052 | Cuentos
KANSAS
—Será papá —murmuro dejándome caer en el escalón del porche de mi casa—. Ella está embarazada de él.
—Mi cerebro aún no puede procesarlo —reconoce Jamie con una voz inusualmente baja, sentándose a mi derecha.
—El mío tampoco —concuerda Harriet acomodándose a mi izquierda, con la mirada fija en el césped—. Él tiene solo diecinueve años, ni siquiera terminó sus estudios y dudo que esté mentalmente preparado para esto.
—¿Y saben qué es lo peor? —inquiere la pelirroja—. Que ellos dos van a estar conectados por el resto de su vida por ese niño, si es que se hacen cargo de él —apunta.
El silencio se eleva entre las masas de aire mientras todas anclamos la vista en algún punto del jardín delantero. El mutismo naciente nos permite oír a Zoe y Bill peleando en el interior de la casa.
Él se ofreció a cuidarla por la hora y media que estuvimos en el centro comercial. Sin embargo, esos noventa minutos se extienden un poco más dado que Anneley nos acaba de traer y nos vemos incapaces de entrar a la vivienda y simular que todo está bien. Nos tomamos el tiempo necesario para procesar el hecho del embarazo, pero digerirlo se vuelve complicado.
—Hoy es viernes, todo el equipo vendrá a cenar —recuerdo—. ¿Debemos darle la noticia o esperar que ella lo haga? —pregunto aquello que ninguna de las otras dos chicas se atrevió a plantear en voz alta.
—Depende de Sierra —dice Harriet escondiendo su rostro entre sus manos, parece estar agotada.
—Yo creo que deberíamos decirle directamente a él —opina la pelirroja, decidida—. Joe merece saber la verdad, tiene que enterarse que se convertirá en padre —señala—. Y nosotras somos sus amigas, así que debemos decirle. No quiero sentarme a esperar el llamado de Sierra.
—No somos nosotras las que debemos darle la noticia —replica la rubia—. Ella está obligada a decirle, lo hará. Solo hay que darle tiempo, Jamie —dice frotándose los párpados—. No debe ser fácil asimilar que quedaste embarazada con solo veinte años, y ni se te ocurra decir que eso pasó porque ella es alguna clase de animal de zoológico —le advierte—. Porque te recuerdo que Joe será el padre de ese bebé.
—Donna estuvo con él durante años —reconozco como intermediaria en la pequeña discusión que se está llevando a cabo en el porche—. Si no lo hubiera engañado con Derek esto sería más fácil de asimilar, pero debemos reconocer que es una traidora desleal. Así que ambas tienen su punto, chicas —añado.
Repaso lo acontecido en los últimos días. El martes Logan me dijo que creía que Sierra estaba embarazada. Estas sospechas nacieron una vez que Nick, uno de los Jaguars, le contó que la vio comprando varios test de embarazo en la farmacia cerca de la BCU. Luego la sospecha casi se volvió un hecho cuando su madre, que es enfermera en el hospital, le comentó que Montgomery había programado una cita con el obstetra. Él intentó hablar con Sierra, pero ella simplemente se rehusó. Entonces, me pidió que le preguntara. Cabe resaltar que esto lo hice más por mí que por él. Ella será mi futura hermanastra y estar embarazada implicaría que pronto llegaría un bebé a casa de los Shepard. Con toda honestidad, no sé si podría tolerar que Anneley, su hija y su nieto invadan mi hogar. Sería un cambio brusco que probablemente daría vuelta mi vida.
Más de lo que ya lo está.
Al final, cuando le pregunté a Sierra de quién era el bebé ella negó que fuese de Logan, entonces creí que era de Derek. Luego me dijo que no estaba embarazada, así que deduje que Mercury se había equivocado. Entonces reconoció que era de Joe y yo casi me atraganto con mi propia lengua mientras buscaba qué decir. Irritada por mi acusación y desconcierto me explicó que había un bebé en camino, pero era de Donna, no de ella.
Le pregunté entonces a Montgomery por qué había comprado los tests y arreglado una cita con Matt Darrinson para Donna. Ellas ni siquiera son amigas, y hasta la misma Sierra reconoció que la detesta.
Su respuesta me sorprendió.
Muchísimo.
