048 | Irresoluto

KANSAS

—¿Puedes tocar una canción para mí? —inquiere Zoe sacándose su mochila del colegio y dejándola caer sobre mi cama—. ¡Solo una, por favor! Luego haré mi tarea de matemática —promete mientras le entrego la jaula del hámster—. Bueno, en realidad la calculadora la hará —reflexiona sacando al animal de su encierro y sosteniéndolo en sus pequeños brazos.

—Creo que primero deberías hacer tus deberes —señalo.

Me quito el abrigo y lo arrojo sobre la cama. Al final terminé por evadir mi última clase de Estructura Biológica del Sujeto y fui por Zoe a la escuela, de esa forma la señora Murphy llegaría temprano al trabajo —cosa que no hace muy a menudo—, y yo podría dejar de respirar el mismo aire que Bill, Mark y Beasley, cuyos nombres, a mi parecer, no significaban nada bueno cuando están en la misma oración.

—No estoy de humor, ¿te parece dejar lo del piano para otra ocasión? —inquiero—. En vez de eso podríamos dormir la siesta, una apetecible y divertida siesta. Olvidarnos de todo, incluyendo a Mal... —me interrumpe.

—¿Cuántos años tienes? ¿Ochenta? —se queja subiendo la tapa del piano—. ¡Dormir no es divertido, Kansas! Y mi mamá dice que la música ayuda a espantar a los fantasmas del malhumor —asegura depositando a Ratatouille sobre las teclas y caminando en mi dirección.

Toma mi mano y prácticamente me arrastra a lo largo de la habitación, decidida a ahuyentar a los supuestos y malévolos espíritus.

¿Fantasmas del malhumor? ¿No tenía otra cosa para inventarse la señora Murphy?

La niña me obliga a sentarme frente al instrumento y se trepa por mis piernas hasta quedar en mi regazo. La insistencia ahora tiene una nueva definición: su nombre.

Ratatouille corre por las teclas del piano ida y vuelta, provocando que un horrible sonido inunde mis oídos. Sin embargo, debo admitir que es gracioso ver la forma en que esa bola de pelos va de un lado al otro y Zoe intenta atraparlo, pero el animal siempre termina escapándose de sus manos.

—¡Rata mala! —reprocha la niña con el ceño fruncido—. ¿Cuántas veces te he dicho que no eres Beethoven? —le pregunta capturándolo y sosteniéndolo a la altura de sus ojos, como si en verdad fuese su mamá y estuviese furiosa.

—¿Sabes quién fue Beethoven? —inquiero con verdadera sorpresa.

—Claro que lo sé, todos los niños conocen a Beethoven. —Creo que podría discutir respecto a esa afirmación—. Es el perro de raza San Bernardo que sale en un montón de películas, ¿no te acuerdas de él, Kansas? —pregunta—. ¡Las pasan en Disney! —me regaña—. Y Ratatouille quiere correr tan rápido como un perro, pero yo siempre le digo que no es Beethoven. Es una rata, ¿lo entiendes? —Esta vez mira fijo su mascota—. Eres una rata, r-a-t-h-a —deletrea.

Creo que debería priorizar su tarea de lengua antes que la de matemática.

Definitivamente.

—De acuerdo —murmuro con una sonrisa tirando de mis labios al verla tan decepcionada de su hámster—. Tocaré una sola canción, pero luego harás todos tus deberes y meterás a ese animal en su jaula, ¿entendido? —inquiero y ella asiente satisfecha, abrazando a la supuesta rata con demasiada fuerza.

Es la primera vez que cedo a tocar el piano para ella y sus ojos brillan con entusiasmo. Normalmente siempre daba excusas para evitar tocar, pero desde que Malcom prácticamente me extorsionó para volver a hacer música he sentido, en lo más profundo de mí, unas ganas insaciables de poner mis dedos sobre las teclas otra vez.

Mis pensamientos se desvían a él por algunos segundos. Lo que Bill me contó en su oficina es algo que me sobrepasa, algo que me gustaría no saber. Ni siquiera el mismísimo Beasley es consciente de la realidad, y eso se debe a que su entrenador cree que no es el mejor momento para decirle.

Pero en algún momento lo hará.

Malcom seguramente piensa que Mark está aquí para ver a los Jaguars y encontrar a potenciales jugadores de los Bears, sin embargo, lo que el número veintisiete desconoce es que el miembro del staff no vino aquí para ello. La junta técnica del equipo de Chicago ya ha tomado una decisión, lo ha hecho sin siquiera conocer o ver jugar a Beasley en persona. Ellos se basaron en los videos que envió su antiguo coach de Londres y en los que mi padre posee para reclamar al trasero europeo. Lo quieren a toda costa, y no puedo juzgarlos por ver la capacidad y el talento que Malcom posee sin codiciarlo.

Mark llegó a Betland para cerrar un trato, no para proponerlo.

