059 | Halloween al cuadrado

MALCOM

La casa de los Shepard ya abre sus puertas a los Jaguars y al vecindario para el momento en que Ben logra estacionarse a unos cuantos pies de distancia.

Tras entrenar en su mayor parte con trineos de arrastre, vallas y un circuito de campo, nos vimos obligados a adueñarnos de las duchas y el vestuario para prepararnos para Halloween. Los muchachos me explicaron que cada año Bill escoge una temática para los disfraces del equipo. El año pasado se trató de encarnar la década de los setenta y, por lo tanto, hubo varias pelucas, patillas y bigotes falsos involucrados. Este año al entrenador se le ocurrió una temática marina, lo que nos deja un montón de piratas y marineros que lucen desde garfios hasta uniformes y tatuajes temporales.

—Voy a rendir homenaje a los piratas esta noche —asegura Hamilton mientras caminamos por la vereda hasta el hogar del coach—. Voy a beber hasta que mi vejiga explote.

—No creo que el entrenador permita las bebidas alcohólicas esta noche teniendo en cuenta que mañana es martes y que prefiere que sus jugadores no se intoxiquen —apunto—. Además, por si no sabías, existieron piratas que no fueron fans de la bebida. Bartholomew Roberts, por ejemplo, fue uno de los más famosos y es considerado como uno de los saqueadores más exitosos de la historia. Él era conocido porque únicamente bebía té y se negaba a probar el alcohol. —Sacando el hecho de que se dedicaba a la piratería parecía ser un sujeto agradable—. Este galés se mantenía sobrio mientras su tripulación hacía fiestas para envenenar sus cuerpos con toxinas.

—¿Crees en la reencarnación, Tigre? —inquiere acomodándose su parche en el ojo derecho y enderezando su sombrero—. Porque estoy seguro de únicamente tú podrías ser pirata y tomar té. Tal vez fuiste Bartholomew en una de tus vidas anteriores —añade con bastante seriedad.

—Bueno, según la teoría de... —me interrumpe mientras uno de sus brazos rodea mis hombros y me jala en un abrazo que es sinónimo de asfixia.

—Cierra la boca y entremos de una maldita vez, ¡hoy es Halloween y este pirata está de ánimos para asaltar un barco en especial! —exclama prácticamente arrastrándome por el sendero que lleva al porche. Y, por deducción, creo que el barco al que Ben está por disparar sus cañones tiene una bandera con el rostro de Harriet flameando en el mástil.

La decoración del exterior de la casa es realmente sorprendente. Las lápidas aparecen y desaparecen entre la niebla que Bill ha logrado crear gracias a la máquina de humo que escondió entre los arbustos esta mañana. Telarañas cubren cada adorno y las calabazas iluminadas internamente sonríen de forma siniestra mientras nos acompañan por el sendero hasta la puerta. Las calles de Betland están llenas de niños disfrazados y sus padres acompañándolos de la mano. Hay vida en cada rincón de la ciudad, eso es irrefutable, pero el hogar de Kansas alberga gran cantidad de vecinos y universitarios que representan una buena parte de la población total del lugar.

La fiesta está en pleno apogeo para el momento en que nos deslizamos entre las personas de coloridos y diversos disfraces hacia el interior de la sala. Un ángel platica animadamente con un duende en el sofá, piratas bailan con animadoras y una que otra monja; veo brujas sonriéndole a los alienígenas de la entrada y a un sacerdote que reparte cupcakes a un par de demonios. Scooby-doo toma lo que parece ser un licuado con Drácula y Marilyn Monroe posa para una selfie con un minion.

Nada fuera de lo común.

O por lo menos para ser Halloween.

—¡Al fin llegaron! —dice una voz bastante familiar a nuestras espaldas.

—Oh, hombre —murmura Hamilton en cuanto se gira, con decepción—. ¿Cómo diablos se te ocurre disfrazarte de sirena? Me avergüenza conocerte.

Me giro sobre mis talones para encontrar a Chase de pie frente a nosotros. Una corona adorna su cabeza y su pecho está totalmente al descubierto, sus piernas están envueltas en una cola de color turquesa que resplandece en lentejuelas y me hace preguntarme cómo logra movilizarse en ese disfraz.

