17
Tres años atrás
Apenas podía mantenerme en pie. El alcohol había entumecido mis sentidos, y mis pensamientos eran un revoltijo caótico, como si una tormenta los estuviera agitando sin piedad. La noche había empezado como un intento desesperado por escapar de la realidad, pero, a medida que las copas se acumulaban, el dolor seguía ahí, aunque se escondiera tras la bruma del licor. Había sido un día infernal: mi madre se había suicidado, y esa imagen, ese vacío oscuro que dejó su ausencia, no me soltaba, me seguía a cada segundo.
Me encontré en un bar oscuro, con luces tenues que parpadeaban al ritmo de la música, mientras ésta intentaba ahogar mis pensamientos. Fue ahí donde lo conocí a él: Niragi.
Estaba sentado en la barra, una figura delgada pero imponente, destacando en la penumbra. Fumaba con calma, observando a la gente que se movía por el lugar. Su sonrisa tenía una mezcla de diversión y cinismo, y sus ojos oscuros me miraron cuando, tambaleándome, intenté pedir otra copa.
—Parece que te estás pasando un poco, ¿no? —comentó con un tono burlón, aunque no completamente cruel.
Lo miré, parpadeando para enfocarle. Su cabello oscuro y esa expresión despreocupada me resultaban familiares, como si ya hubiera visto a tipos como él en rincones oscuros de la ciudad. Pero esa noche, en mi estado, no me importaba en lo absoluto.
—Puedo manejarlo —le respondí, aunque las palabras salieron torpes de mi boca. Sabía que era una mentira descarada. Apenas podía sostener el vaso.
Niragi rió, un sonido bajo y gutural, antes de dar un largo trago de su bebida y apagar su cigarro. Se levantó de su taburete y se acercó, inclinándose para mirarme más de cerca, su chaqueta de cuero crujía con el movimiento.
—No parece que puedas, pero te queda bien el intento —dijo, arrojándome su chaqueta sobre los hombros. Olía a tabaco, pero el calor contrastaba con el frío que sentía, un frío que ni el alcohol podía calmar.
—¿Qué haces? —protesté, intentando mantenerme firme, aunque tambaleé un poco al hablar. Me agarré de la barra y lo miré de nuevo—. No estoy borracha —agregué, intentando sonar más convincente de lo que realmente me sentía.
Él alzó una ceja, con una sonrisa burlona que jugaba en sus labios mientras yo tropezaba con mis palabras y mis movimientos.
—Claro que no. Estás totalmente sobria —dijo con sarcasmo, encendiendo otro cigarro antes de ofrecerme su brazo para estabilizarme. Me aferré a él, más por necesidad que por orgullo.
Intenté enderezarme, mostrarle que podía hacerlo, pero fallé estrepitosamente. Tropecé hacia un lado, chocando levemente contra su cuerpo. Nos reímos, esa risa que alivia el peso de la realidad por un momento.
—¿Qué? ¿Vas a hacer que camine en línea recta para probarlo? —dije, sonriendo torpemente, consciente de mi estado, pero aferrándome a un pequeño desafío.
—Dudo que lo consigas —respondió Niragi, con una curiosidad casi burlona. Me miraba de reojo, sus ojos entrecerrados mientras se llevaba el cigarrillo a los labios. Después de un largo silencio, me lanzó una mirada que bordeaba la indiferencia—. Vamos, no puedes quedarte aquí toda la noche, ¿o sí?
A través de la niebla de mi embriaguez, intenté concentrarme en su rostro, pero el mundo giraba a mi alrededor. No tenía a dónde ir, no quería regresar a mi apartamento vacío. No quería enfrentarme a las memorias de mi madre, ese lugar me recordaba que ya no estaba, que se había ido por elección propia. Sentí que lo único que podía hacer era seguir adelante, así que asentí lentamente, demasiado cansada para resistirme.
Niragi me pasó un brazo por los hombros y me guió fuera del bar. Su chaqueta aún colgaba de los míos, mientras caminábamos bajo las luces tenues de la calle. Él seguía fumando, exhalando nubes de humo que se mezclaban con el frío aire nocturno, y yo intentaba no tropezar con cada paso. Me sentía pequeña, perdida, pero por alguna razón, estar a su lado no me importaba.
—Estás en buena compañía —dijo con una sonrisa traviesa, mirando hacia el cielo nocturno, como si hablara con las estrellas y no conmigo.
Guardé silencio. Sus palabras resonaron dentro de mí con una verdad incómoda que no quería admitir. No conocía realmente a Niragi, pero en ese momento, no me importaba. Estaba borracha, rota, y todo lo que quería era dejar de sentir por un rato.
