020 | Viralizar
MALCOM
—No sé cómo llegaron los mosquitos a mi trasero —se queja Chase por duodécima vez, rascándose sobre sus pantalones deportivos.
—¡Si te quejas una vez más, lo próximo que tendrás metido en el trasero será mi pie, Timberg! —advierte el entrenador desde la parte delantera de la fila—. ¡Y calzo 12! —agrega solo para que Chase se horrorice al imaginar lo que sería tener un zapato incrustado entre glúteo y glúteo.
—Toma —ofrezco tras sacar el repelente de mi mochila—. Cuídate de los culícidos, son pequeños pero mortíferos.
—¿Culi-qué? —interroga con el ceño fruncido, sin dejar de rascarse.
Tendré que desinfectar el repelente.
—Culícidos —reitero—. Son una familia de dípteros nematóceros, pero se los conoce como mosquitos en su forma colo... —alguien me interrumpe mientras Timberg comienza a rociar el spray dentro de sus pantalones.
—¿Cómo se llama el estudio de los insectos, Tigre? —pregunta Ben destapando una Gatorade.
—Entomología.
—De acuerdo, Malcom —dice llevándose la botella a la boca y volcando varios mililitros de líquido en su camiseta—. A nadie le importa tu estúpida entomología, así que di mosquitos o chupadores de sangre. Nada de culícidos ni palabras que no se entiendan en este equipo, amigo.
Quiero corregirlo y decirle que no todos los mosquitos son vampiros, teniendo en cuenta que solamente las hembras son las que succionan nuestra sangre. Los machos solo se alimentan de néctar, savia y fruta. Pero antes de que pueda abrir la boca, el entrenador grita que es hora de un descanso, y aclara que no será de más de cuatro minutos.
Algunos se dejan caer junto a sus mochilas en la tierra mientras otros dicen que van a regar algún que otro árbol. No creo que esté permitido orinar en las reservas naturales, pero no puedo hacer nada al respecto. Si quieren ir por Oakmite con sus miembros al aire libre, que lo hagan, siempre y cuando no sea frente a mis narices.
Mi plan de domingo no consistía en equipar mi bolso con cubiertos plásticos, una linterna, mis botas de excursión y el spray anti-culícidos que Timberg sigue rociando dentro de sus pantalones, pero en cuanto el entrenador entró gritando a mi cuarto a las seis de la mañana, no pude negarme. Bill Shepard jamás recibe un no como respuesta, y creo que eso se debe a que ni siquiera espera a que contestes en realidad.
—¡Timberg, ¿por qué eres tan imbécil?! —grita Bill observándolo con una mezcla de cansancio e incredulidad—. ¡Se te van a irritar las pelotas si sigues echándote todos esos químicos!
Chase estira el elástico de sus calzones una vez más antes de sacar la lata de repelente y lanzármela.
Alcohol. Debo desinfectarla con alcohol.
—Tu nariz se ve bastante fea, Beasley —comenta Logan apoyado contra el tronco de un árbol—. No es que antes fuera linda tampoco.
Reprimo las ganas de hacerlo rodar colina abajo y me masajeo el puente de la nariz en silencio. Todo el mundo en Betland parece tener un buen gancho derecho; Jamie, el anciano quejumbroso que casi me noquea y hasta el bobalicón de Hyland.
—¿Quién te golpeó, muchacho? —interroga el entrenador poniéndose su gorra de los Kansas City Chiefs, ya que el sol está en su punto más alto—. Quiero el informe matutino de la fiesta del sábado.
—Nada fuera de lo común —comienza Mercury sacando una botella de agua—. Ottis sigue hablando con los cuadros y Chase sigue sin poder llevarse a ninguna universitaria a la cama.
—A ninguna sobria —corrige Joe.
—Típico de ti, Timberg —dice Bill frotándose las sienes, como si tuviera jaqueca o sintiera una extrema vergüenza por el número dieciséis—. No puedes ni atrapar un balón, mucho menos a una chica que tiene piernas para correr lejos de ti.
—Kansas estuvo bastante tranquila —sigue el número siete, y por alguna extraña razón mis músculos se tensan en cuanto lo oigo hablar de ella.
No me gusta como suena su nombre en sus labios.
—¿Y entonces cómo terminó herido Beasley? —interroga con una auténtica expresión de incertidumbre.
Creo que el entrenador está acostumbrado a ver a sus muchachos lesionados por ahuyentar a potenciales novios de su hija, y no parece tener remordimiento alguno por ello.
—Gabe Hyland —responde Ben, intentando no reírse.
Espero que se ahogue con su Gatorade por eso.
—¿Dejaste que el mocoso de los Hyland te golpeara? —inquiere cruzándose de brazos, y no estoy seguro de si quiere gritarme, reírse o echarse a llorar por eso—. A mis mariscales nadie los golpea, Beasley. Arruinas mi reputación al actuar como un bebé, así que la próxima vez quiero que le des una paliza a... —alguien lo interrumpe.
—¿Mariscal? —espeta Logan escupiendo el agua en la plata más cercana.
