Capítulo 10
Después de tanta tortura irónicamente me atendieron. Unas esqueléticas mujeres, con miradas cansadas y cuencas hundidas llegaron a limpiar mi cuerpo. Me ayudaron a que mis heridas cicatrizaran más rápido, colocándome algunos ungüentos y proveyéndome de una tela para cubrirme.
Mis manos seguían atadas a los pesados grilletes tras mi espalda. Y parecían succionar mi energía con cada movimiento.
Mi cuerpo tardó cerca de dos días en sanar por completo, un periodo bastante rápido para un cuerpo que había sido mutilado casi un millar de veces. Durante ese tiempo estuve en cama temerosa y alerta. Y ya que no podía dormir, solo me quedaba pensar en cómo liberarme, pero no se me ocurrió nada. Una vez recuperada una pálida y flacucha chica entró en la habitación, comenzando a halarme por los grilletes con brusquedad.
Pasamos en medio de una gran horda de personas grotescas, deformadas, con apariencias mohosas y olores desagradables. Muchos de ellos los pude reconocer como mis torturadores. Me llevaban de nuevo ante el trono en el que se encontraba sentada Alexandra. Solo que esta vez la acompañaban un grupo de mujeres a su alrededor.
—Oh querida, aquí estás. Te ves muy bien ahora que ya no apestas a mierda —El tono de burla en sus palabras, acompañado de su arrogante sonrisa era más que irritante, pero cuando notó que sus palabras no me habían afectado cambió su semblante—. ¿Cómo puedes ser tan insensible cuando me esfuerzo tanto para hacerte bullying? ¡Qué frustrante!
Una mezcla de desagrado y furia se estaba cocinando dentro de mi cuerpo en ese momento.
—Contesta —La chica sentada a dos metros de Alexandra se incluyó en la conversación—. Debemos ser obedientes, ¡nuestro corazón y cuerpo pertenecen solo a nuestra diosa!
Era castaña y alta, aunque no demasiado. Su vestimenta y porte era de tipo militar, pero jamás había visto ese tipo de uniforme. Su maquillaje se asemejaba mucho a una gótica. Portaba un parche en su ojo izquierdo. Y si tuviera que elegir un rasgo físico que la hiciera resaltar, serían sus dientes afilados como navajas y la esclera oscura de su ojo derecho.
Profesaba alguna especie de devoción hacía Alexandra, se notaba en su histérica mirada que la amaba, la adoraba, la alababa.
—¿Y si no quiero qué? ¿Vas a matarme? Por favor hazlo, ahórrame el sufrimiento de tener que ver tu rostro de nuevo —le respondí apenas hice contacto visual con ella.
Un acto osado de mi parte. Al instante de terminar mi oración esta se levantó con premura, abalanzándose sobre mí. Pero fue detenida por una enorme chica de ojos verdosos. Si no hubiese sido por ella, seguramente su embestida hubiera conectado sin darme tiempo a reaccionar.
—Belladona, por favor compórtate. Al menos permite que me presente antes de que la conviertas en puré.
Dichas estas palabras la otra chica rápidamente se sacudió la mano de encima de su hombro, soltando una pequeña risita.
»Mi nombre es VX, ¿tú cómo te llamas? —preguntó la enorme mujer.
No respondí, no tenía que hacerlo. Estaba furiosa, temerosa, pero también cansada. Así que no me rebajaría a jugar a las presentaciones con quienes fueran las personas que me hicieron sufrir. Tan solo quería largarme de allí.
La enorme mujer frente a mi parecía amable y era hermosa. Su cabello azabache y sus ojos verdosos eran hipnotizantes. Su vestimenta era digna de una persona de alta alcurnia, maquillada, elegante. Pero el hecho de que estuviera en ese lugar solo me hacía deducir la razón de su presencia en un sitio tan inmundo.
—¿No entiendes que no le interesa ser amable con nosotras?
La otra chica presente, la cual estaba recostada en el suelo sobre la pared comenzó a hablar. Esta era fornida y su piel tenía una tonalidad oscura. Sin mencionar que su cabello, el cual estaba amarrado en una coleta, era bastante largo y de un color difícil de descifrar. Así como su ojo amarillo envuelto en la esclera negra parecía mirar dentro de ti. Sus dientes eran como cuchillas, pero a diferencia de los de la otra chica que su forma era muy natural, se notaba como los de ella habían sido limados. Ella y la chica psicótica compartían la singularidad de poseer un parche en el lado opuesto de sus rostros. La castaña en el ojo izquierdo y la fornida en el derecho.