Finalmente, llegamos a la puerta de su apartamento, un lugar austero y sombrío, apenas iluminado por unas pocas luces. Niragi abrió la puerta y me dejó pasar primero. Apenas di unos pasos cuando tropecé de nuevo, esta vez cayendo directamente sobre él. Me sostuvo, riéndose suavemente.
—¿Ves? Te dije que estabas borracha. Idiota.
El mundo a mi alrededor seguía girando, todo era un remolino. Sentía el calor de su cuerpo, y aunque odiaba admitirlo, lo necesitaba. Mis sentidos estaban embotados, y el dolor emocional era tan profundo que cualquier distracción, por destructiva que fuera, parecía mejor que enfrentarme a lo que me estaba consumiendo por dentro.
—¿Tú crees que soy una idiota? —murmuré, intentando enfocar mi mirada en él mientras las palabras apenas salían de mi boca.
Él soltó una risa suave. Su rostro estaba parcialmente iluminado por la tenue luz junto a la puerta, pero vi algo en sus ojos, una chispa oscura que delataba un interés retorcido.
—No. Creo que estás buscando algo de lo que escapar. Igual que yo —dijo en voz baja, casi un susurro. Aunque sonaba despreocupado, había una intensidad en sus palabras que no podía ignorar, ni siquiera en mi estado.
Sin decir más, sacó una pequeña caja de cigarros de su bolsillo. Era roja, con dibujos de fresas, algo llamativo, fuera de lugar. La sostuvo frente a mí.
—¿Quieres probar? —preguntó, sonriendo, pero sus ojos no reflejaban esa sonrisa.
Estaba confundida, embriagada por el momento, y asentí lentamente, pensando que Niragi me iba a ofrecer un cigarro. Mi mente divagaba tanto que no me di cuenta de que él no tenía esa intención. Lo vi encenderlo, dar una larga calada, y antes de que pudiera reaccionar, se inclinó hacia mí, atrapando mi rostro entre sus manos.
Sentí el humo cálido y dulce pasar de sus labios a los míos, llenándome la boca con un sabor artificial a fresa. Fue tan repentino que me quedé paralizada. Al principio, el gesto me tomó por sorpresa, pero algo en mi mente, adormecida por el alcohol, cedió ante esa invasión de mis sentidos. No era solo el sabor del cigarro, era la mezcla de sensaciones lo que me hizo olvidar, al menos por un instante, todo lo demás.
Niragi no se detuvo ahí. Lo que comenzó como un simple gesto de compartir el humo pronto se convirtió en un beso, lento, cargado de una tensión que había flotado entre nosotros desde que salimos del bar. Sus labios se movían con una precisión casi calculada, pero había una urgencia oscura detrás de cada movimiento, algo que no tenía que ver con el deseo, sino con una especie de vacío más profundo.
Al principio, no supe cómo reaccionar, pero después de unos segundos, mi cuerpo lo hizo por mí. Mis manos se aferraron a su chaqueta de cuero mientras lo besaba de vuelta. No era una conexión verdadera, ni algo que realmente deseaba, pero en ese momento, era la única forma que encontré para escapar, para ahogar el dolor que me consumía por dentro.
El humo de fresa seguía flotando entre nosotros, impregnando el aire a nuestro alrededor, creando una atmósfera irreal, como si estuviéramos en un mundo aparte, donde las reglas no importaban y el caos de nuestras vidas no podía alcanzarnos.
Por un momento, me permití olvidar.
Actualidad
Desperté con un sobresalto. El frío del suelo de la terraza se filtraba a través de mi ropa, y un dolor sordo me recorría todo el cuerpo. Parpadeé varias veces, intentando enfocar la vista, pero lo único que veía era una oscuridad densa, salpicada por humo que lo envolvía todo. Mi respiración era entrecortada, y cuando llevé una mano a mi costado, la retiré empapada en sangre, aún húmeda.
El terror me invadió por un momento, pero poco a poco los recuerdos comenzaron a regresar.
Samura.
La imagen de Samura apareciendo de repente en la terraza, con su katana desenvainada, se materializó en mi mente con una claridad espantosa. El ataque fue brutal y totalmente inesperado, sumiéndonos a todos en el caos. Recordaba el brillo mortal de la hoja bajo la tenue luz, el silbido cortante al atravesar el aire, y los gritos desesperados cuando la lucha estalló.