Pobre, las Boinas de Vasco son plantas realmente geniales. Es una lástima que ahora estén contaminadas por la pútrida saliva de Logan Mercury.
—Tranquilo, chico —dice Bill—. Aún está a prueba, todo dependerá del partido del próximo sábado y los entrenamientos de esta semana. Recuerda que tengo que tener un reemplazo listo en caso de que vayas a cambiarte de universidad el trimestre que viene, como me has dicho que consideraste.
La expresión del número siete vale más que mil palabras, y estoy seguro de que intenta hacer alguna clase de perforación en mi rostro con su mirada.
Cuando el entrenador se refirió a mí como mariscal ayer, simplemente no pude ocultar mi sorpresa. En Londres jugaba como quarterback y mi objetivo era llegar a Betland y ocupar ese puesto, aunque fuese momentáneo. Pero al ver que Mercury tenía una relación bastante cercana con Shepard —y un don deportivo, hay que reconocerlo—, supe que debía dar algo de pelea por la posición. Pensé que al desobedecer el plan de juego en mi primer partido Bill iba a encadenar mi trasero a la banca, no elevarme a la posición de mariscal.
—Ni siquiera lleva una semana aquí —objeta Logan con una mezcla de cólera y frustración en su voz—. Yo llevo más de un año y medio en el puesto, no puedes sustituirme así como así, considerar a mi reemplazo sin siquiera decir...
—Denle un tranquilizante a este chico —dice Bill con cansancio, pasando ambas manos por su rostro. Creo que ya no soporta la voz de Mercury—. Nadie te quitará el puesto aún, Logan. Y no me digas lo que puedo o no hacer porque te meteré esa botella por el trasero.
Dudo que se pueda tratar de esta forma a los estudiantes, pero Bill y el equipo parecen tener bastante confianza. Él es como un padre, uno que no teme dejar en descontrol a su propia lengua.
—Es hora de mover... —sus palabras se desvanecen en el aire y sus ojos se amplían—. ¡Timberg, ¿qué rayos estás haciendo?! —grita—. ¡¿Cómo te atreves a rociar ese árbol con tu orina, cochino?! ¡Esto es una reserva natural, así que cuidarás la naturaleza!
—Lo-lo siento, coach —se lamenta Chase subiéndose los pantalones con prisa.
—¡Amarás la naturaleza, ¿me oíste, Timberg?!
—La-la amaré —reitera el número dieciséis. Asiente rápido con la cabeza.
En cuanto el equipo vuelve a movilizarse por el sendero, troto hacia la delantera de la fila para estar a la par del entrenador. No sé con exactitud por qué Bill nos trajo a Oakmite, ya que con toda honestidad no parece ser miembro de Greenpeace ni nada por el estilo. De lo único que estoy seguro es que le debo una explicación por lo de anoche.
—Entrenador —llamo mientras me aproximo a él—. Solo quería asegurarme de que no malinterpretara lo que ocurrió anoche. Kansas y yo...
—Kansas y tú nada, Beasley —aclara—. Sé que no tienes interés romántico en mi hija, y confío en tu palabra —parece muy seguro de lo que dice.
—Reaccionó mal al encontrarnos, y pensé que...
—No pensaste nada, asumiste —vuelve a interrumpirme. Me corrige apartando las ramas de un pino, las cuales al soltarlas se estrellan directamente en la cara de Ben. Eso debió doler—. No me enojó que estuvieras en el cuarto de mi hija, aunque ten por seguro que no lo toleraré la próxima vez —aclara antes de seguir—. Fue el hecho de que estuviera tocando ese piano, y particularmente esa canción.
—¿Voy a tener que correr seis millas mañana si pregunto por qué?
—Probablemente.
—¿Por qué? —La incertidumbre y yo no somos exactamente mejores amigos.
—Esa canción... —comienza tras apartar otra rama, pero esta vez Hamilton es lo suficientemente rápido como para agacharse y le da a Timberg—. Es la que la madre de Kansas compuso para nuestra boda —confiesa, y si sus ojos no estuvieran ocultos bajo la gorra, apostaría que hay algo melancólico en ellos—. Y créeme que una canción de tu ex esposa no es lo mejor para escuchar cuando regresas de una cita.
—¡¿Cita?! —interroga el equipo entero, al unísono.
KANSAS
—¿Cuánto es 26 más 11? —interroga Zoe rascándose la cabeza con su lápiz, concentrada. Espero que no tenga piojos.
—Podría decirte, o podrías averiguarlo por ti misma —digo antes de deslizar una calculadora a través de la mesa.
—¡Eso es hacer trampa! —chilla observándome con el ceño fruncido.
—Me preguntaste por los últimos seis resultados —le recuerdo—, así que ya estás haciendo trampa. —Me encojo de hombros.
—Tienes razón —acepta con algo de vergüenza—. De ahora en más haré mis deberes sola —promete antes de tomar la calculadora—. Bueno, casi —reflexiona con una sonrisa antes de comenzar a oprimir las teclas.
Dejo a Zoe haciendo su tarea de matemáticas de la forma más deshonesta posible y entro al cuarto de lavado. Hay una gran pila de ropa lista para ser doblada y planchada.