»Lo más probable es que esté calculando la mejor manera de matarnos a todas —Por un momento presté atención a lo que decía—. Solo noten su mirada. No llega a mirarnos más de lo necesario a los ojos. Pero nos detalla. Mientras mantiene su actitud altanera está esperando la más mínima oportunidad para intentar cualquiera cosa. Quizás lo haga de forma inconsciente, pero si le quitan los grilletes intentará atacarnos o huir.
—Vamos 1080 —contestó Alexandra—. ¿Por qué haría tal cosa? Ella me ama, ¿o no? Bueno, de no ser así, me haré la modesta para que indirectamente sienta la obligación de hacerme cumplidos. Aun así, ya no le queda nada —Su mirada se dirigió hacía mi—. Axel me dijo que vienes de ese pútrido lugar que ahora solo es mierda para los gusanos.
Escuchar esas palabras me encendieron. El grito que solté antes de arremeter hacía ella hizo eco en el lugar. Intenté acercarme, aun con los grilletes que me halaban hacía el suelo. Pero un fogonazo estalló frente a mis ojos. El impacto y la ola de calor me permitieron sentir la bala que pasó rozando junto a mi oreja, quemándome un poco. Al mismo tiempo, que escuché un ruido explosivo que me hizo detenerme.
—Quería volarte la cabeza. Pero fallé —La joven que pronuncio esas palabras estuvo frente a mi todo el tiempo, a escasos metros de mí. Recostada en un sillón muy antiguo—. Me despertaste, que no vuelva a pasar. No fallaré de nuevo.
Su mirada era desconcertante. Parecía estar dormida, drogada, moribunda o todas al mismo tiempo. En su mano izquierda sostenía un revólver Colt Python, mientras su cuerpo —que estaba a la vista de todos— apenas portaba algún tipo de atavío. Lo que la cubría era un suéter que llevaba puesto, a través del cual en la zona de la cabeza portaba dos agujeros por donde salían sus coletas.
Su mirada era la de alguien sin un alma. Pero sus ojos parecían portar una nebulosa en su interior, y su larga cabellera blanquecina la hacían verse como un ángel, uno muy drogado.
—Niñas, ya cálmense. Al final solo hay una cosa que importa —aclaró Alexandra para luego dirigirse hacia mí—. ¿Qué es lo que deseas?
—Matarte —respondí de inmediato.
El asombro que intentó mostrar en su rostro era fingido. Se burlaba de mí.
—Y otra vez la burra al trigo. ¿Siquiera puedo saber el motivo por el cual quieres matarme con tanta insistencia?
—¡Jódete! Destruiste mi ciudad, por eso quiero que te mueras.
Intenté atacarla de nuevo. Pero fui derribada, al recibir un rodillazo en el estómago por la flacucha chica que me trajo.
—Que historia tan terrible. Pero apropiada para nuestro mundo. Moralidad y la justicia, esas palabras y lo que sale de los culos son sorprendentemente similares, ¿no te parece? Pero, permíteme decepcionarte. Porque no fui yo —me hizo esa revelación mientras volvía a su trono y se sentaba—. No me malinterpretes, pude haber destruido esa pocilga hace mucho, pero me sentía mejor sabiendo que se ahogaban en su propia mierda.
—¡Maldita cerda arrogante! —le grité una vez recuperada del golpe.
—Abre esa sucia boca tuya ante mí otra vez y tendrás un nuevo agujero entre las piernas —declaró Alexandra enseriando su expresión un poco, pero en un tono apenas audible de calma—. A menos que quieras eso, cierra el hocico. Lo único que sabes hacer es seguir soltando mierda por tu boca, antes de pensar bien las consecuencias que podrían tener tus palabras. Pero, gracias a nuestro encuentro descubrimos cosas. La primera es que la ciudad siguió con los experimentos luego de que nos fuimos y crearon un nuevo suero. Y la segunda, es que el suero no iba destinado a ti. No hay forma en las que esos científicos moralistas le dieran semejante arma a alguien tan idiota como tú.
