067 | Dilucidar

KANSAS

—Antes de que digas algo debes escucharme —comienzo a decir cuando cierro la puerta y me giro para enfrentarlo—. Sé que todo esto se basa en asuntos familiares, asuntos que no me conciernen —reconozco—. Y no quiero que se malinterprete lo que dije, Malcom: yo no te culpo por omitir la verdad, no puedo ni quiero hacerlo y creo que tuviste tus motivos —señalo mientras observo la forma en que mete las manos en sus bolsillos—, pero hay ciertas cosas que no puedes ocultar, como por ejemplo el hecho de que te ibas a marchar a Chicago sin decir nada. 

Traga con fuerza. Su nuez de Adán se mueve a lo largo de su garganta.

—Te conozco lo suficiente como para saber que no eres impulsivo, que siempre tienes un plan. Puedo deducir que tú llegaste a Betland con la intención de saber si Zoe estaba en buenas manos. Tenías miedo de que ella estuviera pasando por algo como lo que tú pasaste con Gideon y es por eso que terminaste aquí —continuo—. Pero jamás tuviste la intención de decirle a ella o a la señora Murphy la verdad. Y algo debió haber ocurrido, algo te debió hacer cambiar de parecer y ahora confiesas cuando sabes que mañana armarás tus valijas. Y sé que sueno molesta, pero eso tiene una explicación: Estás a punto de decirle a Zoe la verdad para luego irte, a punto de darle algo hermoso para luego arrebatárselo. Eso es lo único que no entiendo, lo único que en verdad me enfada. —Siento un nudo formarse en la boca de mi estómago—. Decírselo o no fue y es tu decisión, algo que no me incumbe. Pero lo que si me concierne es el hecho de que vayas a confesarlo ahora, cuando ayer estabas chequeando tu boleto de avión como si no fueras a romperle el corazón a esa niña —señalo contemplando sus ojos cargados de culpa—. Ella ha pasado por mucho y no necesita sufrir más.

—Tienes razón —concuerda—. En cada palabra que has dicho. Yo jamás pensé en revelarle la verdad ni a Anne ni a Zoe. Iba a tomar la salida más fácil y no la más honesta —reconoce antes de hacer una pausa—. Tendría que haberlo mencionado mucho tiempo antes o no haberlo dicho en absoluto. Soy consciente de que al confesarlo ahora he tornado las cosas más difíciles —continúa.

—De todas formas, yo no he sido de mucha ayuda —apunto—. No quise sonar tan brusca y parecer una auténtica...

Él me interrumpe.

—No te atrevas a terminar la frase —masculla frunciendo el ceño en mi dirección—. En su momento me enojó que no comprendieras mis motivos respecto a guardar el secreto, pero una vez que lo pensé llegué a la conclusión de que yo hubiera reaccionado de la misma forma. —Mi corazón parece comprimirse ante sus palabras—. Tú eres la familia de Zoe, estuviste para ella en su peor momento y jamás seré capaz de agradecerte lo suficiente por eso. Imagino lo que hubiera sucedido si ustedes nunca se hubieran encontrado y varios escenarios de Anne alcohólica me vienen a la mente. —Trago al notar el brillo de conocimiento que se vislumbra en sus pupilas—. La señora Murphy me contó todo, Kansas. Sé que mientras se recuperaba tuvo algunos deslices y tú estuviste ahí para proteger a mi hermana tanto de ella como de los servicios infantiles. Si no fuera por ti, Zoe estaría en algún otro orfanato y jamás habría tenido la posibilidad de tener a la admirable madre que tiene hoy en día, y, obviamente, de tenerte a ti. —El nudo en mi garganta se aprieta mientras intento reprimir todas las imágenes del pasado—. No eres egoísta, hipócrita, intolerante o cualquier adjetivo que pase por tu mente. Tú ni siquiera cuestionaste mi decisión por ti, lo hiciste por Zoe, por el simple hecho de que te aterra que alguien la lastime, que la vuelvan a abandonar —argumenta—. Y sí, esto era un asunto familiar, pero ahora que lo analizo veo que yo ni siquiera soy parte de la familia de Zoe. Soy un extraño que la conoce desde hace prácticamente un mes, que no la ama y no sabe nada de ella. Tú, en cambio, eres todo lo que yo no fui ni soy, y por eso deberías ser parte de cualquier decisión.

