voces familiares, a que era idéntica a su madre. Al parecer hablan igual, son similares en el estilo y manera de vestir, y eso le agrada mucho ¿Saben? Porque no es su difunta madre en persona pero tiene el boleto gratis de verla todos los días y entender que Yuzuha es la bendición armoniosa de las piezas quebradas que ella misma a intentado juntar desde que era una niña.
El segundo era Mitsuya Takashi. Y lo entiende a la perfección. Todos aman a Mitsuya, de cualquier forma, es el lugar de ayuda más cercano, un centro de acopio en medio del caos después de algún desastre natural. Ese es Taka-chan. No hay duda. Es listo, sonriente, agradable, talentoso y es capaz de detenerlo cuando Hakkai está regresando a ese lugar triste del que no quiere saber nada, cuando el terror se transforma en odio y es muy capaz de sostenerle el puño antes de que cometa una atrocidad. No hay mejor amigo más cercano. Hasta que conoció a Hanagaki Takemichi.
Le debía la vida, y por orden justo de actos que cualquier otra persona consideraría estúpidos, Takemicchi no vaciló en recuperar su cordura ya cuando la oscuridad le dictaba deseos peligrosos. Sí, Takemicchi más que tener un lugar ahí, también era digno de tener una parte de su corazón, todo sin querer.
El resto de la Tokyo Manji había poseído un 25% de su órgano palpitante. Ahí fue donde conoció la verdadera amistad.
Detestaba admitirlo, pero su hermano también tenía una parte. Sí, mierda. Odiaba creer que era así. Pero Taiju era su hermano, Yuzuha también lo es. Aunque el rastrero mastodonte era un desgraciado en su máximo esplendor, e hizo de las suyas creyendo que eran actos de benevolencia y no violencia doméstica, en el interior, antes de no volverlo a ver nunca más y con los ojos hinchados reconociendo que hasta ahí había llegado la era de su hermano, a partir de ahí, el sujeto tenía asegurado un porcentaje considerable de su corazón. No sabía porqué exactamente. Quizás era por el deseo de su hermana, porque su sonrisa vale mil constelaciones que intentará proteger por el resto de su vida; quizás era por la valentía de Takemichi y la intervención del resto; pero su hermano Shiba Taiju mientras viviera, viajando por Dios sabe dónde, tenía un pedazo justificado.
Difícil saber si lo cuidaba con prudencia. Ya eso se escapaba de sus manos. Lo que quedaba era seguir adelante, con la desechable esperanza de que el loco regresaría algún día.
Parece complejo de creer, pero para Hakkai es difícil confiar verdaderamente en alguien. Tanto dolor fragmentado por años en algún sitio fue extirpado hacia afuera y está agradecido por los amigos que lograron aquello en su sistema. Pero aunque conociera tantas personalidades, no todos eran acaparados por un nivel de atención honesto. Era bastante superficial en ese aspecto. Yuzuha es la que se da cuenta de ello, porque Hakkai es más distraído que centrado y eso lo hace un manojo de ocurrencias adorables. Le preocupaba poco (mucho) cómo se iba a desenvolver su hermano en el futuro. Ya habría tiempo para pensar en eso.
Por ahora, existía ésto. Lo que Hakkai estaba aprendiendo a interpretar como lo más cercano al amor. Quisiera entender a qué iba tanto ajetreo dentro del tórax.
Para un chico como él, hablar con chicas es difícil. No, según su hermana, ya era un caso perdido. No podía ni hablar con la novia de Takemicchi ni verla a la cara cuando se dirigía a él. Es tan estricta cada atadura del cuello, que simplemente el soltar tan solo un saludo le carcome las entrañas en un millar de sensaciones cósmicas que terminan como un resultado no deseado en las manos terriblemente sudadas o problemas estomacales. Su factibilidad es fingir demencia y mirar al cielo, o un ventanal más cercano. Pero nunca a los ojos, significa peligro.
Intenta al menos decirle Hola, pero por el año que se llevan conociendo, está pensando en que seguirá siendo una de las tareas más arduas por el resto de su vida, y él sabe cómo son, lo ha experimentado. Cuando apenas tenía una mínima nota baja del promedio, Taiju le daba sus lecciones físicas de las que muy poco o casi nada pudo escapar.
Acatando los efectos del tiempo, sus inseguridades podían provocar una bifurcación extrema sobrepasando su contextura de joven extrovertido que ha venido tratando de manejar.
¿Por qué es tan misión imposible hablarle a las chicas? La única con la que mantiene una conversación que no sea cortante gracias a los ataques visuales, era su propia hermana. Y las hermanitas de Mitsuya. Pero eso es harina de otro costal. Las pequeñas eran tan adorables hasta decir Basta, dejando claro que éso es poco.
Lo que tal vez no coopera en su trayecto a charlas amenas con el género opuesto, debe ser su condición física, esa estatura que pasa de los 1.86 centímetros. Y su hermana comenta que seguirá creciendo.
