Parte IX

La Nieta del Doctor


Toronto, Canadá.

A las 6:00 a.m. en el Aeropuerto Internacional Toronto Pearson, el Dr. Ernest esperaba nervioso a su nieta Irina Ivanov, no la veía desde que tenía 3 años en una pantalla del computador, no solía hablar mucho con ella y en cierto modo, temía un rechazo justificado, Irina tenía todas las de ganar, pero por otro lado el amor paternal que florecía en él con la llegada de Irina lo promovía para seguir el deber de cuidarla a partir del momento que se vieran las caras.

Roque compraba unas botanas, unos chocolates para esperar la llegada del avión. La temperatura del lugar había ascendido, las paredes del aeropuerto sudaban, la humedad era evidente y resbaladiza.

Se rumoreaba un extraño acontecimientos en las placas de hielo cercanas a Groenlandia, la noticia había llegado anteriormente a los oídos de L.I.C.M. pero suponían que era solo eso "rumores". Pero a medida que el calor planetario aumentaba ayudado por el calentamiento global las consecuencias de los derretimientos de los polos se aproximaba casi como un pronóstico apocalíptico.

Ha habido temblores en varias zonas de América del norte, pero ninguno de magnitudes mayúsculas como para formar el caos, pero la mala situación estaba presente, la población se encontraba en alerta, atentos a cualquier movimiento indeseado en los polos.

Los parlantes anuncian el aterrizaje del avión, Ernest y Roque esperan detrás de la zona establecida al descenso de los pasajeros; uno a uno salen del pasillo buscando sus maletas y sosteniendo con cuidado los equipajes de mano. El Dr. Ivanov pasa sus ojos atento a cada cara infante que puede ver, su nieta no aparece, sigue nervioso en el ímpetu de tratar de corregir su mala puntuación como buen abuelo, pero está decidido a reivindicarse.

Una señora de traje y de cabellera negra y lisa se acerca sutilmente hacia el doctor, lo observa detalladamente comparándolo a una fotografía en su teléfono.

–Buenos días ¿Usted es el Dr. Ernest Ivanov?– preguntó la señora.

–Así es ¿Se le ofrece algo?– contestó amablemente.

–Mucho gusto Dr. Ivanov, mi nombre es Milena Vargs del departamento de cuidado infantil de la República de Bulgaria en Sofía– se estrechan la mano cordialmente. –Soy la encargada en traer a su nieta Irina, entes que la vea necesito que venga conmigo para verificar algunos documentos– parloteó directamente.

–Si, por supuesto– aceptó haciéndole una seña a Roque para que aguardara.

En camino la señora Milena y Ernest entraron a una habitación pequeña, de esas en las que acribillan de preguntas a los sospechosos pasajeros del aeropuerto buscando traficantes o alguna otra cosa.

–Su nieta está ansiosa de verlo, espero que se lleven bien. Doctor, siéntese por favor– le indica ella.

–Yo estoy algo nervioso, no sé qué le diré cuando la vea– refunfuñó exacerbado acomodándose en la silla junto a la mesa blanca.

–Espero que sus sentimientos hablan por ustedes, esa niña perdió a sus padres, necesita mucho amor para crecer feliz– agregó Milena sacando una serie de papeles de un maletín.

–Eso es lo que más temo... no poder corresponderla– suspira el viejo hombre. – ¿Qué tenemos aquí?– pregunta capcioso.

–Necesito verificar sus credenciales, pasaporte, registro de vida y certificados de ciudadanía– solicita la señora, rápidamente el Dr. Ivanov comienza a sacar sus documentos esperando la revisión indicada.

–No hay problema doctor, es el proceso requerido– agrega ella devolviéndole los documentos, ahora superpone en la mesa otra serie de hojas para firmar. –Estas son las ordenes juradas que debe firmar para aceptar la custodia legal de su nieta Irina como su tutor designado por la ley, ya que es el familiar más cercano, todos los tramites están realizados, solo necesitamos su plena aceptación del cuidado de la pequeña– explicaba la señora.

A continuación le otorgó otros certificados y papeles de Irina, los cuales firmaba rápidamente para salir con velocidad del asunto.

–El Comité de Derechos Humanos de la República de Bulgaria le muestra sus condolencias Dr. Ivanov, esto es parte del proceso y estas son las actas de defunción de su hijo y nuera, espero que las guarde y vaya a visitarlos cuando merezca de un tiempo libre– menciona la señora Milena dándole los últimos documentos.

