MALCOM
Qué vergüenza.
Nunca antes me había caído de la cama en los momentos previos a tener algo realmente íntimo con una chica, y resulta que de las cinco o seis muchachas con las que estuve a lo largo de mi vida es Kansas con la que ocurre esto.
En realidad, esto y unas cuantas cosas más.
Jamás había experimentado lo que es desear a alguien de forma constante, irreprimible e intensa. No se trata nada más que del anhelo físico que uno puede desarrollar hacia una persona, va más allá de eso; quiero ver a Kansas despertar en esos horribles pijamas que tiene, siento la necesidad de que aparezca en medio de mis entrenamientos solo para verla parlotear con Harriet o discutir con Jamie. Deseo escucharla tocar el piano por la tarde, oírle narrar historias que carecen de un orden cronológico a Zoe y presenciar lo linda que se ve discutiendo con Bill sobre quién debería haber comprado los víveres del día.
Ella sobrepasó cualquier expectativa, me hizo olvidar el nombre de todas las chicas inglesas con las que estuve alguna vez y se metió bajo mi piel.
De muchas formas.
Me gustaría poder decir que luego de caer al piso retomamos aquello que estábamos haciendo, pero eso no ocurrió. Tres minutos después se oyó la puerta principal abrirse y el grito de Bill informando que había traído postre para celebrar la llegada de Mark penetró nuestros oídos. De todas formas, no sé por qué se molestó en decir eso ya que tengo prohibida la ingesta de helado, así que terminamos viendo una repetición de algún partido de los Chiefs, los Shepard con un pote de postre en mano y yo con un gran trozo de chocolate amargo que contenía un 85% de cacao y un alto contenido de frutos secos.
Mientras el coach sacudía el televisor y repetía que Dee Ford no debería ocupar el lugar de linebacker, su hija lanzaba comentarios relacionados con el Tight End, Travis Kelce. Mientras que en la oscuridad observaba cómo ambos hablaban uno sobre el otro y mantenían la vista fija en la pantalla me permití formular una pregunta mientras ingería mi chocolate.
¿Así se siente querer a alguien? Y no, no estoy hablando de Bill, aunque lo aprecio.
Hace alrededor de setenta minutos que me encuentro en la misma posición, mirando a la castaña y buscando una respuesta a aquella pregunta.
Muchos dicen querer a sus amigos, familiares o parejas, ¿pero alguna vez se plantearon lo que es en realidad sentir afecto por aquellas personas? ¿Se puede identificar o solo se tiene la certeza de que se quiere? Recurro a todo lo que conozco de la palabra amor: definición, etimología y un montón de datos que me llevan a pensar que, en realidad, no sé nada. La ignorancia es algo que no tolero, pero no hay contestación para mis preguntas en mis libros de texto o en internet. Se supone que debería encontrarla en la vida misma, pero en un mundo lleno de respuestas instantáneas gracias a la tecnología y las millones de bibliotecas alrededor del mundo, a veces nos olvidamos de que hay preguntas cuyas soluciones tenemos que averiguar por nuestra cuenta.
El timbre del hogar de los Shepard suena de forma incesante por algunos segundos. Me pongo de pie y me dispongo a ir a atender dado que Bill está demasiado ensimismado en su partido y Kansas lucha por mantener los ojos abiertos. Intento guardar la imagen en mi memoria: sus pestañas aleteando en un último esfuerzo mientras sus ojos me siguen a través de la habitación. Sus labios parecen querer curvarse hacia arriba cuando la miro, pero aparenta estar muy cansada como para hacerlo.
Abro la puerta y automáticamente quiero volver a cerrarla al ver a Logan Mercury de pie en la entrada.
—Beasley. —Ese no es un saludo, su tono de voz puede confirmarlo.
Mete sus manos en los bolsillos de sus jeans y en cuanto baja la mirada puedo ver sobre su hombro una motocicleta de aspecto atroz estacionada a un lado de la calle.
Lo observo y me percato de que ni siquiera trae un casco consigo e instantáneamente me pregunto dos cosas: ¿por qué es tan irreflexivo en lo que a su vida se refiere y por qué aparece en esta casa a las diez de la noche?
