051 | Boa

KANSAS

—¿Qué miras, Donna? —espeta Jamie dejándose caer en su silla de la cafetería—. Vuelve al zoológico, pedazo de zo...

Harriet se encarga de taparle la boca para que no llegue a concluir la oración. La ex de Joe recoge su pedido antes de salir por las puertas dobles a una velocidad considerablemente rápida, tal vez sea porque Jamie la observa de una forma que va más allá del odio y el desagrado, porque Harriet parece sostener un resaltador tan fuerte y amenazadoramente que puede llegar a simular que es un cuchillo o porque yo estoy sorbiendo mi latte sin despegar mi mirada de ella.

Debe ser algo escalofriante.

—¿Cuántas veces tenemos que decirte que no le hables? Ignórala —dice la rubia a la pelirroja mientras baja con lentitud su arma y vuelve a utilizarla para resaltar la Constitución, como debe ser.

—Es que no puedo resistirme —replica abriendo una de sus tantas revistas de moda de un tirón—. Necesito insultarla para que la ira no me consuma, ¿por qué no se unen conmigo y disfrutan de lo deleitoso que puede llegar a ser llamar por sobrenombres ridículos y ofensivos a las chicas como ella?

—Ya hablamos de esto, Jamie —comienzo dejando mi latte a un lado—. Donna no saldrá ilesa por lo que le hizo a Joe, pero debes esperar, aún no es momento de actuar —le recuerdo.

—¿Y cuándo lo será? —inquiere en un tono casi infantil, parece estar auténticamente decepcionada de que la represalia deba esperar.

—¿Te suena el 31 de octubre? —Sonríe Harriet sin despegar la mirada de su material de estudio.

—¿Halloween? —La estupefacción se adueña de las facciones de Jamie—. No puedo creerlo —añade de forma inmediata, deslizando sus ojos de la rubia hacia mí—. ¡Ustedes ya planearon algo y no me contaron! —nos acusa—. Exijo saber los diabólicos detalles de este macabro plan.

Jamie siempre fue del tipo impaciente y bocón, por lo tanto decidimos mantener el proyecto en secreto hasta determinado punto. Además, sabíamos que se pondría demasiado feliz y no podría ocultarlo. Su sonrisa la delata, y es bastante obvio que ver a Lynn sonriendo de esa retorcida forma dispara las alarmas mentales de todos los estudiantes de la BCU.

Desde tercer año de secundaria las fiestas de día de brujas se celebran en la casa de Bill Shepard. Al principio eran bastante tranquilas e inocentes, pero con el paso del tiempo se han ido descontrolando un poco. Sin embargo, siguen siendo aptas para todo público ya que normalmente hasta mis vecinos y Zoe asisten. El año pasado la señora Hyland se disfrazó de luchador y, aunque se veía más piel de la que todos querían contemplar, pudimos contener a la mujer que se había apodado a sí misma como «La galleta rompe huesos».

—No escucharás detalles de mi parte —señala Harriet antes de sacar una barra de granola de su bolso—. Sin embargo, espero que Kansas sí pueda ser capaz de dártelos. —Sus ojos aguamarina encuentran los míos y arquea una de sus depiladas cejas en mi dirección.

—Tengo la mera sospecha de que ya no estamos hablando de Halloween —articulo teniendo la intención de coger otra vez mi latte, pero Jamie se las arregla para alejar la taza de mi alcance.

—Conocemos la táctica, Kansas —dice la pelirroja estrechando sus ojos—. Tomas la taza y simulas beber para evitar el interrogatorio o para hacer tiempo y pensar en una respuesta. Es como cuando una persona está incómoda y no quiere hablar, entonces saca su teléfono y finge estar haciendo algo —reconoce exponiendo mi pequeño truco en voz alta—. Y sí, estabas en lo correcto. Los detalles que queremos no tienen nada que ver con día de brujas.

—No quiero hablar sobre eso —confieso detectando el malhumor que nace en mis adentros.

—Es nuestro deber insistir y obligarte a hablar —argumenta Harriet.