No sabía cuánto tiempo había estado inconsciente, ni cómo ni cuándo había recibido un golpe tan fuerte como para perder la conciencia. Solo tenía fragmentos vagos: el filo de la katana, Niragi gritando algo antes de disparar, Chishiya esquivando con esa arrogancia tan suya... Y después, todo se volvió negro.
Con esfuerzo, me incorporé hasta quedar sentada, aunque cada músculo de mi cuerpo protestaba. Todo a mi alrededor era un inquietante silencio. El hotel, que antes resonaba con gritos y el caos del juego, ahora parecía envuelto en una calma sofocante. El humo que se alzaba alrededor me decía que algo terrible había ocurrido mientras estaba inconsciente. El aire estaba impregnado de un olor acre, a madera quemada y plástico derretido.
Miré a mi alrededor, buscando alguna señal de vida, pero solo encontré escombros y más humo. La puerta de la terraza, que antes parecía una barrera impenetrable, estaba abierta de par en par, como si hubiera sido arrancada durante la pelea. No había señales de Chishiya, Niragi o Samura. Lo único que quedaba era la desolación, el humo, y la sangre que manchaba mis manos y mi ropa.
El miedo empezó a apoderarse de mí mientras intentaba recordar los últimos momentos antes de desmayarme. La pelea había sido un caos, con Samura lanzando ataques implacables, y Niragi disparando desesperadamente, aunque sus balas no lograban frenar la furia del espadachín. Chishiya, como siempre, había preferido mantenerse al margen, usando su ingenio para esquivar los golpes en lugar de enfrentarse directamente.
Pero lo que más me perturbaba era no recordar cómo terminé así, sola, tirada en el suelo y herida. ¿Había sido Samura quien me hirió con su katana? ¿O Niragi, en su desesperación, me disparó sin querer? ¿O tal vez, en medio del caos, Chishiya hizo algo inesperado?
El silencio era ensordecedor. No se oía nada desde el interior del hotel, lo que solo hacía que el humo pareciera aún más amenazante. ¿Había un incendio? ¿Más muertos?
¿O peor aún, el juego había terminado? ¿Todos habían muerto excepto yo?
Me obligué a ponerme de pie, tambaleándome mientras mis piernas recuperaban su fuerza. Me apoyé en la barandilla, mirando hacia abajo, pero el humo que subía desde los pisos inferiores me impedía ver claramente. Si había un fuego, podía estar devorando el edificio entero.
Avancé con pasos inciertos, mi cuerpo aún débil por el dolor y el mareo. Bajé las escaleras de emergencia, mientras el humo llenaba el aire, irritando mi garganta y haciéndome toser. A cada paso, el calor de las llamas me alcanzaba, sintiendo las lenguas de fuego que lamían las paredes y el suelo del hotel. Pequeñas hogueras se mantenían encendidas aquí y allá, como si fueran los últimos vestigios del infierno que arrasó el lugar mientras yo estaba inconsciente.
El horror me atravesaba cada vez que veía un cuerpo tirado en el suelo. Algunos yacían en posiciones retorcidas, con rostros congelados en expresiones de terror o dolor. Intentaba esquivarlos sin mirarlos demasiado, temiendo reconocer a alguien, temiendo enfrentar la posibilidad de que todos estuvieran muertos.
¿Todos están muertos? ¿O me abandonaron y huyeron?, pensaba, luchando por mantener mi mente enfocada mientras el humo me envolvía.
El pasillo por el que caminaba era un laberinto de escombros y fuego. Cada esquina que doblaba era más desoladora que la anterior. Sentía como si el edificio mismo estuviera vivo, crujidos y chasquidos resonando a mi alrededor, como si el hotel lamentara las vidas que había consumido.
Finalmente, llegué a la planta baja. A solo unos metros de la salida principal, la luz de la luna se filtraba a través de la puerta abierta. Fue un breve destello de esperanza. El aire fresco, libre de humo, estaba tan cerca que casi podía tocarlo, y mi corazón latió con fuerza ante la posibilidad de escapar de aquel infierno.
Pero justo cuando estaba a punto de salir, una figura emergió de las sombras, bloqueando mi camino. Me tensé al instante, retrocediendo un paso sin siquiera pensarlo. Entonces, la figura tosió violentamente, casi doblándose sobre sí misma. Esa tos... la reconocí de inmediato.
—¡Nanami! —dijo una voz ronca, casi sofocada por el humo. Era Daichi.
Levantó la vista hacia mí, con los ojos enrojecidos y las manos temblorosas. Su rostro estaba cubierto de ceniza, su cabello alborotado y su ropa quemada en varios lugares. Pero estaba vivo.