—No soy una sirena —replica dando dos pequeños saltos para acercarse a nosotros—. Soy un tritón —corrige haciendo un ademán a su vestuario con el tridente dorado que sostiene en mano.

—¡Ahí estás, Beasley! —La ronca voz nos advierte que el entrenador está cerca—. Te estuve buscando por... —Las palabras se desvanecen en sus labios en cuanto sus ojos caen sobre el número dieciséis.

Bill está vestido como un auténtico pirata del siglo XVII, y hasta tiene un garfio que se ve bastante real junto con un loro posado sobre su hombro. Él parece atónito mientras recorre con la mirada a Chase y sus labios se presionan en una dura línea de expresión.

Ben y yo, sabiamente, damos un paso atrás.

Bill grita.

—¡¿Qué demonios, Timberg?! —espeta girando alrededor del muchacho que prácticamente se ha quedado petrificado.

—Usted dijo que era una temática ma-marina —tartamudea encogiéndose de hombros.

—¡Sí, y se supone que los miembros de los Jaguars vendrían disfrazados de algo más varonil! ¡Eres parte de un equipo de fútbol, no del escuadrón de porristas de preparatoria! —ataca señalándolo con incredulidad—. ¡Yo quería marineros, tiburones o piratas! ¡No una sirena que usa tiara y muestra sus tetillas! —explica antes de pellizcar una de ellas haciendo retorcer a Chase y provocando que Ben deba contener su propia risa.

—No es una tiara, es una corona —corrijo, ganándome una mirada mordaz de parte de Bill.

—Y no soy una sirena, soy un tri... —comienza el dieciséis otra vez, tomando coraje para corregir al entrenador. Sin embargo, alguien lo interrumpe.

—Eso sí que es un pez gigante. —Kansas sale de la cocina con Zoe de la mano, y en cuanto reconozco el atuendo de pescador puedo imaginarme cómo terminará esto—. ¿Por qué no intentas pescarlo? —incita al parásito que sonríe mostrando su precaria dentadura y balanceando una caña rosada de plástico en mano.

—Sunshine... —advierte Chase observando cuidadosamente a la niña que se acerca con un brillo diabólico en sus ojos—. ¿Qué estás haciendo? —inquiere con nerviosismo, dando un salto hacia atrás.

Bill sonríe como un niño en la mañana de Navidad, y es algo insólitamente tétrico de ver.

—Se me antoja comer pescado esta noche —le dice a la cría poniéndose de cuclillas para estar a su altura—. Y te daré diez dólares si ese anzuelo termina en el lugar correcto —promete, y estoy seguro de que está gesticulando la palabra «nalgas».

—Pero yo no sé pescar en realidad —objeta ella.

—Timberg será tu sujeto de prueba —responde el coach—. Mejor dicho, tu pez.

—¡No soy un pez, soy un tritón! —insiste Chase con frustración antes de comenzar a alejarse de nosotros. Bill serpentea un billete en el rostro de Zoe y a ella no le toma más de medio segundo tomarlo y correr en busca de Timberg, quien comienza a saltar y a llevarse por delante cada persona que se encuentra en la sala—. ¡Juro que no soy un pez! ¡Soy un tritón, y no hay que pescar a los tritones porque están en extinción! ¡Aleja esa caña de mi trasero, Zoella!

—Gracias por la idea, hija —murmura Bill deleitándose de la imagen de la caña siendo balanceada en busca de las nalgas del dieciséis—. Quiero grabar esto —añade antes de sacar su teléfono y comenzar a filmar la primera y posiblemente última pesca de Zoe.

—De nada —replica ella cruzándose de brazos mientras su padre se marcha, y en cuanto tengo el tiempo suficiente para apreciar su disfraz me veo obligado a tragar.

Uno pensaría que los tacones altos son algo realmente sensual, pero Kansas hace lucir sus zapatos de tacón bajo como el mejor calzado para seducir a alguien. Sus torneadas piernas envueltas en medias blancas parecen ser muy extensas hasta llegar al borde de su vestido, el cual a pesar de tener un largo sumamente decente roza sus muslos de una forma lasciva.

La prenda verde se adhiere a las curvas de su cuerpo y una franja negra envuelve su cintura. Aunque el escote es escaso y sus brazos y rostro son los únicos que están completamente al desnudo, llego a la conclusión de que se ve atractivamente adorable.

