LIENZO 16
El terror tiene muchas formas, pero el efecto siempre es el mismo
Me encontraba en el suelo abrazando desesperada mis temblorosas piernas, cuando un ruido me sobresaltó. Al levantar la vista, me di de bruces con una imagen que había enterrado años atrás y que siempre me había atormentado.
Laausencia de ojos, el pelo enmarañado; ella gritaba con fuerza, haciéndome dañoen los oídos.
No deseaba rememorarlo; era demasiado horroroso y traumático para mí. Era un secreto que guardaba celosamente incluso a mi madre adoptiva; el terror de ser descubierta y tildada de demente me estremecía a cada momento. No quería permanecer encerrada el resto de mi existencia en un lugar lleno de dementes y de personas que lo parecían, que habían tenido un destino como el mío, donde había sido malinterpretada su realidad. Si acababa en un manicomio, mis días se habían terminado, moriría en vida porque allá no solamente se me vetaría de mi libertad sino de toda posibilidad de paz y armonía. Los entes que solía ver se aparecerían con mayor facilidad aprovechando mi estado anímicamente débil, dificultando así que mi raciocinio se encontrara en su punto normal.
Seguro enloquecería de verdad con el paso de los años, con la ausencia del aire fresco y de la sensación de poder jugar con niñas de mi edad. La voz estruendosa de aquella mujer mayor, me perforaba los tímpanos y, aunque intentara alejarme de ella arrastrándome por el suelo, ella no me daba ni un segundo de paz. Deseaba llorar hasta debilitarme y caer presa del agotamiento, quizás para dejar de padecer el incesante palpitar de mi corazón que dañaba mi pecho.
—¡TIENES QUE MATAR!¡MÁTALO, MÁTALO, ¡MÁTALO! —Me gritaba hasta desgañitar su demasiado aguda voz. Sus intenciones eran claramente dañinas; podía ver en el fondo de sus ojos que deseaba hacerme recordar nuestro primer encuentro que marcó mis días.
Pero esta vez, no era una niña e iba a luchar contra ella.
—¡Aléjate de mí, aléjate! —Grité desesperada, deslizándome por el suelo en dirección a la ventana. Pensaba seriamente en saltar por ella para ponerme a salvo, aunque algo me decía que sería en vano por completo.
Los golpes en mi puerta comenzaron a sonar violentamente; los hermanos intentaban entrar a mi habitación alarmados por mis gritos y no les culpaba; después de escabullirme de la conversación que estábamos teniendo minutos atrás, era preocupante que ahora gritara como una verdadera demente.
—¡Alice! ¿Qué ocurre?—Preguntaba Peter asustado y sofocado. Se sentía el pavor en su voz, pero no podía apenas percatarme del resto de cosas que sucedían a mi alrededor. Tan solo mi vista estaba puesta en aquella aparición maléfica.
Ya no podía escucharles, aquella mujer me gritaba y se acercaba cada vez más a mí. Mi cerebro amenazaba con convertirse en algo semejante al puré de patatas y el dolor me hacía saltar las lágrimas.
—¡MÁTALO, ÉL ME HIZO ESTO!¡MERECE MORIR, MERECE SUFRIR!
—¡No voy a matar a nadie, no puedo ayudarte, aléjate de mí!
—Alice, ¿Con quién hablas? ¿quién hay contigo?—Preguntaba Nicolae completamente estupefacto. De seguro se preguntaba que era imposible que alguien estuviera en mi dormitorio ya que la casa siempre era vigilada sin importar la hora del día. El que se pudiera colar un extraño era tarea más que imposible.
Mi desesperación me obligó a suplicar.
—¿Porqué...porque me haces esto...no es suficiente?, llevas persiguiéndome toda la vida...—Le dije llorando con la mano puesta en el corazón. Pero a ella no parecía importarle en lo más absoluto.
— ¡Alice, abre o tiramos la puerta abajo! —Gritó Drogo.
