Parte XIII
El Comienzo del Caos
Toronto, Canadá.
Al finalizar la transmisión de la O.N.U. en los televisores del aeropuerto, un silencio espectral vagaba por los pasillos... pero repentinamente los estallidos de miedo comenzaron.
La gente arrancaba por los corredores, solicitaba vuelos de vuelta a sus hogares, pero las voces de los transmisores indicaban que debido a la recién noticia absolutamente todos los vuelos habían sido cancelados.
Los empleados trataban de calmar a las personas, otros resignados por la fatal noticia abandonaban sus puestos de trabajos y huían, a pocos segundos se inició un motín, los vidrios de las tiendas estallaban para comenzar los saqueos, la gente aprovechaba el caos para llevarse cualquier cosa, robar objetos y pertenencias caras.
–La gente se volvió loca hay que irnos– dijo Roque palpándole la espalda a Ernest.
–Vamos a estar bien abuelito– dijo la pequeña Irina que observó la mirada nerviosa de su abuelo, Ernest Ivanov es un viejo fuerte pero a la edad de 67 años estas situaciones no le favorecen.
La tomó de la mano arrinconándola a su cuerpo, buscó con la mirada el carril del equipaje pero se topó con el rostro de la señora Milena.
–Lo ayudaré a encontrar el equipaje doctor– le respondió ella.
Un grupo de gente arrebataba las maletas arrojándolas por el aire, otros las tomaban a diestra y siniestra, Roque se adelantó hacia el carril, un sujeto lo embistió chocándolo contra la plataforma pero logró levantarse adolorido.
– ¿Cuáles son las maletas?– gritó Roque.
La señora Milena cogió un pequeño bolso purpura del carril, detalló todas las maletas una por una. Una mujer arrastraba una maleta grande y beige, Milena le gritó a Roque levantando los brazos, le indicaba que esa era la maleta de la pequeña.
Roque es un joven más ágil, apenas tiene 30 años y en su tiempo libre en el laboratorio disfruta de entrenar y correr, para él se le hizo un poco divertido el tener que saltar entre las maletas para salvar el equipaje de Irina, sin embargo su pequeña aventura se vio interrumpida, otro sujeto le sostuvo los pies tumbándolo y lo sacó del carril para tomar un maletín.
El pequeño bolso purpura rodó por el suelo arrojado por Milena directo a los pies del Dr. Ivanov y su nieta. La señora Milena se quitó los tacones escalando una pequeña montaña de equipaje, corrió con velocidad hasta la maleta y empujó a la ladrona forcejeando con ella, pero esta mujer era más fuerte y obesa, su masa corporal le hacía frente al furor de la señora Milena. Soltó la maleta empujando a la obesa hacia atrás tumbándola, con la punta de su tacón golpeó la mano de la ladrona y arrastró la pesada maleta alejándola de ella.
Roque apareció ayudándola a recoger el pesado equipaje y corrieron desde el otro lado hacia Ernest e Irina.
–Todavía queda una maleta...– agregó la pequeña Irina.
Cuando voltearon la mirada hacia el equipaje estalló uno de los vidrios de las ventanas, una pequeña ventisca de nieve se filtró al pasillo, la gente se amontonó robando el equipaje y no tuvieron más remedio que echar a andar los pies para correr.
En la entrada del edificio del aeropuerto las personas huían, tratando de acceder a los hangares de los aviones, otros formaban una cola de automóviles impidiendo el paso de las salidas y entradas del estacionamiento.
–Roque maneja tú– dijo Ernest arrojándole las llaves del vehículo.
Abrieron el maletero del auto y depositando el equipaje de Irina, la pequeña entró en la parte trasera del auto. El motor rugía furioso, Roque se preparaba para arrancar, la señora Milena y el doctor cerraron la puerta del maletero y voltearon hacia las puertas, Milena se detuvo por un segundo.
– ¿Qué está esperando? ¡Entre al auto!– le gritó Ernest como un orden. Milena tomó asiento con la pequeña.
–Gracias... me he quedado varada aquí– agradeció abrazando a Irina.
–No puedo dejarla en medio de este caos después de haber ayudado tanto a mi nieta... eso es inhumano– contestó el Dr. Ivanov, comenzaba a calmarse.
–Colóquense los cinturones de seguridad, voy a tratar de salir por la autopista– Roque arrancó el automóvil evadiendo algunos carros para salir del aeropuerto.
Esquivando el tráfico evadieron la ciudad, la tormentosa noticia había arruinado la pacífica vida en la ciudad más poblada de Canadá, Toronto sucumbía ante el terror de la futura llegada de Hécate.
– ¿Dónde queda exactamente el L.I.C.M.?– preguntaba la señora Milena nerviosa.
–En la isla Baffin en el territorio de Nunavut... teníamos boletos para volar en avioneta hacia la isla Coral Habour y después directo al L.I.C.M. – explicó el Dr. Ivanov.
–Suerte que alquilamos el auto para pasear por la ciudad, nunca habíamos tenido oportunidad de visitar Toronto– agregó Roque a la conversación.
– ¿Cómo se supone que vamos a llegar ahora al laboratorio...?– dijo Milena tocándose la frente.
–Roque hay que comprar un mapa, al este del país debe haber algún puerto que nos lleve a casa– dicta el Dr. Ivanov muy sereno, al relajarse comprendió que siendo la autoría del grupo debía asumir la responsabilidad de llevarlos a salvo.
–Sospecho que no vamos a devolver el auto...– asumió Roque estacionándose en un quiosco para pedir el mapa.
–Estamos en el fin del mundo, nadie se va a preocupar por un auto desaparecido– anunció el anciano.
Madeira, Portugal.
Como si la cosecha de los males estuviera germinando en el patio de su hogar, las malas coincidencias se hacían presentes, luego de la transmisión de la O.N.U. por televisión la lluvia acrecentó y con un repentino relámpago la electricidad de la casa se esfumó, Madeira no pudo evitar gritar y abrazar a su hermano.
–Tranquila, es un fallo eléctrico– le explicó Liberio abrazándola para calmarla, la repentina casualidad le aceleró el corazón.
– ¿Es verdad lo que acaban decir?– preguntó la hermanita después de una pausa para recuperar el aliento.
–Me temo que si... la llamada que recibí fue de la Agencia Espacial Europea y... me confirmaron la noticia– dijo Liberio pensando en las últimas palabras de Megalie.
Alumbraron un poco con la luz del teléfono de Liberio hasta encontrar unas velas en la cocina, las encendieron con la estufa y reposaron en la mesa de madera de la cocina esperando que calmara la tormenta.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top