Más atractiva que adorable, definitivamente.

—¿Te niegas a usar un vestido para una cita pero usas uno en Halloween? —inquiero—. Inaceptable, y déjame decirte que esa peluca hace que tu cara adquiera la forma de un pentágono.

Ella arquea una ceja en mi dirección.

—Tú eres el maestro de la seducción, Malcom —murmura Ben antes de darme una palmada en el hombro con una fuerza innecesaria—. La conquistarás si sigues así —asegura, y el sarcasmo se vierte en sus palabras—. Y ahora, si me disculpan, iré a buscar algo para beber que tenga «burbujas». Muchas «burbujas».

Creo que ya es bastante obvio que descifró de qué se disfrazó Harriet.

Kansas le lanza una mirada en cuanto da el primer paso.

—Tranquilízate, Sunshine —murmura el receptor—. Soy un buen chico, sé tratar a una mujer como se lo merece —asegura antes de deslizar sus ojos hasta los míos—. Lo cual no incluye decirle que parece un pentágono.

En cuanto Hamilton parte, la castaña da un paso al frente. Su mirar verde y café está cargado de tantas palabras como sentimientos indescifrables que brillan con una intensidad propia de ella. Sus manos llegan al pañuelo que envuelve mi cuello y retengo el aliento cuando sus dedos serpentean por el mismo.

—Esta clase de demostraciones no deberían ser hechas en público. —Me obligo a decir.

—¿Desde cuándo ahorcar a alguien en público está mal visto? —replica.

—¿Ahorcar a al...?

Ella ajusta el nudo de mi uniforme de marinero lo suficiente como para que no me asfixie mientras aprendo la lección: no combinar las figuras geométricas y al ser femenino en una misma oración.

—Si sigues diciendo cosas como esas no te daré mi regalo de Halloween —sentencia a una distancia bastante prudente, pero eso no impide que su usual y dulce fragancia se impregne en el aire a mi alrededor o disminuya la avidez de tenerla un poco más cerca.

—¿Desde cuándo se dan regalos en Halloween? —interrogo provocando que ella exhale con cansancio—. Lo único que se da en este día son sustos o dul... creo que ya comprendí —concluyo contemplando cómo reprime una sonrisa y deja ir el pañuelo alrededor de mi cuello. La mirada que me da es bastante prometedora—. Pero viniendo de ti espero más el susto que el dulce —confieso.

—Soy hija de Bill Shepard, es lo menos que puedes esperar de mí. —Se encoge de hombros.

—¡¿Alguien ha dicho mi nombre?! —Se escucha exclamar sobre la música antes de que el coach se deslice entre dos personas platicando, exactamente entre Batman y Maléfica. Sus ojos caen automáticamente en Kansas y en mí.

Solo que ese no es Bill.

Es Gabe.

—¡¿Por qué respiras el mismo aire que mi hija, Beasley?! —El muchacho usa ropa deportiva y una barriga casera que está cubierta por una sudadera de los Kansas City Chiefs. La típica gorra del entrenador cubre su cabello y el silbato cuelga de su cuello imitando al verdadero Bill Shepard—. ¡¿Quieres que mi pie se incruste en tu trasero?! ¡Porque eso sería muy doloroso, y si no me crees pregúntale al zopenco, cochino y malparido de Timberg! —grita con auténtico desdén e irritación en su voz.

—Baja la voz —reprocha alguien que no soy capaz de ver, pero entonces mi mirada desciende para contemplar a Adam Hyland en un disfraz alucinante mientras mastica una fruta—. Que te disfraces como el vecino no implica que debas gritar como él —le recuerda el niño acomodando sus gafas.

—Hola, Adam —saluda Kansas—. ¿De qué te disfrazaste exactamente? —inquiere.

Tanto el primo de Gabe como yo la observamos en silencio, incapaces de creer que no se ha percatado todavía.

—Es Newton —apunto al ver que lo observa como si fuese un verdadero enigma—. Por favor, ese peinado y la manzana son características obvias del mayestático Isaac —acoto mientras el niño asiente con la cabeza en mi dirección, demostrándome su concordancia.