Desde que cumplió los 15 años, la verdad es que se propuso a ser más liberal. Éso y la pereza de cortarse el cabello, cuando lo notó, ya estaba más abajo de las orejas e hizo el esfuerzo de pedirle a Mitsuya que le hiciera un undercut para no perder el grafilado con formas de espirales que tenía en la zona izquierda del cráneo.
No era un secreto, Hakkai era ridículamente lindo. No podemos decir apuesto, porque ese título lastimosamente se lo llevaba su hermano desde antes, para aquellos ojos que no conocían la verdad de su personalidad. Pero en desmedidos cálculos, Hakkai se consideraba ante el público femenino de su escuela preparatoria como un chico muy simpático. Apenas rozó los 16 años, y ya estaba siendo un eco agravado de parloteos femeninos en las esquinas de cada escalera.
Entonces, ahí venía el ruido. Simultáneo, desordenado. Posado, sin crédito de evitarlo, en su estómago.
Es bien capaz de lidiar con las falsas esperanzas, toda su vida tuvo que lidiar con ellas hasta tener que luchar contra sus propios miedos. Pero no con la timidez.
Era el jefe final de cada día hasta cuando tenía que ir de compras con su hermana porque el bochorno de ver a la cajera es impresionante.
Chifuyu tenía dos estados de ánimo: burlarse de él amistosamente y empujarlo con cariño entre sus planes que nunca funcionan en absoluto. ¿Qué mierda es eso de tener coraje? ¿De dónde lo saca si no lo hay? ridículo.
No había nada que podía hacerle. Hasta que parpadeó una vez, luego la siguiente y así hasta haber cerrado los ojos y abierto unas veinte veces seguidas. ¿Qué hacía él ahí? En aquél lugar de animalitos. Es cierto, Chifuyu está buscando trabajo, le pidió que le acompañara, ahora está hablando con la dueña. Detengan todo, Hakkai no puede parar de verla. No, no es a la dueña. Es a ti. Ahí sentada con un gato en brazos, lo estabas peinando con los dedos. Se llegaba otro a tus hombros. Escuchó tu risa. Quedó tan aturdido por la dulzura que le provocó la sinfonía, que el ruido infinito de su pecho se calmó. Se acentuó la enorme mezcolanza de desordenes coloridos y ahora solo existía la calma. Por ti.
—Listo. ¡Sí se pudo! Vámonos Hakkai, comienzo el lunes.
El gong crepita desconcertante y puso los ojos en blanco por la sorpresa.
El rubio rápidamente cuela la vista donde no debe. Muy tarde, sus enormes ojos entre el azul y verde te miran curiosos sin que lo notes, para después volver al rostro encendido de Hakkai. La sonrisa tampoco se hizo esperar, esa sonrisita de Matsuno Chifuyu que alardea lo que no sabe. Y ay no, su determinación.
Carajo, no quería.
Hakkai intenta escapar con éxito de la tienda a pasos exagerados, seguido de un Chifuyu alegre. Cuando está así no hay nada que le pare, al menos que sea una cosa bastante peligrosa y mortal, pero ese no era el caso.
—¿Es linda, no?
Pasó la mano por su hombro como señal de apoyo. Ya había intentado este tipo de cosas antes, no funcionaban porque Hakkai no aplicaba la suficiente atención en otra persona al menos que sea un allegado íntimo. El escenario justo ahí era diferente, tan absorto estaba que ya vacila entre la realidad del momento y Chifuyu metiendo la nariz.
—Deberíamos hablarle. De todos modos el lunes será oficialmente mi compañera de trabajo.
—¿Eh? Ni de broma –alzó los brazos azarado–. No podría y mucho menos ahora.
—Hakkai, algún día tenía que llegar este momento.
—¿Cuál momento?
—¡En que miraras a una persona así! Fue hasta emocionante.
Ya no podía con ese fuego quemándole el rostro. Tenía que estar de joda. O su cerebro se fundió por tanta lectura de manga shōjo.
Y tanto como el universo y los astros eran unos bastardos, saliste de la tienda con un bolso cruzado echando la caminata, de seguro, a la estación.
Chifuyu se hace el tonto, arrastrándolo consigo obligando a sus piernas toscas en seguir adelante. El parloteo que se lanzaba no tenía precio, hasta podría crear el libreto para una película romántica en su cerebro, pero en la vida real no funciona así. En la vida real, hablarle a desconocidos como si nada resultaba embarazoso e incómodo para ambas partes, por lo menos funciona de ese modo en su cabeza. Siendo sinceros, Hakkai estaba tan aterrado como si le fueran a vacunar. Chifuyu decía que su hermana tenía razón y que estaba pasado de mimado.
En negación por la ofensa, dieron contigo cerca de una librería. Entre los enlatados humanos que llenaban las calles, caminabas sobre la acera, dejándote consumir por un juego de cubiertos con forma de gatitos que viste en el mostrador de una vidriera.
