024 | Telón

MALCOM

—¡Hola, Marcos!

Genial, simplemente... genial.

—¿Alguien me puede explicar qué hace este idiota aquí? —inquiere Mercury, aún trotando a mi izquierda.

Hace aproximadamente diez minutos que comenzamos a dar vueltas por el campo y, en todo ese lapso de tiempo, logré lidiar perfectamente con la indeseable compañía del número siete. Pero si a eso le sumamos a Gabe Hyland que corre hacia nosotros y saluda con alegría es mucho con lo que lidiar.

—¿Y tú de dónde saliste? —le espeta Logan en cuanto comienza a correr a nuestra par.

—Del útero de mi madre —señala él—. La verdad es que era un lugar genial, solo tenía que hacer pis y comer. —Creo que Hyland no sabe que los bebés también tragan líquido amniótico—. Y a mi mamá le encantaba la comida italiana, así que creo que por eso tenía tantos gases —divaga.

—Información innecesaria —dice Ben a nuestras espaldas.

—Creo que todos sabemos lo que es el período gestacional —reflexiono mientras doblamos en una de las curvas—. Solo queremos saber qué haces aquí, esto es un entrenamiento y son las ocho y media de la mañana.

Gabe no parece un madrugador, sino el tipo de chico que juega videojuegos y come pizza fría hasta que sale el sol.

—Mi abue... —No ha dado ni media vuelta y ya le falta el aire—. Mi abuela cree que necesito hacer ejercicio —dice rápidamente, con la respiración agitada—, así que ella y Billy llegaron a un acuerdo —explica arrebatándome mi botella de agua y echándose el líquido sobre la cabeza—. Una docena de galletas cada jueves a cambio de una dosis de ejercicio para mí —añade antes de arrojar la botella vacía al césped.

No tendría que haberse metido con mi botella.

—El entrenador no puede comer galletas —salta Timberg—. Le hice algunas para Navidad y tuvo que dárselas a Ratatouille porque es celíaco.

Quiero decirle a Chase que Bill probablemente no quiso comer sus galletas y le mintió, porque si fuera celíaco no comería pasta normal cuatro de los siete días de la semana.

—Las galletas no eran para él, sino para Kansas —replica Gabe, e instantáneamente cada músculo de mi cuerpo se tensa—. Se ve que discutieron y ahora quiere arreglarlo con sus galletas favoritas, ¿no es así, Marcos? —inquiere.

—No me corresponde hablar de eso —replico aumentando la velocidad para dejarlo atrás.

Sé que padre e hija tuvieron una discusión mientras Claire intentaba entrevistarme, esto se debe a que en la cena de anoche, a la cual Kansas no apareció, Bill me contó lo sucedido.

La única noticia que tuve de ella desde el momento en que se subió al Jeep fue un mensaje que le envío a su padre en el que decía, de la forma más tajante posible, que se quedaría a cenar en lo de Harriet.

En fin, mientras nos llenábamos el estómago de pescado y vegetales, el entrenador me relató la forma en la que había conocido a su nueva conquista.

Él fue a ver a los Kansas City Chiefs en septiembre del año pasado. Obtuvo el peor lugar que un fanático puede obtener: un asiento junto a la tribuna de los Oakland Raiders. Una mujer con la bandera del equipo contrario y el rostro completamente pintado de blanco y negro se sentó a su lado. Él automáticamente comenzó a burlarse, la molestó durante todo el partido por ser fan de los Raiders, pero llegó un punto en que la mujer se hartó de Bill. En cuanto los Chiefs anotaron el touchdown ganador y Shepard estalló en aplausos, gritos y euforia, la mujer se puso de pie y estrelló su puño contra su nariz.

Dice que fue amor a primera vista, pero para mí fue un tabique nasal roto en la primera cita.

Después de varias semanas, se dio la casualidad de que ella, una tal Anneley, comenzó a entrenar al equipo de natación de la Betland Central University.

—Kansas se enteró de que el coach está saliendo con alguien, ¿verdad? —insiste Logan.

No respondo. Ni a Mercury ni a mí nos concierne la relación de Bill y su hija. Aunque sé exactamente qué pasó, guardo silencio, porque con toda sinceridad no quiero que el petulante de Logan se meta.

Cuanto menos sepa, mejor.

Cuanto más lejos esté, también.

—¡¿Quién les dio permiso para hablar sobre mi vida privada?! —grita Bill que aparece de la nada y comienza a trotar en reversa para poder vernos a todos—. ¡Quiero dos millas más, dos docenas de flexiones y a cualquiera que vuelva a pronunciar el nombre de mi hija, le meteré este silbato por el trasero! —exclama antes de hacerlo sonar a todo pulmón.

Eso sería muy antihigiénico.

—¿Dos millas, Billy? —se queja Gabe intentando mantener el ritmo—. Voy a morir —dramatiza.