—¿Entramos? —inquiere Jamie poniéndose de pie y estirando una mano en dirección a Harriet. La rubia la toma y se incorpora con pesadez—. Veremos qué hacemos con el asunto del embarazo más tarde. Por ahora quiero ingerir algo de azúcar y molestar a Zoe para despejar un poco mi mente —murmura antes de tender una mano hacia mí.
—Y Kansas debe hablar con Malcom —recuerda Harriet—. Nosotras nos quedaremos con Bill y la niña, pero tú arrastra a trasero europeo escaleras arriba y exige una respuesta. —Eso suena más como una orden que como una petición.
—No vamos a hablar —digo tomando la mano de la pelirroja, quien me ayuda a estabilizarme sobre mis zapatos. Estar en posición vertical no ayuda, me gustaría estar en mi cama disfrutando de una siesta en posición horizontal—. Presiento que vamos a discutir, y no será una discusión agradable.
—Entonces pondremos música para que Bill no los oiga. —Jamie rodea mis hombros y me guía hacia la puerta. El gesto me reconforta.
Harriet se adelanta y toma el pomo, pero antes de abrir echa una mirada sobre su hombro y sonríe.
—Sé que no debería decir esto... —masculla en voz baja—. Pero tras la reconciliación siempre viene el sexo, así que espero que te hayas depilado las piernas y lo que hay entre ellas.
La pelirroja y yo la observamos con estupefacción. Ese no es un comentario que esperas escuchar de Harriet Margaret Quinn.
—¡Esa es mi chica! ¡Así se habla, boca sucia! —chilla Jamie.
Y a pesar de que sé que ahora se viene la parte más dura del día, dejo que la risa trepe por las paredes de mi garganta.
Cosa que no haría si no tuviese las singulares, extrañas e incondicionales amigas que tengo.
MALCOM
Termino de cambiarme tras tomar una ducha y estoy a punto de salir del cuarto de huéspedes para ayudar a Bill con los kilos de pasta para esta noche. Sin embargo, el sonido de mi teléfono me retiene en el cuarto.
De: Kansas.
¿Estás desnudo?
Siento mi ceño fruncirse hacia la pantalla mientras el desconcierto me golpea.
¿No?
Tecleo eso porque estoy confundido ante la aleatoria y extraña pregunta. Cinco segundos después la puerta de la habitación se abre tan rápido como se cierra. Ella aparece de pie a unos pocos pies de mí con su celular en mano.
Creo que ya entendí el motivo de la inusual interrogación.
Siento la forma en que mis músculos se tensan y mi pecho sube ante la bocana de aire que me veo obligado a tomar. Por casi cuatro días he tenido éxito en evitarla, pero hacerlo se torna realmente difícil cuando ella no coopera y se presenta en el cuarto con esa mirada intensa y felina que posee.
—No deberías utilizar los dispositivos tecnológicos para esto —señalo levantando el Motorola entre mis dedos y luego depositándolo sobre la cama—. Es bastante tramposo. —Intento que mi voz suene monótona, pero por la mirada que me da deduzco que va a empezar una pelea. Y, en lo que a Kansas Shepard se refiere, discutir implica sacar a relucir todas las emociones.
Si ella me deja saber lo que siente no sé si pueda mantener esta monotonía.
—Vamos al grano, Beasley —dice cruzándose de brazos sobre ese suéter rojo que lleva. Quiero decirle que me encanta como le queda, pero me reservo el comentario—. ¿Qué hice para que me ignores como lo has hecho desde el martes? —La pregunta sale de forma directa y firme de sus labios.
—No quiero discutir —me excuso dando unos pocos pasos hacia la puerta—. Bill está escaleras abajo, puede escucharnos —señalo—, y eso es lo último que necesito.
Entonces, como si el mundo tuviera conciencia propia y estuviera del lado de Kansas, música pop comienza a sonar desde la planta baja. Esta ahoga las voces y me obliga a deslizar mi mirada a la castaña, quien enarca una ceja en mi dirección con cierta autosuficiencia.
—Harriet y Jamie ya lo tienen cubierto —se limita a decir.
Me lo esperaba de mapache rabioso, pero no de la futura abogada. Sin embargo, ambas son amigas de Kansas y es obvio que juegan para su equipo.