—Llama a Kansas, necesito hablar con ella —se limita a decir.
—¿No puedes esperar hasta mañana? —inquiero.
Él arquea ambas cejas.
—No cuestiones, Malcom —advierte con la mandíbula tiesa—. Solo hazte a un lado y déjame pasar o llámala, pero no te quedes ahí parado pretendiendo que puedes interrogarme —espeta en voz baja.
—¡¿Quién es el infeliz que interrumpe el tercer down de Alex Smith, Beasley?! —se queja el entrenador a mis espaldas, provocando que Kansas se termine de despertar y lo reproche por gritar—. ¡Si es Timberg lo mandas de vuelta a su casa!
Si su madre no lo quiere, yo tampoco. No es mi problema.
—Soy yo, coach —se aventura Logan antes de apartarme del camino de un pequeño pero firme empujón. Quiero golpearlo. Necesito, anhelo y ruego por hacerlo.
—Ah, eres tú —dice Bill restándole importancia. Se ve que no hay problema con que alguien irrumpa en su hogar a altas horas de la noche mientras no se trate de Chase Timberg—. ¡Acomódate, Mercury! Ven a ver el partido contra los Steelers. Les estamos rompiendo el trase...
—Él no está aquí para ver el partido, papá. —La voz de Kansas es bastante suave, y entonces me percato de que ella y Logan se observan en silencio.
Se pone de pie y me mira durante un momento. Parece que intenta decirme algo, pero soy incapaz de descifrarlo dado que estoy demasiado enfocado viendo la forma en que toma un abrigo de Bill del perchero más cercano y se acerca a la puerta.
—Saldré por un rato. —Al escuchar estas palabras, Bill le da pausa al partido y mira a su hija con fijeza, entonces se limita a asentir y, así sin más, vuelve a enfocarse en el televisor.
Estoy estupefacto ante la idea de que Bill deje marchar a Kansas con Logan a esta hora, sabiendo que mañana tiene clases y que el número siete se transporta en una motocicleta al estilo John Travolta. Es descabellado dado que él hasta llegó a exagerar al vernos sostenidos de la mano, sin embargo, en cuanto a lo que el ex de su hija se refiere, parece estar sumamente tranquilo y confiado.
—No lo malinterpretes. —La castaña me susurra lo suficientemente bajo para que nadie más escuche mientras abotona el abrigo. Sus ojos brillan por alguna emoción que encuentro digna de un enigma.
Entonces soy testigo de la forma en que Logan pone su mano en la espalda baja de Kansas y la guía hacia afuera. Él me mira por última vez antes de cerrar la puerta y, segundos más tarde, escucho el estruendoso motor de la motocicleta.
Puede que no reconozca lo que es querer alguien, pero estoy bastante familiarizado con este sentimiento de disgusto e incredulidad. Y ahora, definitivamente, se le suma el denominado desconcierto.
—Casi lo había olvidado —murmura el hombre en el sofá.
—¿Olvidar qué?
—Que hoy es 25 de octubre.
KANSAS
Al este de Betland, a unos pocos pies de la ruta que va a la ciudad de Owecity, hay un pequeño pero profundo lago rodeado de árboles.
El motor de la Harley de Logan comienza a sonar cada vez más débil mientras nos detenemos. El silencio cae al cabo de unos segundos mientras observamos los familiares alrededores: en el manto abismal que se extiende en el cielo aparece una cantidad incontable de estrellas, pero lo que en realidad llama la atención en toda esa oscuridad es la luna y su pálido esplendor. El lago, tan frío como cautivante, logra hacer de espejo a la imagen que se presencia en las alturas.
—¿Lista? —inquiere Logan antes de tomar su mochila y comenzar a descender por los montículos de tierra. Él extiende su mano para ayudarme a bajar mientras la brisa nocturna sopla.
Mis dedos encuentran los suyos y asiento en silencio a medida que nos dirigimos hacia el agua.
—Por un momento pensé que hoy no te presentarías en mi puerta —confieso, y de forma automática su agarre se torna más titubeante
—Yo también lo creí —se sincera en voz baja, con los ojos fijos en el movimiento de sus botas—. A veces creo que se hace más duro cada año. Es... —Las palabras se desvanecen en sus labios.
