025 | Ayer
KANSAS
Pocas cosas me sorprenden, entre ellas está que mi madre se haya dado por vencida y que desapareciera de mi vida, que Logan me haya dejado por un puesto en el equipo de fútbol, que mi padre no fuera honesto sobre su vida amorosa, y el hecho de que Jamie me ocultara que se acostó con Chase tras la celebración del sábado.
Sin embargo, la lista se agranda en cuanto veo a Malcom Beasley sobre el escenario. Los reflectores iluminan su cuerpo, que está envuelto en un traje gris que se adhiere a sus músculos. Por la forma en la que sus ojos se deslizan por la multitud, puedo decir que está nervioso, pero entonces se mueve directamente hacia el micrófono dando pequeños golpes en él antes de esconder sus manos en los bolsillos de su pantalón de vestir. No sé qué pensar, mucho menos qué sentir.
De lo único que estoy segura es de que lo mataré.
—Buenas noches, damas y caballeros —dice vacilante e inquieto—. Y hámsteres —añade en cuanto ve la jaula de Ratatouille en mi regazo.
La multitud ríe, pero para mí no hay nada gracioso en sus palabras. Entonces, sus ojos suben y se encuentran con los míos. Hay varios pies que nos separan, pero a pesar de eso, el azul de su mirada parece brillar aún con más intensidad de la usual. Sus facciones se suavizan y su pecho sube en una silenciosa respiración antes de que sus músculos se relajen por completo.
La gente espera en silencio, con sus ojos fijos en el muchacho que se mantiene mudo en el escenario. Quiero saber cómo diablos se enteró que Zoe y yo estábamos aquí, también me gustaría saber qué hace allí arriba y qué piensa mientras me mira.
—Voy a ser honesto —dice dando un paso al frente, tomando coraje—. Ninguno de ustedes quería venir a ver esta ridícula obra de teatro —dice ganándose la indignación del público que parece quedarse sin aliento ante su atrevimiento—. Veo muchos rostros cansados, probablemente madres y padres que llegaron exhaustos del trabajo, esos mismos que mañana deben volver a levantarse a las seis. También habrá varios parientes que solamente vinieron por compromiso, a los cuales les gustaría estar en su casa en este momento. No se atrevan a negarlo, porque no les creeré. —Estoy estática, y definitivamente quiero subirme al escenario y sacarlo a patadas de allí—. Pero sin importar lo que quieran hacer, lo cansados que estén y las millones de cosas que tengan pendientes, ustedes están aquí para ver al ogro, la galleta de jengibre, la princesa, el lord y al burro que están escondidos ahí atrás —dice señalando el telón a sus espaldas.
El público ríe.
Y, aunque no quiera, yo lo hago también.
Malcom lo nota e instantáneamente las comisuras de sus labios se elevan hacia la derecha, en una ladeada y pequeña sonrisa.
—Sacrifican horas de sueño, toneladas de billetes, su tiempo libre y hasta su propia vida social por esos niños —señala sin dejar de observarme, mientras las luces lo hacen resplandecer en la oscuridad de la habitación. Se podría comparar con una estrella en el cielo, con la más brillante—. No están aquí para entretenerse y mucho menos porque sepan algo de teatro, probablemente les mencione a Frances Abington y Rutland Barrington y no tengan ni la menor de qué estoy hablando —se sincera, ganándose al público por completo—. La única razón por la que me están escuchando en este momento es porque esperan que esos niños salgan y hagan el ridículo. Ustedes esperan verlos sonreír, quieren reírse de su inocencia y dulzura y sacarles un centenar de fotos para publicarlas en Facebook. —Hace una pausa y siento como si sus ojos pudieran perforar cada hueso de mi cuerpo—. Y cuando todo termine y lleguen a casa, les dirán que estuvieron asombrosos, aunque se hayan olvidado de la mitad del guion, van a asegurarse de que se laven los dientes y les darán un beso de buenas noches. El punto es... —Toma una bocana de aire—, que cada persona presente en esta sala adora a esos parásitos y son capaces de sacrificarlo todo por ellos, porque al final del día cada sacrificio vale la pena, y ustedes reciben una de las cosas más puras que habitan en esta tierra: el amor de un niño.
Siento la forma en que mi corazón se comprime contra mis costillas, y estoy segura de que el aire no circula de la forma correcta hacia mis pulmones.