Pero no podía permitirles entrar. No sabía con exactitud lo que ese ente era capaz de hacerles además de que deseaba que se enterasen de lo que yo era por mi boca, no viéndome en una situación de peligro como la que me encontraba.
-—¡No, no entréis por favor, no entréis!
La mujer sonreía cínicamente; eso era lo que quería, vengarse por no acceder a su petición. Desde que la vi por primera vez cuando tenía cinco años, aquella mujer se empeñaba en seguirme allá donde iba.
Cerré los ojos sin dejar de amortiguar los gritos con mis manos. Inspiré profundamente pidiendo en voz baja por que se marchase ya que en el pasado a veces me funcionaba cuando no quería hablar con algún espíritu. Pero, si poseía gran poder energético, me era imposible alejarlo de mi presencia.
Sin esperarlo, un enorme estruendo que hizo temblar las paredes, indicándome que ellos habían tirado la puerta abajo.
Miré aterrada como la expresión de aquella mujer se tornaba más sombría y se iba acercando a los hermanos lentamente. Con las piernas temblorosas, corrí hacia el baño en busca de una cuchilla.
La tomé con fuerza y salí del baño corriendo hacia el centro de la habitación.
Al verme armada con ella, Peter se alarmó.
—¡Alice...Alice por favor...no lo hagas!¡Vuelve en sí, somos nosotros! —Me gritó Peter con lágrimas en los ojos, pero yo no lo miraba a él, sino a aquella mujer que tenía en su espalda.
—Vete...y no me haré nada...no eres nada si yo estoy muerta...
—¿Que estás diciendo Alice, que estás viendo? —Me preguntó Nicolae con voz temblorosa.
La mujer ahora me miraba con rabia; ella debía irse, cuando una médium lo pide, el ente debe marcharse. Pero parecía negarse a ello porque podía manipularme al tener personas que me importaban cerca de mí.
Al ver que ella no atendía a razones y que sus pretensiones no eran precisamente las de marcharse y dejarnos en paz, me vi obligada a cortarme en señal de advertencia.
Cuando la sangre comenzó a brotar, el ente corrió hacia donde yo estaba y cerró mi herida de golpe, marchándose con un gran alarido.
Yo caí al suelo y todos corrieron a socorrerme, tomándome en brazos con los rostros cubiertos de pura preocupación. Lo había hecho tantas veces que mis cicatrices eran visibles, pero los hermanos no hicieron comentarios al respecto. Cualquiera intuiría que era un tema bastante espinoso que no podía tratarse a la ligera, aunque no me libraría de una conversación y una serie de explicaciones.
—Alice...cuéntanos lo que ha pasado...—Dijo Drogo intentando hablarme lo más suavemente posible. Respiré hondo y me senté sobre mis rodillas, mirándolos a la cara de forma intermitente. Temía el cómo reaccionarían ante lo que yo era ya que nadie más a parte de mí lo sabía.
—Yo...yo no conocí a mi verdadera madre, pero sí que tengo fotos de mis padres, me las dio mi madre adoptiva—Me levanté y tomé las fotos de mi mesilla, acercándolas a los chicos.
—Estos eran mis padres. Mi padre murió de un infarto cuando conducía de camino al trabajo, lo que hizo que su coche se estrellara contra un árbol. Él era ingeniero de sonido y músico, tocaba la batería y era realmente bueno. Mi madre era profesora de biología, siempre fue una mujer cerebro y con gran fuerza. Cuando mi padre murió, mi madre fue a la consulta del médico y se implantó el embrión que habían congelado por si no podían ser padres más adelante de la forma natural.
El embarazo lo pasó sola y a veces en compañía de Rebeca, mi madre adoptiva. Ella recopiló una caja de recuerdos tanto de ella como de él por lo que pudiera pasar. Cuando se puso de parto, Rebeca llevó a mi madre al hospital y, después de más de cuatro horas de parto, nací muerta.