Sé que le cuesta expresar lo que siente, siempre le resultó complicado exteriorizar sus emociones.
—Difícil —termino por él—. Se supone que el tiempo debería ayudar a curar las heridas, pero a veces solo logra abrirlas un poco más —reflexiono mientras llegamos a la orilla y nos tomamos algunos segundos para observar la inquietantemente sosegada noche.
—Es una sensación horrible, Kansas —dice dejando salir el aire retenido. En su perfil juegan las sombras nocturnas y sus ojos parecen brillar cuando su mirada se traslada a la luna—. Con cada año que pasa se siente peor porque me doy cuent de que el mundo se sigue moviendo, pero yo parezco estar atascado en el mismo lugar. —Su mandíbula se tensa tras terminar la oración y, como cada año, él se arrodilla y comienza a sacar las cosas de su mochila—. No solo hoy es 25 de octubre —añade—. Todos los días parecen serlo.
Me arrodillo y comienzo a ayudarlo, sin emitir palabra alguna al respecto.
Un día como hoy hace alrededor de cinco años, mucho tiempo antes que conociera a Logan, su padre y hermano fallecieron en un accidente automovilístico, uno que se dio en aquella ruta que está a solo pies de nosotros. Los cuerpos quedaron irreconocibles, y por ello decidieron cremarlos y esparcir sus cenizas en el lugar favorito de ambos.
El lago de Betland.
No es un lugar que rebosa de belleza en absoluto, pero era donde tanto Wilson como Oliver Mercury intentaban pasar las tardes. Ellos, junto a Logan, tenían el pasatiempo de armar barcos y veleros de madera cuando eran niños. Su padre los traía al lago al atardecer para verlos navegar las quietas aguas del lugar y, según el número siete, es lo que más extraña hacer con ellos.
Desde ese año Logan asiste sin falta el veinticinco de octubre al lugar donde estamos ahora, y cuando empezamos a salir hace más de un año atrás, comencé a acompañarlo. El día en que rompimos, o mejor dicho que me dejó, le dije que yo lo seguía queriendo. Si fuese por mí —en aquel entonces—, aún estaríamos juntos, pero entiendo a la perfección lo que es tener un sueño, algo que anhelar, algo por lo que luchar.
Nunca voy a culparlo por eso, y tal vez antes no lo comprendía, pero ahora lo hago. Sin embargo, volviendo al pasado, cuando él mencionó que ya no tenía tiempo para distraerse conmigo también dijo algo más:
«Te quiero, tengo que admitir que lo hago. Te quiero por muchas razones, comenzando porque eres capaz de ver más que lo superficial en mí y terminando porque eres la única persona con la que puedo abrirme. Entiendo que estés enojada por mi decisión, que te duela y quieras golpearme en este mismo instante, pero no voy a dejar que te interpongas en lo que más deseo. Recuerda que este no es solo mi sueño, es el de mi padre y el de Oliver también. Tú más que nadie sabes lo que eso significa, y no te estoy pidiendo que seamos amigos porque sé que dolería, así que quiero dejarte y que encuentres a alguien que en verdad te dedique cada segundo de su tiempo, porque eso es lo mínimo que mereces, Kansas.
Lo lamento, pero es lo que debo hacer. Y sé que nos seguiremos viendo y que todo se tornará complicado, pero no voy a permitirme sentir más cosas por ti. También soy consciente de que no estoy en el derecho de pedirte nada, pero si aún quieres acompañarme cada 25 de octubre estaré eternamente agradecido, porque a pesar de que te estoy dejando también te estoy demostrando hay alguien mejor para ti allá afuera, y que la persona en la que más confío eres tú. Y eso no va a cambiar, eres la única chica que me permitiré llevar a ese lago, y es debido a que también eres la única que logra darme la fuerza que necesito para afrontarlo.
Sé que en algún momento lo comprenderás todo y, si ese orgullo tuyo que conozco tan bien no te lo impide, me lo agradecerás. Gracias a esto estoy seguro de que yo seré capaz de perseguir mis sueños y alcanzarlos, y tú serás capaz, algún día, de toparte con alguien que te haga soñar como yo lo hago».