—Y cualquiera que se atreva a decir que no están interesados en esta obra probablemente tenga razón —murmura antes de dedicarme una mirada cargada de arrepentimiento—. Pero si alguien llega a decir que no les importan en absoluto estos chicos, permítanme decirles, que es un verdadero imbécil. —Sé que se refiere a sí mismo—. Y debería disculparse, porque si de algo estoy completamente seguro es de que todos en esta habitación aman con profundidad, locura y pasión a estos niños. —Sus ojos brillan con una mezcla de culpabilidad y aflicción—. Espero que disfruten de la obra, o por lo menos, finjan hacerlo.
Jamás una persona se había disculpado de esa forma conmigo; nunca antes en mi vida alguien había logrado comprimir mi corazón mientras estaba sobre un escenario.
Pero Beasley acaba de hacerlo.
Las luces comienzan a atenuarse en cuanto las últimas palabras salen de sus labios. Observo cómo se desvanece en la oscuridad y, tras las risas, aplausos y segundos de silencio, el telón se abre.
Zoe entra en escena.
Malcom desaparece.
***
Dos horas han pasado desde que comenzó la función, cuarenta minutos desde que terminó, veinte desde que se fue la última persona y diez desde que decidí limpiar.
Creo que uno de los motivos por los que me ofrecí a hacerlo es porque la mayoría de las personas que asistieron tienen hijos de los que hacerse cargo y, por mi parte, es —era—, una buena excusa para evitar a Beasley en mi propia casa.
Lástima que ahora no quiero evitarlo.
Diablos, quiero terminar lo antes posible para ir a disculparme.
Tras su aparición en el escenario, no volví a verlo, simplemente parece haberse esfumado en un abrir y cerrar de ojos.
Pero la realidad es que no puedo culparlo, en parte estoy agradecida de que no se haya quedado porque no hubiera sabido qué decir. Aún ahora, horas después de su discurso, intento asimilar cada palabra. El hecho de que apareciera y se disculpara frente a, al menos, cincuenta personas es digno de admirar, porque tengo la total certeza de que cada palabra, a pesar de que entró en más de cien oídos diferentes, era para mí. Reconoció cada cosa que sacrifico por Zoe todos los días, fue honesto respecto a lo que en verdad pienso de estas obras de teatro y dejó en claro que no tiene duda alguna de mi aprecio hacia ella. Fue tan genuino, espontáneo y malditamente dulce que la glucosa en mi sistema llegó a un punto crítico.
Y usó un traje.
Un traje que se amoldaba a cada curva de sus músculos.
—No es muy higiénico recoger la suciedad del piso sin guantes —dice una voz a mis espaldas.
Beasley.
MALCOM
Kansas recoge envolturas y latas vacías entre las butacas del fondo, con una bolsa de consorcio en mano. Sus ojos caen directamente en el escenario cuando me escucha y, a pesar de ser bastante bueno descifrando las expresiones de la gente, me encuentro en un punto muerto en cuanto a ella respecta.
—¿Dónde estabas? —pregunta caminando entre los asientos de desgastado cuero rojo.
—Tengo un talento innato para el vestuario y el make up, así que ayudé a Lady Dior tras bambalinas. —Esa mujer en verdad necesita de alguien que le ayude, y en cuanto supo que yo sabía enhebrar una aguja y coser la oreja de un ogro, no me dejó ir.
Kansas llega hasta el pasillo y deja la bolsa de consorcio en una de las butacas. Mientras comienza a acercarse, me percato de que el atisbo de una sonrisa adorna sus labios.
Lo único que se oye son sus pasos haciendo eco en la habitación y, por la forma en que esconde sus manos en los bolsillos de sus jeans, deduzco que considera qué decir. Camina tranquilamente hasta el pie del escenario. Estoy seguro de que evalúa cómo pronunciar las oraciones que se forman en su cabeza.
—Yo... —Se detiene y levanta la mirada, su pecho se infla en cuanto aspira una bocanada de aire—. Lo lamento. —Sus ojos felinos muestran algo de vergüenza y arrepentimiento—. No debería haber dicho nada sobre tu familia, tampoco haberte acusado de ciertas cosas.