—Esa es la idea, Hyland —replica el entrenador mientras sigue corriendo en reversa, solo espero que no se choque con nada—. Bailaría sobre tu tumba, y sobre la de Timberg también.

La mayoría de los muchachos va directo a las duchas en cuanto Bill da por terminado el entrenamiento del día, así pueden estar limpios para asistir a sus clases de la tarde. Siendo consciente de que en dos horas lo veré en el gimnasio, porque mi entrenamiento no termina hasta las tres, decido ir a la cafetería a almorzar con la esperanza de encontrar a Kansas.

Las cosas no resultaron tan bien cuando intenté disculparme, y no la he visto desde el momento en el que me cerró la puerta del Jeep en la cara. Claire dijo que, mientras siga creyendo que le oculté lo de Anneley, probablemente se mantenga reacia a aceptar mi disculpa por lo de Zoe. Así que ahora no tengo que pedir perdón por una sola cosa, sino por dos.

No le dije lo de la nueva conquista del entrenador porque nunca tuve la oportunidad, y también por el hecho de que el mismo Bill pidió a todo el equipo que guardáramos el secreto. Quería ser él mismo quien se lo dijera. Respeté su decisión, pero no estoy tan seguro de qué hubiera sido peor: enfrentar la ira del coach y que Kansas siguiera repudiándome en silencio, o estar en buenos términos con Shepard, pero enfrentarme al odio de su exasperante hija.

Ben y Timberg se me unen con la excusa de que Bill dejó un gran vacío en sus estómagos, así que mientras nos deslizamos por la fila de la cafetería y obtenemos nuestro almuerzo, me permito buscar a Kansas con la mirada. Hamilton carga dos raciones de papas fritas en su plato mientras Chase opta por una hamburguesa doble, y si algo aprendí de los Jaguars es que muchos aparentan mantener un estilo de vida saludable frente al entrenador. Son universitarios, así que beben como si no hubiera mañana y comen hasta que el elástico de sus pantalones deportivos se tensa.

Creo que soy el único que se adhiere al plan de cero alcohol, pocas grasas y una baja ingesta de azúcares.

—Eso es lo más triste que he visto en mi vida —murmura Ben observando mi plato. Personalmente, creo que los vegetales asados, la carne magra, el pan de centeno y la manzana que descansan en mi bandeja son bastante apetitosos—. Y eso —añade señalando algo detrás de mí—, es lo más jodidamente lindo que he visto en todo el día.

Ben se dirige directamente a la mesa donde está lo que él denominó una hermosura, pero lo único que veo allí es a mapache rabioso y a Harriet. No hay señales de Kansas por ningún lado, y en cuanto el número trece se sienta junto a l rubia, se me ocurre preguntar dónde se metió la hija del entrenador.

—¿Se puede saber quién solicitó tu presencia? —inquiere la muchacha de ojos claros.

—Tu corazón, nena —dice Ben en respuesta, antes de guiñarle un ojo y decapitar a una papa con sus dientes.

Harriet rueda los ojos y deja salir un suspiro cargado de cansancio. Por otro lado, está Jamie, que para mi sorpresa se encuentra muda; nunca pensé que podría verla con la boca cerrada, y tampoco pensé que era tan salvaje como para apuñalar el trozo de carne que descansaba en su plato solo para ver como el jugo del mismo se esparce a su alrededor.

Es terrorífico y, mientras lo hace, sus ojos permanecen fijos en el chico a mi lado.

Timberg.

—¿No tienes clase de Evolucionismo Cultural? —pregunta Harriet a Ben, intentando deshacerse de él trayendo a colación su carrera como antropólogo.

—¿Cómo sabes qué clase tengo y a qué hora? —replica él, enarcando una ceja en su dirección.

Automáticamente las mejillas de la chica adquieren un color rosáceo, y estoy seguro de que este es uno de los momentos más incómodos que he experimentado. Mientras Hamilton se burla de Harriet y Jamie se mantiene con Chase dentro de una impenetrable burbuja de silenciosa conversación, me percato de que estoy de sobra aquí.

—¿Dónde está Kansas? —inquiero sin rodeos.

—¿Bromeas, verdad? —Las dos muchachas giran sus cabezas en mi dirección y hablan al unísono.

Eso es escalofriante. Seguramente Kansas les contó que discutimos. Dado que son sus amigas, y sobre todo chicas, obviamente van a desarrollar un repudio a mi persona.

—Kansas se ofreció como voluntaria para terminar la escenografía de esta noche, por eso no vino —explica Harriet.

—¿Escenografía de qué? —En cuanto pregunto, me gano más miradas incrédulas y asesinas, pero esta vez por parte de las cuatro personas que me acompañan en la mesa.

—De la obra de teatro de Zoe, imbécil —responde Ben.