—Bueno, Newton, si quieres encontrar a Zoe busca a una sirena huyendo de un pescador —dice la castaña.

—¿De quién huye Zoe? —inquiere el niño.

—En realidad, Zoe es el pescador, están huyendo de ella —aporto—. Ten cuidado, tiene una caña y no sabe cómo usarla —agrego antes de que el joven Rickmount desaparezca dando mordiscos a la fruta.

—Timberg es la sirena, ¿verdad? —Ríe Hyland cruzándose de brazos mientras Kansas y yo asentimos—. Parece que Halloween no es su día de suerte.

—Nunca es su día de suerte —concluye Kansas, y ese brillo de diversión en su mirada es todo lo que necesito para deducir que será una buena noche.

KANSAS

Hay una barra de licuados tropicales en mi cocina y una hawaiana cortando fruta en la misma, todo muy casual. Anneley luce su disfraz mientras enciende la licuadora. Está descalza, usa una falda de tiras verdes que llegan hasta sus tobillos y dos cocos cubren su busto. Tiene una corona de flores anaranjadas sobre su cabello rubio y un collar de las mismas alrededor de su cuello.

Demasiada piel a la vista, pero si ella está cómoda...

—Felicidades, mamá —habla Sierra mientras toma un batido de fresa y da un gran sorbo. Ella se decidió por un típico atuendo de Harry Potter, y por los colores puedo deducir que es parte de Slytherin, casa que combina perfectamente con su personalidad—. Llevaste Halloween a un nivel mucho más aterrador —señala haciendo un ademán a los cocos.

—A Bill le gustó el disfraz —replica la entrenadora de natación mientras detiene la licuadora y comienza a verter el líquido en varias copas de vidrio. Que esté bailando mientras lo hace únicamente logra que esté de acuerdo con Sierra, lo cual no se da muy a menudo.

—Y de seguro eso no tiene nada que ver con el hecho de que tu ombligo esté tan expuesto, Anneley —murmuro dando un sorbo a mi batido de mango.

—O que esos cocos sean lo único que cubre tus pezones —añade su hija sin pudor.

—Bueno, no soy la única que cubre sus pezones —argumenta en cuanto Timberg llega hasta nosotras con una expresión cautelosa, dando saltos pequeños.

—Zoe es como una clase de diablillo en miniatura —dice el muchacho observando a nuestro alrededor con precaución—. Y Bill es como el jefe de los diablillos, uno con sed de tritones.

—Los tritones no usan un sostén de conchas marinas, Chase —señalo observando que una nueva prenda envuelve su pecho.

—No tuve opción —replica con cierto frenesí—. Mis tetillas no están a salvo si el coach está cerca y Zoe corre por ahí con una caña —asegura—. Además hace frío y las conchas venían como parte del disfraz —añade abrazándose a sí mismo.

—Lo que digas, Ariel —acota Sierra poniendo los ojos en blanco.

—De todas formas no creo que debas preocuparte por mi padre intentando retorcer alguna parte de tu cuerpo —murmuro apoyándome contra la barra y preparándome para el espectáculo—. Los vecinos están votando en la sala para ver quién ganó el premio de Halloween este año. Bill está muy ocupado peleando con la abuela de Gabe.

—Espera un segundo —dice una nueva voz uniéndose al grupo, y en cuanto Jamie llega a mi lado el vaso en mi mano desaparece—. ¿El Santa Claus que está discutiendo con el coach es la señora Hyland? Porque acabo de ver al hombre de la Navidad golpeando a Bill con un bastón de caramelo en la entrepierna.

Anneley chilla antes de rodear la barra y abrirse paso entre los invitados. Los cocos rebotan peligrosamente mientras lo hace.

—¿Alguna vez mencioné que me gusta Hawái? —inquiere Chase siguiendo con sus ojos a mi posible madrastra y ganándose una mirada más que desaprobadora de parte de Jamie y Sierra.

—Timberg, lárgate antes de que le diga a mi padre lo que acabas de decir o llame a Zoe para que siga con su pesca —advierto mientras la pelirroja a mi derecha hace fondo blanco con lo que resta de mi licuado sin despegar sus ojos del Jaguar.

Él desaparece en cuanto ella deja caer el vaso con un estruendo sobre la barra y truena su cuello.