Se quedó pensativa durante unos segundos, hasta que la chica con dientes limados rompió su concentración al hablar.
—¿Qué deberíamos hacer?
Pero antes de que pudiera responder, la conversación fue interrumpida por el sonido mecánico y luego rechinante de una puerta. El resplandor que salió de mi retaguardia me indicó el lugar al que debía girarme. Pasando el umbral de la enorme estructura de metal y concreto, surgió una hermosa mujer.
Le calculaba unos veinte años. Alta, de contextura delgada, cabello voluminoso hasta los hombros de una tonalidad verde azulada. Con ojos color esmeralda y una figura bien definida. Vestía con falda, botas y chaqueta con gamuza. Y en su cintura portaba una espada atada con cadenas a unos grilletes en sus extremidades superiores.
Su expresión era inmutable. Seria, aunque no apagada.
—Mi querida Dash. Al fin llegas —Alexandra con una alegre expresión, se acercó dando pequeños saltitos a la misteriosa mujer—. Dime que vienes con buenas noticias.
—Encontramos una fortaleza oculta en el norte —respondió ella con una fría, elegante e imponente voz—. Pero algo mató a todos los residentes antes de que llegáramos. Dimitry se quedó para intentar socavar más el lugar en busca de información. Todos los soldados estaban despedazados cuando llegamos, quedando solo civiles que estaban enjaulados y aterrorizados, a los cuales se les dio la libertad.
—¿Qué? —La chica psicótica e impulsiva se levantó, alzando bastante su tono de voz mientras se acercaba con pasos largos a la otra chica—. ¿Por qué dejaste a esos miserables libres? Te enviaron a conquistar, no a libertar.
La pacifica mujer no se inmutó, incluso cuando la otra estaba casi escupiéndole en la cara al hablar. Se mantuvo en calma y respondió de forma educada.
—No me gusta vivir de la miseria de otros.
—Dash, por favor. Si no estás amando lo que haces, entonces te encuentras en el campo de batalla equivocado —Con cada palabra que salía de su boca, más se distorsionaba su rostro de una forma muy macabra—. Así que regresaras y terminaras tu trabajo.
—No. —ella respondió.
Los engendros comenzaron a alterarse, golpeando las paredes y empujándose entre ellos. Gritaban e incitaban con sus palabras a que iniciara una pelea.
—Cuidado soldadita, Viktoria ya no está aquí para protegerte —le advirtió la otra chica lamiéndose los labios.
Su lengua estaba partida a la mitad, como la de una víbora.
—¡Suficiente! —el grito de la albina resonó por todo el lugar, acallando la algarabía de los engendros y silenciando la estancia— Aunque me gustaría ver el desenlace, tenemos cosas que hacer. Belladona, ve a preparar el transporte.
Luego de esa declaración, Belladona hizo castañear sus dientes, antes de alejarse desapareciendo por la gran puerta de metal y concreto.
»Te has vuelto blanda con la edad. —Alexandra abrió de nuevo la boca.
—Me he vuelto amable —replicó en calma—. Que es distinto.
—La amabilidad se traduce en debilidad —aclaró Alexandra—, y esa debilidad retrasará el disparo por un instante. ¿Y sabes? Este mundo no es para nada amable con las personas débiles.
Ignorando por completo las palabras que Alexandra, Dash fijó su atención en mí. Pero se quedó en silencio. Había algo en sus ojos cuando te miraban. Estaban vacíos. Vi una oscuridad muy profunda en su mirada. Eran los ojos de quien había visto muchas cosas.
»Ah, ella es nuestra nueva adquisición.
—Habíamos acordado en que ya no harías esas cosas. —comentó rápidamente Dash, interrumpiéndola.
—Lastimar niñas no está dentro de mis principios —La triste mirada con la que expresó esas palabras fue pronto opacada por un semblante siniestro, que oscureció su rostro por completo—, pero ver sus rostros llenos de dolor no está mal de vez en cuando.
El terror me envolvió y tuve que apartar la vista. Todo se tornó silencioso durante algunos instantes. Antes de que Alexandra prosiguiera.
»En cuanto a tu deseo, querida —se dirigió a mí con lentitud—. Tendrá que esperar, tengo cosas que hacer y ya he jugado contigo por mucho tiempo. Bienvenida al Purgatorio.
Mientras más se acercaba, más podía notarlo.