Me gusta la forma en que lo dice, la manera es que sus pestañas no pueden mantenerse quietas y sus pies tampoco. No creo que se disculpe a menudo, así que aprecio el esfuerzo.
—Ven aquí —la animo antes de tender una mano en su dirección. Sus ojos escanean cada uno de mis movimientos con cierta desconfianza—. Ahora que soy tu amigo deberías confiar un poco en mí —espeto.
—No somos amigos —aclara con prisa, como la intratable chica que siempre es.
Sin embargo, toma mi mano y tiro de ella para subirla al escenario. Creo que estamos haciendo un progreso, si se puede llamarlo así.
—Se supone que los amigos se conocen, pero lo único que sé de ti es que pusiste tu trasero en un avión y apareciste inconsciente en el piso de mi cocina —argumenta.
Aún sostengo su mano mientras habla. Aunque sé que debería establecer contacto visual, estoy algo intrigado por su tacto: su mano es mucho más pequeña que la mía, sus dedos están fríos y su palma es suave. Ella me suelta en cuanto se percata de eso, y automáticamente comienza a caminar observando los alrededores del escenario.
—Entonces te propongo conocerme un poco mediante un cuestionario, una pregunta por una pregunta, ¿te parece justo? —inquiero.
—De acuerdo, pero empiezo yo —señala—. ¿Preferirías viajar al pasado o al futuro?
—¿Qué clase de pregunta es esa? —escupo.
—La clase de pregunta que la gente no hace —señala pasando su mano por el telón de fondo—. No me interesa saber cuál es tu comida favorita, Malcom. Me interesa saber qué cosas te definen como la persona que eres, y normalmente nuestras decisiones y rarezas hablan por sí solas.
Me tomo unos segundos para analizar sus palabras, y mientras ella se pasea por el laberinto de árboles de cartón, me percato de que tiene un cerebro de lo más atípico.
Y me agrada.
—Al pasado —contesto—. Tengo muchas inquietudes históricas y culturales. También me gustaría estar presente en los grandes sucesos que marcaron al hombre. —Ella me observa con ojos brillantes, como si ya supiera que iba a escoger la primera opción—. Mi turno, ¿cuál es la cosa más rara que hay en tu habitación?
—Una mancha de café —replica pasando las yemas de sus dedos por la superficie del piano que acompañó a los niños en toda la obra—. Hace un par de años volqué algo en la alfombra, estaba tan desesperada por quitarla antes de que mi madre la viera que solo la empeoré. —La risa se filtra en su voz mientras sigue narrando—. Le pedí ayuda a mi tía Jill, y ella se quedó observando la mancha por demasiado tiempo. Dijo que se parecía a una del test Rorschach, y que, según ella, era un murciélago. —Soy testigo de cómo su pecho se sacude en una pequeña respiración—. En el momento en que me di cuenta de que yo veía algo muy distinto, me entró la curiosidad. Comencé a plantearme que la mente de cada ser humano es tan hermosa y peculiar como intrigante, creo que fue ese hecho el que desató mi intriga por la psicología, por más absurdo que suene.
—El diván que hay en mi habitación es de tu tía, ¿verdad?
—Era —corrige—. Hace unos pocos años murió, eso fue lo que desencadenó el alcoholismo por parte de mi madre. —La mención de la señora Shepard junto al piano frente a sus ojos parecen originar cierta tristeza en su mirada, pero solo le basta parpadear varias veces para alejarla—. Me toca, ¿cuál es el recuerdo más preciado que tienes?
Siento la manera en que cada músculo de mi cuerpo se tensa en cuanto la pregunta llega a mis oídos. Estoy seguro de que lo nota por la forma en que me mira. No quiero hablar de eso, ojalá no pudiera recordarlo, porque además de ser mi recuerdo más feliz es también el más oscuro, uno que revive cada una de mis memorias en Merton.
—¿Malcom? —Su voz se torna más suave, como si hablar lo suficientemente alto pudiera asustarme.
Esa mezcla de café y verde en sus ojos me encuentra. Por la forma en que brillan y se dilatan sus pupilas, deduzco que quiere retirar cada palabra que acaba de decir.
—Te lo contaré con una condición —propongo—. Debes tocar para mí.
Sus ojos se mueven del piano hasta mi persona una y otra vez.
—¿Qué quieres que toque? —pregunta.
—La última canción que oíste a tu madre tocar.
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