Sigan soñando con que la voy a planchar ahora.
Doblar los pantalones deportivos de mi padre no es mi pasatiempo favorito, mucho menos en domingo. Esta mañana desperté completamente sola en casa, Bill y Malcom se habían marchado a Oakmite para hacer una excursión con todo el equipo. Esto lo sé ya que mi padre se tomó el trabajo de dejar una nota en el refrigerador y, además, porque vi los papeles que Ben quería que le diese a su coach. Hoy es el día de la iniciación, y a pesar de que no tengo ni la menor idea de lo que harán más de cincuenta hombres en una reserva natural, es mi intención averiguarlo. Es una lástima que la señora Murphy haya llamado alrededor de las nueve para darle un giro de ciento ochenta grados a mis planes de domingo. Es complicado rehusarse a cuidar a la hija de una abogada cuando surge una emergencia, aún más teniendo en cuenta que la emergencia involucra a dos convictos. Sin querer entrar en detalles de la vida profesional de la señora Murphy, acepté cuidar a Zoe. Suelo trabajar como su niñera de lunes a viernes, pero a veces surgen estos pequeños inconvenientes.
Ahora tengo a Jamie y a Harriet en Oakmite como mis ojos y oídos para descubrir qué clase de ritual hacen los jugadores de fútbol.
Me alejo de la montaña de ropa cuando el timbre suena por cada rincón de la casa.
—¡Zoe, ni se te ocurra a...!
Tarde, como siempre.
—Hola, señor —saluda Zoe al extraño, con voz alegre—. ¿Quiere pasar? Le puedo ofrecer agua —dice en cuanto llego a la puerta.
No creo que sea buena idea que le ofrezca nada, en especial después de como resultó la primera vez con Beasley, pero automáticamente cambio de parecer en cuanto veo al muchacho que está de pie en mi puerta.
—Pittsburgh —reconozco al moreno. Tomo a la niña de la mano y la jalo hacia atrás—. Tienes dos segundos para quitar tus sucios pies de mi alfombra —digo observando la forma en que las letras de Welcome se pierden bajo sus botas de motociclista.
—Tranquilízate, mamá osa. —Sonríe con ojos divertidos, cruzándose de brazos.
Tener al chico que le partió el corazón a Jamie en mi puerta es una tentación. Quiero golpearlo justo en la ingle, justo en el puente de la nariz, justo en el ojo izquierdo y justamente en todas partes, pero tener a una menor como observadora me hace retener mi instinto animal.
—¿Qué diablos quieres, Derek? —inquiero con impaciencia.
—Quiero a mi auto en su estado original —replica apartándose su flequillo azabache con un movimiento de cabeza—, pero teniendo en cuenta que tú, Harriet y la demente de mi ex lo destrozaron, eso se me hace muy poco probable.
—¿Kansas rompió tu auto? —interroga Zoe con ojos abiertos de par en par.
—No, no, no, nada de eso —me adelanto a decir en cuanto veo que Pittsburgh abre la boca para replicar—. Solamente lo mejoré, hice que combinara con la personalidad de Derek —añado sonriéndole al imbécil.
—Escúchame, Kansas. —La diversión desaparece de sus ojos y es reemplazada por la cólera—. He intentado que Jamie pague por los arreglos, pero es imposible hablar con esa lunática. No sé cómo y tampoco me importa, pero ustedes van a darme los quinientos dólares para arreglar mi coche.
«No lo golpees, no lo golpees... recuerda que está Zoe».
—Sigue hablando, Derek —lo animo—. Yo seguiré pretendiendo que te escucho —agrego—, desde el otro lado de la puerta —aclaro comenzando a cerrarla, pero Pittsburgh me detiene con las siguientes palabras que salen de sus labios.
—¿Tienes una cuenta en PornXtube? —pregunta.
—¿Qué? —espeto con auténtica incredulidad.
Este tipo es un cerdo repulsivo, asqueroso, egocéntrico...
—La necesitarás para ver a tu amiga —dice con notable altanería—. Será un éxito, te lo prometo.
Y aquí es donde los programas que Zoe adora vienen a mi cabeza y cito a Hannah Montana: «¿Cómo dices que dijiste?»
—¿Estás extorsionándonos? —Esto es increíble.
—Llámalo como quieras —dice encogiéndose de hombros antes de darme la espalda y comenzar a descender los escalones del porche—. Solo te diré esto: me dan el dinero para reparar mi coche o Jamie termina convirtiéndose en una PornStar —se despide con ese ultimátum y una mirada cargada de soberbia.
Cierro bruscamente la puerta y hundo el rostro en mis manos, esto es lo último que me faltaba. Me gustaría empezar preguntando de dónde sacaré esa suma de dinero, pero lo único que quiero hacer en este momento es marcar el número de la pelirroja y exigirle respuestas.
—Kansas —llama Zoe, con inocencia y curiosidad en su voz.
—¿Sí? —digo en el intento de sonar maternal y calmar a todo mi sistema nervioso.
—¿Qué es PornXtube?
Genial, simplemente genial.
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