—Quiero que toques tu canción preferida —dice Zoe alejando aquellos pensamientos de mi cabeza—. ¡No, espera! ¿Cuál es la canción preferida de Harriet? ¿Y la de Ben? ¿Y a Joe qué can...? —la interrumpo.

—Creo que alguien está muy indecisa —reconozco—. Y también creo que voy a escoger yo —murmuro contra su cabello, las yemas de mis dedos se deslizan sobre la combinación de blanco y negro en las teclas—. ¿Sabes por qué los Jaguars me llaman Sunshine?

Ella me echa una mirada sobre su hombro y niega con la cabeza, aquellos ojos claros cargándose de intriga.

—Es por una canción de Jus... —Un grito me interrumpe.

—¡¿Justin Bieber?! —exclama con emoción.

—No. —Río—. Justin Timberlake —añado, y soy testigo de la forma en que cierta desilusión cubre sus facciones—. La canción se llama Can't Stop The Feeling.

—¿Y por qué el apodo?

—Tú sabes que a Bill le gusta invitar al equipo a cenar los viernes —explico—. Bueno, la primera vez que ellos vinieron Billy se olvidó de mencionar que tendríamos invitados. —El recuerdo me llena de vergüenza—. Entonces, como yo no sabía sobre ellos, me puse mis auriculares y comencé a prepararme la cena, la cual era un sándwich de lo más apetitoso.

—¿De esos con queso derretido que me haces a mí?

—Sí, de esos que te preparo y tú se los das a escondidas a Ratatouille —respondo contemplando la forma en que sus mejillas se tornan más rosadas de lo normal—. Bueno, la cuestión es que mientras yo hacía un karaoke improvisado y bailaba al ritmo de Justin, los Jaguars comenzaron a llegar.

—Pero tú no sabes bailar —señala la niña—. Lo haces horrible, y tampoco sabes cantar.

—Ese es el punto, Zoe. Y gracias por exponer la triste realidad en mi cara —murmuro con ironía.

—De nada, Kansas —dice con inocencia.

—¿Pero sabes algo? —inquiero en voz baja—. El equipo no está aquí para escucharme cantar... —De forma automática la sonrisa decae de sus labios y amplía los ojos.

—No, por favor —ruega luchando por intentarse bajar de mi regazo, pero me las arreglo para sostenerla con una mano y comenzar a tocar con la otra.

—I got this feeling inside my bones. It goes electric, wavey when I turn it on. All through my city, all through my home. We're flying up, no ceiling, when we in our zone —comienzo al ritmo de la música. Zoe lanza un grito ahogado antes de removerse sobre mis piernas. Deja caer al hámster al piso.

—¡Corre, Ratatouille! —exclama a su mascota, quien comienza a transitar sobre la alfombra de mi cuarto, huyendo de nosotras—. ¡Corre por tu vida y tápate las orejas!

—I got that sunshine in my pocket, got that good sound in my feet! —Mis tímpanos parecen espantarse de mi propia voz, y esta se ve quebrada por la risa que trepa por las paredes de mi garganta.

Tal vez la señora Murphy tiene razón. La música ahuyenta a los fantasmas del malhumor. Sin duda alguna, logra hacerme olvidar de lo que siento por la noticia que Bill acaba de darme, de lo que siento por Malcom y su inevitable partida.

Por lo menos por un rato.

—¡Cállate, Kansas! —chilla Zoe.

MALCOM

—Estás jodido —susurra Claire.

—Muy jodido —añade Ben.

—Tan jodido como...

Interrumpo a Timberg.

—Ya lo entendí, chicos —replico moviendo un tomate cherry sobre las hojas de lechuga de mi ensalada—. Y chica —añado una vez que la castaña me dispara una prolongada mirada.

El entrenamiento con Bill y Mark se extendió hasta casi las seis de la tarde y, tras tomar una ducha en el gimnasio, le pregunté a Hamilton si me quería acompañar por algo de cenar. Mi objetivo era contarle todo lo que estaba pasando, sin lujo de detalles, dado que creía que necesitaba un consejo.

Nunca tuve amigos muy cercanos. La única persona que se asemeja al papel es Nancy, pero teniendo en cuenta que se encuentra al otro lado del océano y acaba de tener a Kaden, no creo que sea buena idea molestarla.

Ben me inspira algo de confianza, por eso me decidí por contarle muchos de los pensamientos que tengo en la cabeza. El problema fue cuando Timberg se sumó y nos obligó a venir a Blair's Place ya que sostenía que la comida era deliciosa. Vaya casualidad, Claire estaba estudiando en una de las mesas del fondo. Cuando nos vio, cerró sus libros y se unió a la reunión.

—Hagamos una recapitulación de los hechos —dice la castaña tragando el último bocado de su hamburguesa—. Entre Kansas y tú hay algo, algo a lo que no le podemos poner etiqueta aún. Sin embargo, es lo suficientemente fuerte como para que hayan hecho alguna que otra locura por el otro —explica con mis propias palabras. Es obvio que jamás les diría que estuvimos de paseo por el cementerio de Merton o que me he disculpado sobre un escenario, son cosas que podrían costarme la cabeza si salen a la luz y llegan a Bill. Además, no creo que Ben y Chase estén felices con la idea de que su Sunshine haya subido a un avión a sus espaldas solo para ir a buscarme—. Entonces nos queda una relación sin etiquetado que se ve amenazada por Bill Shepard y un posible comprador de jugadores llamado Mark. Esto, en el hipotético caso de que se fije en ti.