Estoy perpleja. Soy consciente de que Malcom siempre ve las dos caras de la moneda, que se pone en el lugar del otro y logra hacerte ver que casi todo tiene un sentido y una explicación válida, incluso cuando tú no ves ninguna. Sin embargo, cada vez me sorprendo un poco más con la extensión de sus virtudes, con la infinidad que alcanza respecto a ver lo bueno en las personas.

—Zoe te amará algún día tanto como tú vayas a amarla —aseguro—, pero te vas a Chicago el sábado por la mañana y sabes que...

Él termina por mí.

—No ocurrirá a menos que me quede o lo haga funcionar a la distancia, lo sé —asiente—. Y tengo algo que decirte respecto a eso, pero antes necesito aclarar varias cosas. —Mi silencio parece ser la única respuesta que necesita, y es entonces cuando atraviesa la sala y coloca su mano en mi espalda baja para guiarme hasta el sofá. El gesto me estremece y aquella sensación permanece conmigo hasta cuando nos sentamos frente a frente—. Primero voy a empezar por decir que hace poco más de dos meses tuve una oferta para ir a jugar a la Costa Este. Pensaba aceptarla, y con mi antiguo entrenador empezamos con los trámites. Entre ellos se pedía una copia de mis papeles de adopción que mi coach tenía, pero fueron rechazados al faltarle una de las páginas. Fuimos al orfanato de Merton- Ahí tenían los archivos actualizados, ya en computadoras. Figuraba que las mismas personas que me habían abandonado hicieron lo mismo con otro niño —explica—. Fueron muy reservados con la información y tuve que averiguar muchas cosas por mi cuenta. Consulté a ex empleados, a algunas de las religiosas que solían atendernos y gente que ya no recuerdo. Entonces encontré al ex esposo de la señora Murphy y me enteré de todo, y, tal como dedujiste, me preocupé y pensé en ver qué ocurría con mi hermana. Todas las noches me acostaba preguntándome si estaba bien, cómo la trataría su mamá, si era feliz...

Debió ser un auténtico tormento para él. Vivir en una constante duda, cuestionándose y planteándose las incontables posibilidades.

—Entonces, entre las tantas solicitudes, llegó la oferta de Bill casi como si fuera un regalo, y sabes lo que ocurrió después. Cuando llegué aquí y Zoe me abrió la puerta no sabía quién era ya que nunca había visto una fotografía suya, así que asumí que era la hija de Shepard. —Sus ojos parecen adquirir un brillo de diversión al recordar la escena del vodka—. Imagínate lo que pensé al enterarme de que era la niña que buscaba, el mundo resultó ser más pequeño de lo que creía. Sin embargo, no olvidé que yo era un completo desconocido. Comencé la experiencia del fútbol con los Jaguars mientras descubría cosas sobre la persona que llamaba «parásito» y veía el entorno en el cual vivía. Me bastaron unos días para saber que ella estaba bien, y entonces me contaste la forma en que se conocieron.

Rememoro el momento en el que me preguntó por qué la cuidaba. Fue la primera persona que no asumió que se trataba de un trabajo solo por dinero u obligación. Sin embargo, ahora sé de dónde venía su curiosidad e interés.

—Puede que haya llegado a Betland para saber sobre mi supuesta hermana, pero el fútbol también fue y es mi prioridad, por eso siempre estuve tan concentrado en el deporte y me abrí ante la oferta de Mark. Al fin y al cabo, vi con mis propios ojos que la niña estaba bien. Así que estaba dispuesto a marchar y dejarla seguir con su vida mientras yo hacía lo mismo con la mía.

—¿Pero? —inquiero.

—¿Por qué asumes que diré pero?

—Porque siempre hay un pero —apunto.