– ¿Ya puedo ver a mi nieta?– preguntó secándose la frente con un pañuelo celeste.

La mujer asintió con una sonrisa guiándolo a través de un largo pasillo hacia otra habitación de mayor tamaño y comodidad. Antes de entrar observaron a la pequeña por la ventana del cuarto, funcionaba con vidrios especiales solo para ver hacia dentro.

–Irina es una niña muy madura para su edad, pero sigue siendo una niña, debe entender que tiene que darle ciertas libertades, pero estoy segura que se llevaran muy bien doctor– sostuvo con fuerza las manos de Ernest, él arrugó los labios y se encomendó a Dios entrando en las cuatro paredes para ver a su nieta.

Ahí estaba, sentada en una silla para niños color crema, el abrigo beige con rosa resaltaba su cabello castaño claro y sus ojos azul marino, llevaba unas coletas hacia abajo, una cara tan linda como un ángel, sus cachetes y nariz roja por el frío.

El abuelo y la señora Milena entraron sin decir una palabra, Irina se levantó de golpe al observar detalladamente al añejo señor canoso con barba, conocía a su abuelo por fotografías, recuerda haberlo saludado unas dos veces vía internet, pero era la primera vez que lo miraba con esos ojos, se sentía sola vacía y flotante, necesitaba un abrazo que restaurara su fuerza y ánimo infantil.

Corrió hacia su abuelo abrazándolo con fuerza, estaba feliz, necesitaba verlo, derramar un poco de felicidad con un ser querido y no en personas ajenas que solo se preocupaban por ella con lastima.

– ¡Abuelito!– gritó apretando la barriga de Ernest, no pudo evitar llorar la pequeña, desde que sus padres fallecieron solo se había permitido llorar una vez, Irina es una niña orgullosa como su abuelo, y no se consentía a ella misma llorar en frente de los demás, pero había resguardado sus sentimientos demasiado tiempo para una niña de 9 años, la necesidad de sacarlos a flote la dominó en ese momento.

Ernest arrugó la cara para tragarse sus lágrimas y no hacer una escena frente a la señora Milena, entendía de dónde provenía el llanto de su nieta, él también había estado contrayendo la tristeza por su hijo, pero para Irina era distinto... Ernest había disfrutado de casi toda su vida con Bran, en cambio ella, apenas tenía 9 años de edad, le dolía pensar que en el futuro no pudiese recordar la cara de sus padres.

La señora Milena no pudo evitar derramar unas lágrimas, la escena la conmovió, en toda su carrera había visto cientos de escenas como esta, pero era lo que más amaba de su trabajo, ver familias felices.

El fuerte doctor se agachó besando la frente de su nieta y correspondió el abrazo de la pequeña casi con la misma fuerza, era una niña delicada y no quería hacerle daño, como una pequeña rosa que florece entre la nieve.

–Todo saldrá bien Irina– finalmente le habló limpiándole las lágrimas con sus guantes.

–Es un gusto saber que mi trabajo vale la pena y poder hacerlos felices– menciona la señora acomodándole un mecho de cabello a Irina.

–Muchas gracias señorita Milena– le contesta Irina.

–Gracias a ti por lo de señorita– y le guiñó un ojo. –Dr. Ivanov, pasemos a recoger el equipaje de Irina ¿Viene acompañado? Traemos varias maletas–consulta Milena.

–Si por supuesto, busquemos a Roque– le indica a su nieta sonriéndole.

En cuanto salen de la habitación se percatan de algo inusual, toda la multitud de pasajeros y transeúntes del aeropuerto se agrupaban cerca de los televisores puestos en las paredes, el silencio era aterrador y sepulcral.

Se transmitía una serie de información importante al nivel mundial, noticias de carácter no muy ameno. Roque inminentemente halló a Ernest con su nieta y corrió sobresaltado para darle la noticia.

–Hay malas noticias...– menciona Roque alterado.

– ¿Qué ocurre Roque?– pregunta Ernest.

– ¿Hay algún problema en el aeropuerto?– dudó la señora Milena.

–Recibí una llamada de Otón directamente del L.I.C.M. – hablaba entre cortado. –La O.N.U. dará un anuncio a nivel global, es una alerta roja al planeta– termina diciendo Roque.


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