—Así que tenemos a Bombón y a Bellota, ¿pero dónde está Burbuja? —inquiere la hija de Anneley escudriñando nuestros disfraces.

—La secuestró un pirata —informa Jamie.

—Eso pensé. —Sonríe, para mi sorpresa, mi compañera de clases—. ¿Y por qué el marinero no te ha secuestrado aún? —pregunta deslizando sus ojos glaciales en mi dirección.

—Está demasiado entretenido platicando con Newton —digo encogiéndome de hombros—. Parece que están en una feria de ciencias en vez de una fiesta de Halloween, pero eso me da tiempo para arreglar los últimos detalles de la sorpresa que le tengo preparada.

Jamie se tensa en el instante en que une las piezas del rompecabezas en su cabeza.

—¡¿Para eso me pediste que llamara a Héctor?!

***

—¿Se divirtieron? —inquiere la señora Murphy mientras Zoe trepa en el asiento del pasajero antes de que me incline para ponerle el cinturón de seguridad.

—¡Fue genial! —chilla la niña—. Bill me enseñó a pescar y saqué una sirena.

La mujer de suaves y pálidas facciones echa su cabello rojizo hacia atrás mientras ríe ante la emoción que se filtra a través de las palabras de su hija.

—Tienes chocolate en los dientes, por lo que deduzco que ya has comido algunos dulces esta noche. ¿Aún tienes ganas de salir por algunas golosinas en nuestro barrio? —pregunta la pelirroja, y obviamente recibe una respuesta positiva por parte del pescador a su derecha. Zoe es insaciable en lo que se refiere al azúcar—. De acuerdo, vámonos entonces —dice antes de que la niña tome mi rostro entre sus manos y me deposite un húmedo y chocolatoso beso en la mejilla—. Gracias por todo, Kansas. Mañana te traigo la paga del mes —añade.

—Está bien —murmuro antes de cerrar la puerta y observarla a través de la ventanilla baja—. Tengan una terrorífica velada y conduzcan con cuidado, la tormenta no tarda en llegar —apunto haciendo un ademán al cielo antes de dar un paso atrás y verlas marchar mientras Zoe comienza a relatarle a su madre la forma en que logró capturar una sirena.

Las luces del coche se pierden entre las calles de Betland para el momento en que me giro sobre mis talones y encuentro un par de ojos oceánicos observándome a la distancia.

Malcom está de brazos cruzados, apoyado contra uno de los pilares de la entrada; su uniforme azul resalta sus músculos y la estructura de su cuerpo, su sonrisa pequeña y torcida curva sus labios y el toque de luz hace destellar sus ojos hasta en la escasa distancia que nos separa. Comienzo a caminar a paso lento por el sendero de calabazas iluminadas y él hace lo mismo. La fiesta ya se ha acabado para el momento en que nos encontramos cara a cara con la niebla arremolinándose alrededor de nuestros cuerpos.

Mis dedos ya están entrelazados tras su nuca antes de que pueda percatarme de lo que estoy haciendo, y sus manos se deslizan alrededor de mi cintura tan rápido como se retiran al oír la gruesa voz del entrenador.

El real Bill Shepard, no la imitación.

—¡No, por favor! —ruega desde el porche—. ¡Si vas a empezar a besuquearte con mi hija por lo menos hazlo fuera de mi propiedad, estúpido Beasley! —escupe apuntándonos con su garfio.

—Vamos —murmuro dando un paso atrás—. Conozco un lugar al que podemos ir —confieso antes de sacar las llaves del Jeep de mi chaqueta y agitarlas frente a su rostro.

—¡Si no llegan dentro de una hora con la ropa puesta juro que los haré caminar por la plancha! —advierte mi padre antes de que Anneley aparezca y prácticamente lo obligue a entrar a la casa jalando de una de sus orejas—. ¡Serás comida para tiburones, Beas...! —Su voz se apaga en cuanto la puerta se cierra.

—Espero que mi regalo de Halloween no involucre nada que pueda convertirme en alimento para Selacimorfos —murmura Malcom mientras llego hasta el coche y abro la puerta del conductor.

—No te aseguro nada —replico ganándome una mirada de su parte.

Reprimo una sonrisa mientras tomo el volante.

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