—Gracias por resumir, ya me había perdido —dice Chase rociando un pequeño sobre de mayonesa sobre su segundo plato de patatas fritas, y entonces hace lo mismo con uno de kétchup.

Me llevo un trozo de carne magra a la boca junto con un tomate Cherry, y por un momento mis funcionales papilas gustativas me hacen olvidar del tema de conversación. Lástima que la comida no dura para siempre en tu boca.

—Bill ya demostró su disgusto por una posible relación entre ustedes —señala Ben agitando su limonada—. Y por un lado lo entiendo, el coach está algo traumado por lo que ocurrió con Mercury.

—Pero eso no justifica nada —salta Claire—. Bill no debería meterse entre ellos, y tú —añade señalándome—, deberías hacérselo saber.

—No es tan fácil —replica Chase con la boca llena—. Malcom vive bajo el techo de Bill, es alimentado por Bill, está en el equipo gracias a Bill. —Espero que deje de decir su nombre, por favor—. Y no sé a ustedes, pero a mí el entrenador me da algo de miedo. Bien podría arrojar a Malcom y a sus maletas a la calle si llegase a romperle el corazón a Kansas.

—Exacto —señalo—. Y probablemente le haya dicho todas esas cosas a Kansas en la pequeña reunión que tuvieron hoy en su oficina. —Aún recuerdo la mirada en sus ojos antes de adentrarse por las puertas del gimnasio—. Eso o, más probablemente, le haya dado un montón de razones por las que no podemos tener nada.

—Y en esas razones entra Mark —añade la castaña—. Él, por lo que comentaron los chicos, parece tener un serio interés en ti. Y en el caso de que rechaces una oferta, lo que sería una locura, o por X motivo no te vayas con los Bears... —Hace una pausa para sorber algo de agua—. En algún momento te irás, Malcom. Es cuestión de tiempo, y ahí está el problema. No sabemos cuánto estarás con nosotros y eso es algo que desatará serias destrucciones cuando ocurra.

—¿Y qué se supone que debo hacer? —inquiero—. No puedo tener algo serio con Kansas porque sé que en algún momento partiré, es por eso que vine a Estados Unidos, para crecer en el ámbito deportivo —explico—, pero tampoco puedo ignorar lo que siento, es muy difícil reprimir todas estas cosas y la atracción cuando vives bajo el mismo techo que la chica que te vuelve loco.

—¿Ya te dije que estás jodido? —pregunta Ben, obligándome a echarle una mirada sin una pizca de gracia.

—La idea de todo esto era que ustedes me dieran un consejo. ¿Necesitan que les dé la definición de la palabra? —inquiero.

—La realidad es que todos tenemos puntos de vista deferentes —indica Claire—. Timberg seguramente cree que sea mejor mantenerte alejado del drama, de alguna forma reprimir cualquier tipo de sentimiento y centrarte en el fútbol. Ben, por otro lado, probablemente te recomiende arriesgarte a espaldas de Bill y mantener algo en secreto, seguir sin etiquetar lo que tienen. —Ambos muchachos observan a la castaña como si tuviera el poder de la telepatía—. Y yo creo que debes enfrentarte a Shepard y explorar el hoy con lo que tienes con Kansas. No quiero sonar pesimista, pero es inevitable que al final de esto todos los corazones se mantengan intactos.

—Básicamente me estás diciendo que aproveche ahora porque luego no podré.

—Exacto —replica—. Y como puedes ver, todos tenemos puntos de vista totalmente diferentes. Así que no pidas consejos, solo haz lo que tengas y quieras hacer. Nosotros te respaldaremos.

—Deberías hablar con Sunshine —murmura Chase lamiendo la sal de sus dedos. Eso es bastante desagradable, ¿sabe que existen las servilletas?—. Oí que Bill y Mark se quedarán hasta tarde en la oficina, así que asumo que Kansas estará sola.

—A lo mucho está con Zoe —agrega Ben observando su reloj—, pero su madre la pasa a buscar dentro de un rato, así que... —Las palabras quedan suspendidas por algunos segundos—. ¿Qué vas a hacer, Tigre?

Y es la primera vez a lo largo de mis casi veinte años de vida que en verdad no tengo ni la menor idea de qué camino tomar.

—Sinceramente no lo sé.

A continuación, me voy a casa de los Shepard. No sin antes pagar por la comida, tirar las sobras al cesto y agradecer a las tres personas alrededor de la mesa.

Espero que Kansas esté de buen humor, porque tenemos cosas de las que hablar. Y cosas que hacer.

Y apiádense de mi alma si no lo está, por favor.

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