—¿Y sabes a qué profundidad está el núcleo interno de la tierra? —pregunta Jamie desconcertándome—. A unas 6.371 kilómetros —añade—. Y ni aunque nuestra querida Gea se abriese y te tragase podrías escapar de nosotras. Te iríamos a buscar.

Tanto la futura abogada como yo observamos en silencio a la pelirroja.

—¿Qué? —espeta ella al ver nuestras expresiones—. Es necesario para mi carrera —objeta antes de adueñarse de la barra de granola.

—Dejando de lado los datos innecesarios que aporta esta mujer —continúa la rubia mirando de reojo a Jamie—. Queremos saber qué ocurrió con Malcom, ¿sigue sin hablarte?

Siento que mis labios se retuercen en una auténtica mueca de contrariedad, pensar en los últimos días solo logra frustrarme. Desde el martes, la noche en que Logan pasó a buscarme, Malcom no me ha dirigido la palabra. Hoy es viernes y casi se cumplen cuatro días en los cuales él ha estado evitándome a toda costa. Aumentó las horas de entrenamiento o modificó sus horarios, no estoy segura, pero lo que sé es que actualmente nunca coincidimos los dos en un mismo lugar: cuando llego a casa él se va y cuando él llega yo debo irme, y si se da la casualidad de encontrarnos bajo el mismo techo se encierra en la habitación de huéspedes o sale a correr junto a uno de los Jaguars. Sin embargo, lo que más me molesta es el hecho de que no quiera mirarme a los ojos.

Cuando está a mi alrededor se limita a darme las gracias si le alcanzo algo —y creo que esto solo lo hace porque no agradecer va en contra de sus modales—, o a decir buen día y buenas noches cuando me ve por primera y última vez a lo largo de veinticuatro horas, y esto último también creo que solo lo hace por pura cortesía inglesa.

—Él me está ignorando —suelto al cabo de varios segundos—. Lo hace de la forma más gentil que alguien lo ha hecho alguna vez, pero lo hace y no entiendo el motivo —explico—. He intentado hablar con él, pero siempre da una excusa o Bill y Zoe interrumpen.

—Tengo una teoría —dice Jamie antes de deslizar el latte en mi dirección. Debe notar mi impotencia y solo por eso me devuelve mi dosis de leche y café, porque de otra forma no lo haría. Probablemente se lo bebería—. Él está celoso de Mercury, tal vez cree que algo sigue ocurriendo entre ustedes.

—Poco probable —señalo—. Mi padre me dijo que le comentó a Malcom lo de Logan, según Bill él se mostró comprensivo al respecto antes de subir a su cuarto —informo—. Y ustedes saben que nada ocurre entre Mercury y yo, ya no.

—¿Y qué con lo que te preguntó el martes? —indaga Harriet respecto al número siete—. ¿Lo harás?

Mi silencio, que no dura mucho, parece contestar aquella pregunta.

—Bill quiere que Anneley y yo nos conozcamos un poco más, así que esta tarde ella pasará a buscarme para ir por un disfraz de Halloween al centro comercial —explico con rapidez—. Ustedes dos vendrán conmigo y en algún momento me voy a escabullir para hacer lo que Logan me pidió. Solo deben distraerla.

—Kansas, tú no nos estás preguntando si queremos ayudarte —reconoce la rubia con cierta diversión.

—Y eso es porque sabe que lo haremos —le responde Jamie, una ladeada sonrisa que va más allá de lo malévolo curva sus labios—. Pero antes debes prometernos algo —añade señalándome con la barra robada—. Hoy te enfrentarás a Beasley con toda esa mierda de carácter que tienes y exigirás saber qué diablos le ocurre.

—Créeme... —Exhalo—. Saber lo que pasa por su cabeza es lo que más quiero saber en este instante.

Y lo que más me preocupa.

***

—¿Qué les parece este? —inquiere la entrenadora del equipo de natación de la BCU—. Puede que las medias de red sean demasiado, pero podemos quitarlas —añade levantando una percha con un disfraz de bailarina de cabaret que es casi completamente rojo. Eso define la palabra sensual o vulgar, tal vez la combinación de ambas.