Sus labios se curvan ligeramente.

—He tenido mis dudas sobre marcharme recientemente, y con lo sucedido con Zoe se incrementaron al punto en que estoy planteándome seriamente la próxima decisión que vaya a tomar. —Sus ojos oceánicos encuentran los míos y soy testigo de la indecisión que expresa su mirada. Eso es algo nuevo en él, definitivamente—. Y respecto a mi decisión sobre decir o no la verdad, quiero aclarar por qué no lo hice antes: Anne sabía que su hija tenía un hermano y no quería que pensara que vine hasta aquí para llevármela, porque a pesar de que ella es su tutora legal yo sigo siendo su pariente de sangre, y sería fácil armar un caso en su contra con todo este material sobre de su pasado con el alcohol. No quería asustarla, además, jamás alejaría a la niña de Anne. Ella es su madre y siempre lo será. —Veo su pecho inflarse al tomar una bocanada de aire para seguir—. También estaba el hecho de que no podía aparecer de un día para el otro y decirle a Zoe que era su hermano, lo cual, irónicamente, fue lo que acabé por hacer —señala—. Yo no soy impulsivo, tú misma lo dijiste: la idea era venir aquí para informarme respecto a cómo vivía Zoe y luego marcharme con la seguridad de que estaría bien, pero por primera vez actué sin pensar, me dejé llevar por la presión de lo ocurrido y simplemente me confesé. —La línea de su mandíbula se tensa mientras se inclina apoyando sus codos en sus rodillas y junta sus manos—. Y ahora estoy en un completo dilema porque los Chicago Bears son una oportunidad inigualable, todo lo que quise desde que atrapé un balón de fútbol por primera vez. Pero, por otro lado, está la posibilidad de quedarme y tener algo que nunca quise porque desconozco lo que se siente tener.

No necesita decir la palabra para que sepa de qué está hablando. Un sueño de toda la vida o una posibilidad, algo seguro o algo extraño e inestable que puede resultar ser mejor que el deseo anterior. Veo el punto de su indecisión. Malcom no sabe qué es una familia ni lo que es amar, lo que es la dependencia del corazón por el otro. Así que comprendo que no se lance a ciegas con la idea de quedarse aquí por Zoe cuando prácticamente no la conoce y no la ama, porque sé que la quiere, pero eso no va más allá. No aún.

—Creo que acabo de hacer la decisión un poco más difícil —reconozco—. Porque yo también tengo algo que confesar.

Él busca algún indicio en mi rostro, pero parece no encontrar nada dado que cuadra sus anchos hombros y ladea la cabeza mientras espera a que continúe.

—¿Qué hiciste, Kansas? —inquiere con voz baja y repentinamente tensa.

—No pensaba decírtelo hasta mañana por la noche, pero he estado trabajando en algo desde que me enteré de la oferta de los Bears la semana pasada —comienzo—. Logré, o más bien insistí a Bill y a Mark, para que te consiguieran una entrevista con el rector de la Universidad de Satwey, en Chicago.

Él ni siquiera parece pestañear, simplemente me contempla con fijeza y su rostro inexpresivo. Y, en un intento por posponer lo que sea que vaya a decir, vuelco todas las palabras en el aire.

—Soy consciente de que amas lo que haces, de que buscas llevar tu carrera futbolística a otro nivel y poder vivir de ello —expongo—. Supe por mi padre que los Bears te ofrecen estudios en la Universidad de Soriant, pero teniendo en cuenta que ya te perderás el semestre con todo este lío de la mudanza, insistí para que Bill y Mark repensaran acerca de tus futuros planes universitarios. Sabemos que eres sumamente capaz e inteligente, y creemos que también mereces la oportunidad de estudiar adecuadamente, en un lugar que esté a tu nivel. Exactamente por eso... —Hago una pausa para tomar aire—, han llegado a manos del rector de la universidad de Satwey tu expediente y varias recomendaciones. ¿Me creerías si te dijera que quiere entrevistarte para que estudies allí? —No soy del tipo de persona que se pone incómoda o nerviosa ante la mirada del otro, pero definitivamente estoy sintiendo algo de nerviosismo mientras soy examinada bajo su indescifrable escudriño—. Toda universidad te consume, pero esta lo haría a otra medida. A su vez te abriría puertas que estudiando en Soriant ni siquiera sabrías que existen. Es una de los mejores, sin duda, y estoy segura de que podrías hacerlo funcionar si es lo que realmente quieres. —Esas son algunas de las muchas razones por las cuales hice lo que hice.