—Te he estado buscando por todo el hotel —continuó, dando un paso hacia mí—. No iba a irme sin ti.
Sus palabras, cargadas de sinceridad y desesperación, hicieron que mi corazón se encogiera. No supe qué decir de inmediato. Después de toda la traición, el caos y el miedo que había experimentado, alguien que me buscaba, que no estaba dispuesto a dejarme atrás, era algo que no esperaba. Algo que me abrumaba.
—Daichi... —susurré, pero mi voz se quebró, atrapada entre el humo que aún me quemaba la garganta y las emociones que me sobrepasaban.
El chico tosió de nuevo, más fuerte esta vez, y me di cuenta de lo mal que estaba. Había inhalado demasiado humo y, si no salía pronto, su estado empeoraría rápidamente.
—Tenemos que salir de aquí —dije, tratando de mantener la calma mientras lo tomaba del brazo para ayudarlo—. No puedes quedarte más tiempo.
Asintió débilmente, con los ojos buscando los míos, como si necesitara algo más que fuerza física para seguir adelante. Juntos, comenzamos a avanzar hacia la salida, esquivando las últimas llamas que aún danzaban a nuestro alrededor.
El aire fresco nos envolvió cuando finalmente cruzamos la puerta principal. Afuera, lejos del hotel en llamas, Daichi se desplomó en el suelo, respirando con dificultad. Me arrodillé a su lado, sintiendo el alivio de haber escapado, aunque sabía que el peligro no había terminado.
El caos y la muerte que dejamos atrás pesaban sobre mí. Aún no me podía sacudir la sensación de que algo peor estaba por venir. Habíamos escapado del fuego, pero el verdadero peligro estaba ahí fuera, esperándonos, escondido en las sombras de ese juego cruel.
Daichi, recostado en el suelo, luchaba por recuperar el aliento. Me miró, sus ojos llenos de gratitud y preocupación.
—Tenemos que encontrar un lugar donde pasar la noche. No podemos quedarnos aquí... es peligroso —dijo entre jadeos.
Me llevé las manos a la cabeza y dejé escapar una risa amarga, casi desesperada. Me dejé caer a su lado, sintiendo el peso de todo lo que acabábamos de vivir aplastándome. El fuego en el hotel seguía crepitando detrás de nosotros, pero estábamos fuera, respirando aire limpio, aunque no libres de la angustia que nos envolvía. Mi cuerpo dolía con cada latido, y la risa que había dejado escapar pronto se transformó en sollozos. Mis hombros temblaban con cada exhalación.
—¿Qué mierda está pasando? —dije, mi voz quebrada por la desesperación. Habíamos sobrevivido a un juego de corazones, un infierno de traición y caos, solo para descubrir que esto no era el final, sino el comienzo de algo peor.
Él tosió de nuevo, tratando de expulsar el humo de sus pulmones. Me miró con cansancio, sus ojos empañados por el dolor y la confusión.
—El juego de corazones ha terminado —dijo con dificultad—. Pero... no podemos salir de este maldito mundo. Los creadores... esos bastardos nos recompensaron con más juegos. Dicen que van a empezar pronto.
Lo miré, sintiendo cómo sus palabras se hundían en mi mente como una pesadilla de la que no podía despertar. Me dejé caer hacia atrás, tumbándome en el suelo y mirando el cielo nocturno. Parecía tan pacífico, indiferente a todo el horror que habíamos vivido.
—En serio... quiero morirme —susurré. Pero las palabras no eran más que una burla ahogada por la realidad de que ni siquiera eso parecía una opción. Escapar no era una posibilidad aquí. A mi alrededor, el silencio era inquietante, roto solo por los ocasionales crujidos del fuego que seguía consumiendo el hotel.
Daichi se giró hacia mí, arrastrándose por el suelo hasta quedar a mi lado. Se desplomó allí, agotado, y por un momento, ambos nos quedamos estáticos, en silencio, simplemente respirando el aire fresco, intentando procesar lo que significaba enfrentarnos a más juegos.
—No te vas a morir —dijo finalmente, su voz áspera pero decidida—. No podemos... no todavía. No podemos rendirnos ahora. No después de todo lo que hemos pasado.
Cerré los ojos, sintiendo las lágrimas deslizarse por mis mejillas. Parte de mí quería creer en sus palabras, aferrarme a esa pequeña chispa de esperanza que intentaba mantener encendida. Pero otra parte de mí estaba tan cansada, tan rota por todo lo que habíamos visto y hecho, que no estaba segura de si tenía fuerzas para continuar.