—No voy a usar eso —replica Sierra al instante, creyendo que el disfraz es para ella.

—No es para ti —señala su madre.

Lo sabía.

—Creo que es un poco revelador —expongo la verdad con tanta sutileza como puedo—. No me sentiría cómoda usándolo —agrego.

—Tampoco es para ti —responde la mujer mirándose en uno de los tantos espejos de la tienda y deslizando sus manos sobre la tela color carmín—. Es para mí.

Eso claramente no lo sabía.

Soy testigo de la forma en que Harriet abre los ojos con sorpresa y Jamie, incapaz de disimular algo en sus diecinueve años de vida, ríe de forma escandalosa.

—Esta hembra está loca —señala la pelirroja sin pudor alguno.

Sierra, quien vaga alrededor de las máscaras y ocasionalmente se prueba una, le lanza una mirada mordaz a la muchacha.

—Puede que me falte la cordura, pero no la sensualidad y la confianza —apunta Anneley antes de dejar el disfraz donde estaba y guiñarnos un ojo—. Cuando cumplí cuarenta, como supongo que les pasa a muchas mujeres, me sentí una anciana triste, arrugada y menopáusica —reconoce—. Me costó aceptar que ya no tenía el cuerpo que solía mostrar, que mis pechos estaban caídos y que tenía más celulitis que años. Llegué a estar asqueada de mi figura, pero luego aprendí que la belleza es imperfecta y subjetiva —murmura deslizando las yemas de sus dedos a lo largo de las diversas telas—. Ser imperfecta te hace hermosa, y yo amo mi cuerpo con cada imperfección. Estoy orgullosa de él, y una vez que lo entendí me sentí más sexy que cuando tenía veinte. —Sonríe—. Así que sí, puedo tener cuarenta y siete y parecer una avejentada ridícula comprando disfraces que debería usar una universitaria, pero la realidad es que yo puedo lucirlos mejor que ellas porque tengo confianza, cosa de la que muchas muchachas carecen —señala—. Pero el día en que aprendan a sentirse sexys y orgullosas de sus imperfecciones me entenderán y dejarán de verme como una cuarentona a la que le falta un tornillo. Me verán como una mujer orgullosa de sus arrugas y curvas, y que, obviamente, se muere por lucirlas. Así que si quiero ir con ese disfraz iré, y si quiero ir desnuda lo ha...

—¿Vinimos a probarnos disfraces o por una charla motivacional? —inquiere su hija, la cual aparentemente está de malhumor. La Sierra cómplice que nos contó la infidelidad de Donna parece haberse esfumado, y creo saber el motivo.

Anneley carga a su hija con media docena de disfraces y la manda directo a los vestidores, y en cuanto Montgomery desaparece Jamie dispara con el interrogatorio previamente preparado.

—¿Por qué Bill? —inquiere la pelirroja, desconcertándome.

No planeamos esa pregunta, estoy segura de ello.

—¿Disculpa? —pregunta la mujer ladeando la cabeza.

—¿Por qué Bill? —reitera mi amiga—. Nos contaste cómo se conocieron, pero jamás nos dijiste por qué te llamó la atención.

—Solo nos vimos una vez —le recuerdo antes de deslizar mis ojos hasta la madre de Sierra—. No hace falta que contestes, no queremos presionarte —me precipito a decir—. Jamie no sabe cuándo cerrar la boca. —Mi mirada vuelve a recaer en ella y le dejo saber que quiero estrangularla.

—Está bien —murmura la entrenadora sacándole el sombrero a un maniquí y probándoselo. La vendedora que se encuentra detrás del mostrador parece estar demasiado concentrada en su teléfono como para ver que Anneley está haciendo un desastre en la tienda—. Bill me advirtió que ustedes tres vienen en un mismo paquete, interrogan y acechan de forma sincronizada. —Esas sí son auténticas palabras de mi padre—. No me malinterpreten, es dulce, aterrador y algo abrumador que se comporten como si todas fueran hijas del mismo hombre.