»Desde ahora cuando me veas, arrodíllate y sonríe, quítate de mi camino y sonríe, humíllate y sonríe, alábame y sonríe. Di una palabra y te mato, quédate callada y te mato, mírame y te mato, ignórame y te mato.
Al tenerla tan cerca pude sentirlo. El olor que ella desprendía era muy distinto al aroma de sangre que sentí con Scarlett. Era algo mucho más potente y peligroso. Un aroma a podredumbre, miseria y desesperanza. Vi esa horrible aura que desprendía su cuerpo, solo un vistazo fue necesario para quebrar mi voluntad. Para asfixiarme y engullirme con su negrura. Era una presión tan abrumadora que estaba segura de ya haber experimentado esa sensación antes. Y fue cuando lo recordé, eso era, miedo a la muerte.
»Cuídate querida. —Me guiñó un ojo y me palmeó la mejilla dos veces antes de retirarse.
Por un momento sentí el impulso de golpearla en la cara a pesar de mi miedo, pero el movimiento de cabeza de Dash me hizo detenerme. Al alejarse, Alexandra le aventó a Dash unas llaves luego de sacarlas de entre sus pechos.
»No dejes que escape —aclaró—. Si lo intenta, córtale un par de piernas, ya le crecerán.
Dejando claro su punto se retiró de la sala, seguida de las demás Tóxicas, exceptuando la chica del sofá, quien se había dormido desde hace ya bastante. Dejándonos a Dash y a mí con los engendros que se acumulaban en ese lugar.
—Eres imprudente, pero no eres tonta. —me comentó Dash al acercarse y comenzar a quitarme los grilletes—. Alexandra es conocida por muchas cosas, entre ellas su poca paciencia. Y a juzgar por lo que te hizo estaba a punto de perder la poca que le quedaba contigo.
—¿Cómo sabes que me hizo algo? —le pregunté.
—Tus ojos, son los mismos ojos de alguien que estuvo a punto de quebrarse debido al dolor. —Una vez dicho esto, me liberó.
—¿Eso es todo? Podría intentar escapar o atacarte.
—Podrías, ¿pero crees que sería lo más sensato en esta situación? —respondió soltando los grilletes junto con la llave en el suelo.
No sabía dónde estaba, ni cual era la salida más viable, sin mencionar que me encontraba rodeada de enemigos y desarmada. Así que tuve que darle la razón.
—No, no lo sería. —respondí.
—Bien, ahora sígueme.
Me quedé en silencio, siguiéndola. Pero sin dejar de detallar cada lugar por el que pasábamos, buscando una posible salida. Ella me llevó hasta una habitación, o eso pensé que era hasta que abrió la puerta. Era un invernadero. Alto, espacioso, con vista clara y nítida al exterior nevado, y a través de sus vidrios pasaban unos pocos rayos solares.
Todo era de estilo rustico, pero muy bonito. Con muchos tipos de plantas que desconocía, pero que llenaban el lugar de una energía y fragancia que me revitalizaban. Y en su centro, una cama de madera con sabanas de pieles. Y un poco más a su izquierda un enorme armario de roble.
—Esto es —me detuve por un momento maravillada—, increíble. Pero, ¿qué son? —pregunté acercándome lo suficiente a una de ellas para tocar una de sus hojas.
—Plantas venenosas. —me reveló mientras se acercaba al armario.
—¿Qué? —Alarmada me alejé lo más rápido que pude— ¿Por qué tienes estás cosas aquí?
Dash se giró hacía mi lo suficiente y soltando un leve suspiro, comenzó a explicarme.
—Poseemos una inmunidad completa a la toxina Khaz, y una mayor resistencia al resto de toxinas y venenos. Los aceites naturales que producen nuestros cuerpos están llenos de toxinas bioquímicas, por lo que el toque de nuestra piel puede envenenar a un humano normal si no tenemos cuidado —explicó—. Pero por la fisiología mejorada que tenemos dependemos de recibir una cierta cantidad de toxinas, que absorbemos y convertimos en energía. Así que podríamos debilitarnos enormemente si se nos priva de una concentración de toxinas durante un período prolongado de tiempo.
La información repentina me abrumó.
—¿Cómo lo sabes?