—¿La Univerdad de Satwey, Chicago? —La inseguridad se filtra a través de su voz—. ¿Has logrado conseguirme una entrevista con el rector de una de las más prestigiosas universidades a nivel nacional e internacional? Porque estamos hablando de una institución que cuenta con trece premios Nobel, la misma en la que estudiaron cuatro actuales presidentes. —Luce incrédulo—. Instituciones privadas como esa ni siquiera se fijan en gente como yo, es decir... únicamente te basta con mirar mis ingresos económicos para saber que... —comienza, pero lo interrumpo.

—En realidad lo hacen, o mejor dicho, tú podrías ser una de las pocas excepciones para que lo hagan —replico—. Puede que no hayas estudiado en una gran universidad de Londres como Oxford o Cambridge, pero a veces no todo se trata de dinero, sino de esfuerzo y dedicación. Exactamente por eso el rector de la universidad accedió a verte. Está intrigado por tus aptitudes y, obviamente, por tu intachable reputación en los medios deportivos. Él está interesado en entrevistarte y darte una beca, Malcom —añado haciendo énfasis en la última oración—. Es obvio que previamente tendrías que...

Ahora es él quien interrumpe.

—Gracias, Kansas.

Nunca imaginé que una simple palabra, una que suelo oír cada día, pudiese expresar verdadera gratitud y franqueza, tanta conmoción y desconcierto a la vez. Sus ojos del color del zafiro encuentran los míos y veo un destello escondido entre sus abismales y dilatadas pupilas, uno que ni siquiera puedo describir haciendo justicia a lo que verdaderamente es.

Él extiende una de sus manos y alcanza la mía, de forma automática bajo la mirada para contemplar la forma en que sus largos y ásperos dedos se envuelven alrededor de mi mano y me transmiten todo el calor que poseen. La sutileza del gesto me deshace internamente, y cuando me obligo a volver a alzar la vista me percato de que sus masculinas y usualmente férreas facciones se han tornado más suaves.

—Me has puesto en una decisión mucho más enrevesada —señala—, pero sinceramente no importa, no lo hace porque todo esto ha sido fruto de algo que tienes en la porción media del mediastino inferior de tu tórax.

—Ya entiendo a qué se debe que Zoe se viera tan confundida mientras jugaban a ese juego en el hospital, tú complicas demasiado las cosas. ¿No podrías haber dicho corazón en vez de porción media del no sé qué?

—Si dijera una palabra cuando puedo decir ocho no sería Malcom Beasley. —Se encoge de hombros antes de que una ladeada sonrisa curve sus labios hacia la izquierda, entonces aprieta mi mano.

—Creo que eso lo explica todo.

MALCOM

Parece poco creíble que hace alrededor de una hora estuviéramos discutiendo en el corredor de un hospital y ahora nos encontremos sentados en el mismo sofá.

Releo una copia del contrato que se supone que firmaré el sábado al llegar a Chicago mientras Kansas habla con Zoe por Skype desde su teléfono. Las horas de visita terminaron, pero la buena noticia es que la niña será dada de alta mañana por la tarde. Claro está que ella debe permanecer en cama tanto como pueda debido a que está recién operada del abdomen, pero fuera de eso podrá volver a casa y terminar su recuperación allí.

Descanso sentado en medio del sillón; la castaña se recuesta de forma perpendicular a mí, descansa sus piernas sobre mi regazo. Dejo de leer al verla sonreír frente a la pantalla iluminada, al oír la voz de la niña y la de la señora Murphy a lo lejos. En silencio observo la forma en la que se mueven sus labios, la manera en que sus cejas acompañan sus reacciones y sus ojos se abren y entrecierran con incredulidad o alegría. Me gusta contemplarla cuando está distraída, porque de esta forma puedo mirarla tanto como quiera sin sentirme un completo hostigador.