Así pasó, así terminamos. Pero nos permitimos volver a mirarnos de la forma en la que lo hacíamos cada veinticinco de octubre. Jamie llegó a criticarme por ello ya que está en desacuerdo, mientras que Harriet me obliga a presentarme, pero la realidad es que, más allá de lo que dicen mis amigas, yo vengo a este lago porque entiendo a Logan. No lo hago porque alguna vez lo quise, sino porque sé lo que se siente perder a alguien. Puede que mi madre no esté muerta, pero su partida se sintió como tal; ella desapareció, y ahora no me quedan más que recuerdos de lo que fue y lo que mi hermano o hermana podría haber llegado a ser.
Logan no tiene amigos tan cercanos como para que lo acompañen en algo, a su madre le duele recordarlo y ya ni siquiera menciona el nombre de su esposo o de su hijo menor, así que el círculo se reduce cada vez más hasta dejarme a mí sola dentro de él.
Hay personas que son capaces de enfrentar las desdichas de la vida por sí solas, pero luego existen otras que necesitan sentir el calor de una mano sobre la suya. Y está bien, porque el dolor repercute y se sobrelleva de forma diferente en cada ser.
—¿Quieres hacer los honores? —inquiere Mercury tendiendo un encendedor en mi dirección.
—Ni siquiera debes preguntarlo —replico tomándolo mientras él se encarga de poner el pequeño velero de madera sobre el agua. Coloca la vela sobre la popa del mismo y pasa a imitar la acción con el otro que aún descansa en tierra.
Logan es hábil con la carpintería gracias a lo que Wilson le enseñó, y cada año se toma el tiempo de fabricar dos pequeños veleros o barcos en honor a cada uno de los miembros de su familia que perdió.
Doy luz a ambas velas y dejo el encendedor a un lado, entonces levanto la vista para encontrar los ojos chocolate del moreno. Brillan con más que melancolía, destellan de forma agridulce, como si estuviera saboreando un recuerdo que trae felicidad que no termina siendo más que aflicción.
—Odio extrañarlos, siento que se me fragmenta el maldito corazón cuando lo hago —murmura en voz casi inaudible; al sentir que sus ojos comienzan a llenarse de lágrimas se obliga a cerrarlos con fuerza.
Él no es del tipo que se deja derramarlas.
Extiendo mi mano libre, ya que con la otra sostengo uno de los veleros, y aprieto su hombro sobre la chaqueta que trae. Él me mira al cabo de unos segundos, la brisa sopla provocando movimiento en su cabello mientras sus labios se comprimen en una línea y asiente en silencio ante la mirada que le doy.
—Solo hazlo, Logan —susurro—. Como cada veinticinco de octubre.
—De cada año. —Asiente.
Ambos empujamos suavemente los veleros y estos flotan a la deriva, sin dirección, paradero o finalidad. Observamos desde la orilla como las dos pequeñas llamas de las velas iluminan el agua, se convierten en dos puntos cálidos y rutilantes en un fondo de colores fríos y aspecto sombrío. El fuego se aviva con la brisa nocturna y pronto alcanza la vela mayor de cada nave. Las llamas comienzan a elevarse y, poco a poco, consumen los veleros convirtiéndolos en una gran llama de colores ardientes e intensos.
No sé cuánto tiempo nos quedamos allí contemplándolos, pero es el suficiente como para que las naves se consuman y se vuelvan algo irreconocible. El color se va, la intensidad se pierde y ya no quedan más que escombros que viajan sin rumbo en el agua, al igual que ocurrió con Wilson y Oliver Mercury.
—Estás preocupada.
Me sorprende oír aquellas palabras al correr de los minutos.
—¿A qué te refieres? —inquiero dirigiendo mis ojos a los suyos.
—Sabes a qué me refiero, Kansas —se limita a murmurar antes de ponerse de pie, tomar su mochila y tender una mano en mi dirección—. Vamos, sabes que este lugar ya no me gusta tanto como solía hacerlo. —La amargura y pesadumbre son más que notables—. Además, tengo algo que decirte.
Lo siguiente que hago es aceptar su mano, pero lo que no acepto son las palabras que salen de su boca.
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