—Fuiste torturada, pero no hay heridas o cicatrices visibles en tu cuerpo —comenzó a explicar a medida que se giraba de nuevo al armario y lo abría, comenzando a rebuscar en su interior—, porque la función regenerativa del suero no deja cicatrices. Estuve respirando cerca de ti y aun así sigues con vida. Lo que implica que eres uno de los engendros de Alexandra o puedes resistir la toxina que exhalo. No es lo primero, así que lo más lógico es que sea lo último.
—Pero, ¿cómo...
Fui interrumpida por esta una vez se giró hacía mí.
—¿Qué nunca dejas de preguntar?
Me quedé en silencio. Su mirada me decía que lo más prudente era quedarme callada un momento. Ella siguió revolviendo el espacioso armario, hasta que encontró lo que buscaba. Luego se giró hacía mi tendiéndome una muda de ropa cuidadosamente doblada y un curita para la herida en mi oreja.
No parecía que tuviera en mente la posibilidad de un escape por mí parte. Puesto que se recostó en la gran cama y cerró los ojos dispuesta a descansar. Era mi oportunidad, divisé la puerta a pocos metros. Con la muda de ropa que ella me dio sería capaz de aguantar el frío del exterior por un tiempo antes de congelarme. Cualquier cosa sería mejor que estar allí.
Una vez cambiada hice mi jugada, corrí lo más rápido que pude hacía la puerta, esperando ni siquiera llegar a esta. Porque estaba casi segura que me detendrían antes de hacerlo. Pero para mi asombro nada pasó, nadie me detuvo, ella ni se movió. Mi cuerpo siguió en movimiento una vez abrí la puerta y pasé por el umbral de la estructura hacia el exterior nevado. Pero la rapidez que llevaba fue mermada por la irregular superficie. Era difícil moverse, el ambiente no estaba tan frío como esperaba y por ende la nieve estaba suave y mis piernas se hundían hasta las rodillas con cada zancada. Pude alejarme unos tres metros antes de sentir un fuerte dolor en el estómago, la presión ejercida allí detuvo mi movimiento y me despegó del suelo, impulsándome con fuerza hacía atrás. Me costaba respirar, era como si de un segundo a otro mis pulmones se hubieran sellado.
Al chocar mi espalda contra la pared del invernadero solté un enorme quejido, no por el dolor ocasionado por el golpe, sino que, gracias al impacto, pude volver a aspirar. Durante unos quince segundos me quedé clavada en la nieve, respirando en desesperación, luchando contra la asfixia que me había producido su patada.
Dash subió su postura y lanzó un puntapié a mi ingle. Temerosa de ser golpeada allí, utilicé mis manos para apenas desviar el ataque y hacer un agarre en su axila con toda mi fuerza. Entonces, sentí un intenso dolor como si mis músculos estuvieran a punto de ser destruidos. Ella estaba usando su peso, estrellándose contra la pared del invernadero, sacando así todo el aire de mis pulmones de nuevo. Estaba agitada. Incluso utilizando toda la fuerza que podía reunir, no fui capaz de ganar contra la fuerza monstruosa de la postura de esa mujer.
Con frenesí, lancé tres rodillazos a su abdomen. Esperando por el momento en que el agarre de ella se aflojara, escapando y moviéndome en media luna hasta dar con su espalda. Sin embargo, mi cerebro me dio una señal de alerta, mientras mi instinto me obligó a levantar la barbilla. Alzando la vista, vi los dedos de Dash atacar al lugar donde estaban mis ojos. Sin siquiera el tiempo suficiente para agradecerle a mi suerte, experimenté un fuerte dolor al ser golpeada en mi pierna izquierda.
A pesar de que originalmente tenía la intención de dañar mis ojos con sus dedos, con rapidez cambió eso por una patada baja. Mi boca probando la nieve es lo que vino después de eso. Ya no me quedaron fuerzas para levantarme, estaba agotada. Seguía exhausta y mi mente estaba cansada. Dash pareció leer mi lenguaje corporal y relajó su postura para regresar al invernadero, mientras tocía un poco.
—Tengo té si quieres un poco.
Luego de eso me quedó claro todo. Así que no me quedó de otra que colocarme de pie y regresar con ella.