Así soy capaz de intentar memorizar todo de ella y guardar las imágenes en mi hipocampo.

Los recuerdos no se almacenan en una sola parte del cerebro, sino en varias: la memoria semántica se refugia en nuestro lóbulo temporal, en la corteza prefrontal encontraremos la memoria a corto plazo, o sea la de los recuerdos más recientes, mientras que aquellos que pertenecen a la memoria a largo plazo se ubicarán en el hipocampo. Sin embargo, son los valientes ganglios basales aquellos que toman la decisión de qué memorias deberíamos amontonar en el cerebro y cuáles se pueden desechar; para el correcto funcionamiento buscan evitar la sobrecarga de la memoria temporal y olvidar los recuerdos que no tienen ninguna importancia. Así que ahora, en este momento deseo que mis ganglios basales decidan colocar todas las imágenes y los conocimientos que tengo de Kansas en manos de mi hipocampo.

Pienso una vez más en la oportunidad que me ha dado contactando al rector de la universidad y vuelvo a pasmarme ante su generosidad. Ella en verdad se esforzó y depositó toda su confianza en mí para lograr conseguir aquella entrevista y creer que podría lograrlo, lo hizo aun cuando sabía que ya me habían rechazado varias veces al querer ingresar a otras instituciones de tal nivel y a pesar de ser consciente de que para realizar tal cosa debería marcharme.

Se siente extraño dado que jamás alguien se interesó en mi educación. Incluso cuando me mudé con Nancy y su padre. Ellos siempre vieron un futuro relacionado al deporte en cuanto a mí se trataba, y se ve que nunca pensaron en lo que significaba para mí asistir a una escuela que abarcara todo lo que necesitaba y me brindara las herramientas necesarias para desenvolverme mejor. Nunca pedí aquello dado que ya creía que estaban haciendo suficiente al adoptarme, pero en el fondo, incluso ahora, mis ganas por instruirme bien son casi iguales a aquellas que tengo por jugar al fútbol.

Kansas, sin embargo, fue más allá que todos. Incluso más lejos de lo que yo he sido capaz de ir por mí mismo.

Ahora las decisiones tienen un peso diferente.

Cuando llegué a Betland intenté no pensar en Zoe en absoluto, y si lo hacía no era como una hermana, sino como una desconocida. Así era más fácil y de cierta forma me aseguraba de no desarrollar nada por ella, de no pensar constantemente que estaba obligado a quedarme con la niña y recuperar los siete años que podría haber pasado a su lado.

En definitiva, ella fue una extraña: que tuviésemos lazos de sangre en común no significaba nada para mí en absoluto. Ella tenía una buena vida y no vendría a arruinarla contándole trágicos y caóticos relatos familiares que probablemente no entendería, pero las cosas cambiaron de la manera más impensada.

Ya no siento la obligación de recuperar el tiempo que perdimos, sino que lo anhelo. Puede que no la ame, pero he llegado a quererla, y la oportunidad de tener una familia en un futuro no es algo a lo que pueda darle la espalda. Sin embargo, podría hacer eso desde Chicago dado que la distancia no es un inconveniente si se aprecia y quiere a alguien de verdad. Además, podría viajar e ir conociéndola y metiéndome en su vida de forma gradual, lo que creo que es lo mejor. Al mismo tiempo estaría estudiando y haciendo lo que me apasiona, jugar al fútbol americano. La opción de quedarme, a pesar de esto, parece verse realmente llamativa por varias razones, o mejor dicho personas: Ben, Bill, Timberg, Claire, el equipo... incluso Hyland. Dudo que vaya a encontrar personas como ellos otra vez. No los conozco demasiado pero sí lo suficiente como para tenerles un aprecio y gratitud muy altos. No sé si quiero separarme de ellos, si quiero dejar atrás a las personas que contribuyeron a que mi estadía aquí fuera más que eso. Porque, honestamente, se sintió como una vida entera y repleta de dicha en vez de unas cuantas semanas. Y ahí aparece Kansas, un motivo para quedarme que está a la altura de la promesa que ofrece Chicago. Pero es solo eso, ella está a la altura, pero aún no sé si logra superar un sueño de toda la vida.