Haciendo de las suyas, Chifuyu se adelanta a la situación hablando fuerte y simpático como suele ser él. Con la excusa de pedir tu número después de tanta coincidencia porque de ahí en adelante serían compañeros de trabajo muy pronto.
Hakkai cayó en cuenta de muchas cosas cuando le mirabas de reojo. En primer lugar, que el sudor de sus manos sería suficiente para llenar una pecera con peces dorados. En segundo lugar, tenías un mechón rebelde escapando de tu oreja cuando le sonreías amable a Chifuyu y te presentabas. En tercer lugar, ya no había ruido, eran ustedes tres ahí, tus manos explicativas, el murmullo lejano de la multitud y esos mínimos detalles de tu rostro jalado entre la emoción y los nervios.
Su estado era derretido en muchos sentidos. Pero aún podía respirar calmado, embelesado entre tanto y muy pasivo.
—Y él es Hakkai, un amigo –Chifuyu lo indica con una manotazo en el pecho que sí logró sacarle el aire–.
No, no, no. ¡No! Para nada. Ya que estaban, ya no quería. Se mordió el labio tan fuerte pero al instante dejó de hacerlo porque presiente que eso no es una buena imagen, mira la vidriera, luego lo lejano de la acera, sus pies. En fin, miró tantos sitios diferentes que de repente los ejercicios de matemáticas le parecieron fáciles al igual que comerse esa mezcla de recalentados que hacía su hermana.
«Di algo, lo que sea»
Parecían ser segundos pero para Hakkai fueron milenios en decifrar cómo encontrar el tono adecuado, después la palabra correcta y no estar en una octava más aguda de lo normal en su tímida voz.
Otro milenio después, susurra retraído.
—U-un placer.
Para mirar paranoico la vidriera y concentrarse en ese delantal de perritos a mitad de precio.
No supiste mucho pero a la vez caíste en cuenta. Su cuello y rostro estaban tan rojos como árbol de navidad. Se encendía maravillado, además de que las manos del muchacho estaban metidas en sus bolsillos, se retorcían incómodas arrugando su pantalón de uniforme. Y aunque reflejaba más que todo el espécimen de un gatito asustado, te pareció la cosita más tierna que pudiste haber visto.
¿Qué edad tenía? ¿Cuánto medía? ¿Por qué sus ojos tan salvajes y afilados contrastaban tanto con su obvia y débil personalidad? ¿Te lo podías comer? ¿Podías pedir uno? Demasiado lindo.
—Un placer Hakkai, espero visites más a menudo la tienda –añades con los ojos esparciendo amorío por doquier y una cálida sonrisa–.
Hakkai, le dijiste Hakkai. Lo llamaste por el nombre. Se iba a desmayar.
—¿Hakkai estás bien? –pregunta un alarmado Matsuno con miedo de que su amigo hubiera dejado de funcionar–.
Tal vez sí había dejado de funcionar. ¡Dios mío! Su débil corazón de pollo se había partido en dos, se volvió a unir, con una mezcla especial rosada más fuerte que la cinta de embalar. Hasta quedar pulido como nuevo, iluminando media avenida.
Y siguió así. Por días. Esperen, ya eran semanas. Se cumplió el mes sin dejar de ir. Iba cada día por medio. Al principio no decía nada. Cosa que duró.
No se mantenía más de la media hora ahí. Se iba con los labios temblorosos picado por no emitir sonido alguno pero muy enérgico. Y es que siempre mostrabas la sonrisa apenas lo veías llegar hasta que se iba. Un ciclón rebelde hasta pasar la puerta de la tienda, ser recibido y montar un espectáculo adorable en su interior por cada muestra de coqueteo que le tiras.
Tarde o temprano se iba a descomponer. No había baterías extra para un cuerpo tan grande.
Pero es que, el amor, hasta hace unos años, era doloroso. Apenas los últimos dos años y medio es que lo estaba entendiendo. No podías llegar, tomarlo del brazo como si nada y ofrecerle una cita, teniendo en cuenta que ni para negarse sirve porque ya estaba tan cerca de ti que solo asentía leve, se guardaba sus palabras, salía contigo y el ruido infinito del pecho dejaba de existir. Por ti, solo por ti.
Reparando el daño. Como un tazón de postre después de la cena. Una bebida después de deportes. Chocolate en día frío y suavidad por las noches.
Y cuando tomaba tu mano. Era una máquina de sonrisas y nervios. O los abrazos. Sobretodo los abrazos traseros, se permitía enterrar su cara entre tu cuello para ocultar su sonrojo. Sintiéndose tan especial creyendo que no se lo merecía.
Ahora posees un buen tamaño de su corazón. Cuídalo mucho por favor.
Soy una fiel Hakkai Stan.
Hagan fila, gatas rompehogares.
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