—¿Y para qué? —susurré, mi voz apenas audible—. ¿Para seguir luchando en más juegos? ¿Para ver cómo todos a nuestro alrededor mueren uno tras otro? ¿Cuál es el punto de todo esto?
Daichi no respondió de inmediato. Sabía que no había una respuesta que pudiera darme. No había justificación para tanto sufrimiento, para el horror que habíamos vivido. Lo único que quedaba era seguir adelante, porque rendirse no era una opción, no si había una mínima posibilidad de salir con vida.
Me miró entonces, y nuestras miradas se encontraron, cargadas de una mezcla de desesperación y esperanza. En medio del caos, del edificio incendiado, rodeados de cuerpos caídos y humo denso, algo cambió en el silencio que compartimos.
—No lo sé —admitió, su voz casi rota, pero sincera—. No hay respuestas fáciles en este lugar.
Lo miré fijamente, iluminado por la tenue luz que se filtraba entre el humo y el fuego. Nuestros ojos se encontraron en una conexión intensa, en una comprensión silenciosa que parecía ir más allá de las palabras. En su mirada, al igual que en la mía, había miedo y cansancio, pero también una chispa de algo más, algo que no habíamos permitido aflorar en medio de tanto caos.
Se acercó lentamente. Cada uno de sus movimientos era cauteloso, pero decidido. La cercanía entre nosotros hizo que el aire se volviera aún más pesado, y pude sentir el calor de su cuerpo, el ritmo acelerado de su respiración. Me di cuenta de lo cerca que estábamos, de cómo nuestros cuerpos apenas se tocaban mientras él se acercaba.
—A veces... en medio del caos, es cuando más necesitamos aferrarnos a algo —dijo en un susurro—. No podemos rendirnos, y... no podemos dejar que esto nos destruya por dentro.
Sentí una oleada de emoción: gratitud, desesperación... y algo más. Mis ojos se entrecerraron y, casi sin pensarlo, me incliné hacia adelante. Daichi me miró sorprendido, sus labios apenas separados, como si estuviera esperando el momento.
Nuestros labios se encontraron en un beso suave, cargado de la pasión que habíamos reprimido durante tanto tiempo. Fue un contacto que, por un instante, borró todo el horror y el dolor, un momento de calma en medio de la tormenta. Sentí cómo me derretía en ese abrazo, el calor de su cuerpo y la urgencia de ese beso dándome un alivio momentáneo. Mis manos, temblorosas, encontraron su espalda, acercándolo más a mí.
El beso se volvió más intenso, más desesperado, como si ambos estuviéramos buscando en ese contacto una forma de olvidar, aunque solo fuera por un instante, todo lo que nos rodeaba. Los sentimientos que habíamos reprimido finalmente afloraron, y la conexión entre nosotros se hizo tangible.
Cuando finalmente nos separamos, lo hicimos lentamente, nuestras frentes aún tocándose mientras tratábamos de recuperar el aliento. Lo miré, sintiendo una mezcla de vulnerabilidad y algo parecido a la esperanza. Estábamos exhaustos, pero ese momento compartido nos daba una chispa de algo en lo que aferrarnos, algo más allá del sufrimiento.
—Ayúdame a olvidar todo esto... por favor —susurré, mi voz quebrada, apenas audible por encima del crepitar del fuego.
Daichi asintió lentamente, su mirada reflejando la misma desesperación que yo sentía. Sin decir nada más, tomó mis manos, entrelazando sus dedos con los míos. Cada uno de sus movimientos parecía cargado de significado, como si con cada caricia estuviera tratando de reconstruir algo de lo que el juego había destruido dentro de nosotros.
Volvimos a besarnos, esta vez con más urgencia, con la necesidad de encontrar en ese contacto algo real, algo que pudiera sostenernos. Me dejé llevar por el momento, permitiendo que el dolor y el cansancio se desvanecieran mientras me perdía en la sensación de sus labios sobre los míos. Las manos de Daichi recorrieron mi cuerpo con suavidad, y yo respondí con la misma intensidad, atrayéndolo más cerca.
Nos dejamos caer sobre el frío suelo, el peso de nuestros cuerpos parecía aliviar la tensión acumulada desde el inicio de este juego. Cada respiración, cada suspiro, era una liberación del dolor que ambos habíamos cargado durante tanto tiempo. En medio del caos, encontramos algo hermoso, algo que nos recordaba que aún éramos humanos, capaces de sentir, de conectarnos, de amar.
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