Parte VII

Teorías y Puños


Vargas, Venezuela.

Danilo se preparaba para el desfile conmemorativo de la Armada de los comandos de Navegación Venezolana al que su amigo Guillermo lo había invitado a asistir. Después de bañarse no se decidía si ir vestido de civil o con su uniforme militar.

Posteriormente de pensarlo un rato decidió vestir su uniforme colocándose una boina azul representativa de los Cascos Azules, recordó que Guillermo los invitaría a un recorrido por las naves marítimas y seguramente su uniforme y privilegio los ayudarían a entrar con más facilidades dentro de los armatostes acuáticos.

Lucas estaba despierto jugando su videojuego como de costumbre. Según le explicaba ayer a su padre, está a punto de terminarlo, Marta acababa de vestirse, por loco que parezca Danilo siempre era el que más tiempo se demoraba en arreglarse, por ello su esposa lo dejaba emperifollarse a él primero, le gustaba que sus uniformes fueran excesivamente perfectos y bien planchados, con todas sus condecoraciones brillantes como una estrella.

Al cabo de unos minutos la familia emprendía su primer paseo desde que Danilo retornó a casa, el padre de familia tenía antojos hambrientos desde que pisó Venezuela y no podía aguantarse las ganas de parar a desayunar en su restaurante favorito y comerse unas empanadas gordas y calientes.

Aparcaron el auto y se sentaron en una de las mesas de plásticos sin mantel con un paquete de servilletas encima junto a unos dispensadores de salsas. El dueño del local reconoció al militar sentado en sus mesas y fue a saludarlo, charlaron un rato y mandó a servirles las mejores empanadas de su cocina, junto a una jarra de jugo de guanábana a petición de Danilo.

–Dios mío, que calor hace, ¿Cómo se pueden comer esas empanadas tan calientes?– objeta Marta agitando un abanico en su cara.

–Mírale el humito a la carne mechada Marta– enseña Danilo apretando su empanada para mostrarle el relleno, le hacía gracia la cara que ponía su esposa, el humo salía evaporándose instantáneamente, Danilo con todo el gusto le pega un mordisco enorme y arruga la cara soportando el calor vaporeo que despliega la empanada, pero no le importa, estaba suculenta.

El pobre Lucas trata de imitar a su padre pero se quema la lengua, el calor no ayuda mucho y al igual que su madre espera a que se enfríen un poco para poder llevárselas a la boca.

La multitud de clientela se acumulaba en la caja de pedidos, pero algo no anda bien, la bulla dilata una exageración de malas palabras, hay un problema, la gente comienza a alejarse, una persona malcarada que está en ese lugar no precisamente para desayunar.

El agresor saca un arma desde sus pantalones y dispara dos tiros al cielo asustando a todos los presentes, la gente se tira al suelo espantada incluyendo la familia Albornoz.

Pero Danilo seguía sentado en la mesa, como si el sonido de las balas se tratara del zumbido de una mosca, no le molestaba en sus orejas. El ladrón era un idiota, se sentía superior al resto de la gente por el hecho de portar la muerte en sus dedos, miraba a Danilo sentado de espaldas en la mesa de plástico, inmutado de su presencia, como si no le importara lo que sucedía, el perpetrador no le gustaba que lo ignoraran.

– ¡Tú! El militar de mierda, levantarte–ordenó el sujeto gritando a lo alto, pero Danilo seguía sin moverse.

El calor tenia tensa las pulsaciones del malandro, estaba nervioso, su matutina labor criminal era fácil para él, no era la primera vez que atracaba, pero ciertamente era la primera vez que se enfrentaba a un militar, y uno con la boina azul, jamás en su vida había visto uno así, y se arrepentiría de su ignorancia.

Acostado en el suelo protegido por su madre, Lucas observaba de reojo la mirada perdida de su padre, una vista fija hacia el horizonte con ojos temblorosos pero no asustados, eran ojos de furia, de ira reprimida ¿Por qué su padre no se movía?

Un solo movimiento del militar respondió la pregunta de Lucas,; en un instantáneo parpadeo en sus ojos, Danilo se incorporó como poseído por una bestia, se levantó de golpe, cogió con su mano derecha la silla de plástico donde estaba sentado y la arrojó con todas sus fuerzas directo a la cara del malhechor de mal aspecto.

El grito de Marta alertó a la multitud asustada, Danilo se movió como un felino agachado entre las mesas alrededor, dio un giro en suelo y con sus propias piernas abracó los pies del sujeto atormentándolo y lo tumbó en el suelo despojando su arma de fuego.

Todos sentían el alivio, el peso del miedo había sido disipado por el fortachón militar de boina azul, pero Danilo no estaba tranquilo, las manos le temblaban como una fuente eléctrica de adrenalina y furia, apretó los puños imponiendo su justicia ciega y fuerza indescriptible sobre la cara del pobre hombre desarmado.