¿El parásito tiene una presentación de teatro?

—No te lo dijo, ¿verdad? —se burla Jamie.

—¿Decirme qué?

—Que Zoe esperaba que vayas esta noche, eras su invitado sorpresa.

***

Miro el pequeño edificio de ladrillo en el que parpadea un viejo cartel de neón: Teatro Armeadver. Bajo las rojas luces fluorescentes hay otro cartel que se extiende de lado a lado, en el que se colocan las presentaciones de la semana.

Martes: Shrek, Dir. Lady Dior

Miércoles: La chica que soñó con ser actriz, Dir. Sam Neslla

Viernes: Romeo y Julieta, Dir. Julián Aivet

Esta es una terrible idea, pero puede que sea una las pocas oportunidades para que Kansas y yo hagamos las paces. Además, no puedo decepcionar a una niña. Si me tomé un vaso entero de vodka solo para que no se sintiera mal, puedo hacer esto. La realidad es que se lo debo.

Me reacomodo el saco por tercera vez y me adentro al lugar. No sabía cómo vestirme para la ocasión, pero dado que hablamos de un teatro, opté por el único traje que tengo. En el interior hay un extenso corredor tapizado con alfombra roja, las paredes se adornan con cientos de cuadros de viejas estrellas hollywoodenses en un claro estilo vintage. Hay algunos apliques de luz que iluminan algo del desértico lugar.

Porque está, literalmente, desierto.

Hay una puerta doble pintada de negro, pero al final de un pasillo se encuentra otra de la que provienen varias voces, o eso es lo que oigo. Me dirijo a la segunda con la idea de que encontraré a una docena de padres esperando por ver a sus hijos.

Sin embargo, encuentro otra cosa.

Estoy con los hijos que esperan ver a sus padres.

Más niños de los que puedo contar corren de un lado al otro con extraños disfraces puestos. Los chillidos penetran mis oídos y retrocedo en cuanto veo tanto caos en una sola habitación. No hay ningún adulto a la vista, lo cual es sumamente irresponsable dado que tantos infantes juntos no deberían estar sin supervisión alguna.

—¡Malcom! —Una voz familiar se oye sobre la exuberancia de parásitos antes de que dos manos se aferren a mis piernas—. ¡Sabía que ibas a venir! —asegura Zoe acariciando su mejilla contra mi rodilla.

Por un segundo siento que mi corazón deja de latir.

—No iba a perdérmelo. —Bueno, esa es una gran mentira—. ¿Qué se supone que eres? —inquiero intentando alejarla un poco de mí.

Suficiente tacto por hoy.

—Soy el burro, el mejor amigo del ogro —dice abriendo sus brazos y dando un giro para que aprecie su disfraz.

Está metida dentro de lo que parece un traje gris con pezuñas, orejas y un hocico incluido, pero me percato de que hay un gran agujero en su espalda.

—Bueno, en realidad soy la mitad del burro —reflexiona antes de observarme bajo aquel hocico de asno—. Esta en mi amiga Nardy —presenta a la niña que se esconde detrás de ella, y me doy cuenta de que lleva un disfraz muy similar al suyo—. También es mi trasero.

Los disfraces compartidos no son una buena opción y hace décadas que ya no se usan. Solo espero que Zoe no haya probado comida mexicana en las últimas veinticuatro horas.

—¡¿Alguien vio mis lentes, niños?! —exclama una mujer entre la multitud de infantes. Tantea el aire como si sus anteojos flotaran—. ¿Ridge? ¿Margus? ¿Nardy? ¿Kevin? ¿Zoe? —La desesperación es notable en su voz.

—Señora —llamo antes de acercarme y poner una mano en su hombro—. Los tiene en la cabeza —indico.

Ella parpadea varias veces antes ponérselos y enfocar sus ojos en mí.

—Tú debes ser el tío de Margus, nuestro presentador —dice sacudiendo mi mano con demasiado entusiasmo—. Soy Lady Dior, y llegaste justo antes de la función —añade antes de comenzar a caminar hacia lo que parecen descomunales cortinas, tirando de mí en el proceso— ¡El público te espera!

—Señora, con todo respeto creo que... —me interrumpe.

—Seguimos esta conversación luego de las diez, ¡el show está por comenzar! —Aplaude con frenesí—. Sal allí, preséntate, y dale una cálida bienvenida a esos padres —dice rápidamente antes de abotonar mi saco—. Morgana atenuará las luces una vez que termines —indica.

—Usted me está confundien... —comienzo.

—¡Esta noche haremos historia! —chilla con euforia, y los niños la imitan.

Dios, estoy en un zoológico.

Antes de que pueda decir algo más, me empuja a través de las cortinas. Quedo sobre el escenario con casi cincuenta espectadores mirándome.

Incluyendo a Kansas.

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