Comienzo a pensar otra vez en mi pequeño viaje a Louisiana esta mañana, si pudiera...

—Genial, simplemente genial. —La puerta principal se abre bruscamente mientras Bill entra luciendo su típico conjunto deportivo complementado con su silbato y gorra de los Chiefs—. Lo primero que veo al llegar a casa tras un día agotador es la repugnante cara de Hyland y al idiota que encontré desnudo en la cama de mi hija mientras tenía una tarántula aferrada a esa cosa que cuelga de su entrepierna.

De forma automática cuadro mis hombros y dejo caer las piernas de Kansas al suelo. Ella arquea una ceja en mi dirección, pero estoy demasiado avergonzado y estático como para dirigirle la mirada en este momento. El coach debe querer matarme.

—Mi rostro es una pieza de arte, es como si Picasso lo hubiera tallado mientras aún me encontraba en el útero. —Gabe pasa por el umbral siguiendo al entrenador con lo que parece ser una bandeja de galletas en mano—. Así que no puedes decir nada sobre mi cara, pero sí sobre el miembro de Marcos. —Se encoge de hombros—. Dudo que Picasso haya trabajo en él, así que tal vez fue obra de un carpintero mal pagado.

—Es obra de Satanás, Hyland —asegura y corrige Bill—. Ahora lárgate de mi casa que nadie te invitó —dice girándose para tomar el pomo de la puerta y esperar con impaciencia para que el vecino se marche—. Dale las gracias a tu abuela por esto —añade arrebatándole la bandeja de las manos.

—Es tu premio de consolación por haber perdido el concurso de Halloween otra vez, Billy —señala el muchacho mientras Kansas se pone de pie y comienza a seleccionar algunas galletas—, pero estoy seguro de que el próximo año...

Shepard cierra la puerta en sus narices con recelo y disgusto en sus ojos.

—Eso fue cruel —apunta Kansas con las manos llenas para luego degustar los dotes de cocina de la señora Hyland.

Se vuelve a dejar caer en el sofá y reprimo las ganas de señalar que está dejando migas por todos lados. Tendrá que usar la aspiradora más tarde.

—¿Y cuándo no lo es? —inquiero por lo bajo refiriéndome a Bill y recordando el dolor que produjo en la zona sur de mi cuerpo.

—Cierra la boca, Beasley —me advierte el hombre mientras me señala con una galleta en mano—. No estás en posición para decir nada —me recuerda antes de engullir la crujiente masa de chocolate de un bocado.

—¡Concuerdo con Kansas! —se entromete Gabe desde afuera antes de que su rostro aparezca tras el vidrio de una de las ventanas—. Cerrarme la puerta en la cara es muy cruel y descortés de tu parte, Shepard. ¿Sabes a cuántas personas les gustaría que apareciera con galletas y todo mi esplendor en sus hogares?

—A ninguna —responde el coach antes de cerrar las cortinas haciendo desaparecer a Hyland—. Eres un grano en el trasero, vete a tu casa.

—¿Papá? —inquiere la castaña a mi lado mientras toma otra galleta de la pequeña pila que hay en su mano—. Creo que no se fue —añade haciendo un ademán a la siguiente ventana.

—Vamos, Billy —se queja el muchacho—. Déjame pasar y traerle algo de alegría a tu vida —insiste apoyando una mano en el cristal.

—Lo único que me vas a traer son pesadillas —escupe el entrenador antes de precipitarse a través de la sala y cerrar las cortinas una vez más.