A pesar de los esfuerzos de los médicos, yo no respiraba. Mi madre no paraba de gritarles que yo estaba viva, que lo siguieran intentando, pero después de casi dos horas, firmaron mi acta de defunción
Ella intentó desconectarse de todas las máquinas mientras que uno de los médicos me llevaba en la camilla hacia la morgue del hospital hasta que el coche fúnebre viniera a por mi cuerpo. Pero una vez que me metieron en la caja metálica, comencé a llorar demostrándoles a todos de que mi madre tenía razón.
Ella sabía que estaba viva, de alguna manera lo sabía. Me llamaron la niña milagro y salí en muchas portadas de los periódicos. A pesar del acoso que sufrió mi madre ante los medios y los estudiosos de medicina que deseaban estudiarme y así explicar qué me había pasado; ella aguantó todo, pero no por mucho tiempo.
Descubrí lo que yo era cuando tenía cinco años, en el jardín de casa. Una mujer se me acercó mientras que miraba una mariquita que caminaba por una rosa. Cuando bajó la cabeza me di cuenta que no tenía ojos. El miedo fue tan fuerte que me encerré a mi habitación y no le dije a nadie lo que había visto. Y esa ha sido mi vida hasta ahora, soy pintora y médium; un extraño caso.
El silencio reinó en la sala. Todos me miraban sorprendidos incluido Drogo. Yo no podía saber exactamente que pensaban porque sus expresiones eran ciertamente extrañas. El primero en hablar fue el mayor de los hermanos.
—Pero las médiums ya no existen—Dijo Nicolae.
—Quizás yo sea la única, no conocí a nadie más con mi don. Aunque eso no es garantía de nada porque el mundo es muy grande.
Peter me miraba asombrado; no se esperaba que le hubiera ocultado un secreto como aquel. Él en un principio no se mostró demasiado contento, quizás porque le había ocultado algo así cuando compartíamos una gran confianza. Pero supo por la tristeza de mis ojos de que era algo complicado para mí, algo sumamente doloroso que había cargado durante años. Tomo mi mano contra la suya para mostrarme que nunca jamás estaría sola.
Aquel gesto incomodó a Nicolae, mirándonos con una fría expresión. Su voz era carente de dulzura y Drogo parecía aún más incómodo ante aquella reacción que podía vaticinar una explosión.
—Creo que deberíamos irnos, Nicolae; ella necesita descansar—Dijo Drogo.
Para mayor tranquilidad, él parecía dispuesto a marcharse sin decir nada más. Me dedicó una leve sonrisa antes de marcharse.
—Tienes razón, que descanses Alice.
Drogo y Nicolae se marcharon de la habitación, quedándome a solas con Peter. No sabía cómo comenzar la conversación, tenía que disculparme con él, se lo debía.
Pero antes de si quiera abrir la boca, él comenzó a hablar:
—No te disculpes jamás de protegerte de los demás; la confianza no se da, se gana. Entiendo que esperabas a decírmelo cuando confiaras realmente en mí.
—Gracias por entenderlo, incluso yo misma hay cosas que desconozco de mi vida.
—Pues encontraremos las respuestas juntos—Me dijo con una enorme sonrisa.
Ambos nos abrazamos con fuerza y nos dimos un maravilloso y dulce beso. Ahora todo comenzaba a encajar; sentaba tan bien confiar en alguien.
Era algo que siempre necesité y por primera vez en mi vida, sentía que realmente era posible, que todas las incógnitas de mi vida podrían desvelarse con la ayuda de ellos.
El tema de su hermano aun me rondaba en la cabeza y debía de contárselo, pero antes debía de averiguar más acerca del tema.
—Y ahora señorita, me debes una cosa—Me dijo con una sonrisa maléfica.
—No sé de qué me hablas...
—Ahora vas a saber lo que es hacer el amor en mi ducha...y te doy el permiso de que te agarres a mi trasero.
Solté una carcajada sonora mientras que él me tomaba en brazos y con su velocidad sobrenatural, me llevó a su cuarto.
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