—Muévete de la puerta —ordeno a pocos pasos de esa obstrucción con nombre y apellido que me impide salir hacia el pasillo—. Los Jaguars vendrán dentro de poco tiempo y Bill necesita ayuda con los preparativos.
—Él tiene la ayuda de seis manos más y cuatro patas si contamos a Ratatouille, así que deja de evadir la conversación y responde la pregunta. —La seriedad poco a poco parece desvanecerse y ciertas emociones se reflejan en su rostro—. No te entiendo, Malcom —dice al cabo de varios segundos—. Todo estaba tal malditamente bien y de la nada dejas de hablarme. No sé qué está pasando, pero tengo derecho a saberlo, porque siendo totalmente sincera, me enoja, frustra y duele que ya ni siquiera desees mirarme a los ojos. —Intento que su confesión no provoque nada en mis adentros, pero inevitablemente lo hace. Odio ser la causa de que se sienta así, pero es necesario—. Así que reitero, ¿qué hice? ¿Esto es por Logan? Porque si crees que aún hay algo entre nosotros te recomendaría que vayas descartando la idea.
—Probablemente tú y tus amigas asumieron que eran celos —expongo—. Y créeme, no estoy celoso —apunto—. O por lo menos, no de Mercury.
—¿Entonces qué diablos ocurre?
El verde y café en sus ojos se fusionan y brillan bajo la luz de la única lámpara que está iluminando la habitación. Sus pupilas se dilatan y por un momento creo que podría perderme en la oscuridad de las mismas, pero entonces noto la ira y la decepción filtrándose a través de ellas.
—Déjame pasar, Kansas —repito—. No hagas esto más difícil de lo que es y no me incites decir cosas de las que luego me arrepentiré.
—Si lo que vas a decir es sincero no tendrás nada que lamentar —argumenta—, pero si vas a seguir escondiendo lo que te ocurre, lo harás, porque no decir lo que sentimos a veces nos mete en problemas.
—En este caso es al revés. Si digo en voz alta lo que quiero decir me meteré en problemas yo mismo, y estoy seguro de que te arrastraré conmigo. —Siento como mi mandíbula se tensa a medida que las palabras se deslizan por mi lengua—. Y no quiero hacer eso, prefiero que me detestes y creas que soy un cretino por ignorarte a que luego me odies por confesarme.
—Estás asumiendo que voy a odiarte, pero hacerlo es mi decisión, no tuya —dice dando un paso en mi dirección.
Su dulce fragancia de rosas inunda mis fosas nasales y entorpece mis sentidos, no puedo pensar claramente si ella huele como un maldito rosedal. Y, por lo tanto, doy un paso atrás. Nuestras miradas se encuentran entre las masas de aire y la tenue luz proveniente de la lámpara juega con sus facciones. La mitad de su rostro está iluminado, la otra mitad se va sumiendo en las sombras. Sé que no debería estar pensando en esto, pero me fascina la forma en que sus labios permanecen entreabiertos, es como si estuviera siempre lista para comenzar algún ataque verbal de esos que la caracterizan. Sus mejillas están ligeramente rosadas porque eso ocurre cada vez que discute o cuando la impotencia la domina; su ceño está ligeramente fruncido porque se encuentra confundida ante la situación y se ha acomodado el cabello hacia atrás porque le molesta tener que colocarlo tras sus orejas cada vez que habla.
¿Por qué es tan linda?
—¿Quieres saber la verdad? —inquiero.
—Es realmente estúpido preguntarlo. —Se mofa—. Ya sabes la respuesta, Beas...
No le permito terminar la oración.
—Te quiero.
Ya está, lo dije, y ahora ella me observa completamente muda. ¿Está respirando? Porque si no es así, debería llamar a la ambulancia y Bill no estaría contento con eso. Sé hacer respiración boca a boca dado que he leído un montón de material sobre la reanimación cardiopulmonar, pero tampoco creo que al entrenador le guste la idea de mi boca cerca de la de su hija.
—¿Acabas de decir que me...? —inquiere, pero las palabras se desvanecen en la punta de su lengua.
—Que te quiero —reconozco.
Se siente extraño decirlo, porque a decir verdad jamás le he dicho esto a alguien más; ni a Gideon en aquellos pocos meses que fue un buen padre o a la mismísima Nancy Brune. Jamás he dicho que quiero a alguien en mis diecinueve años de vida, y es realmente triste si me lo pongo a analizar. Pero aquí estoy, pronunciando aquello ante una chica que probablemente dentro de poco no volveré a ver.