—Y un dolor de cabeza —agrego, ganándome una mirada aguda de su parte. Seguido a esto él se adueña del control remoto y se acomoda en uno de los sillones individuales con la bandeja de galletas a su alcance. Deja salir un suspiro y prende del televisor antes de que el sonido de la puerta abriéndose lo haga cerrar los ojos con cansancio y comenzar a frotarse las sienes.

—Dejaste la puerta sin llave —dice Gabe entrando y cerrándola tras de sí—. Estamos en tiempos de mucha inseguridad, Billy —masculla antes de sentarse entre Kansas y yo para luego subir sus pies a la pequeña mesa ratona—. No sabes lo que puede irrumpir en tu hogar, así que tenlo en cuenta la próxima vez —aconseja antes de guiñarle un ojo y robarle una galleta a Kansas.

—A veces creo que eres peor que Timberg, Gabriel —confiesa un derrotado Bill.

Por un par de horas logro dejar de pensar y analizar mi actual situación. Simplemente me observo y escucho al coach y a Hyland discutir sobre algunas cosas de la farándula que pasan en un programa de chismes. Kansas no se queda atrás y señala que es entretenimiento barato que se alimenta del drama y las farsas montadas por los mismos productores. A pesar de que estoy de su lado permanezco en silencio, disfrutando del caos que se desata hasta la cena, a la cual Gabe se coló, y termina en cuanto Bill echa al muchacho y bloquea la puerta para que no sea capaz de entrar otra vez. Mientras compara al nieto de la vecina con las cucarachas comienza a subir las escaleras dirigiéndose a su habitación.

—Si oigo el más mínimo e indecente sonido yo mismo me encargaré de que llegues volando a Chicago de una patada en el trasero, ¿estoy siendo claro, Beasley? —inquiere deteniéndose a medio camino y dándome la espalda.

—¿Debo recordarte que encontré ropa interior de Anneley hace tiempo atrás? Y era del tipo que consigues en alguna clase de perturbador sexshop —le recuerda Kansas desde la cocina, mientras lava los platos—. No creo que estés en posición para decir nada.

Bill gruñe por lo bajo antes de desaparecer. Dudo que quiera discutir con su propia descendencia. Al entrar a la cocina observo a la castaña con unos llamativos guantes de hule envolviéndose alrededor de sus manos sumergidas en la espuma. Las comisuras de sus labios se elevan ligeramente mientras ladea su cabeza y se esmera en dejar reluciente una taza. Tomando un repasador me pongo a su lado y comienzo a secar la vajilla limpia y húmeda, ayudándola. Trabajamos en silencio, codo a codo, lanzándonos algunas miradas significativas mientras todo lo que se oye es el correr del agua y nuestras débiles respiraciones. La simpleza del momento rebosa de comodidad y disfruto de cada segundo hasta que cierra el grifo y se deshace de los guantes, es ahí cuando se apoya en la mesada de la cocina y me sonríe de una forma que podría partir, desintegrar y hacer estallar el corazón de muchos.

Ella lo debe estar viendo en mis ojos.

—Deja de atormentarte, Malcom —pide con suavidad en su voz—. Cualquiera sea la decisión que tomes estará bien —asegura—. Tú lo estarás y Zoe también.

Su mirada conecta con la mía y veo una cantidad inimaginable de sentimientos que se contradicen entre sí arremolinándose alrededor de sus pupilas.

—¿Y qué hay de ti? —inquiero.

En cuanto la pregunta abandona mis labios me arrepiento al instante. Sin darle la oportunidad de responder, porque sé que cualquiera sea la respuesta me afectará, tiro de ella contra mi pecho y envuelvo mis brazos a su alrededor. Aspiro su fragancia y dejo que su calidez se fusione con la mía mientras sus manos serpentean de forma tranquilizante por mi espalda.

—Sé que a veces cuesta no pensar en los demás —murmura—, pero inténtalo ahora, o por lo menos no pienses en mí.

Tengo el impulso de decir que es imposible no pensar en ella, pero tomo su consejo y recuerdo qué es lo mejor para mí. Permanezco en silencio y me limito a abrazarla un poco más.

Tanto como mi tiempo en Betland me lo permita.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top