Permanecí junto a ella una semana. Y para ser sincera, fue el lapso de tiempo más tranquilo y pacifico que tuve, después de todo lo que me había ocurrido desde el día que salí a la superficie. Durante ese tiempo la vi entrenar. No había nada extravagante en sus habilidades salvo la elegancia y calma de sus movimientos, pero cada golpe era lo suficiente poderoso para matar. Lo que me hacía pensar lo mucho que se contuvo conmigo.
Me costó mucho sacarle algún tipo de información a Dash, pues ella llevaba consigo una personalidad fría, siendo extrañamente silenciosa y seria. No le gustaba hablar en circunstancias ordinarias, solo lo hacía cuando se trataba de algo en lo que era imprescindible su voz o para corregirme cuando era necesario. Ella determinaba las ocasiones en las que era apropiado y surgía la necesidad de hablar, puesto que rara vez hablaba simplemente por el bienestar de ella. Yo era su prisionera, y a pesar de estar consciente de ese hecho yo no lo sentía como tal. No era obligada a nada por su parte, más bien, me aconsejaba. Ella era muy diferente a todos los seres que había conocido hasta ese momento en mi estancia en la superficie. Me trataba diferente y hasta me ofreció un lugar en el que poder recostarme. Su misteriosa aura te instaba a querer saber más de ella y a veces hasta podías sacarle más de dos frases.
Noté que tocía con mucha frecuencia y aunque se esforzaba mucho en evitarlo, al final la reacción natural de su cuerpo podía con ella. Luego de esto sacaba una pequeña botella dentro de uno de los bolsillos de su chaqueta, que contenía pequeñas píldoras que tomaba.
Y a pesar de que no me sentía mal cerca de ella, no entendía del todo el juego que tenían conmigo. ¿Por qué tenerme allí? ¿Por qué no asesinarme? No había visto a Alexandra, a los engendros, ni a su grupito de Tóxicas en siete días y eso me preocupaba. Pero tampoco tenía el interés de ir a buscarlas o preguntar.
Una noche Dash me dejó sola por unos minutos, pero en ningún momento se me pasó por la mente escapar. Porque a ella se le había ordenado cuidarme, y el que estuviera tan tranquila me decía que Dash no era la única al pendiente de que yo no escapara. Cuando esta regresó traía consigo una mochila.
—Saldremos por la mañana a buscar a alguien.
—¿Y por qué no hacerlo ahora? —pregunté.
—No es muy bueno salir de noche. Hay muchas de esas criaturas allá afuera cuando se pone el sol.
—¿Hablas de los destripadores?
—¿Destripadores? —Casi pude notar una ligera impresión en su rostro—. Hay cosas peores allá afuera.
Por alguna razón ella no dejaba verse mientras dormía. Rodaba una cortina que rodeaba su cama y luego se desvestía. La sombra que proyectaba la pequeña lampara de aceite que dejaba por las noches era nuestra única fuente de iluminación.
—¿Por qué dormir sino lo necesitamos? Pierdes el tiempo. —expresé mirando hacia el exterior nevado.
—Fui militar —respondió desde el otro lado de la cortina—. Y durante ese tiempo, las batallas continuas, las patrullas diarias contra los ataques enemigos. La tensión y el miedo extremo drenan el estado mental de una persona. Como cada día era críticamente arduo para mí, no tenía tiempo disponible para tener una vida humana normal, por no hablar de descanso o entretenimiento.
—Esa es la forma larga de decir que solo pierdes el tiempo. —respondí.
—No seas grosera. Es tan solo una diferencia de perspectiva —aclaró—. Tan solo parece una situación frívola bajo tu punto de vista, cuando en realidad la uso en situaciones que lo ameritan.
—Sí, bueno ya. Disculpa, un error lo comete cualquiera. —volví a contestar en un tono un tanto molesto.
—En efecto, tienes que aprender a equivocarte antes de crecer. Las heridas se curan más rápido cuando eres joven. Aprender como caer será muy útil más adelante. Porque una vez que crezcas, equivocarse será más duro. Serás responsable de más cosas, y no podrás cometer tantos errores.
Ella trataba de darme una lección, y yo no quería escucharla. Pero al final pude entender sus palabras. Lo que llevó a que mi disculpa fuera sincera.
—Entiendo. Lo siento.
—Si de verdad quieres disculparte, discúlpate sin decir lo siento.
Esas fueron sus últimas palabras antes de irse a dormir. Ese día fue la primera y la última vez que fui irrespetuosa con Dash.
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