—Somos como una especie de trío dinámico, pero nada que una mujer no pueda manejar —la tranquiliza Harriet.

—Si puedes soportar a Bill, puedes con nosotras —digo encogiéndome de hombros—. Y mi padre no es un hombre fácil de llevar, así que volviendo a la pregunta; ¿por qué él? —La curiosidad me ha dominado por completo ahora que soy consciente de que Anneley no parece estar incómoda o asustada ante la idea de un pequeño interrogatorio.

—Bueno —comienza envolviéndose una boa repleta de plumas azules alrededor del cuello. ¿Por qué es tan inquieta? ¿Tiene cuarenta y siete o la edad de Zoe?—. Bill me lleva la contra siempre, es innecesariamente competitivo, me fastidia, critica todo, tiene malhumor la mayor parte del día y se burla de mí como lo haría un infante. Es un niño en los zapatos de un adulto a veces —reflexiona.

—Suena a que es un hombre insoportable —apunta Jamie a mi derecha.

—Demasiado —añade Harriet a mi izquierda.

—Lo es, y puedo jurar que me desquicia la mayor parte del tiempo —explica con aquellos ojos cafés posándose en la nada misma. Un recuerdo parece curvar sus labios en dirección al cielo antes de que empiece a pestañear rápidamente y vuelva a enfocarse en nosotras—. Él me hace sacar lo peor de mí, me obliga a gritar, me hace sentir realmente viva y a pesar de que es un grano en el trasero es de sentimientos y palabras honestas. Eso es algo que no ocurría con mi ex esposo.

—¿Por qué se separaron? —indago.

—¿Conocen el cliché de la secretaria y el jefe? —inquiere sumando a su look un par de lentes de algún disfraz de rockero de los ochenta—. Eso ocurrió, me fue infiel. El padre de Sierra es un contador que pasa más tiempo en la oficina que en su propia casa. Él simplemente se aburrió de mí y comenzó el juego del gato y el ratón con Emilse, su sensual secretaria que, obviamente, tiene veinte años menos que yo. —Ríe, y no es una risa falsa o cargada de amargura. Ella en verdad ríe—. Nos separamos y, como estábamos casados, me quedé con la mitad de todo: casas, coches y otras cosas. A los pocos meses él quiso regresar ya que Emilse solo lo hizo gastar un montón de dinero, casi lo deja en bancarrota, y como era de esperarse, lo dejó por otro hombre más joven. —Eso se llama karma, y es obvio que Anneley no lo perdonó—. Él se marchó de la casa hace unos cuatro años y ahora solo envía tarjetas en Navidad y algún que otro presente por correo en el cumpleaños de Sierra.

Intento imaginar lo que significó para mi futura hermanastra ver el divorcio de sus padres con apenas quince años, en lo que debió sentir o cómo lo asimiló. Sin embargo, fracaso al hacerlo.

—Hablando de Sierra, ¿creen que ha terminado de probarse los disfraces? —inquiere Harriet mirándome fijamente.

El plan sigue en marcha, esa es la señal.

—Iré a chequearla —me excuso mientras Jamie toma las riendas de la conversación y sigue haciendo parlotear a la mujer.

Recorro la tienda llena de estantes, antifaces de colores y maniquíes. Paso a la empleada del local sin siquiera recibir una mirada de su parte y me interno en el área de los vestidores. Sin embargo, no oigo nada dentro de ellos. Los reviso uno por uno hasta llegar al último, y allí me encuentro una montaña de disfraces en el suelo y a la castaña observando su teléfono con fijeza. Por el ángulo en que lo sostiene puedo ver que está escribiendo un mensaje a alguien llamado Matt Darrinson.

Y yo conozco a Matt.

—Sierra... —Oír mi voz no la altera, simplemente alza la vista hacia el espejo de cuerpo entero frente a ella. Allí nuestras miradas se encuentran y la observo tragar—. Sé que estás embarazada.

Una vez que las palabras salen de mis labios ella presiona enviar. Solamente es cuestión de minutos para que el Docto Darrinson, el obstetra principal del hospital, vea su mensaje.

—¿Es de Logan o de Derek?

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