—Esa es la verdad, Kansas. Y no temo que me odies por decir las palabras, pero sí que lo hagas por lo que estoy a punto de decirte —aclaro inhalando con lentitud—. Firmaré el contrato con los Bears, me voy el fin de semana que viene.
Veo una mezcla de sentimientos arremolinarse en sus ojos, pero el que más predomina es la sorpresa. Ella me mira de una forma tan intensa que logra traspasar mis barreras. En un momento creo que podría incluso ver mi propio corazón como si estuviese a la plena vista, y si así lo hace, estoy seguro de que también es testigo de la forma en que este se acelera. Porque es así, ese órgano que me mantiene vivo se acelera cada vez que la veo. Se vuelve loco ante la presencia de Kansas Shepard.
—Te he estado evitando por esto —señalo al ver que ella permanece sumida en el silencio—. Porque no me atrevía a admitir que te quiero en voz alta para luego tener que decirte que me voy en unos pocos días —confieso—. Que hayas ido con Logan no me dio celos, solo me demostró lo comprensiva, extraordinaria y gentil que es la chica frente a mis ojos. Ese acto fue lo que me hizo querer firmar el contrato, no por creer que tú y Mercury tenían algo, sino porque me hizo percatarme de que nosotros jamás tendríamos una historia como la que tienen ustedes o la que podrías tener con alguien más. —Siento cómo mi corazón se contrae con cada palabra que dejo salir—. Y ya tenga un final trágico o dichoso, tú mereces tener esa historia. Ambos sabemos que mi estadía aquí es temporal, y yo jamás podré brindarte material suficiente para llenar las hojas de un libro. —Soy espectador de la forma en que sus ojos comienzan a cristalizarse, sin embargo, jamás se permite derramar una lágrima. Es hija de Bill, ¿qué más esperaban? —. Creí que si te evitaba sería más fácil decir adiós, pero me obligaste a decir todas estas cosas y ahora me veo incapaz de lograr armar mis maletas en un futuro. Y la realidad es que cuanto más rápido me vaya de aquí más fácil será enmendar el daño que nos hemos hecho el uno al otro.
—¿Desde cuándo querer a alguien implica que se dañen los corazones? —inquiere con la voz entrecortada, mirándome con fijeza.
—Desde que nos conocimos.
Ella cierra los ojos y deja salir el aire retenido. Sus manos recorren su cabello como si no supiera qué hacer. Cuando los abre parece tener sus sentimientos bajo control, o eso pretende hacerme ver.
—Entiendo que no hay mucho tiempo, que te irás y que es muy poco probable que regreses.
Quiero golpearme por ser la causa del temblor en sus manos, por la aflicción en sus ojos y tal problema. Hacer llorar a una mujer, o a cualquier otro ser humano, es lo peor que un hombre puede hacer, y en tal caso, no debería ser considerado hombre. Sin embargo, ella pidió mi confesión, y es lo menos que puedo darle.
—Sé que si hubiera más tiempo podría llenar decenas de libros con lo que hay entre nosotros, podría escribir historias que durasen una eternidad —añade acercándose y haciendo rechinar el piso de madera bajo su peso—. Pero prefiero tener unas pocas páginas contigo a no tener absolutamente nada de ti. Así que puede que no escribamos un libro juntos, pero nadie nos impide crear algo tan breve y fugaz como un cuento —propone—. Y el único que pone barreras en este momento eres tú.
—Cuanto más nos involucremos más difícil será la despedida —le recuerdo—. Y puede que tú estés dispuesta a correr el riesgo, pero yo... yo no sé si pueda hacerlo. Nunca me separé de una persona por la cual tuviera estos sentimientos porque jamás quise a alguien como te quiero a ti y puede que no sepa lo que se siente, pero debe ser una de las cosas más difíciles de hacer.
—Pero tienes que decidir. —Sus ojos felinos se deslizan alrededor de mi rostro—. Simplemente dime que sí o que no, dime si debemos actuar como completos extraños por el resto del tiempo que nos queda juntos o si podemos seguir escribiendo este maldito cuento.
¿Es mejor leer un cuento sin final feliz que no tener material de lectura?
Mi lector interno me da la respuesta.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top