Los gritos del sujeto suplicando piedad, permutaban entre el sonido de los murmullos de los presentes, nadie pudo atreverse a calmar la desenfrenada lluvia de puñetazos, no por el hecho que fuera peligroso contradecir la dictada justicia de un militar, sino porque Danilo parecía que lo disfrutaba.

Los puños seguían cayendo en el tipo, la sangre brotaba a chispazos sobre el suelo, los nudillos del Casco Azul parecían hechos de plomo sólido, la vista se le nublaba al pendenciero. Danilo procedía a una mecánica automática, subir y bajar el puño para matar, una cualidad que se volvió monótona para su cuerpo después de los sucesos que vivió en África. La mente de Danilo no estaba ahí, remembrada escenas en su cabeza de sus últimas misiones en combate, sonorizada con disparos, explosiones y gritos.

De repente volvió en sí, los gritos en su cabeza se le hacían más familiares, hasta que entendió que su propia esposa e hijo le gritaban al oído que dejara de golpear al hombre que yacía casi muerto debajo de él.

Danilo despertó de su shock agresivo, se miró los nudillos y se alejó del sujeto maltrecho. El dueño del local agradeció la ayuda, Danilo se limpió los vestigios de sangre con servilletas, sacó una paca de billetes y se la dio al dueño rogándole que no hablara y que se quedara con el cambio.

Disculpándose con todos los presentes encendió el auto y se marchó con su familia.


Ginebra, Suiza.

Las botas sonaban con cada pisada en la grama húmeda, la nieve se derretía en los altos Alpes Suizos, no era de esperarse, el incremento de calor en el sector era abruptamente exagerado, los físicos atmosféricos liderados por Iván Gelman y su compañero Kurt Clavenge estaban cansados, normalmente llevaban ropa gruesa y abrigada para las expediciones de este tipo, pero el día de hoy vestían más ligero, algo que no acostumbraban a hacer.

–Templado, húmedo, frío, tropical o seco, todos los climas inician en el cielo– charlaba Iván junto a Kurt mientras el equipo descansaba para desayunar.

–Y aun con todos los datos que recogimos hoy no podemos determinar como está sucediendo esta oleada de calor– respondía Clavenge destapando el envoltorio de su sándwich. Kurt es un sujeto de la misma altura de Iván, cabello negro muy oscuro y largo, suele atarse la melena en ocasiones, el calor lo ameritaba a menudo.

–Esta será la peor canícula* que ha experimentado el planeta, debemos hacer un informe completo a la O.M.M. y llevarlo a la O.N.U. lo antes posible– concreta Iván sirviéndose café en su tasa favorita.

– ¿Crees que sea una contingencia mayor a causa del calentamiento global?– se pregunta Clavenge.

–No... el calentamiento global es un factor lento, y está siendo meramente controlado hoy en día, sin embargo creo que hay un agente externo que probablemente esté acelerando los sistemas climatológicos del planeta– explicaba Iván bebiendo su café caliente, miró su tasa por un breve momento, con tanto calor ya no era adecuado ingerir bebidas calientes como acostumbraba.

– ¿Un agente externo? ¿Ondas masivas de radiación solar o algo por el estilo?– dijo Clavenge ofreciéndole a Iván un triángulo de sándwich.

–Es evidente que la temperatura media de la Tierra depende en gran parte del flujo de radiación solar, el clima también puede verse influido por el Sol de la misma medida ¡Pero no es así!– argumenta Iván dándole un mordisco al sándwich de jamón y queso suizo. –El Sol es una estrella muy estable por lo que su flujo se mantiene constante en el tiempo– acotaba limpiándose las migas de pan de la sombra de su barba pelirroja.

–Puede que haya ocurrido un repentino máximo solar*, o un incremento de radiación espontaneo– aludió Kurt.

–El último máximo solar fue en el 2013, es demasiado pronto para una ventica solar como está– replicó Iván.

–Pero está sucediendo, no solo aquí, en todos lados, hay gente que debe estar muriendo de calor literalmente– lamentaba Kurt cubriéndose los labios con un puño.

–Con la recolección de datos que obtuvimos hoy pediré una autoría en la O.M.M. para requerir un informe astronómico de la Agencia Espacial Europea– expresó Iván terminando de comer.

Comenzó a sonar el teléfono celular de Iván, una llamada entrante de Aika. Planeaban su salida hacia la playa para ese mismo día, ya tenían todo listo, solo faltaba la aprobación y confirmación del padre de Lika, sin embargo desistió la invitación, tenía trabajos importantes en la Organización Meteorológica Mundial.


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